Capítulo 2: El desafío de las sombras

Al despertar, Ideth sintió el frío de la mañana acariciando su rostro. Con movimientos lentos y cuidadosos, se incorporó entre las sombras del bosque y se envolvió con la manta desgastada que había encontrado la noche anterior. El tejido áspero y rugoso le proporcionaban un poco de calor y comodidad en medio de la frescura matutina.

Con la manta envuelta alrededor de su cuerpo, Ideth se sentía protegida y lista para enfrentar el día que se extendía ante ella. A pesar de la incertidumbre y el dolor que la rodeaban, la esperanza seguía ardiendo en su interior, impulsándola a seguir adelante y a honrar la memoria de su hermano de la mejor manera que pudiera.

Con pasos decidido, se encamino hacia el lugar del entierro, su figura envuelta en la manta desgastada era apenas visible entre los árboles del bosque. Con cada paso, su determinación crecía, fortalecida por el recuerdo de su hermano y la promesa que se había hecho a sí misma de estar presente en ese momento de despedida, aunque fuera desde lejos y en secreto.

Con el sol apenas despertando en el horizonte, Ideth llegó al borde del bosque, desde donde podía divisar su cabaña y a toda su familia reunida, así como a varios vecinos que se habían congregado para mostrar su apoyo en aquel momento del duelo.

Desde la distancia, Ideth observaba en silencio, su corazón latía con fuerza en su pecho mientras presenciaba la escena con una mezcla de tristeza y gratitud por el apoyo que recibían. Sus ojos recorrían el grupo familiar, posándose en cada rostro conocido, en cada gesto de afecto compartido en aquel momento de pérdida.

Envuelta en su manta desgastada, se sentía aislada y distante, separada del grupo por la distancia física pero unida a ellos por el lazo invisible del amor y el duelo compartido. Aunque no podía estar presente entre ellos, su corazón estaba allí, latiendo al unísono con el de su familia mientras enfrentaban juntos la difícil tarea de despedirse de su ser querido.

En silencio, Ideth ofreció sus propias plegarias y pensamientos de consuelo, deseando estar más cerca de su familia en aquel momento de dolor. Aunque permanecía oculta en la sombra del bosque, su presencia era una muestra silenciosa de su amor y su respeto hacia su hermano y su familia, una promesa de que, aunque separados físicamente, seguirían unidos en espíritu y corazón por siempre.

Mientras Ideth se alejaba en silencio buscando refugio una vez más entre los árboles del bosque, una rama traicionera se enganchó en la manta que la cubría, arrancándola de su cabeza y dejando al descubierto su cabello rojo brillante.

El corazón de Ideth se detuvo un instante ante el repentino descubrimiento, su mente giraba en pánico mientras se daba cuenta de que su secreto se había revelado. Se apresuró a cubrirse de nuevo y se aferró a la esperanza de que nadie la hubiera visto, y se adentró rápidamente en la oscuridad del bosque, tratando desesperadamente de escapar antes de que alguien se dé cuenta de su presencia.

Mientras corría entre los árboles, los sonidos del bosque envolvían sus oídos, el susurro del viento y el crujido de las hojas bajo sus pies ahogaban el latido frenético de su corazón. Sin detenerse a mirar atrás, se sumergió aún más en la espesura del bosque, buscando un lugar donde pudiera ocultarse y encontrar la paz que tanto ansiaba.

Con cada paso, el temor y la incertidumbre la perseguían, pero también lo hacía una determinación feroz de seguir adelante, de mantener viva la esperanza de un futuro donde pudiera encontrar su lugar en el mundo sin miedo ni juicio. Con ese pensamiento en mente, siguió adelante, sin saber lo que el destino le deparaba, pero decidida a enfrentarlo con valentía y determinación.

Al llegar a su pequeño refugio en el bosque, Ideth finalmente pudo dejar escapar un suspiro de alivio. Se sentó en el suelo, sintiendo la calidez reconfortante del lugar que había llamado hogar durante un tiempo. Aunque la incertidumbre seguía acechando en las sombras de su mente, se sentía más calmada sabiendo que, al menos por el momento, había escapado del escrutinio de los demás.

Con las manos temblorosas, comenzó a encender una pequeña fogata, el resplandor cálido y acogedor iluminaba su rostro cansado pero sereno. Mientras observaba las llamas danzar ante sus ojos, una sensación de paz comenzó a envolverla, disipando lentamente el miedo y la ansiedad que la habían atormentado momentos antes.

Aunque pensaba que nadie la había visto, Ideth sabía que debía permanecer vigilante. El mundo exterior estaba lleno de peligros y amenazas, y su secreto aún corría el riesgo de ser descubierto. Sin embargo, en ese momento, en la quietud del bosque, se permitió respirar profundamente y encontrar un breve instante de tranquilidad en medio de la tormenta que había sido su vida recientemente.

Con el crepitar reconfortante del fuego como compañía, se recostó contra un árbol y cerró los ojos, permitiendo que la calma y el silencio del bosque la envolvieran. Aunque el futuro seguía siendo incierto, por ahora, al menos, podía encontrar consuelo y seguridad en el abrazo familiar de la naturaleza que la rodeaba.

Mientras Ideth encontraba refugio en su pequeño campamento en el bosque, un aldeano que había asistido al funeral de su hermano caminaba de regreso a su casa, con la mente aún llena de los eventos de la mañana. En su memoria, un pequeño destello de cabello rojo había llamado su atención, un destello que parecía fuera de lugar entre la multitud reunida en aquel momento del duelo.

Aunque al principio había atribuido el destello a la luz del sol filtrándose entre las ramas de los árboles, a medida que avanzaba por el camino, una sensación de intriga se apoderaba de él. Recordaba haber visto aquel cabello rojo en más de una ocasión, aunque no podía recordar dónde ni cuándo.

Con cada paso, la curiosidad del aldeano crecía, alimentada por la sensación de que había algo más en aquel encuentro fugaz de lo que parecía a simple vista. Decidido a desentrañar el misterio, se prometió a si mismo seguir investigando hasta descubrir la verdad, sin sospechar siquiera que el destino había cruzado su camino con el de Ideth en aquel momento crucial.

Temprano en la mañana, con determinación, el aldeano se preparó para adentrarse en el bosque en busca del origen de aquel misterioso destello rojo que lo había intrigado la mañana anterior. Con una bolsa de cuero llena de provisiones y una mirada decidida en sus ojos, emprendió el camino hacia la cabaña de los Valdamir.

El aldeano se detuvo en seco al divisar otro destello rojo entre los árboles, pero esta vez no era el cabello de una desconocida, sino el rostro de Bruce, el hermano mayor de Ideth. Una mezcla de sorpresa y emoción se apoderó del aldeano al reconocer al joven, comprendiendo de inmediato la oportunidad que se le presentaba.

Con paso cauteloso, el aldeano siguió los movimientos de Bruce a través del bosque, manteniéndose oculto entre los árboles mientras observaba atentamente cada uno de sus movimientos. Sabía que aquel encuentro fortuito podría ser la clave para descubrir si la joven que el rey buscaba con tanta desesperación se encontraba oculta en el bosque.

A medida que Bruce avanzaba entre la maleza, el aldeano se aseguraba de mantenerse lo suficientemente cerca como para no perderlo de vista, pero lo bastante lejos como para no ser descubierto.

El aldeano se sentía cada vez más convencido de que estaba cerca de encontrar a la joven. Con cada paso que daba tras Bruce, la emoción y la anticipación crecían en su interior, alimentando la esperanza de que, al contarle al rey sobre su descubrimiento, sería recompensado generosamente por su valiosa contribución.

Imaginaba la recompensa y los elogios que recibiría al entregar la información que el rey tanto ansiaba, tal vez incluso sería honrado con una posición de prestigio en la corte o una fortuna que cambiaría su vida para siempre. Con el corazón palpitando con la emoción del éxito cercano, el aldeano se apresuró tras Bruce, decidido a llegar al final de su búsqueda y reclamar su recompensa merecida.

Finalmente, entre unos arbustos, divisó una figura envuelta en una manta desgastada con su cabello rojo brillando débilmente a la luz de la tarde.

El aldeano observó con atención mientras Bruce y su hermana se abrazaban, compartían un breve intercambio de palabras y él le entregaba algo de comida. La escena le ofrecía una visión más íntima de la relación entre los dos hermanos, y aunque no podía escuchar lo que decían, podía percibir el vínculo fuerte y afectuoso que compartían.

Con el corazón lleno de emoción y gratitud, el aldeano continuó observando en silencio mientras Bruce se despedía de su hermana y se alejaba entre los árboles una vez más. Se maravilló ante la determinación y la valentía del joven, que seguía adelante a pesar de los desafíos que enfrentaba.

Con una sonrisa en los labios y la certeza de que había presenciado algo especial, el aldeano decidió regresar a su hogar, llevando consigo el recuerdo de aquel encuentro.

Lleno de determinación, el aldeano corrió hacia el castillo, con la urgencia de llevar las importantes noticias al rey. Al llegar a las puertas del castillo, buscó a los caballeros que custodiaban la entrada y les explicó rápidamente la situación, solicitando su escolta para hablar con su majestad.

Los caballeros, al escuchar la seriedad en la voz del aldeano y la urgencia en sus palabras, comprendieron la importancia de su mensaje y accedieron a acompañarlo hasta el rey. Con paso rápido y decidido, el grupo se abrió paso por los pasillos del castillo, atravesando salones y escaleras hasta llegar finalmente a la sala del trono, donde el rey aguardaba.

Al entrar en la sala, el aldeano se inclinó ante el monarca y, con voz firme, comenzó a relatar la historia de su encuentro en el bosque y la revelación que había presenciado. Explicó cómo había visto a Bruce, el hermano de la joven buscada, y cómo estaba seguro de que él podría llevar a los caballeros hasta allá.

El rey escuchó atentamente las palabras del joven aldeano, su interés crecía con cada detalle que revelaba. Al finalizar su relato, el aldeano aguardó con expectación la reacción del monarca, consiente del peso que tenía su información y la importancia que podría tener para el destino de la joven y de todo el reino.

Impulsado por la urgencia de sus deseos, el rey tomó una decisión rápida y determinada. Ordenó que partieran de inmediato en busca de la joven, con el aldeano como guía hacia el lugar donde Ideth había sido avistada por última vez. Los caballeros reales recibieron las órdenes y se prepararon para la partida sin demora.

A pesar de tener a otras siete doncellas pelirrojas en su poder, la obsesión del rey por encontrar a esta misteriosa joven no había disminuido. Movido por su deseo de tenerlas a todas bajo su dominio, estaba dispuesto a cualquier cosa para encontrarla.

Con el aldeano liderando el camino, el grupo partió del castillo, cabalgando a toda velocidad hacia el bosque donde la joven había sido vista por última vez.

Mientras el grupo se adentraba en el bosque, el rey, en su trono de oro y terciopelo rojo, se aferraba a la esperanza de que pronto tendría a la joven en sus manos, completando así su colección de pelirrojas y satisfaciendo su insaciable sed de poder y control.

El corazón del rey latía con fuerza y una felicidad desquiciada. Su mente estaba llena de planes y fantasías sobre el encuentro que se avecinaba. Para él, las jóvenes representaban más que unas simples doncellas; eran el objetivo de su obsesión, la encarnación de sus deseos más profundos y oscuros.

El corazón de Ideth golpeaba con fuerza en su pecho cuando despertó abruptamente, sintiendo una mano áspera y cruel agarrándola del cabello y levantándola del suelo. Un grito ahogado escapó de sus labios mientras se encontraba cara a cara con su captor, su mente giraba en pánico mientras luchaba por comprender lo que estaba sucediendo.

El sol apenas había comenzado a salir, pero la luz del nuevo día apenas alcanzaba a filtrarse entre los árboles del bosque, dejando todo en una penumbra ominosa. Ideth luchó por liberarse del agarre de su captor, pero la fuerza de su mano era implacable.

El corazón de Ideth se hundió al escuchar las burlas de los caballeros y la mención del rey, su miedo crecía con cada palabra cruel que salía de sus bocas. Aunque intentaba enfocarse en lo que decían, el terror la nublaba, dificultando su capacidad para entender completamente la situación.

Las risas burlonas de los caballeros resonaban en sus oídos, envolviéndola en un torbellino de ansiedad y desesperación. Sabía que su destino estaba en manos del rey, un hombre cuyos deseos eran capaces de dictar la vida o la muerte de aquellos que osaban desafiarlos.

Llena de temor, Ideth luchó por mantener la compostura, su mente trabajaba a toda velocidad en busca de una solución. Sabía que su única esperanza de escape residía en su ingenio y su valentía, y estaba decidida a luchar hasta el último aliento por su libertad y su vida.

El corazón de Ideth se hundió al ver a los caballeros salir del bosque directamente hacia la cabaña de su familia. El terror la paralizó mientras observaba impotente cómo su familia la veía y trataba desesperadamente de salvarla. Los gritos de advertencia y los intentos frenéticos de detener a los caballeros llenaron el aire, pero fueron en vano.

Con lágrimas en los ojos y el corazón destrozado, Ideth presenció indefensa los gritos desgarradores de su familia mientras luchaba por liberarse, pero las manos implacables de sus captores la mantenían firmemente sujeta.

El horror y la desesperación la consumían mientras era arrastrada lejos de su hogar, lejos de su familia, hacia un destino incierto y desgarrador. Aunque luchaba con todas sus fuerzas por liberarse, sabía que su destino ahora estaba en manos del rey tirano, cuya obsesión por tenerla a su lado la había llevado a este terrible destino.

El joven campesino recibió una pequeña bolsa con 30 monedas de plata, con una mezcla de sorpresa y temor en sus ojos. Aunque el dinero representaba una cantidad considerable para él y su familia, también entendía que venía con un precio muy alto: la traición hacia una joven inocente y el apoyo a los planes crueles del rey.

Con las manos temblorosas, tomó la bolsa de monedas, sintiendo el peso en la palma de su mano como una carga pesada sobre su conciencia. Sabía que no podía negarse a aceptar el dinero, pero el precio que estaba pagando por ello era demasiado alto.

Mientras los caballeros subían a Ideth a la carreta y se preparaban para partir, el joven campesino se encontró paralizado por la indecisión, su mente luchaba con el conflicto moral que lo consumía. Sabía que su elección tendría consecuencias profundas y duraderas, y que nunca podría borrar el peso de su decisión de su conciencia.

Con un suspiro resignado, guardó la bolsa de monedas en su bolsillo, una decisión tomada no por deseo, sino por necesidad. Mientras la carreta se alejaba, llevándose a Ideth hacia un destino incierto, el joven campesino se quedó parado en las afueras del bosque, su corazón estaba lleno de pesar por la injusticia que acababa de presenciar y la impotencia de no poder hacer nada para detenerla.

El golpe resonó en el aire, cortando el silencio con fuerza mientras uno de los hermanos de Ideth reaccionaba con ira ante la escena que acababa de presenciar. Con los ojos llenos de furia y dolor, se abalanzó sobre el aldeano, sus puños golpeaban con fuerza contra su rostro.

Los gritos de sorpresa y confusión llenaron el aire mientras la violencia estallaba en el bosque, una expresión de la profunda angustia y la impotencia que consumían a la familia de Ideth. Aunque sabían que nada podía cambiar la situación en la que se encontraban, el dolor de ver a su ser querido arrastrado lejos de ellos por el rey déspota era demasiado para soportar.

Otros miembros de la familia luchaban por separar al hermano de Ideth del aldeano, gritando en un intento desesperado por restaurar la calma y evitar que la situación empeorara.

- ¡Sal de aquí! ¡No quiero volver a verte cerca de mi familia! - Gritó el señor Valdamir con voz entrecortada al joven campesino traidor.

-Lo siento...realmente lo siento...no quería...- Respondió, con gesto apesadumbrado el aldeano mientras se levantaba del barro.

- ¡Lárgate de una vez! - El hermano de Ideth que lo había golpeado momentos antes le gritó al aldeano mientras lo miraba con furia contenida.

Entre sollozos la madre de Ideth pedía que se calmen mientras preguntaba qué harían ahora.

-No lo sé...no lo sé...no puedo perder a otro hijo...- Con la voz quebrada, el padre, intentaba responder a su esposa.

- ¿Entonces...nos rendimos? - dijo Bruce mientras tragaba saliva. – ¿Dejamos que el rey se salga con la suya? -

-No podemos permitir que nos haga más daño...pero tampoco podemos arriesgar nuestras vidas...- El señor Valdamir abrazaba a su familia mientras miraba al horizonte con desesperación. –No sé qué hacer...no sé cómo salvar a mi niña...-

Mientras tanto, la carreta que llevaba a Ideth se alejaba lentamente, desapareciendo entre los árboles mientras la tragedia se desarrollaba a su alrededor. En el silencio que siguió, solo quedaba el eco de la violencia y el peso abrumador del destino que había sido sellado con un simple acto de traición.

En medio del traqueteo de la carreta, con el corazón en la garganta y llena de desesperación, Ideth luchaba por encontrar una salida de su desesperada situación. Mientras los relucientes caballeros la escoltaban, su mente trabajaba febrilmente en busca de una estrategia de escape.

Cada sacudida de la carreta parecía martillear en su cabeza, recordándole la urgencia de la situación. Observando cautelosamente a sus captores, buscaba debilidades, cualquier oportunidad que pudiera aprovechar para liberarse de su cautiverio y huir hacia la libertad.

Ideth examinó rápidamente la situación. Con un caballero a cada lado de ella, se dio cuenta de que su ventana de oportunidad era estrecha, pero no imposible de aprovechar. Respirando profundamente para calmar sus nervios, comenzó a trazar un plan audaz en su mente.

Esperó pacientemente el momento adecuado. Cuando la carreta pasó cerca de un área boscosa, vio su oportunidad. Con un movimiento rápido y preciso, se inclinó hacia el borde de la carreta, fingiendo mareo repentino.

El caballero a su lado se volvió para mirarla con preocupación, momentáneamente distraído de su vigilancia. En ese instante crucial, Ideth aprovechó la oportunidad. Con un impulso repentino, se lanzó hacia adelante con todas sus fuerzas, dejando atrás la seguridad de la carreta y arrojándose al suelo con determinación.

El golpe del impacto fue duro y peligroso (cayó justo en medio de las ruedas; unos centímetros más a la izquierda y era aplastada por la pesada carreta), pero Ideth apenas lo sintió mientras rodaba por el suelo, impulsada por el instinto de supervivencia. Con la adrenalina corriendo por sus venas, se levantó rápidamente y se adentró en el espeso bosque, dejando atrás a sus captores y corriendo hacia la libertad con todas sus fuerzas. Aunque sabía que su camino sería difícil y peligroso, estaba decidida a luchar por su libertad hasta el último aliento.

A pesar de su valiente intento de escape, Ideth sintió el peso abrumador de la derrota mientras los caballeros la alcanzaban una vez más. A pesar de sus esfuerzos desesperados por escapar, su libertad fue efímera, eclipsada por la habilidad y la determinación de sus captores entrenados.

Con las manos atadas y la esperanza desvaneciéndose lentamente, Ideth fue escoltada de regreso a la carreta, su destino ahora estaba sellado con la certeza de que enfrentaría al rey. Mientras era conducida de regreso a su cautiverio, su mente se llenó de temor y resignación, sabiendo que su lucha por la libertad aún no había terminado.

A medida que se acercaban al castillo del rey Waila, los caballeros tomaron mayores precauciones, asegurándose de que no hubiera más intentos de escape. Con cada paso que daban hacia su destino final, el peso de su situación se volvía más opresivo, dejando a Ideth con una sensación de impotencia y desesperanza.

A medida que la carreta atravesaba las calles del bullicioso mercado, un silencio pesado descendió sobre la multitud. Las conversaciones se apagaron y las miradas se volvieron hacia la cautiva que pasaba, su presencia arrojaba una sombra lúgubre sobre el bullicio habitual del lugar.

Los rostros de los comerciantes y los transeúntes reflejaban una mezcla de curiosidad, compasión y temor mientras observaban a Ideth pasar, su figura encadenada evocaba una sensación de injusticia y tragedia. En los ojos de algunos, se podía ver el destello de la empatía, mientras que en otros brillaba el miedo y la resignación ante el poder del rey.

El silencio que rodeaba a Ideth mientras avanzaban por las estrechas calles del mercado era ensordecedor, un recordatorio sombrío de la opresión y la crueldad que reinaba en Eridan. Aunque nadie se atrevió a hablar en voz alta, el peso de su mirada silenciosa era suficiente para comunicar el profundo dolor y la injusticia que sentían al presenciar la tragedia de una joven inocente arrastrada por las garras del poder tiránico.

Mientras la carreta se alejaba lentamente, dejando atrás el mercado y sus miradas acusadoras, Ideth se sintió más sola y vulnerable que nunca. Pero en medio de la oscuridad y la desesperación, una pequeña chispa de esperanza ardió en su corazón, recordándole que, aunque estuviera rodeada de enemigos, nunca estaría completamente sola en su lucha por la libertad y la justicia, aunque esta fuera silenciosa.

Con el corazón palpitando desbocado en su pecho y las piernas temblando incontrolablemente, Ideth se aferraba al último hilo de esperanza mientras la carreta se acercaba al imponente castillo del rey Waila. Cada paso que daban hacia el puente levadizo parecía llevarla más profundamente hacia la oscuridad, y el miedo que la consumía amenazaba con aplastarla por completo.

Uno de los caballeros anunció su llegada, y el sonido resonó ominosamente en el aire mientras el puente comenzaba a bajar lentamente. El crujido de las cadenas y el chirrido del metal llenaron el silencio, haciendo eco en el alma de Ideth como un presagio de su destino incierto.

Mientras el puente tocaba finalmente el suelo con un golpe sordo, Ideth sintió una ola de pánico abrumador que amenazaba con arrastrarla. Cerrando los ojos con fuerza, se aferró a la pequeña chispa de coraje que aún ardía en su interior.

Con un suspiro tembloroso, Ideth se preparó para enfrentar lo que sea que el destino le deparara en las oscuras entrañas del castillo de Waila. Aunque el miedo la envolvía como una sombra, la luz de la esperanza seguía brillando débilmente en su interior.

Con el corazón casi saliéndose del pecho, Ideth se aferró al último intento de resistencia mientras los caballeros la bajaban de la carreta. Con un esfuerzo sobrehumano, fingió un desmayo, dejando que su cuerpo se desplomara en los brazos de sus captores.

Los caballeros cansados y ansiosos por entrar al castillo, intercambiaron miradas de frustración mientras sostenían el cuerpo aparentemente inconsciente de Ideth. Uno de ellos, con un suspiro resignado, la levantó por el aire y la colocó sobre su hombro, preparándose para llevarla al interior del castillo sin más demora.

Mientras mantenía firmemente su actuación, Ideth se aferraba a la esperanza de que su fingido desmayo le garantizara un breve respiro antes de enfrentarse al rey. Esperaba que le den un tiempo para recuperarse y así prepararse mentalmente para el inminente encuentro.

Con los ojos cerrados y la respiración controlada, se centró en calmar los temblores de su cuerpo y en mantener la apariencia de inconsciencia. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad, y el sonido de su propio corazón parecía ensordecedor. A pesar de su intento de atrasar el encuentro, en el fondo sabía que el tiempo estaba en su contra.

Mientras los caballeros caminaban por los oscuros pasillos del castillo, sus risas resonaban en los muros de piedra, una discordante melodía de alegría en medio de la opresiva atmósfera del lugar. Para Ideth, cada risa era como un puñal en el corazón, una cruel burla que le recordaba la injusticia de su situación.

Atrapada contra su voluntad, llevada hacia un destino que sólo conocía el rey, era difícil para Ideth comprender cómo los caballeros podían estar tan despreocupados, tan ajenos al sufrimiento que ella estaba experimentando en ese momento. ¿Cómo podían hablar tan ligeramente sobre el festín y la diversión de la noche mientras ella languidecía en las garras del poder tiránico?

Cada palabra pronunciada por los caballeros era como un recordatorio cruel de su propia impotencia, de su falta de control sobre su propio destino. Sin embargo, en medio de su desesperación y su rabia, una pequeña chispa de determinación ardió en su interior. Juró no dejarse vencer por el desánimo, sino encontrar la fuerza para enfrentar su situación con valentía y resistencia, sin importar cuán sombría fuera su realidad.

Con el suave tintineo de las armaduras desvaneciéndose en la distancia, Ideth sintió un breve respiro cuando los caballeros la dejaron delicadamente sobre la pequeña cama en el cuarto asignado. Esperó pacientemente hasta que estuvo segura de que estaba sola, escuchando atentamente el sonido de los pasos que se alejaban por los pasillos del castillo.

Cuando finalmente se sintió lo suficientemente segura, se incorporó lentamente en la cama, sus músculos rígidos por la tensión y la ansiedad le molestaban en todo el cuerpo. Con cautela, exploró el pequeño cuarto a su alrededor, buscando cualquier indicio de una salida, cualquier oportunidad de escapar de su cautiverio y buscar la libertad que tanto anhelaba.

Sus ojos escudriñaron cada rincón oscuro y cada sombra misteriosa, buscando desesperadamente una solución a su situación desesperada. Sin embargo, mientras examinaba el cuarto con detenimiento, una sensación de desesperación comenzó a apoderarse de ella. No había ventanas, no había puertas abiertas, solo las paredes de piedra del castillo que la rodeaban como una prisión implacable.

Con un suspiro frustrado, Ideth se encontró frente a una puerta cerrada, un obstáculo en su camino hacia la libertad. Con las manos temblando de nerviosismo, intentó girar el pomo con desesperación, pero la puerta permaneció obstinadamente cerrada, negándose a ceder ante sus esfuerzos.

Un nudo de ansiedad se formó en su estómago mientras se enfrentaba a la realidad implacable de su situación. Sabía que no podía permitirse quedarse quieta, esperando pasivamente su destino. Con determinación renovada, comenzó a buscar frenéticamente cualquier otra salida, explorando cada rincón oscuro y cada sombra en busca de una solución a su desesperada situación.

El corazón de Ideth se detuvo un momento cuando escuchó la voz masculina del otro lado de la puerta y el tintineo del metal. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al escuchar las palabras del caballero, una advertencia sombría que resonaba en su mente como un eco de temor y desesperación.

Con las manos temblando, Ideth retrocedió de la puerta, con una sensación de desesperación apoderándose de ella. Sabía que el caballero hablaba con sinceridad, que el tirano rey no dudaría en usar a sus seres queridos como peones en su siniestro juego de poder.

Con la voz temblorosa por la ansiedad, Ideth preguntó a través de la puerta - ¿quién está del otro lado? -, esperando una respuesta que pudiera arrojar algo de luz sobre su incierta situación.

-Soy uno de los caballeros enviados por el rey para cuidar de usted-. Respondió el caballero, sorprendentemente amable.

- ¿Cuidar de mí? ¿Por qué el rey ha enviado a alguien para cuidarme? - Preguntó Ideth con un temblor notable en la voz.

-El rey ha dado órdenes de asegurarse de que ninguna doncella se escape del castillo. Mi deber es garantizar su seguridad y prevenir cualquier intento de fuga. - Ideth agradecía que el caballero le responda.

- ¿Y si no quiero estar aquí? ¿Si quiero mi libertad? - Preguntó llorosa la bella muchacha.

-Lamentablemente la voluntad del rey es la ley en este lugar. Pero te aseguro que no estás sola en esta situación. Muchas otras doncellas enfrentan las mismas circunstancias que tú. -

La respuesta del caballero hizo que un escalofrío recorriera todo su cuerpo. ¿Cuántas otras doncellas estaban encerradas junto a ella en ese castillo? La incertidumbre la llenaba de preocupación, preguntándose sobre el destino y las condiciones de las mujeres que compartían su cautiverio.

- ¿Siete? -, murmuró Ideth, con incredulidad en su voz. - ¿Hay realmente tantas otras mujeres aquí, privadas de su libertad y sometidas al capricho del rey? - pensó.

A pesar de la inquietante situación en la que se encontraba, Ideth sintió un sincero agradecimiento hacia el caballero por su amabilidad y comprensión. Como un gesto de gratitud, decidió compartir su nombre con él, buscando establecer un vínculo de confianza y camaradería en medio de la adversidad.

-Me llamo Ideth-, dijo con voz suave pero firme, esperando que su nombre tuviera algún impacto en el caballero.

Ante la súbita interrupción de unas voces, el caballero se apresuró a susurrar el nombre "Kayden" en voz baja, apenas audible para Ideth. Aunque apenas lo escuchó, el tono de su voz y el sentido de urgencia en sus palabras hicieron que Ideth se estremeciera, consciente de que algo estaba sucediendo más allá de la puerta de su celda.

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