Ideth Valdamir. El espíritu de la reina Leonor
Ideth Valdamir. El espíritu de la reina Leonor
Por: MacaSchulmeister
Capítulo 1: El duelo en la oscuridad.

En las brumosas tierras de la antigua Hibernia, en un pueblo llamado Eridan, donde los cuentos de hadas se entretejen con la cruda realidad de la vida medieval, vive una joven de ojos verdes que destellan como esmeraldas en la penumbra de su aldea. Con su melena de fuego y una piel pálida como la nieve, con pequeños destellos rosados, Ideth Valdamir encarna una belleza tierna y pacífica de su tierra natal. Criada entre las leyendas de antaño y los susurros del bosque "encantado", su destino se entrelaza con los misterios del pasado y las promesas del futuro.

La hermosa muchacha vive en las afueras del reino con su familia, donde los campos dorados se extienden hasta perderse en el horizonte y el aroma a tierra fértil impregna el aire. Ajena a los lujos y las intrigas de la corte, su vida transcurre entre el trabajo en los campos bajo el resplandor del sol.

En el reino se alza el imponente y majestuoso castillo del rey Waila y la reina Leonor. Su legado de paz y prosperidad hacia el reino se ve reflejado en sus tres hijas, cuyas manos han sido dadas en matrimonio a los reyes de reinos vecinos como señal de alianza y reconciliación entre dichas tierras.

Aunque ante los ojos de los reinos vecinos el rey Waila se presentaba como un monarca benevolente, en su propio reino se sabía la verdadera naturaleza de su reinado. Bajo su máscara de bondad se escondía un gobernante despiadado cuya crueldad conocían todos.

En los sombríos pasillos del castillo, donde los secretos se entrelazaban con las sombras, caminaba muy pensativo el rey. Entre los súbditos se hablaba sobre la falta de un heredero varón. Esa verdad pesaba sobre los hombros del rey como una sombra oscura. Incapaz de engendrar un heredero para la continuidad de su linaje, el rey se sumió en la desesperación y la paranoia. En sus pensamientos estaba convencido de que esta desgracia era un signo de maldición o traición. Waila sucumbió a la ira y la desesperación. En un acto de brutalidad despiadada, condenó a muerte a Leonor, la mujer que una vez le había jurado amor, acusándola falsamente de brujería. La vida de la reina fue arrebatada por las manos de todo el reino en una gran hoguera.

La acusación de brujería había sido la artimaña perfecta para deshacerse de ella, una mentira cruel tejida por la malicia del rey. Aunque el pueblo murmuraba sobre la verdad oculta tras la muerte de la reina, nadie se atrevía a desafiar el poder del tirano.

Aunque el rey había sido consumido por la ira y la desesperación en el momento de la muerte de la reina, pronto el peso de sus acciones lo abrumó con un profundo remordimiento. Las sombras del castillo resonaban con los susurros de su arrepentimiento y de su llanto, mientras el eco de sus decisiones despiadadas resonaba en los pasillos vacíos.

Atormentado por los recuerdos de su amada y la crueldad de sus acciones, Waila se encontró luchando con la oscuridad que había sembrado en su propio corazón. Atrapado entre el deseo de redención y el temor de enfrentar las consecuencias de sus actos, el rey se encontró en un tormento interno, buscando desesperadamente una forma de expiar sus pecados y encontrar la paz que tanto anhelaba.

El monarca de Eridan, consumido por la soledad y el remordimiento, ideó un plan retorcido para llenar el vacío dejado por la pérdida de la reina Leonor. Decidió secuestrar a todas las doncellas del reino que compartieran características similares a la de su difunta esposa, en un intento desesperado por recrear la presencia que tanto anhelaba. Sin embargo, mientras las doncellas desaparecían una tras otra, el reino comenzó a inquietarse, y los murmullos de descontento y miedo comenzaron a extenderse. Las doncellas desaparecidas compartían rasgos distintivos: piel pálida como la nieve, ojos verdes como los profundos bosques del reino y melena roja como la sangre. Estas características tan poco comunes en el reino, las convertían en presas perfectas para la obsesión del rey.

Cuando los rumores de los secuestros llegaron a oídos de la familia de Ideth, decidieron tomar medidas desesperadas para protegerla del destino que la acechaba. Con el corazón lleno de temor y determinación, la familia de Ideth se propuso ocultarla en las sombras del bosque, lejos de las miradas de los caballeros del rey Waila. Sin embargo, sabían que el peligro era omnipresente al enfrentar al tirano.

Los caballeros del rey, portadores de su autoridad y voluntad, montados en sus imponentes corceles con las armaduras brillando bajo el sol, avanzaron hacia la humilde cabaña de la familia Valdamir con determinación implacable. Sin embargo, la oscuridad acechaba en los rincones del bosque, y el destino de la joven pelirroja pendía de un hilo mientras la familia luchaba por protegerla de las garras del tirano.

El golpe sonó con fuerza en la modesta puerta de madera de la cabaña, enviando un escalofrío de temor a través de la familia de Ideth. Con el corazón latiendo de ansiedad, se quedaron en silencio, contemplando la amenaza que se cernía sobre ellos. El sonido metálico de las armaduras de los caballeros resonaba en el aire, mientras la tensión se palpaba en el ambiente. La decisión pendía de un hilo, y la familia de la joven se preparó para enfrentar lo que sea que le esperara del otro lado de esa puerta.

- ¿Por qué vienen a nuestra humilde morada con tal urgencia? - Preguntó el padre de Ideth.

-Somos enviados del rey. Buscamos a una doncella que se justa a una descripción particular y según varios aldeanos, ella vive aquí. - Respondió uno de los caballeros con voz inquebrantable, detallando la particular descripción.

-No, no hay ninguna doncella aquí que se ajuste a esa descripción. Aquí solo tenemos seis hijos varones. Les ruego que se retiren y nos dejen en paz. - Respondió respetuosamente el padre de la joven.

-No podemos hacerlo. El rey nos ha encomendado una tarea importante y debemos cumplirla. Si no cooperan, nos veremos obligados a buscar en su morada por la fuerza. - El caballero sonaba molesto.

-Por favor, entiendan. No hay ninguna doncella aquí que busquen. Les suplicamos que se vayan y dejen a nuestra familia en paz. - Dijo la madre de Ideth nerviosa.

-Nuestra orden es clara. El rey Waila demanda la presencia de la doncella. No hay lugar para la negociación. Entreguen a la joven ahora mismo o enfrentaran las consecuencias-. Expresó cada vez más enojado el caballero que parecía tener más rango que los otros que lo acompañaban. Con un estruendo estremecedor, los caballeros irrumpieron por la fuerza en la modesta morada de la familia Valdamir, derribando la puerta con un golpe contundente. Los muebles se tambalearon y el polvo se levantó en el aire mientras los intrusos avanzaban con determinación, sus armaduras brillaban ominosamente a la luz tenue de la cabaña. Sin embargo, para su consternación, la joven pelirroja yacía escondida en las sombras, fuera de su alcance. Su paradero permanecía oculto incluso para los ojos más perspicaces del rey. Furiosos y frustrados, los caballeros se retiraron con las manos vacías, dejando a la familia de la muchacha temblando, pero aliviada por haber evitado la captura de su amada hija.

Los caballeros, con la cabeza gacha y el temor palpable en sus rostros, regresaron al imponente castillo para enfrentar la ira del rey. Con palabras vacilantes y explicaciones apresuradas, informaron al monarca que, a pesar de su búsqueda implacable, no lograron encontrar a la joven. La noticia cayó como un rayo sobre el rey, cuya ira se encendió como el fuego en su corazón ya oscurecido por la desesperación y el remordimiento. Con un rugido de furia, Waila arrojó un jarrón contra la pared, haciendo que se estrellara en mil pedazos mientras su voz retumbaba en los pasillos del castillo. Él quería con desesperación a todas las doncellas del reino con un parecido vistoso a su difunta esposa.

El rey Waila, cegado por la furia y el deseo de obtener lo que anhelaba, ordenó a los caballeros que llevaran a cabo un acto atroz: la ejecución del hijo menor de los Valdamir, como muestra de su despiadada determinación. Él sabía que la estaban ocultando. Con el corazón pesado y la moral vacilante, los caballeros obedecieron la orden del rey, aunque sus almas gritaban de angustia ante la injusticia que estaban a punto de cometer.

El aire resonaba con el estruendo de los cascos de los caballos y el chirriar de las ruedas de la carreta mientras los caballeros se abrían paso a través del paisaje tumultuoso.

El joven niño había nacido con una condición que afectaba sus piernas, dificultándole el caminar con normalidad. Esta debilidad física lo hacía vulnerable y dependiente de la ayuda de otros para moverse con facilidad.

Mientras la madre de Ideth se esforzaba en la cocina para preparar el sustento de su familia, el pequeño niño jugaba despreocupadamente cerca de la cabaña. Ajeno al peligro que se cernía sobre él, su risa resonaba en el aire mientras se entretenía con sus juegos infantiles.

El hijo más joven de los Valdamir se encontraba en una posición especialmente vulnerable mientras los caballeros se acercaban a toda velocidad. Su movilidad limitada le impedía escapar del destino cruel que le aguardaba, dejándolo indefenso ante el filo de la espada de aquellos que actuaban en nombre del tirano rey.

Con un gesto cruel y despiadado, uno de los caballeros, al pasar cerca del joven, desató su espada y, en un movimiento rápido y certero, cortaron profundamente el pecho del pequeño, marcando el inicio de una tragedia que nunca podría deshacerse. El joven Valdamir gritó en agonía mientras la carreta se apresuraba hacia su destino, dejando atrás un rastro de dolor y desesperación en su estela. La orden del rey Waila había sido cumplida, pero a un costo inimaginable para aquellos cuyas manos ahora estaban manchadas con la sangre de la inocencia.

El grito desgarrador del niño resonó a través del aire, rompiendo el silencio de la pacífica mañana. Al oír el angustioso llamado, la madre abandonó apresuradamente la cocina y corrió hacia afuera, solo para encontrarse con una escena desgarradora. El joven Valdamir con su rostro retorcido por el dolor y el miedo, yacía en el suelo. El corazón de la madre se llenó de horror y desesperación al darse cuenta de lo que había ocurrido. Gritando de dolor y furia, se abalanzó sobre su hijo en un vano intento de querer salvarlo. Era demasiado tarde. El destino cruel había sido sellado, y aquel día, el dolor y tristeza inundaron el corazón de todos los presentes mientras lloraban la pérdida de un niño inocente, arrebatado de ellos por la brutalidad y la injusticia de un rey despiadado.

Ideth, aun oculta en el bosque, temblaba de frío y temor. Se aferraba a sus débiles trapos en la oscuridad del bosque, su única protección contra las inclemencias de la noche. La luna arrojaba su pálida luz sobre ella, revelando su figura temblorosa mientras se escondía entre los árboles, lejos de los ojos del tirano que la buscaba. Sus susurros de angustia se perdían en la vastedad del bosque, mientras la joven luchaba por mantener viva la chispa de esperanza en su corazón. En medio de la desesperación y la incertidumbre, solo la determinación de sobrevivir la mantenían de pie, una luz frágil en la oscuridad que la rodeaba.

Con el corazón lleno de gratitud y esperanza, Ideth acunaba entre sus manos el modesto sustento que sus padres habían provisto para ella. La comida, escasa pero invaluable, representaba un vínculo tangible con el amor y el cuidado de su familia en medio de la oscuridad y el peligro del bosque. Con lágrimas en los ojos, se prometió a si misma que sobreviviría, que aguantaría hasta que sus padres pudieran encontrar una manera de sacarla de ese lugar inhóspito.

Cada bocado era una bendición, cada sorbo de agua una renovación de su fuerza y determinación. Con el estómago lleno y el corazón rebosante de esperanza, Ideth se aferraba a la promesa de sus padres con una tenacidad inquebrantable. Sabía que el camino por delante sería difícil y peligroso, pero mientras tuviera la comida que sus padres le habían dado y la fe en su amor puro, estaría lista para enfrentar cualquier desafío que el destino le lanzara.

El crujido de las ramas al romperse bajo el peso de unos pasos desconocidos resonó en el silencio de la noche, enviando un escalofrío de temor por la espalda de Ideth. Con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, sus manos temblorosas buscaron el pequeño cuchillo afilado que su padre le había dado, una herramienta que apenas conocía cómo usar. A pesar de su falta de habilidad, el cuchillo se convirtió en su única defensa contra el peligro desconocido que se acercaba.

Con el arma en la mano, Ideth se preparó para lo peor, su mente luchaba por mantener la calma mientras enfrentaba a la incertidumbre del bosque oscuro. Cada sonido parecía más amenazante que el anterior, y cada sombra tomaba forma de monstruo en su imaginación. Sin embargo, en medio de su miedo, la determinación ardía en sus ojos, recordándole que estaba dispuesta a luchar por su vida y su libertad, sin importar cuán desafiante fuera el desafío que se avecinaba.

Con el tenue resplandor de su pequeña fogata, Ideth divisó la figura de su hermano mayor emergiendo de las sombras del bosque. Un suspiro de alivio escapó de sus labios mientras dejaba caer el cuchillo afilado, sintiendo el peso del miedo disiparse. Corrió hacia él, con sus brazos abiertos en un gesto de bienvenida y protección.

Al reunirse junto al fuego, las palabras se atascaron en sus gargantas mientras se abrazaban con fuerza, el calor reconfortante de la llama los envolvía en un abrazo de seguridad. El hermano mayor miró a Ideth con ojos llenos de preocupación y ternura, reconociendo el coraje que había demostrado al enfrentarse a la oscuridad del bosque por su cuenta.

Juntos, se sentaron junto al fuego. Bruce, su hermano mayor, con el corazón pesado y la mirada llena de tristeza, se acercó a ella. Con una voz temblorosa comenzó a relatar la trágica historia del destino del pequeño hermano de ambos.

-Ideth, - comenzó con voz entrecortada, -debes saber lo que sucedió con nuestro hermano menor...- Sus palabras se detuvieron un momento, mientras luchaba contra las lágrimas que amenazaban con emerger.

-Él...él no sobrevivió, los caballeros del rey nos arrebataron todo. Cuando intentó huir, uno de ellos...lo hirió gravemente. - Las palabras del hermano se quebraron, el dolor de la pérdida aún estaba fresco en su corazón.

-Sé que es difícil de aceptar, pero debes saber la verdad. - Continuó con voz entrecortada. –Lo hicieron...lo hicieron para intimidarnos, para obligarnos a ceder ante su crueldad. Pero no podemos permitir que su sacrificio sea en vano. Debemos seguir adelante. Luchar por tu libertad y justicia para aquellos que ya no están con nosotros. -

Ideth escuchaba en silencio, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas mientras asimilaba la trágica verdad. Unidos por la pérdida, se abrazaron en silencio, compartiendo el peso de su dolor mientras el fuego arrojaba destellos de luz sobre su duelo compartido. En ese momento de profunda conexión, prometieron honrar la memoria de su hermano y continuar luchando.

Con un nudo en la garganta y un abrazo lleno de amor, Bruce dejó más comida al lado de su hermana y se preparó para partir. Antes de alejarse entre las sombras del bosque, se volvió hacia Ideth con ojos llenos de determinación y tristeza. –Mañana sepultaremos a Callum detrás de nuestra cabaña-. Murmuró con voz temblorosa. –Es lo que merece, un lugar tranquilo donde descansar en paz. -

Ideth asintió en silencio, incapaz de articular palabras ante el peso del dolor que inundaba su corazón. Observó a su hermano desaparecer entre los árboles, su figura se desvanecía lentamente en la oscuridad de la noche.

Se quedó sola junto al fuego, abrazando la promesa de su hermano mientras el eco de sus palabras resonaba en su mente. Con lágrimas en los ojos y el corazón pesado, se acurrucó cerca del calor reconfortante del fuego, preparándose para enfrentar un nuevo día lleno de desafíos y dolor, pero también de amor y recuerdos compartidos.

Ideth se retorcía entre las mantas mientras luchaba por encontrar el sueño en medio de sus pensamientos angustiosos. A pesar de la fatiga que pesaba sobre sus párpados, su mente no dejaba de dar vueltas al deseo ardiente de estar presente para despedir a su hermanito, aunque fuera desde lejos.

Imágenes de su hermano pequeño llenaban su mente, su risa alegre y sus ojos brillantes, recordándole el vínculo irrompible que compartían. Con cada latido de su corazón, sentía el llamado de la necesidad de estar allí, de honrar su memoria y decir adiós a quien había sido su compañero de juegos y su confidente.

Entre susurros de dolor y plegarias silenciosas, Ideth se aferraba a la esperanza de que, de alguna manera, encontraría la fuerza y el coraje para estar presente en ese momento de despedida. Aunque separada por las circunstancias, su amor por su hermano trascendía la distancia física, uniéndolos en un lazo eterno que ni siquiera la muerte podía romper.

Con una determinación firme en su alma, Ideth tomó la decisión de despedir a su hermanito, incluso si eso significaba arriesgar su propia seguridad. Consciente de la necesidad de mantener su identidad oculta y protegida, Ideth buscó entre la bolsa apresurada que le hizo su madre, antes de que la lleven al bosque, una tela gruesa y larga que pudiera envolver alrededor de su cuerpo para ocultar sus rasgos y gestos.

Con manos cuidadosas, recogió la tela y la examino con atención. Aunque áspera y desgastada por el tiempo, sabía que sería su mejor aliada para pasar desapercibida entre la gente que asistiría al entierro.

Con la mente y el cuerpo exhaustos por las emociones del día, Ideth buscó un lugar tranquilo entre los árboles para descansar. Envuelta en su tela gruesa y larga, se acurrucó bajo la protección de las ramas del bosque, sintiendo los susurros de las hojas y el murmullo del viento como una canción de cuna que la arrullaba hacia el sueño.

El cansancio pronto la envolvió y lentamente se dejó llevar por el abrazo reconfortante de la oscuridad. Los susurros del bosque la acompañaron en su sueño, envolviéndola en un manto de paz y tranquilidad mientras se adentraba en un mundo de sueños donde el dolor se desvanecía y la esperanza brillaba como una luz en la distancia.

En ese momento de calma y serenidad, Ideth encontró refugio en el regazo de la naturaleza, dejando atrás las preocupaciones y los temores del día para sumergirse en un sueño reparador que la prepararía para enfrentar los desafíos que el nuevo día traería consigo.

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