IVAR
IVAR
Por: kesii87
PRÓLOGO

PARTE I - LA SEMILLA DEL MAL

Mi primer día de clase, en el colegio, fue algo que nunca jamás podré olvidar.

Cuando llegué a aquel feucho pueblo al norte Bergen, pude darme cuenta de que había algo raro en el ambiente. La gente evitaba pasar por el este del pueblo, incluso daba un rodeo si era posible, y solían cuchichear sobre la tranquilidad del lugar, cómo si fuese algo realmente raro.

Papá y yo tuvimos que dejar atrás la capital, y mudarnos a un lugar alejado de los periodistas que querían hacerme preguntas sobre el accidente. Todo el mundo quería saber por qué había sido la única superviviente en el accidente que acabó con la vida de mamá. Pero yo no podía ayudarles, nunca lo haría, pues no podía recordar absolutamente nada.

Así que allí estábamos, después de haber dejado atrás a mis amigas, mi barrio, y a mis abuelos, en un lugar espeluznante al que nadie quería visitar, debido a las horribles habladurías que corrían por el lugar.

Esperé paciente a que papá sacase mi mochila del auto, y sonreí hacia él cuando la colocó correctamente en mi espalda.

  • Ten cuidado – me pidió, dándome un cálido beso en la cabeza, sonreí, y asentí, dándole a entender que lo haría, iría con cuidado.

Me di la vuelta y entré, mezclándome con el resto de alumnos, directa hacia el interior. Ese lugar era raro, la gente iba en grupos, sin dejar de cuchichear, aterrorizada, mirando hacia alrededor, como si temiesen que lo peor de sus vidas llegaría en cualquier momento.

  • ¿Eres la nueva? – preguntó un niño a mi lado, seguido de tres niñas y un niño. Asentí, despacio, sin emitir sonido alguno – Ven con nosotros, Ivar debe estar a punto de llegar.

  • ¿Quién es Ivar? – pregunté, con voz ronca, pues estaba algo resfriada. Me aclaré la garganta, dispuesta a decir algo más, escuchando entonces a una de las chicas.

  • ¿No te han contado la historia? – quiso saber. Negué, pues no tenía ni idea de qué hablaban – Ivar es peligroso, es maligno.

Cuando comenzó a contar la historia, noté un leve escalofrío en la nuca, que me hizo estremecer.

“Hace doce años y medio, la señora Kalahar, desapareció. Todos la buscamos, pues ella era muy querida en este pueblo, era la enfermera más devota que este pueblo ha visto jamás. Había miles de historias, teorías, de dónde pudo haber ido, pero su desaparición en sí fue rara, pues no avisó de que no iba a ir a trabajar, y tampoco se llevó sus maletas. Algunos juraban haberla visto en el porche esa mañana, y justo al volver a mirar, ya no estaba. Era como si la tierra se la hubiese tragado…”

Se detuvo, aquella chica miró hacia el pasillo, donde algunos se apartaban, pegándose a las paredes, aterrados de que él los tocase.

Había un chico entrando en el colegio, caminando por los pasillos, creando un gran revuelo, haciendo que sus compañeros se apartasen de él en cuanto lo veían, aterrados. Sonrió con malicia, con un destello verde en sus ojos, a pesar de que sus ojos eran completamente negros. Era raro, muy raro, y tenía cierto aire demoníaco, que me ponía los pelos de punta.

Pasó de largo, sin tan siquiera percatarse de que lo mirábamos, abriendo la puerta de su clase y entrando en ella.

  • ¿Por qué te has enrollado tanto con la historia? – se quejaba el chico que me había hablado la primera vez – Mira niña – comenzó hacia mí, molesto con todo aquello – sólo tienes que saber que hay algo malo dentro de él, que su madre desapareció misteriosamente y cuando apareció estaba embarazada de tres meses, pero diez días antes de desaparecer, no estaba embarazada, y por supuesto, lo más importante, no mires a sus ojos.

El grupito se marchó entonces, metiéndose en la misma clase que lo hizo el chico extraño, ese al que todos temían. Me encogí de hombros, ignorando aquella estúpida historia, entrando en ella, pues era más que obvio que esa también era mi clase.

Aquello me pareció estúpido, él estaba sentado en el pupitre del centro, y todos los demás a cinco metros de él, rodeándolo, cómo si pensasen que su cercanía pudiese hacerles daño.

  • Buenos días – dijo el maestro, justo detrás de mí, logrando que me asustase y corriese a sentarme, en uno de los pupitres que quedaban libres, junto a la pizarra.7

La clase sobre las flores autóctonas fue interesante, pero yo no podía quitar los ojos de él, que, a diferencia de sus compañeros, lucía tan tranquilo, cogiendo apuntes. Había algo en él, algo extraño, pero en aquel momento no tenía miedo.

Pasaron veinte minutos antes de que dejase de prestar atención al profesor y girase la cabeza para mirarme, como si supiese que yo lo estaba haciendo. En cuanto nuestras miradas se cruzaron, pude comprender las palabras de aquel niño.

“No mires a sus ojos” – resonó en mi cabeza tan pronto como él me miró y me percaté de que el del centro de sus pupilas se esparcía un color verdoso, que se iba aclarando más y más, hasta que estos dejaron de ser negros. Él podía cambiar sus ojos de color. Pero… ¿cómo era posible?

Retiré la mirada en ese justo instante, aterrada, haciendo que el miedo se esparciese por cada poro de mi cuerpo.

El profesor dejó de hablar, pues él acababa de levantarse, mirándolos a todos, desafiante, molesto con la situación, para luego marcharse sin más.

  • Te dije que no le mirases a los ojos – me regañó ese chico, sobresaltándome, haciendo que me diese cuenta de que no estaban lejos de dónde me había sentado.

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