No tenía miedo de estar a su lado, no le temía como el resto del pueblo, no había nada malo dentro de él, solo era diferente al resto. La gente siempre ha temido lo diferente, desde la antigüedad.
Sus ojos se volvía negros, y se convertía en la persona que vivía dentro de él, se convertía en ese ser oscuro que no había tenido opción cuando murió. Era Arr, en cierta forma se sentía como si fuese familia, pues mi madre y él lo fueron, en otra vida. Tan sólo quedaba un interrogante, ¿cómo había muerto ese ser? En los libros que había leído solían decir que los seres oscuros como él eran realmente difíciles de matar.
El resto de los días fueron raros. Puse una pared de distancia entre él y yo, me asustaba que pudiese volver a besarme de esa manera, yo sólo quería ser su amiga, nada más, aún era demasiado joven para pensar en él de esa forma. Tan sólo quería cuidarle, pero no estaba preparada para ver nada más, no quería ver visiones sobre mi madre y Arr de esa manera romántica, y me aterraba ver la muerte de mi tío. Si había sido asesinado, o si había muerto por alguna equivocación… no quería saberlo.Quería ayudarle, pero no de esa manera.Sabía que esto iba a pasar – se quejaba uno de los chicos, mirando de reojo a Ivar – el bicho raro te ha asustado ¿no?No – contesté, porque odiaba que lo llamasen de esa forma – pero no quiero dejar de lado a mis ami
Estaba allí, en el bosque, casi había oscurecido, pensando en qué quizás había hecho mal en ir. Justo iba a arrepentirme y a marcharme a casa, cuando le vi, llevaba una camiseta blanca y unos pantalones negros, y sus ojos eran oscuros. No era Ivar, era Arr, lo reconocí en seguida.¿Qué has hecho con él? – recriminé, molesta. Sonrió, divertido, estallando en carcajadas justo después.¿Qué le has hecho, sobrina? – preguntó, con malicia – Ese chico ni siquiera quiere venir a despedirse de ti.¿Despedirse? – pregunté, con el alma en vilo.Nos marchamos del pueblo esta noche, ¿no te lo ha dicho? – negué con la cabeza, horrorizada – Hay cosas que necesitamos hacer – añadió, al
PARTE II - EL DUENDE OSCURO.En un oscuro valle, tan sólo iluminado por la luz de la luna y las estrellas, un hombre caminaba, con una sonrisa maliciosa en su rostro, llevaba un abrigo negro, zapatos oscuros, e iba dejando el rastro de su aliento cálido en aquella fría noche.Nuestro trato ha terminado – dijo hacia la nada, señalando hacia el corte reciente que tenía en la cara – en tal sólo dos lunas, volverás al lugar del que procedes – añadía, mientras una extraña sombra se levantaba del suelo, formando una figura humana, totalmente de humo, no había nada más bajo ella, no tenía ojos, ni piel – nuestros caminos se separaran ahora.Recuerda – dijo una voz que provenía de la sombra, era oscura y ronca, le pondrían los pelos de punta a cualquiera que la
Cuando terminé la terapia era tarde, incluso habíamos almorzado allí, ya casi había oscurecido, cuando salí, seguida del padre Helge, que se unió diez minutos antes de terminar.Están evolucionando bastante rápido – aseguré, con una gran sonrisa en el rostro – en poco tiempo ya no necesitarán venir – añadí. El padre Ulrick asintió, agradecido, mirando hacia el frente, donde ese joven de antes, arreglaba la caldera del padre Helge. Giré la cabeza, en su dirección, observándole allí, con sus flequillos mojados a causa del sudor, del esfuerzo. Ladeó la cabeza, haciendo que me diese cuenta de que tenía una cicatriz en ese lado del rostro, una que parecía reciente. ¿Cómo se la habría hecho?¿Quién es? – pregunté, sin apenas d
La semana estaba siendo un verdadero incordio, así que aquel viernes, tan sólo quería asistir a mi última sesión grupal e irme a casa, necesitaba escapar a mis pesadillas en mis propios sueños. Entré en la sacristía, más temprano que de lo habitual, descubriendo a ese tipo allí. ¿Por qué no dejaba de encontrármelo en todas partes? Era como si me estuviese siguiendo. Era todo un incordio, sobre todo porque la forma en la que me observaba me ponía de los nervios, me incomodaba. Agarró la sudadera y se levantó del banco, para luego dirigirse hacia mí, sabía que sólo quería salir por la puerta y perderse de vista, pero yo ya estaba harta de ese tipo. Así que tan pronto como lo tuve cerca le agarré de la camiseta y le traje hasta mí, sorprendiéndolo. ¿Por qué estás siguiéndome? ¿eh? – él sonrió, sin poder creer la situación, pero perdió la sonrisa tan pronto como escuchamos pasos dirigiéndose hacia nuestra dirección. Él parecía aterrado con
Salí de la sala de las velas y corrí, dejé atrás la iglesia, el pueblo, hasta llegar a casa de Olaff, donde este cargaba unas cuantas motos en la parte de atrás de su camioneta. Me miró, sin comprender, y se sorprendió aún más cuando le abracé y rompí a llorar, pues yo no solía ser así, nunca le buscaba para eso, siempre era una sola cosa lo que quería de él. Shhh – me calmaba, mientras me daba leves golpecitos en la espalda y conseguía traerme paz – ven, vamos a dar una vuelta – me rodeó con sus brazos, a mi lado, y tiró de mí hacia el parque, dejando atrás su casa, las motos, y a su empleado de medio tiempo. Yo no dije nada, sólo me dejé llevar por él, en aquella oscura tarde, apoyada en su pecho – puedes contar conmigo cuando necesites, ya te dije que podemos ser amigos si lo necesitas, Agatha. Quería hacerlo, abrir todas las puertas de mi mente y contar mis secretos, dejar de callar aquello que me traía oscuridad, desahogarme por un
Él miraba por la ventana de la cabaña del padre Helge, mientras yo le miraba, sin decir nada. Hacía tan sólo una hora que nos habíamos confesado frente a la iglesia, habíamos confesado nuestros sentimientos, y no habíamos hablado demasiado desde entonces. Sé que ahora estás con Olaf – me dijo, sin mirarme aún, mientras yo observaba su espalda. Sólo nos hemos acostado un par de veces – le dije, él sonrió, como si no pudiese creer mi descaro – Lo que he dicho ahí fuera era cierto, sobre mis sentimientos – cerré los ojos, frustrada. Me sentía realmente estúpida en aquel momento – olvídalo, ni siquiera sé que hago aquí – él se dio la vuelta y miró hacia mí, acercándose más y más, hasta detenerse a espaldas del sofá. ¿qué haces aquí, Agatha? – preguntó, sentándose en el sofá – yo también me lo pregunto. ¿Qué se supone que tenía que hacer? – q
No había vuelto a hablar con él, desde que me marché a casa, después de vestirme, dejándole allí, dormido, incapaz de enfrentar la situación. No podía volver a aceptarle, aún tenía demasiado miedo a que volviese a irse, a que volviese a dejarme. El traqueteo del autobús me calmaba, pero al levantar la vista, mis miedos volvieron. Él acababa de entrar y caminaba por el pasillo, deteniéndose frente a mí. ¿por qué estás aquí? – se encogió de hombros, antes de contestar. Supongo que no me apetece caminar – contestó, como si tal cosa, sentándose junto a mí. Le ignoré, por completo. No voy a disculparme por lo de la otra noche – le dije, molesta – cada día deseé que volvieses – él miró hacia mí – y ahora que estás aquí… ni siquiera sé si puedo ser esa persona. Eres esa persona que lo sacrificaría todo por un buen amigo – me cal