PARTE II - EL DUENDE OSCURO.
En un oscuro valle, tan sólo iluminado por la luz de la luna y las estrellas, un hombre caminaba, con una sonrisa maliciosa en su rostro, llevaba un abrigo negro, zapatos oscuros, e iba dejando el rastro de su aliento cálido en aquella fría noche.
Cuando terminé la terapia era tarde, incluso habíamos almorzado allí, ya casi había oscurecido, cuando salí, seguida del padre Helge, que se unió diez minutos antes de terminar.Están evolucionando bastante rápido – aseguré, con una gran sonrisa en el rostro – en poco tiempo ya no necesitarán venir – añadí. El padre Ulrick asintió, agradecido, mirando hacia el frente, donde ese joven de antes, arreglaba la caldera del padre Helge. Giré la cabeza, en su dirección, observándole allí, con sus flequillos mojados a causa del sudor, del esfuerzo. Ladeó la cabeza, haciendo que me diese cuenta de que tenía una cicatriz en ese lado del rostro, una que parecía reciente. ¿Cómo se la habría hecho?¿Quién es? – pregunté, sin apenas d
La semana estaba siendo un verdadero incordio, así que aquel viernes, tan sólo quería asistir a mi última sesión grupal e irme a casa, necesitaba escapar a mis pesadillas en mis propios sueños. Entré en la sacristía, más temprano que de lo habitual, descubriendo a ese tipo allí. ¿Por qué no dejaba de encontrármelo en todas partes? Era como si me estuviese siguiendo. Era todo un incordio, sobre todo porque la forma en la que me observaba me ponía de los nervios, me incomodaba. Agarró la sudadera y se levantó del banco, para luego dirigirse hacia mí, sabía que sólo quería salir por la puerta y perderse de vista, pero yo ya estaba harta de ese tipo. Así que tan pronto como lo tuve cerca le agarré de la camiseta y le traje hasta mí, sorprendiéndolo. ¿Por qué estás siguiéndome? ¿eh? – él sonrió, sin poder creer la situación, pero perdió la sonrisa tan pronto como escuchamos pasos dirigiéndose hacia nuestra dirección. Él parecía aterrado con
Salí de la sala de las velas y corrí, dejé atrás la iglesia, el pueblo, hasta llegar a casa de Olaff, donde este cargaba unas cuantas motos en la parte de atrás de su camioneta. Me miró, sin comprender, y se sorprendió aún más cuando le abracé y rompí a llorar, pues yo no solía ser así, nunca le buscaba para eso, siempre era una sola cosa lo que quería de él. Shhh – me calmaba, mientras me daba leves golpecitos en la espalda y conseguía traerme paz – ven, vamos a dar una vuelta – me rodeó con sus brazos, a mi lado, y tiró de mí hacia el parque, dejando atrás su casa, las motos, y a su empleado de medio tiempo. Yo no dije nada, sólo me dejé llevar por él, en aquella oscura tarde, apoyada en su pecho – puedes contar conmigo cuando necesites, ya te dije que podemos ser amigos si lo necesitas, Agatha. Quería hacerlo, abrir todas las puertas de mi mente y contar mis secretos, dejar de callar aquello que me traía oscuridad, desahogarme por un
Él miraba por la ventana de la cabaña del padre Helge, mientras yo le miraba, sin decir nada. Hacía tan sólo una hora que nos habíamos confesado frente a la iglesia, habíamos confesado nuestros sentimientos, y no habíamos hablado demasiado desde entonces. Sé que ahora estás con Olaf – me dijo, sin mirarme aún, mientras yo observaba su espalda. Sólo nos hemos acostado un par de veces – le dije, él sonrió, como si no pudiese creer mi descaro – Lo que he dicho ahí fuera era cierto, sobre mis sentimientos – cerré los ojos, frustrada. Me sentía realmente estúpida en aquel momento – olvídalo, ni siquiera sé que hago aquí – él se dio la vuelta y miró hacia mí, acercándose más y más, hasta detenerse a espaldas del sofá. ¿qué haces aquí, Agatha? – preguntó, sentándose en el sofá – yo también me lo pregunto. ¿Qué se supone que tenía que hacer? – q
No había vuelto a hablar con él, desde que me marché a casa, después de vestirme, dejándole allí, dormido, incapaz de enfrentar la situación. No podía volver a aceptarle, aún tenía demasiado miedo a que volviese a irse, a que volviese a dejarme. El traqueteo del autobús me calmaba, pero al levantar la vista, mis miedos volvieron. Él acababa de entrar y caminaba por el pasillo, deteniéndose frente a mí. ¿por qué estás aquí? – se encogió de hombros, antes de contestar. Supongo que no me apetece caminar – contestó, como si tal cosa, sentándose junto a mí. Le ignoré, por completo. No voy a disculparme por lo de la otra noche – le dije, molesta – cada día deseé que volvieses – él miró hacia mí – y ahora que estás aquí… ni siquiera sé si puedo ser esa persona. Eres esa persona que lo sacrificaría todo por un buen amigo – me cal
En aquella oscura noche sin luna, el viento movía los árboles, sin cesar, moviendo las hojas aquí y allá, arrancando algunas, llevándolas lejos de su lugar de origen. Hacía frío, mucho más del habitual y había una ligera niebla que no parecía proceder de ninguna parte, bordeando el pueblo, junto al bosque. Una niña con el cabello negro, dos lazos sujetando sus cabellos en un par de coletas, cada una a cada lado de la cabeza, un vestido azul, de época, se encontraba. Tenía una sonrisa maquiavélica en su rostro, con la mirada fija en la iglesia. Su piel era blanca, mucho más blanca de lo que cualquier otra piel pudiese ser, ojeras bajo sus ojos y pequeñas motas de ceniza en sus mejillas. Aquel cuerpo humano no estaba echo para aguantar el espíritu de un dios, y eso dejaba una marca, justo las que se estaban formando en su delicada piel, quemándola. Debía encontrar un recipiente apropiado, había luchado mucho por estar donde estaba, no pod
Desperté en el sofá del padre Helge, pero no era él quién estaba allí, luciendo preocupado, mientras daba vueltas por la habitación, sin tan siquiera darse cuenta de que estaba despierta. Justo iba a hablarle, para que notase mi presencia cuando me percaté de que tenía unas marcas de quemadura en mis muñecas. De hecho, si las tocaba, me dolían. ¿Qué…? – comencé, sin comprender. Él se percató entonces, de mi presencia, sorprendiéndose - ¿qué es esto? – se miró las manos, tragó saliva, y luego se sentó en el sofá, junto a mí, justo cuando yo me sentaba, y miraba hacia él, sin comprender. Arr me avisó de que algo así podría suceder – me dijo. Le miré, sin comprender. Intenté agarrar su brazo, pero él se echó hacia atrás. Le miré, sin comprender – no podemos tocarnos, Agatha. ¿Qué? – pregunté, con incredulidad - ¿cómo…? Tuve que llamar al pa
PARTE I - LA SEMILLA DEL MALMi primer día de clase, en el colegio, fue algo que nunca jamás podré olvidar.Cuando llegué a aquel feucho pueblo al norte Bergen, pude darme cuenta de que había algo raro en el ambiente. La gente evitaba pasar por el este del pueblo, incluso daba un rodeo si era posible, y solían cuchichear sobre la tranquilidad del lugar, cómo si fuese algo realmente raro.Papá y yo tuvimos que dejar atrás la capital, y mudarnos a un lugar alejado de los periodistas que querían hacerme preguntas sobre el accidente. Todo el mundo quería saber por qué había sido la única superviviente en el accidente que acabó con la vida de mamá. Pero yo no podía ayudarles, nunca lo haría, pues no podía recordar absolutamente nada.Así que allí estábamos, después de haber dejado atr&aac