En ese momento, las sombras de sus preocupaciones parecían desvanecerse; su amor era tan grande y puro que parecía que podían lograrlo todo.
—Pero, cariño, mira, estás todo vendado, y cuando me duermo, siempre termino encima de ti. Me acostumbraste muy mal —Cristal hizo pucheros mientras le reprochaba eso.—No lo hice; me gusta que duermas encima de mí, cielo —y metió su cabeza entre los senos de Cristal, quien se sonrojó por completo.—¡No hagas eso, cariño! —exclamó, tratando de apartarse.A pesar de que deseaba continuar con esa intimidad, Cristal sabía que no podían hacerlo mientras él estuviera herido. Gerónimo, todavía sentado en la cama, no dejaba que Cristal, que se encontraba entre sus piernas, se alejara.—¿Por qué no? —preguntó, volviendo a hundir su rostro en el pecho dEl doctor Luigi, con ayuda de Enzo, rápidamente comenzó a examinar a Cristal, con el rostro lleno de concentración y preocupación.—No, tío, revísala aquí mismo. Cielo, amor, Cielo, despierta —la llamó aterrorizado por primera vez en su vida Gerónimo, haciendo que todos lo miren.Luigi guardó silencio ante la mirada de terror de Gerónimo y, ayudado por Enzo, buscaron entre la espesa cabellera de Cristal hasta encontrar una leve herida. El tiempo parecía haberse detenido. La familia permanecía inmóvil, esperando, temiendo.El profundo amor que unía a Gerónimo y Cristal subrayaba la urgencia de cada segundo que pasaba, mientras Luigi atendía a Cristal con la dedicación propia de alguien que sabía que cada vida era preciosa y única.—No es nada, la bala solo le rozó —dijo al fin—.
Stavri observaba a su hija con sorpresa y orgullo. La transformación de Cristal a través de las pruebas y luchas recientes era innegable. La joven que había dejado su hogar inocente y despreocupada había regresado con una voluntad y determinación renovadas. —¿Le diste dos cachetadas? ¡Ja, ja, ja! Eso es mi Cielo, tienes que defenderte. Ni ella ni nadie tiene el derecho de ofender a mi señora —rió Gerónimo, feliz al ver a Cristal molesta y decidida a defender su lugar como esposa. —A lo mejor por eso me mandó a matar. ¿No crees? —preguntó Cristal. —Puede ser, Céu mío —estuvo de acuerdo Gerónimo—. También cabe la posibilidad de que haya quedado algún familiar de ese viejo que eliminó tu papá y que quería que fueras suya. —No creo, mi yerno —
Gerónimo asintió, tomando ambas manos de Cristal entre las suyas. Su mirada no solo prometía amor, sino también una protección incuestionable. En ella se reflejaba no solo un hombre enamorado, sino un estratega dispuesto a enfrentarse al mismísimo infierno por ella.—Lo primero será mantenernos unidos —agregó Gerónimo con calma—. No podemos darnos el lujo de perder ni un segundo más pensando en lo que pudo ser. Ahora es el momento de concentrarnos en lo que debe ser.Stavri lo escuchaba de pie, con los brazos cruzados, como reflejo de un pensamiento siempre calculador. Cristal la conocía bien y sabía lo que significaba aquel gesto.—¿Qué estás pensando, mamá? —preguntó al notar el silencio de Stavri.—Que Gerónimo tiene razón —dijo finalmente Stavri—. Los Greco y los Garibaldi han deci
El Greco pasó la mano por su cabello, con una expresión que combinaba incredulidad y furia. Fabrizio lo miraba, esperando una respuesta sin apresurarse. Sabía muy bien lo que significaba que intentaran matar a uno de los suyos, especialmente a su preciosa hija. Había estado en su lugar muchas veces.—Mi ex socio Evripídes ha convencido a la mitad de mis hombres y, según el espía, han estado hablando de dar un golpe donde más me duela —explicó finalmente el Greco—. Y eso son mis hijos. Están apuntando a mis hijos, Fabrizio.—Está bien, le diré a Fabio y Carlos que pongan a todos nuestros hombres en alerta —respondió Fabrizio de inmediato, decidido a ayudar a su nuevo socio y a su familia—. Pero tenemos un serio problema. ¿Cómo sabremos quiénes están contigo y quiénes no?—Deja que lo solucione con mi segundo, Fabrizio —respondió el Greco rápidamente—. Es cierto, es un poco complicado. Te avisaré cuando sepa; por ahora, que tus hombres sigan comportándose de manera hostil con los míos,
El bullicio frente al lujoso hotel se dividía entre murmullos, risas y exclamaciones, pero nada, absolutamente nada, podía competir con la imagen de una mujer vestida de novia corriendo descalza, con las faldas de su vestido arremolinadas en sus manos. Su largo velo vuela al aire, mientras ella gira la cabeza hacia atrás, para ver si la persiguen, en lo que su mente le repite una y otra vez que debe escapar, ¡debe huir ahora o no podrá! —¡Detente, amor! ¡Detente…! ¡Me iré contigo, amor, me iré contigo…! —gritó con todas sus fuerzas. Sus palabras cortaron el aire como un impacto directo al pecho de cualquiera que la escuchara. Era un grito de auxilio, un llamado que parecía contener toda la fuerza de quien quiere salvar su vida o… recuperar algo que no quiere perder. —¡No me dejes…! ¡No me dejes…! ¡No me casaré con otro que no seas tú…! —gritó de nuevo. Cortando la monotonía del lugar—. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Espera por mí! La multitud, que al principio apenas prestó atención, no p
La claridad de la ventana hace que abra sus ojos. Está solo en el hotel que reservaron el día anterior para la celebración de su graduación, sin saber cómo regresaron ni a qué hora.—¡Diantres! ¿Por qué tuve que beber tanto ayer? Me mata la cabeza —dice mientras rebusca en la maleta un calmante. La resaca es muy grande, no recuerda apenas nada. Se dirige, después de tomar la pastilla, al baño y se mete en la ducha dejando que el agua bien fría lo ayude a despertar. Tras un rato se siente un poco mejor. Sale y empieza a prepararse para afeitarse cuando algo en su dedo llama su atención. Sí, es un anillo de matrimonio. Y las imágenes de la mujer más bella que ha visto en su vida diciéndole, ¡sí acepto!, en una ceremonia de boda, llegan a su mente.—¡¿Con quién diablos me casé?! —pregunta desesperado, gritando a todo pulmón mientras abandona el baño. Busca respuestas mientras revisa su cama, por si acaso, pero no, no hay nadie en ella. Sale corriendo por la habitación, incapaz de calmar
El peso del vestido es lo primero que siente antes de abrir los ojos. La seda roza su piel y el corsé aprieta su cintura. No necesita mirar para saber que todavía lo lleva puesto. Su cuerpo está rígido, como si la tela fuera una prisión que le niega el aliento. Su cabeza le estalla de un dolor tan intenso que parece imposible soportarlo. Abre los ojos y la claridad hace que los cierre de golpe, dejando escapar un leve quejido. Vuelve a intentarlo, esta vez despacio, hasta que su vista se aclara. Mira alrededor y reconoce el lugar de inmediato: su pequeño apartamento número dos. Ese refugio secreto que su hermano le compró tiempo atrás, para esos momentos en los que todo se desmoronara y tuviera que desaparecer. ¿Cómo vino a parar ahí? La pregunta retumba en su mente confusa mientras intenta desenredar sus últimos recuerdos. Se sienta en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, buscando alivio.—¡Dios, cómo me duele la cabeza! —exclama, mientras su respiración intenta ac
Cristal se lleva una mano a la boca, luchando por controlar el temblor que amenaza con delatarla. ¿Introducirlo en mi familia? Su mente intenta procesar lo que escucha mientras el diálogo avanza cada vez más descarado. —Fue una suerte que descubrieras que era la sobrina del jefe de esa organización en Roma —continúa Jarret con tono triunfal—. ¿Te das cuenta? Tiene un gran territorio, Estela. ¡Es exactamente lo que necesito para consolidarme! —Sergio, si tu papá se entera de esto, te va a volver a castigar —le advierte Helen con dulzura, como si quisiera protegerlo de sí mismo—. ¿No recuerdas lo que te hizo la última vez que cometiste una locura por otra chica? ¿No te basta conmigo? —¡No me importa lo que me hizo! —ladra él, perdiendo todo rastro de control—. ¡Todos se lo merecían! ¡Rechazarme a mí, a mí! ¿Sabes quién soy? Me da igual lo que digan o piensen. Cristal sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Cada palabra que salía de la boca de Jarret era como una daga c