Cristal intentó sostener su mirada, pero su inquietud era más fuerte y terminó desviando los ojos hacia las sombras que se proyectaban en los alrededores. Parecía que temía que alguien, algo, la encontrara en aquel momento. Cada vez que pensaba en su familia, en las implicaciones de su pasado, la incertidumbre se le agarraba al pecho como un nudo imposible de deshacer.
Gerónimo, cuya paciencia y amor parecían hechos de acero templado, no necesitó oír más. Extendió su brazo con naturalidad y la atrajo hacia sí, abrazándola con una calidez que no dejaba espacio para dudas. —Cariño, lo vamos a resolver, te lo prometo —le susurró al oído, presionándola ligeramente contra su pecho. En cada palabra buscó impregnarse de la seguridad que sabía que ella necesitaba tanto como el aire. Pero Cristal no halló cGerónimo se quedó sin palabras, el peso emocional de aquella confesión derrumbando cualquier idea que su mente hubiera intentado estructurar. Sus manos, firmes, la atrajeron aún más contra su pecho. Sabía que Cristal hablaba desde un lugar profundo, donde los sentimientos eran honestos y crudos, y él podía sentir cómo esas palabras se grababan en su alma. —¡Oh, cielo mío! —logró decir finalmente, lleno de emoción—. Yo también te amo, de la misma manera o incluso más. Y también te digo lo mismo, mi amor: no importa lo que haga o diga, por ti soy capaz de todo, de cualquier cosa. Me mirarás a los ojos, cielo, y entenderás la verdad. Así sabrás siempre que mi amor por ti es eterno. Te amo, cielo. Te amo. Se fundieron en un beso apasionado, profundo, lleno de promesas que ambos sabían que intentarían cumplir incluso en los momentos más oscuros. Sus brazos se entrelazaron como si con ese acto intentaran sellar una burbuja invisible que los protegiera del mundo ext
La pregunta de Cristal quedó flotando entre ellos, cargada de una ingenuidad que, lejos de restarle profundidad, demostraba lo sincero de sus intenciones. Gerónimo, sin embargo, la consideró al instante con la seriedad adecuada. Había aprendido que con Cristal lo inocente casi siempre llevaba una capa de expectativas más profundas. —¿Quieres decir que no los bautizaremos hasta que sean adultos? —preguntó ella, con curiosidad y un leve atisbo de preocupación. La idea parecía lógica, práctica incluso, pero sabía perfectamente lo difícil que sería plantearla frente a su familia, especialmente a sus padres—. No lo sé, amor. Lo pensaré, aunque tal vez, tal vez, no me molestaría pasarme a tu religión. Gerónimo negó con suavidad, acariciando el rostro de su esposa con ternura y serenidad. Cada palabra que pronunciaba para ella llevaba una intención firme, como buscando cimentar la confianza que Cristal necesitaba tanto como el aire que respiraba. —Cielo,
Gerónimo sonrió levemente, no por burla, sino por lo mucho que le gustaba esa parte de Cristal que no descansaba hasta juntar cada fragmento de una historia. Mientras hablaba, enrolló con cuidado un mechón del cabello dorado y ensortijado de ella en sus dedos, enredándolo y desenredándolo con un gesto distraído pero cargado de cariño. —Pues ya sabes cómo termina todo esto —respondió, arrastrando las palabras con cierta resignación—. Durante años, estuvo todo bajo control. La Cosa Nostra logró organizar una división de territorios y establecer ciertos convenios que mantuvieron la paz durante un buen tiempo. No es perfecto, pero funcionó, hasta hace unos años. Hizo una pausa; su mirada volvió a perderse en el horizonte. Había algo en la forma en que evitaba mirar directamente a Cristal que anticipaba lo que diría después. —Mis abuelos fueron asesinados —soltó finalmente, y a pesar de lo calmado de su tono, la frase quedó suspendida en el aire como u
Gerónimo no dudó ni un segundo. Sus brazos rodearon su cuerpo, más firmes que nunca, como si aquellas palabras fueran un juramento grabado en piedra. —Nada, amarte, defenderte, cuidarte —dijo, como si fuera una promesa eterna. La estrechó contra su pecho, dejando que su fuerza se convirtiera en refugio y que ninguno de sus miedos pudiera atravesar esa muralla de amor que había construido para ella. Después, con un movimiento firme, la subió encima de su cuerpo y la besó con una pasión que le robó el aliento. Cristal cerró los ojos, dejando que el mundo se desvaneciera a su alrededor. En aquel instante solo existían ellos dos, y ella sabía que, a pesar de todos los problemas que los rodeaban, su felicidad con él era más grande que cualquier cosa que alguna vez hubiese imaginado. Esa certeza que le llenaba el pecho no la dejaba dudar. Aunque a veces sentía que los problemas la asfixiaban, estar entre los brazos de Gerónimo siempre era su salvación.
Miró a su alrededor, buscando aferrarse a cada detalle. Las velas parpadeaban delicadamente, bañando todo el espacio con una luz cálida. Los pétalos de rosa formaban un corazón impecable en el suelo donde estaban parados, y los globos rojos flotaban como guardianes discretos de su momento. Pero más allá de todo ese decorado perfecto, lo que realmente la impactó fue el amor que fluía desde Gerónimo, el hombre que había transformado su vida. No pudo detenerse. Con lágrimas rodando por sus mejillas y una sonrisa que casi dolía de lo amplia, extendió su mano temblorosa hacia él. —¡Sí quiero! ¡Quiero, amor! —exclamó, dejando que esas palabras salieran sin filtros, tan honestas como su corazón palpitante. La mirada de Gerónimo brilló con una felicidad que pocas veces había mostrado. Tomó la mano de Cristal con reverencia y deslizó el anillo en su dedo, como si aquel gesto simbolizara la unión eterna de sus almas. Se puso de pie con agilidad, envol
Escucharla decir aquello fue como alimentar un fuego en el alma de Gerónimo, un calor que ascendía hasta cada rincón de su ser. Una especie de plenitud quemaba en la profundidad de sus ojos. Sentía que en sus manos tenía todo lo que había imaginado alguna vez: una mujer que encajaba en cada rincón de sus sueños, alguien que era suya en cuerpo, mente y corazón. Gerónimo la miró como un hombre que contempla una joya única, sabiendo que nunca nadie podría arrebatarle ni comprender. Detuvo sus besos por un momento, recorriendo cada ángulo de su rostro, memorizando cómo la luz danzaba sobre su piel. Respiró profundamente, como si intentara grabar en su memoria aquel instante donde todo en su universo parecía alinearse antes de decir: —Desnúdate para mí, cielo. —Me da pena —dijo ella, cubriéndose con sus manos. Se veía tan adorable que Gerónimo no pudo resistir la necesidad de sonreír. La estrechó nuevamente entre sus brazos, como si q
Ella, al escucharlo, termina de quitarse el short para luego avanzar contoneándose hasta estar muy cerca. Se gira en el último momento, tensa sus piernas al tiempo que se inclina hasta el piso, dejándole ver la hermosa vista de su bien formado trasero. —¡Rayos, cielo! —exclama sin poder contenerse—. ¿Quién te enseñó a hacer eso, mi cielo? Me estás volviendo loco. Cristal ríe satisfecha de lo que ha logrado con su esposo. Gerónimo intenta ir hasta donde ella se encuentra, pero de pronto ella arquea su cintura y se pone de pie, alejándose. Luego se pone en cuatro patas y avanza como una felina a su encuentro, sin dejar de mirarle y pasar su lengua por sus labios. Llega, le saca su miembro del bóxer ante su completa sorpresa. Se suponía que la iba a enseñar, y ella ha demostrado que no es tan ingenua como él pensaba. Cristal comienza a lamerlo como si fuera el mejor helado que existe, pero enseguida se da cuenta de su inexperiencia, por lo que él empieza a guiarla. La ay
Coral se despierta en medio de un terror que le roba el aire. Todo está oscuro, como si la noche misma se hubiera apoderado de la habitación y la envolviera con sus garras sombrías. Está desorientada, con el corazón latiendo frenético, perdido entre las tinieblas que nublan su mente. Se sienta en la cama con movimientos torpes, se abraza intentando encontrar consuelo en sí misma, una protección que no consigue. Mientras su respiración se convierte en jadeos desesperados, busca a alguien entre las sombras, alguien que debería estar allí pero no está. —¡Vicencio...! ¡Vicencio...! ¿Dónde estás...? ¡Vicencio...! —El grito desgarrador rompe el silencio y llena la habitación de eco, como si llamara a un fantasma. Coral lo llama una y otra vez, en un espiral que parece ahogarla desde la esquina de su cama. Su voz carga un dolor crudo, una desesperación que no entiende. De repente, la puerta se abre con rapidez. Una figura se mueve en la penumbra y viene corriendo hacia ella, los pasos ap