100. UNA MADRE

Maximiliano permanecía en silencio, jugando con el borde del mantel mientras los sonidos cotidianos de la cocina parecían amplificarse con el peso de sus pensamientos. Podía sentir la mirada de Stavri, pesada como un juicio, aunque cargada de esa peculiar mezcla de ternura y determinación que solo su madre era capaz de expresar sin decir una palabra.

—Siempre tienes un plan, ¿verdad? —preguntó él, con admiración y escéptica incredulidad.

—Siempre —respondió Stavri sin vacilar—. Sobre todo si es por la felicidad de mis hijos.

¿Pero qué significaba realmente? ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar por aquella felicidad que defendía con tanta convicción? Maximiliano no era tan ingenuo como para no sospechar que detrás de los ojos verdes de su madre se tejía una narrativa mucho más compleja de lo que ella dejaba entrever. Esto no era una simple cuestión de sueños.

—Mamá, no necesitas hacer esto sola —dijo de repente, rompiendo el silencio.

—¿Sola? —repitió Stavri, aún sin mirarlo—. Maxi,
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