El capo dio un paso atrás. Inspiró hondo mientras miraba a Jarret con una mezcla de desdén y advertencia definitiva.
—¡Olvídate de mi sobrina! ¡Ella es una mujer casada! Y aunque no lo fuera, nunca permitiría que alguien como tú estuviera con ella. Olvídala; créeme, es lo mejor para ti. —Estaba aniquilando cualquier esperanza que Jarret pudiera haber guardado.Lentamente, bajó el arma, alejándose mientras mantenía su omnipresente aura de amenaza. Sin voltear del todo, añadió con un sarcasmo casi burlón:—No te preocupes, querida, hoy no te mancharé la alfombra. Pero si este idiota vuelve a aparecer por aquí, ten por seguro que te compraré una nueva.El joven, aún con esa sonrisa arrogante que tanto resaltaba el linaje al que pertenecía, se dirigió a Jarret con un tono apabullante, cargado dMaximiliano permanecía en silencio, jugando con el borde del mantel mientras los sonidos cotidianos de la cocina parecían amplificarse con el peso de sus pensamientos. Podía sentir la mirada de Stavri, pesada como un juicio, aunque cargada de esa peculiar mezcla de ternura y determinación que solo su madre era capaz de expresar sin decir una palabra.—Siempre tienes un plan, ¿verdad? —preguntó él, con admiración y escéptica incredulidad. —Siempre —respondió Stavri sin vacilar—. Sobre todo si es por la felicidad de mis hijos.¿Pero qué significaba realmente? ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar por aquella felicidad que defendía con tanta convicción? Maximiliano no era tan ingenuo como para no sospechar que detrás de los ojos verdes de su madre se tejía una narrativa mucho más compleja de lo que ella dejaba entrever. Esto no era una simple cuestión de sueños.—Mamá, no necesitas hacer esto sola —dijo de repente, rompiendo el silencio.—¿Sola? —repitió Stavri, aún sin mirarlo—. Maxi,
Jarret, al ser expulsado de la casa de los padres de Cristal, maldecía una y otra vez. No podía creerlo, se negaba a aceptar las palabras que acababan de arrojarle como una bomba imposible de esquivar. Cristal no podía haberlo engañado. Todo este tiempo, él había estado completamente alerta, vigilándola, asegurándose de que nada ni nadie pudiera acercarse a ella. Cristal no se reunía con hombres, ni siquiera tenía amigos que fueran varones. Él se había ocupado de eso desde el principio, ahuyentándolos uno a uno. Entonces, ¿quién demonios era ese chico al que ella le gritaba que lo amaba? La escena seguía reproduciéndose en su mente como una cinta rota: las palabras de Cristal llenas de una pasión inconcebible, su rostro iluminado por un fuego que él nunca había presenciado. "No me casaré con nadie más", le había gritado a aquel tipo, mientras este extendía los brazos como si hubiese estado esperando por ella durante siglos. Jarret se mordía el interior de las mejillas, intentando c
Ese comentario hirió más de lo que Jarret estaba dispuesto a admitir. Sus dientes chirriaron al apretar la mandíbula, pero se obligó a mantenerse firme. —No tienes idea de lo que estás hablando —replicó—. Cristal y yo estamos destinados a casarnos. Hay cosas que tú no entiendes… cosas que no tienen nada que ver contigo. Así que, si sabes algo útil, dilo de una vez. Está bien, compraré este auto, si me dices dónde la dejaron. Guido alzó las cejas, fingiendo sorpresa, aunque sus gestos no parecían tomarse a Jarret en serio. —¿Estás seguro? Ese auto vale mucho dinero —le advirtió, pero sin mucha insistencia. —Puedo darme ese lujo —contestó Jarret con arrogancia. Lo detiene Jarret, que odia que lo traten como un pordiosero que no puede pagar un auto. Su padre tiene mucho dinero, así que esto no le hará mucha mella en el bolsillo, piensa. Será su regalo de graduación y boda cuando le digan algo. Se comportó bien, por lo que se lo merece. —Está bien, te lo diré —aceptó Guido, re
Mientras estaba en la oficina, Filipo repasaba meticulosamente los documentos del auto que supuestamente Jarret estaba dispuesto a comprar. Lo hacía con una precisión casi irritante, dejando que el silencio se extendiera entre ambos, salvo por el leve crujir del bolígrafo al deslizarse sobre el papel. Jarret, incómodo con aquella atmósfera tensa, paseaba la vista por las fotografías que decoraban las paredes. Eran imágenes llenas de movimiento y adrenalina, momentos capturados en plena gloria de las carreras de alta velocidad organizadas por la familia Garibaldi. Era inevitable que la curiosidad se apoderara de él.—¿Hacen carreras de autos? —soltó al azar, intentando romper el hielo, pero sobre todo buscando darle más fluidez a la conversación para recoger piezas sueltas de información.—Sí, hacemos carreras profesionales y también p
Filipo lo ve alejarse y no le gusta para nada. Siempre ha tenido una buena vista para leer a las personas, y este Jarret no le parece una buena persona; mandará a vigilarlo. Tiene que avisarle a Gerónimo, piensa mientras saca su teléfono.—¿Dónde estás, primo? —pregunta en un susurro.—Llegando a la cabaña —responde Gerónimo.—Pues quédate allá un tiempo —le ordena firme—. El ex prometido busca a tu mujer y no creo que con buenas intenciones. ¿Cómo están las cosas con ella?—Después de que se enteró de quién soy, no muy bien —confiesa Gerónimo; entre ellos no existen secretos.—Eso es lógico —hace una pausa antes de decir—. Bueno, estás de vacaciones. Si te necesito, te llamaré. Disfruta, hermano.Mientras tanto, en el centro de Roma, en la habi
Cristal, entonces, abre los ojos despacio, incorporándose para mirarlo directamente. En su mirada hay algo diferente, una urgencia que atraviesa cualquier intento de consuelo. —No, Gerónimo, no ha pasado —afirma, llena de determinación—. Todavía hay cosas que debemos arreglar con urgencia, y vas a tener que ayudarme. O no sé si lo tendrán que hacer mis padres...Gerónimo siente un escalofrío recorriéndole la espalda, pero en lugar de contestar, simplemente la observa un instante más, intentando descifrar la magnitud de lo que ella está pidiendo. Sabía que esto no había terminado. La sombra del pasado... ese pasado, seguía persiguiéndola con ferocidad.—¿A qué te refieres? ¿Tus padres qué tienen que hacer? —pregunta Gerónimo, clavando la mirada en su esposa, intentando descifrar lo que ella guar
El bullicio frente al lujoso hotel se dividía entre murmullos, risas y exclamaciones, pero nada, absolutamente nada, podía competir con la imagen de una mujer vestida de novia corriendo descalza, con las faldas de su vestido arremolinadas en sus manos. Su largo velo vuela al aire, mientras ella gira la cabeza hacia atrás, para ver si la persiguen, en lo que su mente le repite una y otra vez que debe escapar, ¡debe huir ahora o no podrá! —¡Detente, amor! ¡Detente…! ¡Me iré contigo, amor, me iré contigo…! —gritó con todas sus fuerzas. Sus palabras cortaron el aire como un impacto directo al pecho de cualquiera que la escuchara. Era un grito de auxilio, un llamado que parecía contener toda la fuerza de quien quiere salvar su vida o… recuperar algo que no quiere perder. —¡No me dejes…! ¡No me dejes…! ¡No me casaré con otro que no seas tú…! —gritó de nuevo. Cortando la monotonía del lugar—. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Espera por mí! La multitud, que al principio apenas prestó atención, no p
La claridad de la ventana hace que abra sus ojos. Está solo en el hotel que reservaron el día anterior para la celebración de su graduación, sin saber cómo regresaron ni a qué hora.—¡Diantres! ¿Por qué tuve que beber tanto ayer? Me mata la cabeza —dice mientras rebusca en la maleta un calmante. La resaca es muy grande, no recuerda apenas nada. Se dirige, después de tomar la pastilla, al baño y se mete en la ducha dejando que el agua bien fría lo ayude a despertar. Tras un rato se siente un poco mejor. Sale y empieza a prepararse para afeitarse cuando algo en su dedo llama su atención. Sí, es un anillo de matrimonio. Y las imágenes de la mujer más bella que ha visto en su vida diciéndole, ¡sí acepto!, en una ceremonia de boda, llegan a su mente.—¡¿Con quién diablos me casé?! —pregunta desesperado, gritando a todo pulmón mientras abandona el baño. Busca respuestas mientras revisa su cama, por si acaso, pero no, no hay nadie en ella. Sale corriendo por la habitación, incapaz de calmar