Una hora después, cuando el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, llegaron al poblado de Esso, la capital de la etnia Even, ubicada a unos quinientos kilómetros de la ciudad Petropávlovsk-Kamchatski, el centro político y económico de Kamchatka.Bajaron en el helipuerto y enseguida los trasladaron a las cabañas dispuestas para el grupo.Gracias a los buenos contactos que habían logrado por intervención de los Evenki, tribu que los ayudó a establecerse en el volcán y eran como una especie de «primos lejanos» de los Even, consiguieron con facilidad el apoyo de ese poblado que no superaba las dos mil personas.Además de los Even, en Esso habitaban los kamchales, personas que resultaban de la mezcla de antiguos cosacos rusos y nativos de las etnias propias de la región, todos ellos los recibieron con total emoción dejándolos en hogares bien equipados donde nada les faltaba.Alexey apenas puso un pie en la casa se degustó con la enorme bandeja de piroshki, empanadas rusas rellen
Natasha dejó a Alexey recostado en su cama y fue a su habitación en busca de los aceites balsámicos que tenía. No solo la preocupación se albergaba en su pecho, sino una irrefrenable emoción.Tocaría de nuevo el cuerpo de piel suave y músculos duros y definidos de Alexey, tendría el placer de recorrer con sus manos esa anatomía fuerte y sedosa, por la que suspiraba en secreto.Esa idea la llenó de una alegría súbita que la hacía sentirse dichosa, pero también, presa de un deseo que poco podía controlar.Tenía miedo de perder el control, de olvidar la promesa que se había hecho a sí misma de evitar que alguien más cayera dentro de su mundo condenado, signado por la culpa y los errores, pero no podía impedirlo.Aquellas atenciones que tendría con Alexey sería lo más cercano a una intimidad física con él, no podía ir a más.Mientras hurgaba en su maleta, recordó la época en la que era una chica normal, abandonada por su padre y huérfana de madre, a quien la familia de Alexey había dado r
Natasha repartió su atención entre el cuerpo sin desperdicios de él y su cara de niño necesitado.Anhelaba amarlo con locura, saturarlo de atenciones, llenarle de nuevo el alma de todas esas emociones que le habían robado y hacerlo tan feliz como lo fue en el pasado.Amaba al Alexey de ahora, tanto como al de antes, y sabía que regresándole su paz, él volvería a ser el hombre despreocupado y rebelde del que ella se había enamorado.Cuando al fin tuvo el aceite caliente en sus manos, se inclinó hacia Alexey para extenderlo en su espalda con movimientos deslizantes, largos y uniformes, haciendo un poco de presión desde la parte baja de su espalda hacia el corazón, imitando el flujo sanguíneo para luego bajar de nuevo a través de los costados.Él emitió un gemido involuntario que a ella la hizo estremecer de nuevo, creando un tsunami de emociones en su vientre que humedeció sus partes íntimas.—¿Estás bien? Si sientes algún dolor…—Si paras te odiaré toda la vida —suspiró él con los ojos
Natasha tuvo que poner en práctica sus trucos hipnóticos para hacer dormir a Alexey y librarse de su ardiente atracción. Si le seguía el juego, terminaría enredada entre sus brazos, un sitio del que no saldría nunca.A la mañana siguiente, ella despertó con un fuerte sentimiento de culpa. Su egoísmo comenzaba a rozar límites.Le negaba a Alexey el placer que él tanto buscaba, pero también, le impedía alejarse de ella. No cedía de ninguna manera y lo peor era que entendía que si continuaba comportándose de esa forma, alguno de los dos saldría seriamente lastimado.—Me volviste a jugar sucio, brujita.Se sobresaltó dejando caer sobre la encimera la taza donde pretendía servirse un poco de té. Para su suerte, el objeto ni siquiera se astilló.Alexey había aparecido de forma repentina en la cocina, aproximándose mucho a ella sin que lo notara, y le habló al oído con una voz cálida y envolvente que tiraba abajo cada una de sus barreras.—No hagas eso, sabes que no me gusta —se quejó, contr
Sus malas decisiones las pagó con la sangre y con la vida de varios de los que habían confiado en él. Alexey no podía repetir esos errores. No iba a ser como Ezael.Los humanos, a diferencia de los demonios y de los disciplinados ángeles, no tenían que vivir en medio de carencia y limitaciones para servir como un ejército eficiente.Los humanos tenía emociones, y si estas no estaban equilibradas, ellos jamás funcionarían con efectividad.Mudarse a ese pueblo para garantizar algunas comodidades le daría a su gente seguridad de espíritu. De esa forma, estarían dispuestos para la batalla.Ahora le faltaba conseguir los recursos que avalaran un buen entrenamiento y para eso se dirigía de nuevo a la agreste tundra, en busca de ese «algo» que podía ofrecerles a Drake y a Borya para unirse.—¡Yuri! ¿Cómo llevas la herida? ¿Caminas bien?Un sujeto alto, de piel negra y cuerpo robusto se apartó de las cajas que supervisaba dejando que dos jóvenes Even las llevaran hasta el helicóptero apostado
Alexey alzó sus binoculares y vio que intentaban mover unos de los carros. Sintió una gran curiosidad por saber a dónde lo dirigirían.—¿Cruzaran la montaña con él arrastras? —indagó Ivanov sin dejar de vigilar.Alexey comenzó a estudiar el suelo, siguiendo las marcas de los carros marcadas en la nieve. Fue así como pudo notar algo inusual en el paisaje.A simple vista, por culpa de la blancura uniforme de la nieve, no se advertía que una de las colinas tenía una especie de corte horizontal, como si un brazo de tierra y piedra sobresaliera de ella hacia un lateral.Quizás, era la entrada a una cueva natural o una perforación hecha por manos humanas. La nieve hacía que todo el espacio se viera igual, blanco, sin que el ojo humano, sin verdadera atención, notara la diferencia.Era evidente que allí escondían las cajas.—Bien, este es el plan —dijo y enseguida se giró hacia el grupo para explicarles la manera en que burlarían la seguridad de ese campamento y se introducirían en esa cueva
Natasha se dirigió a la banya ubicada en un lateral del patio de la cabaña. Aquella construcción era una versión rusa del sauna, que algunos lugareños se daban el placer de tener en sus casas.Ella no quiso desaprovechar aquel pequeño lujo. No se daba un cariñito desde hacía más de año y medio, cuando entró en las filas de Ezael.Si no disfrutaba de la vida, entonces, ¿para qué luchaba por conservarla?Desde hacía una hora había encendido la estufa abierta que reinaba en el centro del cuarto de madera y calentaría las piedras volcánicas, y las hierbas, que ella ya había dispuesto.Se quitó la bata dejándola cerca de la puerta, junto con sus botas y su espada. En esos saunas era común estar desnudo, pero ella se había dejado puesta la ropa interior, aunque eligió la más diminuta y de tela más delgada.Vivía con miedo desde hacía mucho tiempo, con temor a ser atacada de forma repentina, por eso no dormía desnuda y cuando se bañaba, siempre tenía su ropa y un arma a la mano para defender
Una hora después, Natasha estaba en la cocina terminando el emplatado de unas shashlik, brochetas marinadas de carne de vaca y pollo asadas con jugo de limón, aceite de oliva y otras especias, que acomodaba sobre una cama de ensalada de lechuga y tomate como si fuera a presentársela a algún zar ruso.Aún estaba súper nerviosa y canalizaba su inquietud con la delicada presentación del plato.—¡¿Cómo ha estado el día?!El saludo repentino y brusco de Alexey casi le hace tirar la comida al suelo. Se giró para regañarlo con la mirada, conmoviéndose con su sonrisa infantil de «no he hecho nada malo».El chico se apartó hacia la tía de Natasha para saludarla también, la mujer se hallaba sentada en un rincón de la habitación desbaratando cortezas en un bol. Como respuesta, le torció los ojos con desprecio y lo ignoró.—¿Hoy desbordamos alegría? —aportó con socarronería. Natasha le advirtió con una mueca que dejara las provocaciones.La tía, en medio de un suspiro sonoro, se levantó para camb