Un día...

El viento golpeaba su rostro con aquel toque helado que lo caracterizaba; era muy temprano y la mayoría de gente aún no salían de sus camas; por ello era el momento adecuado para correr y pensar. El frío suele hacer todo más complicado, pero al estar acostumbrado, todo es más sencillo.

Después de algunos minutos, las piernas comenzaban a pesarle, sentía el cansancio creciendo dentro de sí; la boca se le secó y la fuerza comenzaba a abandonar su atlético cuerpo; debía parar a hidratarse, así que eso hizo, se detuvo y el viento ya no golpeaba su rostro, él también había parado. Y, entonces, su mente aprovechó para hablar, para llenarlo de pensamientos, dudas y respuestas revueltas.

Comenzaban a agobiarle, bebió un gran trago de agua y volvió a correr, no quería seguir escuchando aquuellas ideas, sabía que lo perseguirían todo el día y, quizá, también la noche, pero no le interesaba, no en aquel momento. Solo quería correr libremente, pero incluso entonces, las cadenas del pensamiento lo
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