Hermosa Oscuridad
Hermosa Oscuridad
Por: Kleo M. Soto
Epígrafe

Siento mi cuerpo debilitado, todo a mí alrededor parece poco visible, como si estuviera cubierto por una fina cortina de humo, mi cabeza no deja de dar vueltas y un cosquilleo recorre cada espacio de mi piel, desde la cabeza a la punta de los pies. El aire se comprime en mis pulmones y cuando el cuerpo masculino y desnudo toca mi piel al descubierto, varias fibras explotan en una mezcla de amor y lujuria. 

No logro entender nada, pero el chico (que no sé quién es) porque su rostro permanece borroso, deja escapar un gemido ahogado y prolongado. Se mueve obedeciendo solo a su instinto masculino, se siente abrumado por la pasión, los sentimientos y pensamientos que se precipitan en un furioso torbellino. 

«Esto es de locos» 

Silencio la pequeña voz que martiriza mi cabeza, indicándome que esto está mal, que no es correcto, sin embargo por alguna extraña razón, le deseo. Mi cuerpo encaja a la perfección con el suyo, como si fuéramos dos piezas perdidas de un rompecabezas infinito. La rebeldía me domina cuando hundo mis labios con los de él, inmediatamente el beso toma calor y profundidad, en especial cuando él comienza a acariciar la parte inferior húmeda de mi boca con la punta de su lengua.

Los latidos de mi corazón aumentan mientras él continúa explorando mi cuerpo, hambriento de intimidad. Conforme pasan los segundos bailando dentro de un tortuoso balance de incertidumbre, la intensidad de la pasión va en aumento. El sudor gotea de nuestros cuerpos fundidos, ardiendo ambos como si tuviéramos fiebre. 

—Te deseo —gruñe el chico, erizando la piel de mi delicado cuello.

—Te deseo —repito como si una fuerza sobrehumana empujara las palabras atoradas de mi pecho, avasallándome durante largo tiempo. 

Exhalo ruidosamente cuando él comienza a acariciar mis pechos con entusiasmo, como si llevara toda una vida queriéndolo hacer. Yo ladeo una media sonrisa que le da a entender que el deseo de una mujer por el deseo carnal, no era de ninguna manera inferior al deseo de un hombre. 

—Eres solo mía —ronronea con su voz ronca, gélida y varonil—. Ya entiéndelo de una vez. 

—Eres solo mío —afirmo con tanta seguridad que me asusta. 

Pasa sus dedos por mi cabello rubio, y yo quiero levantar el rostro para ver el suyo, pero es una tortura no poder hacerlo. 

—Esta vez si te parto —sentencia y mi cuerpo tiembla ante el peso que ejercen sus duras palabras—. Pringada. 

Frunzo el ceño ante esa palabra que me parece tan familiar, pero no logro recordar, quiero salir del trance, sin embargo, mi cuerpo me obliga a envolver mis piernas alrededor de él cuando de una estocada furiosa, dura y profunda, expande mis paredes internas y me hace soltar un gemido. Tomo una posición que le permite adentrarse lo más intenso y profundo posible, como si su grosor y tamaño no fueran suficientes para alguien de mi tamaño, porque claramente era más alto, fuerte y peligroso que yo.  

Mueve sus caderas, frenético, saborea mi piel como si fuera el dulce que siempre deseó y que nunca estuvo a su alcance. Bombea brusco y exquisito a la vez, puedo sentir su miedo, su amor y admiración por mí, así como una breve brecha de rechazo que se abre entre el infinito mar de su iris azul, soy capaz de leer sus pensamientos y palpar con la punta de mis dedos sus más oscuros deseos, así como acariciar la fina línea que separa su realidad de sus pesadillas, lo correcto de lo perverso. 

—Eres mía, joder, solo mía —dice tensando la mandíbula, está molesto, su ira recorre como espina desgarrando mi piel, mientras baja a la curvatura de mi cuello y me muerde para luego succionar—. Me perteneces, Via, y te lo demostraré cada que lo dudes, hasta que aprendas que el único miembro que debes desear, es el mío y no el de ese rubio idiota que te trata como m****a.

Abro la boca para hablar, pero mis palabras se ven opacadas por los dulces gemidos que me hace soltar al darme a lo bestia, duele, mi corazón se funde con el suyo y siento que me ahogo en el compás de su frenético arranque de celos, su enfado es más que apocalíptico, el sonido encharcado de nuestros sexos al chocar con nuestros fluidos mezclados, se convierte en el chapoteadero más exquisito, el nivel de lujuria, perversidad, deseo y admiración es tanta, que cuando la tensión de ambos alcanza su límite, una ola de calor electrizante me hace estremecer, llegando al mismo tiempo al tan deseado clímax.

—Tan deliciosa, apretada y húmeda como me lo imaginé —se deja caer encima de mí ya mallugado cuerpo, todo mi ser huele a él, a loción de hombre, a cigarrillos y a alcohol, todo con un ligero toque de menta.

Quiero verlo bien, pero es como si estuviera con la vista borrosa, luces multicolores destellan ante mis ojos al sentir sus calientes y húmedos labios sobre los míos, succionando y mordiendo mi labio inferior, a tal punto de herirme, el sabor metálico entre nosotros lo enloquece, lo sé, tiembla, su ansiedad por poseerme nuevamente se acrecienta con cada segundo marcado.

Arremete contra mí y chillo, ya no estaba dilatada, por lo que el dolor con el ardor que me deja su enorme miembro en mi interior, hace que gima en su boca, la cual se niega a dejar la mía, es posesivo, y no me dejo de repetir que está enfadado ¿por qué? Contengo la respiración recibiendo toda su furia, su fuerza y su pasión sin remedio.

—No vuelvas a usar esos jodidos jeans tan ajustados —me gira quedando en cuatro—. Y mucho menos besarlo frente a mí.

Me congelo cuando siento cómo golpetea mis muslos con su miembro, jugando a enfilarlo en mi puerta trasera, baja y sube, me tenso, una expresión de incertidumbre brilla en mis ojos con pasión y miedo al sentir como la cabeza de su trozo de carne, se dirige hacia mi. La mera cabeza me hace chillar, duele.

—Te voy a partir en dos, Via, como castigo por ponerme así todo el tiempo —su tono de voz es gélido, me eriza la piel.

Empuja un poco más y vuelvo a chillar, cierro los ojos y los puños.

—Duele —me quejo como si de algo sirviera.

¿Qué m****a está mal conmigo? ¿Esto contaría como p**a violación? La verdad es que no, porque siento el nivel alto de su deseo perverso, como si este estuviera infectando la sangre que corre por mis venas, quiero que lo haga, quiero que me parta, es un gusto culposo ¿por qué me siento así?

—A mí me duele más verte con el muñeco hueco con el que sales, mientras me ignoras y tengo que recurrir a alguien más para no pensar en lo caliente que me pones —musita con molestia, intenta meterme más su grueso tronco, pero sabe que estoy demasiado estrecha, por lo que dirige su mano hacia mi capullo rosa y con movimientos que me hacen gemir como perra en celo, me dilata.

La tortura es deliciosa, tiene que hacerlo o de lo contrario lo dañaré, empuja un poco más y siento que me abre, me duele demasiado.

¡Reacciona! Grita otra voz de mi cabeza, no quiero, si quiero, no, sí, con su rodilla me obliga a abrir más las piernas.

—Mía, me perteneces, pringada —finaliza.

No obstante antes de que me parta en dos, abro los ojos de golpe, gritando como una loca. Lo primero que diviso es el enorme oso de felpa que me regaló Owen, mi novio, y del cual me aferro como si fuera mi único salvavidas. Me siento toda adolorida y al bajar la mirada frunzo el ceño al tiempo que mis ojos detallan mi cuerpo desnudo, bañado en sudor, mi pijama descansa en el suelo y creo que siento ganas de vomitar. Mi teléfono móvil suena con la canción de LazyBaby

de Dove Cameron, pero lo ignoro. No recuerdo nada.

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