La tradición» siempre era que la novia llegase tarde.
Pero ella era Saira Anderson y «llegar tarde» no era un concepto que a ella le gustase aplicar. Además, ella como arquitecta siempre estaba al mando de personal, a quien tenía que dar el ejemplo, estar a tiempo, ser responsable. Por eso estaba ahí, ya en la iglesia, esperando por su novio. Bueno, ya esposo.
No estaba emocionada. Estaba triste y hasta preocupada. Amaba a Enzo, sí, pero en esos momentos se preguntaba si había elegido bien. ¿Ese era el hombre con el que quería hacer su familia? Habiendo una mujer entre ellos… no podía sacarse esa idea de la cabeza y se sentía desesperada.
Sonrió a su padre, que la tenía de la mano, fuera de la capilla. Se suponía que Enzo debería haber llegado hacía casi una hora.
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Nunca en la vida había llorado tanto. Ni siquiera cuando Enzo se había ido a Inglaterra. Nunca, de verdad nunca.Había pasado ahí tres días con sus noches, sin comer, bebiendo poco, y durmiendo un par de horas, junto a la camilla, tomando sus manos. Se apartaba cuando era estrictamente necesario, cuando usaba la ducha o el baño, porque tenía que desinfectarse regularmente y usar alcohol antiséptico, y porque los doctores se lo exigían.Afortunadamente y como médicos que siempre había atendido a la familia, le permitían pasar más tiempo de lo que realmente dictaban las políticas. Y ese era el único ápice de felicidad que ella tenía. Su traslado desde el hospital público fue casi inmediato, después de los primeros auxilios pidieron el pase a la clínica y desde ese momento, ni siquiera sus padres la hab&iac
La habitación parecía vacía sin ella ahí. En la mente de Saira seguían resonando sus gritos y acusaciones. Había algo en Emma que no estaba bien y no se refería a las alucinaciones… sus celos; los estaba llevando a otro nivel.Reacomodó la silla y se sentó en ella, exactamente como Ortega había estado antes y contempló a su novio. Dormía profundamente, al parecer. Se le estremeció el cuerpo y le dieron inmensas ganas de llorar.Recordaba la enorme angustia que había sentido cuando vio a Alvaro y Julia salir corriendo de la capilla, gritando que Enzo había tenido un terrible accidente.Todo su mundo se le fue abajo. Corrió tras de ellos, con sus padres siguiéndole los talones. Llegaron al hospital en poco tiempo. Ella estaba ahí, con su vestido de novia y toda la indumentaria. Se sinti&oacut
En esta ocasión ya no lloraba, pero el alma se le partía siempre en mil pedazos. Veía a su hija allí, dormida, pero con una expresión de angustia en su rostro, que no la dejaba estar en paz.Y también recordaba a su hijo, que estaba todavía más grave. ¿Por qué justamente ellos, los inocentes, debían pagar por sus errores?Vio a su esposo levantarse a tocarle la frente a su pequeña hija y entre tanta desgracia, sonrió por primera vez en muchos días.—Ya está mejor. —Comentó, con un tono especialmente tranquilizador.Su mujer asintió.Él también estaba completamente devastado y su carácter sufría los estragos de aquellas desventuras. Sus hijos estaban en cama, sedados y con problemas en sus vidas. Después de toda esa b
—No puedo creerlo. —Imprimió presión contra el raspón de la frente y suspiró—. Cómo te pudo haber pasado algo así.—Me duele… oferta entre dientes, apretando los ojos y tomándose el vientre. Se echó para atrás en el mueble mientras tomaba la bolsa con hielos que le daba su novia.No podía parar de pensar en que la única prueba que tenía contra Alessa, se había ido al carajo y ahora sí que restaba perdido. Quizás ya no iba a casarse. De eso estaba seguro. Aunque en medio de su dolor físico, el del corazón era todavía más grande.—¿Por qué no me dijiste nada?Miró su reloj y notó que eran las once de la noche. Después de que Emma despertara, la gran noticia de que Enzo también lo había h
No hacía mucho tiempo le había dicho a Emma que un hijo iba a, prácticamente, arruinarle la vida. Y también que destruiría su relación con Arthur, pero poco más de dos meses después, era una noticia que la ponía casi a saltar de alegría. Verdadera alegría, infinita alegría. Aún no se lo había dicho a nadie, ni siquiera a Emma, incluso después de una semana no sabía cómo transmitir aquella información.Llevaba casi tres meses de embarazo según su ginecóloga y ahora debía asistir a controles mensuales, ya que sufría de problemas con las emociones fuertes o nervios; eso era lo que causaban los dolores de cabeza y cólicos, además de que tenía una pequeña infección que si no se trataba, podría ser peligrosa.—Evita tener episodios de ira, Alba, pue
Había vuelto a trabajar. Le convenía porque era la excusa perfecta para decirle a sus padres que no podría ir a la clínica, pero en realidad no quería ir. No quería verlo. Ya sabía lo que pasaría cuando se vieran, así que solo estaba intentando aplazar la inevitable escena de Enzo diciéndole que se separen por un tiempo hasta que esté listo para casarse nuevamente.Se levantó de su desayunador cuando escuchó el timbre en el teléfono de invitados del edificio.—Apartamento de Saira Anderson.—Soy Emma.Un enorme escalofrío el recorrió el cuerpo y no entendía qué hacía ella allí, si se suponía que su hermano estaba siendo dado de alta. Desbloqueó la puerta y la invitó a subir.Unos minutos después, Emma e
—…así que ahora en realidad tengo una media hermana. Me enferma toda esta situación y más aún que piensen que no lo sé.La psicóloga asintió y tomó unas notas importantes en su libreta. El ambiente era totalmente silencioso. Estaban en un consultorio perfectamente amoblado de paredes blancas, con algunas estanterías y jarrones que contenían plantas verdes en un par de esquinas. Una enorme ventana recubierta por vidrios dejaba a la vista un campo enorme de vegetación. Solo se escuchaba la voz del paciente y el cantar de los pájaros.—¿Sientes odio hacia ella? —Inquirió con tranquilidad. Vio cómo su paciente suspiraba y volvía a tomar aire, como dándose ánimos.—Ella…ella ha cuidado de mí desde mi primer recuerdo hasta el día de hoy, que he podido
El desastre que había quedado después inundaba todo el panorama de Alba. Se encuentra frente a su laptop, sentada en un mueble y con una rodilla tocando su quijada, perdida. La luz de la pantalla le iluminaba el rostro; las lágrimas ya estaban frías, pero aún le mojaban las mejillas.En el estéreo, una canción inglesa sonaba a volumen medio, era de Sam Smith, «I’m not the only one» . Le gustaba esa canción, pero apenas en ese momento la entendía profundamente. Y mientras el coro estaba en su auge, ella recordaba el momento exacto en el que Arthur le había dicho que no se casarían y lo vio salir por aquella puerta.Tecleó nuevamente en su laptop y por fin armó el anuncio:« Se vende vestido de novia sin usar. El estúpido prometido que tenía me acaba de dejar.Precio: 600 dol