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CAPITULO 4. UNA NOCHE DE COPAS

Con la tenue iluminación que había en el interior del camarote, caminaron hacia el lecho, la recorrió con todo el descaro del mundo, al tiempo que él comenzó a desabotonarse por completo la camisa. Se acercó a ella y la giró por la espalda dirigiendo sus labios a su cuello.

—Me gustas mucho —Alexander susurró en su oído, disfrutando percibir cómo su invitada se iba derritiendo ante sus caricias.

—También me atraes —expresó ella al sentir sus manos tocando sus pechos. 

Alexander la tomó en sus musculosos brazos y la llevó hasta su cama. Sus dedos trazaron cálidas caricias por el agitado torso de la chica, hasta que su lengua lamió con vehemencia sus senos. El éxtasis de aquella hoguera encendida, chisporroteó en forma de descargas por toda la piel bronceada de la joven.

— ¡No te detengas! —suplicó extasiada.

—No lo haré —respondió.

De inmediato sus lenguas se encontraron entre frénicos roces, los dedos de la chica fueron desabotonando su camisa, deseando poder palpar la calidez de su piel. Inhaló profundo al llegar a la cinturilla de su pantalón de lino, distinguiendo con claridad su potente erección. 

Alexander ladeó los labios al verla mirar su abultada masculinidad, por lo que se retiró los boxers, de inmediato y ella subió a su cuerpo, y al instante se inundó de él, gimió al disfrutar de aquel éxtasis.

Las grandes manos de Alexander la ayudaron a que lograra hacerlo más rápido, deseando ver su rostro al llegar al éxtasis. Entonces ocurrió y la espalda de ella se arqueó, acercando sus pechos hacia él.

Luego de un par de besos, profundizó sus embistes y la besó sin parar, hasta que logró llegar a la cúspide y jadear embravecido como un toro desbocado.

Ella lo abrazó y enredó sus piernas a sus caderas. 

—Estuvo increíble —refirió con su dulce voz.

Alexander depositó un beso sobre su hombro y se dirigió por la botella de whisky que tenía sobre la mesa.

—Brindemos por nosotros.

—Por que esta noche sea eterna —dijo Madison al darse cuenta que aquel recuerdo de la traición de James se había disipado desde que se había encontrado con él.

—Que así sea —Alexander reconoció que esa era una de las mejores que nunca antes había vivido.

La joven tomó el vaso de cristal y dio un breve golpecito al de él, entonces ambos bebieron una y otra copa, hasta que finalizaron de embriagarse.

***

A la mañana siguiente.

El fuerte toque de la puerta del camarote, hizo que Alexander abriera los ojos de golpe.

—Servicio a la habitación —desde afuera, una mujer refirió.

Se sentó sobre la cama y al instante sintió una fuerte punzada en su cabeza, se llevó las manos a su frente.

—No debí beber tanto —murmuró con molestia. Giró hacia el otro extremo de su cama y  se dió cuenta que estaba vacía. Frunció el ceño y recorrió el camarote, entonces descubrió que su desconocida conquista, había huido, sin dejar rastro alguno.

—¿Va a querer que se limpie su habitación? —la mujer tocó de nuevo a la puerta.

Alexander buscó un par de aspirinas por el botiquín del baño.

—No, no quiero que lo haga —gruñó rabioso—. Ni siquiera recuerdo si me dijo su nombre. —Se lanzó sobre la cama y cerró sus ojos.

***

Al atardecer.

Cuando el barco arribó al puerto, Madison se acercó a la orilla del barco y se recargó en la barandilla, disfrutando de los últimos minutos que le quedaban en aquel viaje. Guardó la tarjeta que le entregó su nueva amiga Hanna, quien le prestó aquel vestido, las zapatillas y además de todo, la había arreglado.

Se llevó ambas manos a su rizada cabellera castaña, para detener el alboroto que le provocó el viento, y  luegose acomodó las gafas de sol que le obsequio su amiga y se giró para retirarse, entonces golpeó con un corpulento hombre que vestía de forma casual, pero elegante.

—Lo siento —refirió bajito.

El hombre la miró de reojo distinguiendo sus desgastados jeans y la sencilla camisa que portaba, imaginó que se trataba de alguna empleada del crucero,  desvió su mirada hacia el océano, sin responderle nada, centrándose en sus pensamientos.

Madison tomó su vieja maleta y se alejó.

****

Madison tuvo que caminar un largo trayecto, luego que el taxi que tomó al salir del aeropuerto no quiso entrar más a la zona donde vivía, teniendo fama de ser peligrosa, ya que era para la clase más pobre de Nueva York.

Luego de más de una hora y media, al ingresar al humilde cuarto que habitaba, puso a cargar su móvil, ya que había olvidado el cargador. Sacó de su mochila las galletas que le había obsequiado una pequeña que viajó a su lado.

Un rato después, tomó su móvil y se dio cuenta que tenía un mensaje de voz, el cual escuchó en ese instante.

—Una de las dueñas de los condominios de las torres, habló para quejarse de su trabajo y te acusó de haberte robado algunas de sus joyas, por lo que te pido que ya no te presentes a trabajar. ¡Estás despedida!

La mirada de Madison se llenó de lágrimas al escucharlo, sabía que hiciera lo que hiciera, nadie le creería, era la palabra de una mujer adinerada contra la de una humilde mujer que limpiaba departamentos.

— ¿Qué voy a hacer? —se cuestionó llena de preocupación—, tampoco podré pagar el cuarto, ni la cuota de la universidad. —Tomó sus piernas y se abrazó a ellas.

***

Un mes y medio después.

Madison colocó los seis platillos que los comensales ordenaron, hizo una mueca ante el aroma de estos, a pasos agigantados se movilizó al sanitario y devolvió lo poco que había comido.

Entonces se armó de valor y se dirigió hasta su locker y tomó la prueba de embarazo que se había hecho horas antes. Cerró la puerta del cubículo del sanitario, sus manos temblaron al ver el resultado.

— ¡No puede ser! —expresó, y se dejó caer al piso. — ¿Qué voy a hacer? —se cuestionó llena de frustración.

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