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CAPÍTULO 11. SON SOLO MÍOS

— ¿Acaso se ha vuelto loco? —preguntó ella.

—No, nunca he estado más cuerdo. —Alexander dio un paso acortando la escasa distancia que los separaba.

Madison palideció, al tenerlo tan cerca de ella, y su pecho se agitó.

— ¿Qué es lo que quiere? —cuestionó con nerviosismo.

—Que hablemos—dijo áspero. — ¿Me permites pasar?

Madison se movió de la puerta y dejó que entrara.

Alexander no pudo evitar observar el interior de aquel reducido espacio, distinguiendo el pequeño comedor de cuatro sillas, además de la sala modular forrada en tela gris. Presionó sus puños al darse cuenta que aquel lugar no era ni la mitad de la lujosa habitación en la que él dormía.

Inclinó su mirada al escuchar que sus pies chocaron con algún objeto tirado. Al darse cuenta que había pisado la cabina de un sencillo tren de juguete. No pudo evitar que se le dibujara una pequeña sonrisa en los labios, al saber que el dueño de aquel artefacto era uno de los pequeños.

De inmediato se agachó y lo recogió entre sus grandes
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