Luca
Es curioso cómo el tiempo puede transformarse en algo tan irrelevante cuando todo lo que importa es protegerla. No me importa que haya pasado una hora, o tal vez dos, desde que la reunión terminó. No importa que las sombras del atardecer ya se hayan extendido sobre la ciudad y que, de alguna manera, la noche haya caído más rápido de lo que esperaba. Todo lo que importa es ella.
Isabella camina por el pasillo de la mansión con esa determinación que me quema por dentro, su mirada fija en un horizonte que no puedo alcanzar. Es como si el peso de lo que acaba de suceder se hubiera instalado en su corazón, o tal vez en sus hombros. ¿Cómo no lo haría? Acaba de tomar el control de una familia que no perdona, una familia que consume a los débiles. Y ella no es débil. No lo será. No después de lo que hizo.
La observo desde la distancia, a escondidas, porque sé que no debo acercarme. No debo cruzar esa línea que está demasiado bien definida para alguien como yo. Yo soy el guardaespaldas. No el amante. No el hombre que podría deshacer todo lo que ella ha logrado por un solo momento de debilidad. Y, sin embargo, aquí estoy, mirando cómo camina, deseando lo imposible.
Mi pulso se acelera, mi mente no puede dejar de pensar en ella, y mis manos... mis malditas manos están temblando. No debería estar sintiendo esto. He pasado años controlando todo, manteniéndome en la línea, observándola desde lejos, protegiéndola, pero nunca más allá de lo que la distancia me permite. Pero todo cambió esa noche, cuando la vi tomar esa decisión tan fría y calculada. Cuando vi la fuerza que brillaba en sus ojos, esa fuerza que me atrae como un imán, y me hace cuestionar todo lo que sé sobre mí mismo.
Pero esta es mi vida. Esta es mi condena. Y la tentación de acercarme a ella es una que me consume por dentro.
Bajo la guardia, Luca. Respira. Estoy aquí para protegerla, nada más.
El sonido de unos pasos me saca de mis pensamientos, y cuando miro hacia arriba, veo que ella se detiene a unos metros de mí, una vez más, tan cerca y tan distante al mismo tiempo. Su mirada fija en mí es desafiante, como si me desafiara a decir algo, a cruzar esa línea entre nosotros. Pero ella sabe lo que soy. Sabe que jamás lo haré.
—Luca —dice, su voz suave, pero cargada de un poder que no puedo ignorar—, ¿estás vigilándome?
Me siento tenso al instante. El aire entre nosotros se carga de algo que no puedo definir. ¿Desconfianza? ¿Interés? ¿Quizá un poco de ambas? No lo sé. Pero hay algo en su tono que no puedo ignorar.
—No te estoy vigilando —respondo con calma, buscando recuperar el control. Ella me está poniendo a prueba. Lo sé. Ella siempre sabe cuándo lo hago. Pero no puedo ser el hombre que caiga en su juego. No puedo.
Isabella sonríe levemente, casi burlonamente, y da un paso hacia mí. El calor de su cercanía me golpea como una ola, y me cuesta mantener el control. Su perfume me envuelve, un aroma que me ha quemado la piel durante tanto tiempo que me pregunto si alguna vez dejaré de asociarlo con ella.
—¿Entonces qué estás haciendo? —pregunta, con los ojos fijos en los míos, como si pudiera leerme. Como si pudiera ver dentro de mí y conocer todos mis secretos.
El silencio que sigue se estira entre nosotros, y por un segundo, el mundo parece detenerse. Lo noto. Ella lo nota. La tensión está en el aire, un vicio que ambos conocemos, un vicio que nos consume.
—Estoy... cuidándote —respondo, pero la respuesta suena vacía, incluso para mí. No puedo decirle lo que realmente siento. No puedo dejar que vea cuán frágil me he vuelto desde que la conocí. No puedo dejarla ver que ella, la hija del capo, ha marcado un antes y un después en mi vida.
Isabella me observa, y por un momento, su mirada se suaviza. Pero solo por un momento. Es como si ella también estuviera atrapada en algo que no entiende, como si, al igual que yo, se viera obligada a mantener una distancia insalvable entre nosotros.
Y entonces, como si el destino tuviera algo que decir, escucho el sonido de motores acercándose. A lo lejos, el rugido de los coches me avisa que algo está por suceder. Instintivamente, me pongo en alerta. Algo no está bien. Mi cuerpo se tensa.
—¿Luca? —pregunta Isabella, notando de inmediato el cambio en mi postura.
—Quédete cerca de mí —le ordeno, y no me importa lo dura que suene mi voz. No me importa si ella está acostumbrada a tener todo bajo control. En este momento, soy yo quien tiene que protegerla.
El sonido de los motores aumenta. A medida que nos acercamos a la entrada principal, mis sentidos se agudizan. Algo está mal. Muy mal. Alguien está tratando de entrar en nuestra propiedad.
—Luca... —Isabella dice mi nombre como si fuera una advertencia, y en sus ojos veo el mismo miedo que yo siento. El miedo a lo desconocido.
—No te preocupes —le digo, más por mí que por ella. Intento mantener la calma, pero sé que lo que está por suceder puede cambiar todo. Estoy dispuesto a todo para mantenerla a salvo.
En el siguiente segundo, el sonido de los disparos rompe la quietud de la noche, y el caos se desata. Mi cuerpo se mueve solo, la adrenalina se apodera de mí, y antes de que pueda reaccionar, estoy en medio de una lluvia de balas. El primer impacto me hace retroceder, pero no tengo tiempo para sentir el dolor. No mientras Isabella está en peligro.
La tomo por la muñeca y la arrastro hacia un rincón, lejos de los disparos. Me acerco a ella, cubriéndola con mi propio cuerpo, y la miro por un segundo. En sus ojos, puedo ver el miedo, pero también una determinación que me paraliza.
—¡No te muevas! —grito, mi voz más baja, pero tan cargada de urgencia que me hace difícil respirar. Ella asiente, pero puedo ver que la tentación de moverse, de salir de la protección de mis brazos, es más fuerte que nunca.
Es un caos. El tiroteo sigue, y la oscuridad se convierte en una amenaza que no puedo controlar. Cada disparo, cada sonido que perfora el aire, aumenta mi desesperación. Quiero terminar esto, quiero asegurarme de que Isabella esté a salvo. Pero el tiempo parece dilatarse. Todo se vuelve más difuso.
Finalmente, después de lo que parecen horas, el ruido cesa. Los enemigos han huido. Estoy herido, pero no me importa. Lo único que me importa es ella.
La miro, y por fin, nuestros ojos se encuentran. El vínculo entre nosotros está más fuerte que nunca. Ella está respirando rápido, igual que yo, pero ambos sabemos lo que acaba de pasar.
Ambos sentimos la tentación de cruzar esa línea prohibida, pero sabemos que hacerlo sería nuestra perdición.
La atmósfera está impregnada de tensión, una tensión que se puede cortar con un cuchillo. La oscuridad nos envuelve, pero el sonido de nuestros respiraciones entrecortadas es lo único que realmente existe en este momento. Isabella está tan cerca que puedo sentir el calor de su cuerpo a través de la tela de mi ropa. Los latidos de mi corazón retumban en mis oídos, pero no logro enfocar mi mente en nada más que en ella. En lo que estamos viviendo.
Sus ojos están fijos en mí, pero no puedo leerlos con claridad. Hay miedo, sí, pero también algo más, algo que me golpea como una bofetada. No sé si es deseo o angustia, pero sé que ambos estamos atrapados en una red invisible, tejida por una fuerza que no podemos controlar.
—Luca... —su voz es apenas un susurro, pero lo escucho claro como el agua. ¿Qué me está pidiendo con esa mirada? ¿Que la proteja, que la abrace, que la bese? Mis manos están tan cerca de ella, pero la línea que separa nuestro destino es demasiado gruesa, demasiado peligrosa.
—No te muevas, Isabella. —Mi voz suena más grave de lo que quiero, y el tono autoritario sale sin que lo piense. No es solo la situación lo que me obliga a actuar así, es la necesidad de controlarlo todo, de mantenerla a salvo. Pero todo esto, todo lo que está pasando, está reventando los límites que alguna vez definí.
No espero que me obedezca. Ni ella ni yo nos hemos acostumbrado a seguir reglas. Pero esta vez, tengo que hacer que lo haga. Porque en este momento, el caos está en las puertas, y si la dejo ir, podría perderla.
Isabella no responde de inmediato, pero sus labios se tiembla ligeramente, como si estuviera a punto de decir algo. Sin embargo, el sonido de un automóvil que acelera a lo lejos nos interrumpe. Mi mirada se desplaza automáticamente hacia la ventana, y me doy cuenta de que no estamos a salvo aún.
—Alguien está en camino —murmuro para mí mismo, más preocupado por su seguridad que por cualquier otra cosa.
Isabella no se mueve, pero puedo ver cómo su cuerpo se tensa. Sus ojos siguen fijos en mí, como si estuviera esperando una señal, esperando que le diga qué hacer.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta, y por un momento, me siento débil, vulnerable. Nunca había tenido que pensar en una pregunta como esa cuando se trataba de ella. Siempre he sido el que decide, el que actúa, pero aquí estamos, a merced de unos enemigos que ni siquiera sabemos quiénes son.
—Nos quedamos aquí, Isabella. —No es una sugerencia, es una orden. No porque quiera imponer mi voluntad sobre ella, sino porque sé que es lo único que podemos hacer. En este momento, con la amenaza a tan solo unos pasos, la única opción es mantenernos quietos y esperar.
El sonido de los disparos empieza de nuevo. Distantes, pero cada vez más cercanos. El caos está aquí, y esta vez no podemos escondernos. El miedo, esa sensación de estar completamente expuestos, recorre cada rincón de mi cuerpo. Estoy acostumbrado a las amenazas, al peligro, pero jamás había tenido que lidiar con este tipo de incertidumbre. No por mi vida, sino por la de ella. Y cuando tus pensamientos están completamente centrados en otra persona, es como si tu propia existencia se desvaneciera por completo.
—¿Nos van a atacar? —Isabella está muy cerca ahora, su voz temblorosa, pero el brillo de determinación que siempre he visto en ella sigue allí. Ese brillo que la hace una Moretti, que la convierte en la heredera de algo mucho más grande que nosotros dos.
—No lo sé, pero estoy preparado para todo —le respondo, mi tono más suave, pero sin perder la gravedad. Lo cierto es que no estoy seguro de nada. No sé quién está detrás de este ataque, ni por qué ahora, ni cómo lo van a hacer. Lo único que sé es que mi vida, todo lo que soy, depende de mantenerla a salvo.
Un par de segundos parecen un siglo, y justo cuando me siento a punto de explotar de la tensión, el sonido de los motores se detiene. Y entonces, una explosión. El ruido es ensordecedor, el impacto sacude el suelo bajo nuestros pies, y el aire se llena de polvo y escombros. Isabella cae hacia mí, aferrándose a mi pecho con fuerza, como si estuviera buscando refugio en mi cuerpo. En ese momento, siento la fragilidad del mundo que nos rodea. El amor, la atracción, la necesidad, todo está ahí, mezclado con el miedo, pero aún más palpable.
—¡Luca! —su voz es casi un grito, pero la sensación de protección que me invade no me deja tiempo para responder. Solo puedo actuar, solo puedo protegerla. Así que la levanto rápidamente y la arrastro hacia el pasillo oscuro, hacia una salida trasera. No tengo ni idea de a dónde nos dirigimos, pero sé que tenemos que salir de aquí.
Los disparos no tardan en volver a sonar, esta vez más cerca, más frenéticos. Mi cabeza está en modo protector, completamente alejada de lo que pudiera sentir. Solo puedo pensar en mantenerla a salvo, en que cada paso que demos podría ser el último. Pero Isabella no tiene miedo. Puede que lo sienta, pero no lo demuestra. Hay algo en su actitud que me hace admirarla más de lo que jamás creí posible. No solo es la hija de un capo, no solo es la heredera de un imperio. También es una mujer que enfrenta la adversidad con una valentía feroz.
—Vamos —le digo, empujándola ligeramente hacia adelante. Mi cuerpo está tenso, cada músculo listo para reaccionar ante cualquier cosa, pero mis ojos nunca dejan de seguirla. En este caos, ella es mi único ancla.
Por fin, llegamos a una zona más segura, una pequeña bodega de suministros que apenas tiene suficiente espacio para nosotros dos. Cerramos la puerta detrás de nosotros, y el silencio es abrumador. Mis respiraciones son profundas, y la de Isabella también. Estoy a punto de hablar, de decirle que estará bien, cuando ella da un paso hacia mí.
Nuestros ojos se encuentran nuevamente. En su mirada hay algo que no puedo definir: una mezcla de gratitud, necesidad, y algo más. Algo que me enciende, me hace perder el control, pero no me atrevo a dar el siguiente paso. Lo sé. Ella lo sabe. La línea entre lo prohibido y lo posible se ha difuminado, pero el final sería nuestra perdición.
Un suspiro escapa de mis labios. Mis dedos se contraen, pero no la toco. No aún.
—Esto no es lo que quiero, Isabella —digo, mi voz ronca. No sé si hablo para ella o para mí. Pero de alguna manera, las palabras se sienten como una mentira.
El aire en la pequeña bodega es denso, pesado, cargado de tensión. Cada respiración suena más fuerte, más urgente, y mi corazón parece ir a un ritmo diferente, como si estuviera marcando el compás de algo que no puedo detener. Isabella está frente a mí, y la distancia entre nosotros parece más corta que nunca, a pesar de la pared invisible que nos separa: el deber, la lealtad, la amenaza latente, y lo más importante, esa línea que nunca debí cruzar.
Ella está tan cerca que puedo sentir el calor de su cuerpo, casi como si nos fuéramos a fusionar en un solo ser. Mis ojos recorren su rostro, captando cada detalle con una precisión que me asusta. El rímel ligeramente corrido por el sudor, el brillo de sus ojos, como si algo dentro de ella estuviera ardiendo también. Me pregunto si ella siente lo mismo que yo, si puede escuchar lo que está tan claro entre nosotros, aunque ninguno de los dos lo haya dicho.
—Lo sé —responde finalmente, su voz suave pero con un matiz de determinación que me corta el aliento. Isabella da un paso hacia mí, y todo mi cuerpo se tensa, a punto de reaccionar de forma instintiva. Pero ella no me toca, no aún. Su mirada se fija en mis ojos, en mi alma, como si quisiera encontrar alguna respuesta en mí.
—¿Lo sabes? —pregunto, aunque la respuesta es evidente. Lo sé, ella también lo sabe. Las palabras están flotando entre nosotros como fantasmas, como promesas sin cumplir. Los dos estamos al borde de algo que podría consumirnos por completo.
Esos segundos son un torbellino. La ira contenida, la protección que he jurado darle, y algo más… algo más oscuro que ni yo mismo quiero admitir.
—No quiero que me hagas daño, Luca —dice, y sus palabras me atraviesan como una flecha afilada. Son simples, pero contienen todo lo que necesito saber. Ella no quiere que la toque, que la transforme en algo que no puede ser. Sin embargo, al decir esas palabras, también me está desafiando. Me está poniendo al borde de lo que más temo.
—Nunca te haría daño, Isabella. —Mis palabras salen más intensas de lo que pensaba. Es un juramento, una promesa que ni yo mismo sé si puedo cumplir. ¿Cómo puedo protegerla y al mismo tiempo alejarme de ella? Es un dilema envenenado, uno que no tiene una salida fácil.
Ella no responde, pero su mirada se suaviza por un segundo. Como si esa barrera que ha mantenido entre nosotros por tanto tiempo se hubiera debilitado. Y me doy cuenta, con un shock que recorre toda mi piel, de que hay algo más entre nosotros. No es solo el deseo. No es solo la atracción. Es la necesidad de estar cerca, de encontrar consuelo en el otro, aunque sea en un mundo tan sombrío como el que vivimos.
Un crujido en la puerta nos hace saltar, y nuestros cuerpos se tensan de inmediato. La amenaza está cerca, no solo fuera de esta bodega, sino dentro de nosotros mismos. Yo soy su guardaespaldas. Ella es la hija del capo. Y aunque el instinto me diga que la aleje, que no la toque, el deseo y la lealtad me atan a ella de una forma que no puedo comprender.
—No podemos quedarnos aquí mucho más tiempo —digo, tratando de restablecer el control. Mi voz suena rasposa, como si estuviera luchando contra algo mucho más grande que yo.
Isabella asiente, aunque hay un destello de algo en su mirada. Tal vez es el reconocimiento de que estamos atrapados en un juego peligroso, uno que nos consume poco a poco. Un juego que ninguno de los dos puede ganar sin perder algo de nosotros mismos.
Nos movemos rápidamente, sin decir una palabra más. Mi mano sobre su hombro es firme, protectora, pero mi mente sigue perdida en todo lo que no hemos dicho, en todo lo que hemos dejado sin decir. Ella puede sentirlo, lo sé. Puedo ver cómo sus ojos se llenan de esa misma lucha interna.
El sonido de los disparos afuera nos obliga a seguir avanzando, sin pausa, sin tregua. Pero en este momento, no sé si el mayor peligro está en las amenazas externas, o en lo que está creciendo entre nosotros, esa línea rota que podría rompernos.
Nos adentramos más en el complejo subterráneo, buscando una salida. La adrenalina recorre mis venas, pero lo único que puedo pensar es en Isabella. No puedo dejarla atrás. No puedo permitir que nada le pase. Pero, mientras corro a su lado, la pregunta sigue ahí, flotando en el aire: ¿podré mantenerme firme? ¿Podré seguir siendo su protector, o el deseo y la necesidad se apoderarán de nosotros antes de que podamos alejarnos de este abismo?
El sonido de pasos rápidos nos hace detenernos de golpe. Isabella se agarra a mí, buscando protección en mis brazos, y por un momento, no importa lo que haya entre nosotros. Solo importa que la tengo aquí, que la estoy manteniendo a salvo.
Un par de hombres entran en la habitación. Esos no son nuestros aliados, y el peligro es más real que nunca. Pero en lugar de enfrentarme a ellos directamente, mi mirada se fija en Isabella, que está tan cerca de mí que puedo sentir su respiración agitada. En sus ojos hay algo que no puedo evitar notar: la aceptación. La aceptación de lo que somos, de lo que estamos dispuestos a ser el uno para el otro, aunque estemos al borde de la destrucción.
Lo que sea que pase a continuación, lo haré por ella.
Y, por un segundo, esa realidad me aterra.
IsabellaLa fría mesa de caoba en la que mi padre solía tomar decisiones, ahora es solo una sombra de lo que representaba. El brillo de las sillas de cuero negro refleja la luz artificial que me rodea, y el aire es denso, cargado con una presión que no puedo quitarme de encima. En la mente, las voces se agolpan, cada una pidiendo su parte, cada una reclamando el poder que debería haber sido mío desde el principio, desde que nací como hija del capo.La muerte de mi padre no solo dejó un vacío en la familia Moretti, sino que abrió una herida que corre mucho más profundo que cualquier duelo. Ahora, ese vacío soy yo quien debe llenarlo, y el precio, aunque no lo haya pedido, está claro: sangre, traición y sacrificio. El poder nunca es gra
IsabellaA veces, cuando las luces de la ciudad brillan con ese fulgor dorado y las sombras de la mansión parecen extenderse hasta donde se pierde la vista, me pregunto cómo pude haber llegado hasta aquí. Mi vida, o más bien, la vida que pensé que tenía, siempre fue una en la que los lujos y el poder se entrelazaban. He nacido en la cima, bajo el yugo de un hombre cuyo nombre era sinónimo de temores, respeto y, por encima de todo, autoridad. Mi padre, Salvatore Moretti, el capo de la familia, nunca tuvo que levantar la voz para que su voluntad se hiciera ley. Había aprendido, desde que era una niña, que en este mundo, el dinero no solo compra el lujo, sino también la vida o la muerte de quien se cruce en tu camino.El sol ya se había puesto cuando volví a caminar por los pasillos de la mansión, donde los recuerdos de mi infancia se entrelazaban con el eco de las palabras de mi padre. Estaba sentada en el mismo lugar de la biblioteca donde solía leerme cuentos de terror para enseñarme
LucaNo es fácil ser el guardaespaldas de la hija del capo. No lo es en ninguna parte del mundo, pero aquí, en esta familia, es aún más complicado. Más peligroso. Si me preguntan por qué lo hago, respondería que por lealtad, porque la familia Moretti me dio todo cuando no tenía nada. Pero sé que hay algo más. Algo que no me atrevo a admitir ni siquiera en mis pensamientos más oscuros. Esa mujer, Isabella, la hija de mi jefe, es la razón por la que cada día me despierto con el corazón más pesado.La conozco desde que era una niña. La vi crecer, verla convertirse en la mujer que ahora está destinada a llevar el peso de toda la familia sobre sus hombros. No es la típica hija de mafioso, la que espera que el poder y la riqueza la hagan invulnerable. No. Isabella tiene algo más. Algo más peligroso. Una fuerza que la rodea, una que amenaza con consumirla si no tiene cuidado. Y yo, como su sombra, siempre observando desde la distancia, siempre a su lado pero nunca lo suficiente cerca.Lo que
IsabellaNo puedo respirar. El aire en la sala es denso, pesado, y aunque mi padre ya no está, su sombra me sigue, más grande que nunca. En el instante en que me colocaron en su lugar, supe que todo había cambiado. Lo que antes era una línea clara entre lo que era él y lo que era yo, ahora se ha difuminado. La cabeza de la familia Moretti tiene una nueva dueña, pero no todos lo aceptan. Y eso, por supuesto, no me sorprende.Puedo sentirlo en el aire. Los susurros, las miradas furtivas, los rostros que antes eran de respeto ahora se tornan en máscaras de duda. Nadie lo dice abiertamente, pero lo sé. Los viejos miembros de la familia, los que se acostumbraron a la fuerza de mi padre, no me ven como líder. Me ven como una niña, como una hija que aún no sabe nada de lo que significa tener poder.Mis manos tiemblan cuando acaricio la copa de vino, tratando de disimular mi nerviosismo. La sala está llena de caras conocidas. Algunos de los hombres más leales de mi padre están aquí, esperando