3

Isabella

No puedo respirar. El aire en la sala es denso, pesado, y aunque mi padre ya no está, su sombra me sigue, más grande que nunca. En el instante en que me colocaron en su lugar, supe que todo había cambiado. Lo que antes era una línea clara entre lo que era él y lo que era yo, ahora se ha difuminado. La cabeza de la familia Moretti tiene una nueva dueña, pero no todos lo aceptan. Y eso, por supuesto, no me sorprende.

Puedo sentirlo en el aire. Los susurros, las miradas furtivas, los rostros que antes eran de respeto ahora se tornan en máscaras de duda. Nadie lo dice abiertamente, pero lo sé. Los viejos miembros de la familia, los que se acostumbraron a la fuerza de mi padre, no me ven como líder. Me ven como una niña, como una hija que aún no sabe nada de lo que significa tener poder.

Mis manos tiemblan cuando acaricio la copa de vino, tratando de disimular mi nerviosismo. La sala está llena de caras conocidas. Algunos de los hombres más leales de mi padre están aquí, esperando que yo diga algo, esperando que demuestre que tengo lo necesario para guiarlos. Pero lo cierto es que no sé si los tengo bajo control o si lo único que estoy haciendo es caminar por una cuerda floja, sabiendo que en cualquier momento podría caer.

Mi mirada se cruza con la de Luca, que está de pie cerca de la puerta. Él siempre está cerca, siempre observando, y aunque su rostro es impasible, hay algo en sus ojos, algo que no logro identificar, que me pone aún más nerviosa. La idea de que pueda ser uno de los que me vigilan, esperando mi caída, me martillea la mente, y no puedo evitar preguntarme si él realmente está a mi lado o si, como todos los demás, está esperando el momento perfecto para darme la espalda.

—Isabella —dice una voz grave, interrumpiendo mis pensamientos. Es Marco, uno de los más cercanos a mi padre, y ahora uno de los que parece dudar de mí. Se me acerca lentamente, con una sonrisa en los labios que no alcanza sus ojos—. ¿Estás segura de poder manejar todo esto? La familia no es lo que era, y tus decisiones serán cruciales.

Mi respiración se corta. Es una pregunta cargada de insinuaciones, un desafío, una amenaza disfrazada de cortesía. Sé lo que está haciendo, y sé lo que implica. Lo que él quiere es que me equivoque, que muestre debilidad. Porque en el mundo en el que vivimos, debilidad es sinónimo de muerte.

—Lo sé —respondo, tratando de mantener la calma, pero mi voz tiembla ligeramente. No quiero que lo note, pero no puedo evitarlo. Estoy aquí, frente a todos, sin la figura que me protegía, y cada uno de esos hombres es un lobo esperando la oportunidad para devorarme.

La tensión se corta con un sonido, como un filo afilado. Alguien está abriendo una puerta, y el ambiente cambia de inmediato. El guardia entra en la sala con prisa, su rostro pálido, sudoroso. No es usual que alguien entre así, sin previo aviso.

—Señorita Moretti… —su voz es un susurro entrecortado—. Necesito hablar con usted, es urgente.

Sin esperar a que lo invite, el guardia me lleva hacia una pequeña sala adyacente, donde me encuentro con la visión de uno de mis hombres más confiables, Giovanni, atado a una silla. El olor a sangre es fuerte, y el miedo en su rostro es palpable. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Algo está mal.

—¿Qué ha pasado? —exijo, mi voz más dura de lo que esperaba.

—Giovanni estaba pasando información —dice el guardia, sus palabras rápidas, llenas de angustia—. Información sensible para nuestros enemigos. No lo esperábamos… Pensábamos que estaba con nosotros.

Mis ojos se encuentran con los de Giovanni, y el miedo que veo en ellos me hace sentir una punzada en el estómago. A pesar de todo lo que ha hecho, aún no quiero que termine así. Sin embargo, la traición es algo que no se perdona. No en nuestro mundo.

Mi respiración se hace pesada, el peso de la decisión que tengo que tomar me aplasta. Él era uno de los míos, uno de los que pensé que podría confiar, y ahora me doy cuenta de lo equivocados que estábamos. La familia Moretti no tiene lugar para los traidores. En la mafia, una traición no tiene perdón, y esto es lo que el mundo espera de mí. Si quiero mantener mi posición, tengo que actuar. No hay duda.

Me acerco a Giovanni, sus ojos se llenan de lágrimas, y su boca tiembla. Sabe lo que se avecina. No le voy a dar el lujo de morir rápidamente, sin más. Tiene que entender que esto no es solo una lección para él, sino también para los demás que piensan que pueden traicionarme sin consecuencias.

—Isabella… por favor, no lo hagas —su voz es un susurro, una súplica que no me mueve. Ya no.

Levanto el arma con mano firme, la miro en mi mano como si fuera algo que me pertenece. Giovanni me mira como si viera a una extraña, pero mi mente ya ha tomado la decisión. Hay una frialdad dentro de mí que nunca supe que existía. Esta es mi familia, y ahora soy yo quien tiene que tomar las riendas. El temor que siento por dentro se ahoga cuando aprieto el gatillo.

El sonido del disparo resuena en la habitación, y Giovanni cae, la sangre tiñendo el suelo bajo él. Mi respiración se acelera, pero no tengo tiempo para sentirme culpable. En este mundo, no hay espacio para la duda.

Cuando salgo de la sala, me encuentro con Luca, que me observa en silencio desde la puerta. Sus ojos no dicen nada, pero sus labios se tensan ligeramente, como si estuviera conteniendo algo.

—Lo has hecho —dice en voz baja.

—Lo tenía que hacer —respondo, sintiendo un peso que se aligera, pero también un vacío. He marcado mi transición de hija a líder, pero la sensación de soledad es más fuerte que nunca. La mafia es una familia rota, y ahora soy su nueva cabeza.

El silencio entre nosotros es profundo. Luca no pregunta más, no parece sorprenderse. Pero sus ojos siguen siendo los mismos, oscuros, llenos de misterio. Me detengo un momento frente a él, sintiendo la tensión en el aire.

A pesar de lo que he hecho, a pesar de la autoridad que he reclamado, no puedo dejar de preguntarme si puedo confiar en él. En el fondo de mi alma, sé que él es el único que ha estado a mi lado, siempre vigilando, siempre protegiéndome, pero… ¿es suficiente?

Luca no dice nada. Solo me observa, esperando lo que venga después. Pero yo, por primera vez, no sé qué esperar.

El silencio entre nosotros es una pesada cortina que no me deja respirar. Luca no ha dicho nada desde que disparé. Su expresión es la misma de siempre: imperturbable, como si todo fuera parte del trabajo. Pero sus ojos, esos ojos oscuros que siempre me siguen, ahora me penetran con una intensidad que me pone incómoda. Es como si pudiera ver a través de mí, como si supiera exactamente lo que estoy pensando. Y lo que estoy pensando me aterra.

Lo miré, mi pecho aún agitado por el disparo, pero no pude evitar preguntarme si él, el hombre que ha sido mi sombra durante tanto tiempo, también me veía ahora como a una extraña. Esa idea me atormenta, porque en un mundo como el nuestro, donde todo es una cuestión de lealtades y traiciones, cada mirada podría esconder más de lo que aparenta.

—¿Estás bien? —pregunta Luca, su voz suave, pero cargada de algo que no puedo identificar.

No respondo de inmediato. Me cruzo de brazos, una postura defensiva, como si de alguna manera pudiera protegerme de lo que siento. La sala está fría, la sangre de Giovanni todavía tiñe el suelo, y a pesar de todo, no puedo dejar de preguntarme si realmente hice lo correcto.

—No estoy bien, Luca —digo finalmente, mis palabras cortantes—. Pero eso no importa ahora. La familia necesita saber que esto no será tolerado. Si alguien se atreve a traicionar, pagará. Es lo único que entenderán.

Luca asiente lentamente, sus ojos fijándose en mí, evaluándome. Pero hay algo más en su mirada, algo que parece decir "lo siento". Y esa mirada me desconcierta. ¿Por qué sentir lástima por mí? Yo soy la que debería sentirlo, debería lamentar lo que acabo de hacer. En este mundo, sin embargo, no hay espacio para eso.

—Lo sé —responde él, y se queda quieto durante un largo momento, como si quisiera decir algo más, pero no lo hiciera—. Pero ten cuidado, Isabella. No todos seguirán tus órdenes con la misma lealtad.

Esas palabras caen sobre mí como una piedra en un pozo sin fondo. Sé lo que quiere decir. No se trata solo de la familia, de los que están dentro de la organización, sino de las sombras, de las amenazas externas que acechan desde el otro lado. La familia Moretti, nuestra familia, tiene enemigos, y ahora que estoy en el liderazgo, esos enemigos no solo me observan a mí, sino a todos los que me rodean.

Me estremezco al pensar en lo que está por venir. La decisión que tomé no fue solo un golpe a Giovanni, fue un mensaje. Pero si hay algo que he aprendido, es que un mensaje no siempre es suficiente. En este mundo, las palabras a menudo son más peligrosas que las balas.

—Estoy bien —repito, con más firmeza de lo que me siento—. Tengo que estarlo.

Pero Luca sigue mirándome con una intensidad que me quema. Es como si quisiera decir algo más, algo que va más allá de los límites de lo que normalmente sería apropiado. Su boca se abre, pero no dice nada. Sus ojos se desvían hacia el cadáver de Giovanni, y luego regresa a mí, fijándome en el mismo punto, como si me estuviera viendo por primera vez.

Siento una ola de incomodidad recorrerme, pero intento disimularla. No puedo permitir que Luca vea que me afecta. No puedo darles a ninguno de ellos la oportunidad de dudar de mí. Mi padre nunca mostró debilidad, y yo no puedo permitírmelo. Sin embargo, hay algo dentro de mí, algo oscuro y tentador, que me empuja a acercarme más a él, a cruzar la línea que siempre hemos mantenido.

—Gracias por estar aquí —digo en voz baja, rompiendo el silencio.

Luca no responde de inmediato. Sus ojos se suavizan, y por un momento parece que hay algo más, algo que no puedo entender. ¿Es compasión? ¿Es algo más?

—Siempre estaré aquí, Isabella. Tú lo sabes —sus palabras son firmes, pero hay algo en su tono que me hace cuestionar su lealtad. ¿Lo dice por obligación? ¿O es algo más profundo?

La pregunta me arde en la lengua, pero la guardo. No es el momento de hablar de eso, no cuando la incertidumbre está tan cerca. La decisión que tomé hace unos minutos ha marcado un antes y un después en mi vida, y ya no hay vuelta atrás.

—Bien, entonces —respondo finalmente, enderezándome—. Tenemos trabajo que hacer.

Luca asiente, y sin decir una palabra más, se gira y sale de la habitación, dejándome sola con el cuerpo sin vida de Giovanni. Estoy sola, pero por primera vez, la soledad no me da miedo. Hay una furia creciente en mí, una necesidad de demostrar que puedo gobernar, que no soy solo la hija del capo, que soy la líder que esta familia necesita.

A pesar de la violencia que acaba de suceder, siento una claridad que nunca antes había experimentado. No se trata solo de mantener mi puesto. Se trata de algo mucho más grande: de mantener la familia, de asegurarme de que nadie se atreva a desafiarme.

Me quedo allí por unos momentos, mirando a Giovanni, preguntándome si él realmente pensó que podría salirse con la suya. Tal vez no lo hizo. Tal vez solo creía que podía sobrevivir, como todos los demás. Pero yo no soy como mi padre, no soy la hija que los demás esperan que sea. Soy más. Y los que lo duden tendrán que pagar el precio.

Cuando salgo de la sala, el peso de lo que acaba de suceder se asienta sobre mis hombros. Estoy llevando el peso de la familia Moretti, pero algo en mí empieza a sentir que, tal vez, este es el momento que me define. Estoy lista.

Pero una pregunta persiste en mi mente. Una pregunta que no me deja en paz: ¿Puedo confiar en Luca?

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