2

Luca

No es fácil ser el guardaespaldas de la hija del capo. No lo es en ninguna parte del mundo, pero aquí, en esta familia, es aún más complicado. Más peligroso. Si me preguntan por qué lo hago, respondería que por lealtad, porque la familia Moretti me dio todo cuando no tenía nada. Pero sé que hay algo más. Algo que no me atrevo a admitir ni siquiera en mis pensamientos más oscuros. Esa mujer, Isabella, la hija de mi jefe, es la razón por la que cada día me despierto con el corazón más pesado.

La conozco desde que era una niña. La vi crecer, verla convertirse en la mujer que ahora está destinada a llevar el peso de toda la familia sobre sus hombros. No es la típica hija de mafioso, la que espera que el poder y la riqueza la hagan invulnerable. No. Isabella tiene algo más. Algo más peligroso. Una fuerza que la rodea, una que amenaza con consumirla si no tiene cuidado. Y yo, como su sombra, siempre observando desde la distancia, siempre a su lado pero nunca lo suficiente cerca.

Lo que más me duele es la forma en que me ve. Como un simple guardaespaldas, un perro guardián que está allí para protegerla, pero nunca para tocarla. Nunca para acercarse demasiado. Esa barrera invisible que he construido a lo largo de los años está ahí por una razón: ella es la hija del hombre que me sacó de la calle, que me dio un propósito. No puedo, no debo, cruzar esa línea.

Pero hay días en los que me cuesta más que nunca mantenerme en mi lugar. Y hoy… hoy es uno de esos días.

La reunión que acabamos de tener es un claro recordatorio de lo que me espera. Isabella ahora tiene la responsabilidad de gobernar a la familia, y yo… bueno, yo tengo que ser su protector. Pero ser su protector, mantenerla a salvo, se está volviendo más difícil a medida que el deseo crece en mi pecho. La vi sentada allí, entre los hombres de la familia, con esa mirada decidida en su rostro, como si supiera que su vida iba a cambiar para siempre, como si fuera consciente del sacrificio que le exigían, y no pude evitar preguntarme si ella sentía lo mismo por mí.

La tensión en la sala de reuniones había sido palpable, pero ahora, en este silencio que nos rodea en los pasillos de la casa, la atmósfera se vuelve aún más densa. Me encuentro de pie frente a la ventana de la sala de estar, mirando cómo las luces de la ciudad se reflejan en el horizonte. El sonido de pasos suaves detrás de mí me hace girar.

Isabella se aproxima, con su rostro impasible, pero sé que debajo de esa fachada de hielo hay un torbellino de emociones que ni ella misma puede controlar.

—Luca —dice, y su voz me atraviesa como un cuchillo afilado. Mi nombre sale de sus labios con una familiaridad que siempre me desconcierta. No debería estar tan cerca de mí, pero aquí está, y yo estoy aquí, incapaz de moverme.

—¿Qué pasa, Isabella? —La miro, pero mi voz es más fría de lo que quiero. No quiero que note lo que siento, no quiero que lo sepa. Si lo hace, todo estará perdido.

Ella se acerca un paso más, y luego otro. Siento cómo mi respiración se vuelve más pesada, como si mi cuerpo estuviera luchando contra una corriente invisible que me arrastra hacia ella.

—No puedo creer que todo esto esté sucediendo. —Su voz se quiebra por un segundo, y es como si todo el peso de su mundo cayera sobre ella de repente. Y yo, como siempre, me quedo allí, esperando que se recupere.

—Lo sé. —Mi respuesta es breve, calculada. No puedo dejar que se desmorone frente a mí. No puedo. No puedo permitirme sentir compasión por ella.

Pero al mirarla, esa chispa en sus ojos, esa mezcla de rabia y vulnerabilidad, me hace sentir una punzada en el pecho. La quiero. La quiero más de lo que debería.

—¿Vas a quedarte allí todo el día, Luca? —pregunta con una sonrisa tensa, como si intentara hacer una broma, pero la frustración en su voz es evidente.

No sé qué hacer. No sé cómo reaccionar. Todo en mi cuerpo me grita que me acerque a ella, que la toque, que la calme, que le diga que todo va a estar bien, pero sé que eso sería una mentira. Y yo nunca miento.

Me doy vuelta, obligándome a mantener la distancia. Es más fácil así. La miro a los ojos, con esa frialdad que siempre he utilizado como escudo.

—No te va a ser fácil, Isabella. Lo sabes, ¿verdad? —No sé por qué le pregunto esto, tal vez para ver si realmente entiende lo que se viene, tal vez para probar si está preparada para todo lo que va a perder.

Ella no responde de inmediato. Solo me observa en silencio, y por un segundo, siento que me está evaluando. Como si estuviera viendo a través de mí, buscando algo, cualquier cosa que me hiciera más humano ante sus ojos. Y eso me asusta. Porque si ella llega a ver lo que realmente soy, si llega a ver lo que siento, todo esto se va al infierno.

—Lo sé —responde finalmente, su voz más firme ahora, aunque todavía hay algo en su mirada que me hace dudar.

Cierro los ojos por un momento. El deseo que siento por ella, esa atracción que he reprimido durante años, es casi insoportable. Quiero acercarme, quiero tomarla entre mis brazos, susurrarle que todo estará bien. Pero sé que no puedo. No debo.

La tensión en el aire entre nosotros se vuelve insoportable, como un cable a punto de romperse. Ninguno de los dos se mueve. Ambos estamos atrapados en este espacio invisible que hemos creado, una barrera que ninguno de los dos quiere romper, pero que ninguno de los dos puede soportar.

Es ella quien finalmente da un paso hacia mí, y yo, malditamente, no retrocedo. Sus ojos se encuentran con los míos, y por un momento, el mundo se detiene. Hay algo entre nosotros que no puedo describir, algo más allá de la atracción física, algo mucho más peligroso.

Ella está tan cerca que puedo oler su perfume, sentir el calor de su cuerpo, la suavidad de su piel. Todo lo que quiero hacer es tocarla, pero me detengo. Porque si lo hago, si cruzo esa línea, no habrá vuelta atrás.

—Luca… —dice, y su voz suena como un susurro, pero se siente como un grito en mi alma. Es el momento. El momento en que todo podría cambiar.

Mis dedos tiemblan, pero no la toco. No puedo.

—No hagas esto, Isabella. No… no lo hagas. —Mis palabras salen más suaves de lo que pretendía, casi suplicantes.

Ella se aleja lentamente, como si fuera una prueba, como si quisiera ver hasta dónde llegaría. Mi corazón late con fuerza, y sé que este es el punto de no retorno.

—Lo siento, Luca. —Sus palabras son un susurro, y luego se da la vuelta, alejándose de mí.

Me quedo allí, con las manos empapadas de sudor, el pecho hirviendo de deseos reprimidos y la mente rota por la conciencia de lo que está por venir.

Me quedo en el mismo lugar, incapaz de moverme, con las palabras de Isabella flotando en el aire como una amenaza. “Lo siento, Luca”. No hay nada que me duela más que esa frase, porque sé que ella también lo siente. Sabe lo que podría pasar entre nosotros, lo que ha estado creciendo, pero lo niega, lo rechaza con una facilidad que me hiere.

No la entiendo. Es todo lo que quiero, todo lo que he querido durante tanto tiempo. Y, sin embargo, me la quitan, una y otra vez. La familia Moretti, la mafia, las reglas que nos atan a todos a esta vida que no elegimos. Pero, sobre todo, la barrera invisible que hemos creado entre nosotros. Ella es la hija del capo, yo soy un soldado, un hombre destinado a ser sombra, a protegerla a distancia, sin cuestionamientos. Pero no puedo dejar de cuestionarlo. No puedo dejar de desearla.

El sonido de sus pasos al alejarse me arrastra a la realidad. Sé que no puede irse, no puede escapar de la situación que le ha tocado vivir, pero, de alguna manera, siento que está huyendo de mí. Y eso me quema por dentro.

La miro desaparecer por el pasillo y siento cómo el peso de la habitación me aplasta. El deseo sigue allí, caliente, creciente, como un fuego que no puedo apagar. ¿Por qué? ¿Por qué tiene que ser ella? La hija de mi jefe, la única mujer que me ha hecho sentir algo más allá de la obligación.

Cierro los ojos y me apoyo contra la ventana. Las luces de la ciudad parecen parpadear a través del cristal, como si también estuvieran esperando algo. Algo que no sé si llegará. Algo que no sé si debo permitir.

¿Debería hablar con ella? ¿Debería arriesgarlo todo por un deseo que sé que no puedo satisfacer?

Mi mente da vueltas, pero el pensamiento sigue siendo el mismo. Nunca debería haberme dejado involucrar de esta manera. Nunca debería haberla mirado de la forma en que lo hice hoy, como si fuera más que una simple tarea, más que una misión que cumplir. Pero es imposible no ver más allá de su fachada de hija del mafioso, de la heredera que ahora tiene todo el peso del mundo sobre sus hombros. Porque debajo de todo eso, Isabella es una mujer. Una mujer que me consume, que me tiene atrapado sin que ella lo sepa.

Un sonido me saca de mis pensamientos. El crujir de la puerta detrás de mí. Al voltear, veo a Isabella nuevamente, de pie en el umbral, con la cabeza baja, las manos apretadas contra su cuerpo. No puedo ver su rostro, pero puedo sentir la tensión que emana de ella.

—Luca —susurra, y su voz tiene un tono tan suave que me hace sentir una punzada en el pecho. Por un momento, me pregunto si ha cambiado de opinión, si está dispuesta a enfrentar lo que ambos sabemos que está sucediendo. Pero no me atrevo a decir nada.

Solo la observo, esperando que sea ella quien rompa el silencio.

—Lo siento —dice de nuevo, y esta vez sus palabras son más fuertes, más decididas. Como si ella misma estuviera intentando convencer a alguien, tal vez a sí misma, de que esta situación está bajo control. Que todo tiene una solución.

Es una mentira, y ambos lo sabemos. Pero, al mismo tiempo, no sé si quiero que sepa lo que realmente siento. No sé si puedo confiar en ella con mis pensamientos más oscuros, esos que he estado guardando desde que la vi por primera vez, tan vulnerable, tan poderosa.

—¿Por qué sigues aquí? —le pregunto, aunque mi voz suena más áspera de lo que quiero. En lugar de mirarme, ella levanta la cabeza, y cuando nuestros ojos se encuentran, puedo ver algo en ellos. Algo que no quiero ver, pero que no puedo evitar notar. Hay una chispa. Una chispa de lo mismo que siento yo.

—No sé por qué… —su voz vacila, pero no se aparta de mi mirada. Hay algo crudo, algo real en ella que me hace sentir que no estamos jugando un juego de poder. En este momento, ambos estamos igual de perdidos.

Me doy cuenta de que no estoy respirando, y cuando finalmente respiro, mis pulmones parecen vacíos. La tensión en el aire es tan densa que me ahoga, pero no me muevo. No sé qué hacer. Si me acerco, todo cambiará, y no estoy listo para eso.

—Lo siento —repite, con una franqueza dolorosa. Hay un temblor en su voz que me desarma, que me hace sentir algo que no quiero. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué sigue hablando de lo que no puede ser?

Me cuesta respirar mientras la observo. Hay algo en su expresión, una mezcla de frustración y aceptación, que me dice que sabe que no puede escapar de lo que ambos estamos sintiendo. No tiene sentido seguir luchando contra ello, pero lo hace, como si la pelea fuera lo único que pudiera darle un respiro.

—No tienes que disculparte —le respondo, sintiendo el dolor de esas palabras como si fueran una condena. Si hay algo que he aprendido en mi vida, es que las disculpas nunca significan nada cuando el deseo se interrumpe por las reglas que no podemos romper.

Puedo ver cómo lucha por mantener su compostura. Pero yo no puedo.

Ella está tan cerca, y el mundo parece desvanecerse alrededor de nosotros. Su mirada se suaviza, y hay una fracción de segundo en la que siento que todo lo que he mantenido bajo llave durante años podría romperse en un instante. Pero entonces, ella da un paso atrás. Un paso que corta la conexión entre nosotros de forma tan repentina que casi me duele.

—Tengo que irme —dice, su voz vacía de cualquier emoción que yo pueda identificar. Sin embargo, no puedo dejar de verla alejarse, con cada paso doliendo más que el anterior.

La veo desaparecer por el pasillo, y aunque sus palabras se quedan en el aire, en mí se instala una sensación incómoda. El vacío que deja me atormenta, como si, en el momento en que ella se aleja, lo único que queda es un abismo en el que ambos nos arrastramos, uno lejos del otro, sin saber si algún día podremos volver a cruzarnos.

Me quedo allí, en silencio, enfrentando la realidad de lo que está pasando. Y la respuesta es clara: estoy atrapado, atrapado en algo que no puedo evitar, algo más grande que yo, más grande que las reglas. Y si sigo con esto, no habrá forma de salir sin que alguien salga herido.

Sin embargo, aunque lo sé, no puedo dejar de quererlo.

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