Heredera de la Mafia
Heredera de la Mafia
Por: Blake F.
1

Isabella

A veces, cuando las luces de la ciudad brillan con ese fulgor dorado y las sombras de la mansión parecen extenderse hasta donde se pierde la vista, me pregunto cómo pude haber llegado hasta aquí. Mi vida, o más bien, la vida que pensé que tenía, siempre fue una en la que los lujos y el poder se entrelazaban. He nacido en la cima, bajo el yugo de un hombre cuyo nombre era sinónimo de temores, respeto y, por encima de todo, autoridad. Mi padre, Salvatore Moretti, el capo de la familia, nunca tuvo que levantar la voz para que su voluntad se hiciera ley. Había aprendido, desde que era una niña, que en este mundo, el dinero no solo compra el lujo, sino también la vida o la muerte de quien se cruce en tu camino.

El sol ya se había puesto cuando volví a caminar por los pasillos de la mansión, donde los recuerdos de mi infancia se entrelazaban con el eco de las palabras de mi padre. Estaba sentada en el mismo lugar de la biblioteca donde solía leerme cuentos de terror para enseñarme a no confiar en nadie. Recuerdo cómo sonreía al verme petrificada por sus historias, siempre dejándome claro que en este negocio no había lugar para los sentimientos débiles. No pude evitar pensar que, quizás, yo misma había sido una de esas historias de terror para los demás. Solo que ahora, el terror estaba a punto de convertirse en mi realidad.

Las paredes de la mansión, que alguna vez fueron una prisión dorada, ahora parecían estar esperando mi caída. La muerte de mi padre había dejado un vacío que ninguno de los hombres que le rodeaban estaba dispuesto a llenar… o al menos, no sin intentar usarme como peón en su juego. Y lo peor de todo era que, aunque quisiera huir, no podía. La familia Moretti no permite debilidad. Y ahora, era yo quien debía ocupar su lugar.

El peso de todo eso era aplastante. Nadie lo entendía, ni siquiera mi madre, que nunca fue más que una figura ausente en mi vida, atrapada en su propio universo de cristal. Todos esperaban que yo tomara las riendas, que me convirtiera en la líder que la familia necesitaba. Pero yo no era como él. No tenía su frialdad ni su carácter implacable. Y sin embargo, aquí estaba, condenada a seguir sus pasos, sin poder siquiera permitir que un solo resquicio de debilidad se asomara.

La reunión con los hombres más poderosos de la familia estaba convocada para dentro de unos minutos. Sentía que el corazón me golpeaba en el pecho con cada segundo que pasaba. Me miré en el espejo antes de salir, observando cómo la mujer que me devolvía la mirada apenas se parecía a la niña que alguna vez fui. El maquillaje estaba perfectamente aplicado, el vestido negro caía con elegancia, pero no podía ocultar lo que sentía por dentro: miedo. Miedo de no ser suficiente, miedo de que me devoraran, miedo de que la fragilidad me hundiera. Pero no había tiempo para eso.

Me enderecé, respiré profundamente y salí de la habitación, como si el peso del mundo no se cerniera sobre mis hombros. El pasillo estaba en completo silencio, pero la tensión en el aire era palpable. Al llegar a la sala de reuniones, mi mirada se encontró con la de Luca, mi guardaespaldas, quien siempre había estado ahí, pero que ahora parecía diferente. No podía explicarlo, pero había algo en sus ojos que me desconcertaba. Tal vez era la misma tensión que sentía yo. Él nunca me miraba de esa forma. O quizás siempre lo había hecho, pero nunca lo había notado.

La sala estaba llena de hombres, algunos que conocía bien y otros que nunca había visto. Todos ellos se encontraban sentados, sus miradas fijas en mí, esperando que hablara. Sus rostros eran impasibles, pero sus ojos no mentían. Todos esperaban ver si realmente podía tomar el control. Me senté al centro de la mesa, el silencio era insoportable. Los murmullos cesaron en cuanto tomé la palabra.

—A partir de hoy, este es mi negocio. —Mi voz resonó con más autoridad de lo que sentía. No me miraron como la hija del capo. Me miraban como la nueva líder, una líder a la que todos temían, pero que ninguno quería seguir.

Comencé a hablar, explicando mis planes, buscando darles una imagen de fortaleza, pero mientras lo hacía, sentía que la presión sobre mi pecho aumentaba. Cada palabra era una mentira que me repetía para convencerme a mí misma. Ninguno de esos hombres confiaba en mí, y yo no sabía si podía confiar en ellos. Y entonces, en medio de mi discurso, uno de ellos se atrevió a interrumpir.

—¿Y qué hay de la lealtad, señorita Moretti? —preguntó un hombre corpulento con una mirada desafiante. Su tono no era el de alguien que tenía miedo, sino el de alguien que esperaba una respuesta que confirmara si realmente tenía lo que se necesitaba para liderar.

La sala se quedó en silencio, todos esperaban. Mi respiración se aceleró. No tenía otra opción. Si no respondía con fuerza, todos pensarían que era una niña asustada, incapaz de comandar. Me incliné hacia adelante, mis ojos clavados en los suyos.

—La lealtad se gana con sangre. Y si alguno de ustedes no está dispuesto a darla, hay la puerta.

La reacción fue inmediata. El hombre que me había desafiado se quedó en silencio, como si le hubiera dado una bofetada. Ninguno de ellos esperaba una respuesta tan directa. Podía ver cómo algunos se removían en sus asientos, evaluando el peso de mis palabras. Me sentía como una loba atrapada entre hienas, pero de alguna manera, había logrado hacerles entender que la vida de mi padre no quedaría impune.

Cuando la reunión terminó, todos salieron, dejando solo a Luca y a mí en la sala. La tensión entre nosotros era palpable. Sus ojos, tan intensos, no dejaban de seguirme mientras me levantaba para salir. Al cruzar la puerta, me detuve, sintiendo su presencia demasiado cerca. Me giré lentamente, encontrándolo de pie, justo a un paso de mí.

—Has hecho bien, Isa —dijo, su voz baja, pero su tono era distinto, como si algo más estuviera oculto detrás de esas palabras.

Me quedé allí, observando cómo su mirada no dejaba de recorrerme. No estaba seguro de si quería consolarme o hacer algo mucho más peligroso. Algo en sus ojos decía que no podía confiar en nadie, pero algo en mi interior me impulsaba a confiar en él, aunque sabía que no debía.

Lo último que pude escuchar antes de salir de la sala fue su susurro:

—Si necesitas algo, sabes dónde encontrarme.

Mi cuerpo estaba tenso, atrapado entre el deseo de escapar y la necesidad de enfrentar lo que acababa de pasar. Las palabras de Luca, cargadas con una gravedad que no me atreví a comprender por completo, resonaban en mi mente mientras me alejaba lentamente de la sala de reuniones. La casa parecía más vacía que nunca, más silenciosa, como si los ecos de la conversación aún flotaran entre las paredes, como si todo el peso de mi apellido estuviera presionando contra cada centímetro del aire que respiraba.

No sabía a dónde iba, pero mis pasos me llevaron hasta el jardín, el mismo jardín en el que mi padre solía pasar horas, fumando su cigarro mientras contemplaba la ciudad. Mi padre… mi protector, mi dictador. Una mezcla de rabia y tristeza me recorrió al recordar su rostro, su tono imperioso, su manera de imponerse siempre, de hacerme sentir pequeña, frágil. Ahora, era yo quien debía cargar con ese peso. Y aunque mi corazón se retorciera al pensarlo, no podía negarlo. El legado de mi padre era ahora el mío.

Me detuve frente al pequeño lago artificial que adornaba el jardín. La luz de la luna reflejada sobre el agua agitaba la imagen de mi rostro, distorsionándola como si fuera una sombra de lo que realmente era. No podía verme sin pensar en la máscara que llevaba. No quería ser esta mujer dura, insensible. Pero sabía que si no lo era, todo se desmoronaría.

Mi mente seguía dando vueltas al momento en que Luca había hablado, como si hubiese lanzado una cuerda hacia mí, ofreciéndome algo que no sabía si quería o necesitaba. La calidez de su voz había calado hondo en mí, algo en su mirada había transmitido una promesa oculta. Y aunque sabía que no podía, no debía permitir que ese deseo más allá de lo profesional tomara forma, no podía evitar que mi cuerpo reaccionara a su cercanía.

—Isa.

La forma en que pronunció mi nombre me hizo girar. Ahí estaba, de pie junto a mí, tan imponente como siempre, pero con algo más en su expresión. Algo que nunca había notado, algo más humano, más vulnerable. Aunque sus ojos seguían siendo tan fríos como siempre, había una chispa de preocupación, de incertidumbre que me hizo tambalear por dentro.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, mi voz más tensa de lo que pretendía. No podía dejar que viera lo que realmente sentía, no ahora. No cuando aún no sabía qué hacer con mi propio mundo.

Luca no respondió de inmediato, solo se quedó allí, observándome, como si estuviera midiendo mis reacciones. Finalmente, dio un paso más cerca de mí, tan cerca que podía oler su colonia, esa mezcla de madera y algo más profundo, algo tan masculino que hizo que mi pulso se acelerara.

—Te vi. Durante la reunión, vi cómo te comportabas. Lo que hiciste… fue lo que tenía que hacerse. Pero eso no cambia lo que vendrá. Te va a costar. —Su tono era grave, pero no había reproche, solo una especie de comprensión que me irritaba. Me irritaba porque, en el fondo, sabía que tenía razón. Y no podía soportarlo.

—No soy una niña, Luca. —Mi voz salió más fuerte de lo que pretendía. Me sentía como si estuviera a punto de explotar, pero al mismo tiempo, quería que él entendiera que no iba a ceder a sus palabras de consuelo. Yo no quería ser una niña. No quería ser alguien a quien tuvieran que proteger.

Él la observó en silencio, pero sus ojos no dejaban de recorrerme, como si pudiera ver más allá de mi fachada, como si pudiera ver lo que realmente sentía. Su presencia era una fuerza tan abrumadora que me costaba pensar con claridad. Quería alejarme, pero mis pies parecían estar pegados al suelo, incapaces de moverse.

—Lo sé —dijo finalmente, su voz más suave, casi un susurro—. No eres una niña. Eres la líder que esta familia necesita. Pero eso no significa que no necesites ayuda. Y eso es lo que estoy aquí para ofrecerte. No para quitarte la carga, sino para ayudarte a cargarla. Juntos.

Esa palabra, juntos, me atravesó como un cuchillo afilado. ¿Por qué sus palabras me hacían sentir tan vulnerable? ¿Por qué, a pesar de que sabía que no debía confiar en nadie, esa promesa me hacía querer creer en él? No podía permitírmelo, no ahora. No cuando todo lo que había logrado hasta ahora había sido a base de sangre, sacrificios y traiciones.

Me aparté ligeramente, dándole espacio. No quería pensar en lo que sus palabras hacían conmigo, lo que sugerían. Quería retener algo de control, aunque fuera un pequeño resquicio.

—Te agradezco tu lealtad, Luca, pero… —Me detuve, luchando con mis emociones. ¿Qué podía decirle? ¿Que temía perderme a mí misma en este mundo de traiciones y poder? ¿Que no estaba segura de si alguna vez podría dejar que alguien se acercara lo suficiente para confiar en ellos?

—Pero, ¿qué? —interrumpió, su tono de nuevo desafiante, como si estuviera empujándome a hablar. Vi el destello de algo en sus ojos, algo que no era tan frío como antes. Algo más cercano, más humano.

Suspiré, sintiendo que no podía seguir adelante con esta conversación. Me giré hacia el lago, mis manos apretándose en puños.

—No quiero depender de nadie, Luca. No ahora. Mi padre… mi padre me enseñó que confiar es un lujo que no podemos darnos. —La rabia me inundó de nuevo, y no pude evitar que las palabras salieran con fuerza—. ¿Qué pasa si tú también me fallas? ¿Qué pasa si todo esto es una farsa? Todos han jugado su papel en esta familia, ¿y qué? ¿Ahora tú también?

Mi voz temblaba, pero me negaba a mostrar debilidad. Me giré rápidamente, pero él no se movió. Su mirada era tan intensa que me hizo detenerme de nuevo. No pude más. Necesitaba salir de allí, pero algo en su presencia me mantenía atrapada.

Luca dio un paso hacia mí, más cercano, hasta que su rostro estuvo a solo unos centímetros del mío. Podía sentir su aliento caliente, podía ver las sombras en su rostro que me decían que, por alguna razón, entendía lo que estaba pasando dentro de mí.

—Si no confías en mí ahora, lo entenderé. Pero no pienses que voy a alejarme. Estoy aquí, Isa. Y no te voy a dejar sola en esto.

Una parte de mí quería decirle que no lo necesitaba, que era suficiente para enfrentar todo esto por mí misma. Pero la otra parte, la parte más oscura, la que me decía que no podía hacer esto sola, que necesitaba a alguien, aceptaba esas palabras sin decir una sola cosa.

—Lo sé. —Fue lo único que logré decir.

Luca no dijo nada más, pero algo en el aire entre nosotros cambió. Ya no era solo el protector y la protegida, no era solo la jefa y el guardaespaldas. Algo más se había encendido, algo peligroso. Y ambos lo sabíamos.

Mientras él se alejaba sin decir una palabra, me quedé allí, mirando el agua que reflejaba una luna llena, como una señal de todo lo que estaba por venir. No sabía si lo que estaba sintiendo era miedo, deseo o pura desesperación. Pero algo en mi interior me decía que, al final, ninguno de los dos saldría ileso de este juego.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP