Epílogo

Orión

Ellie corría por el patio de la casa, su risa infantil resonando como una melodía alegre en el aire. Detrás de ella, Aria y Magnus, con expresiones de pura diversión, intentaban alcanzarla en una carrera animada. El sol de la tarde acariciaba sus rostros, y la brisa jugueteaba suavemente con sus cabellos. Estábamos celebrando el cumpleaños número cuatro de los gemelos. Nuestros gemelos.

En medio de la risa y la algarabía, mi mirada se encontró con la de Octavia, y un cálido escalofrío recorrió mi columna. Estábamos en nuestra propia casa, una que construimos juntos, un hogar que irradiaba amor y serenidad.

La noche siguiente a la batalla en los límites del territorio, cuando las estrellas tejían un manto de luz en el cielo, le pedí a Octavia que fuera mi esposa y mi Luna. Aquella semana, nos encontrábamos en una casa individual a las afueras de la ciudad, felices y unidos de todas las formas posibles. Habíamos cruzado un umbral que transformó nuestra relación en algo más profund
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