Capítulo 3. Tan cerca.

Brooke Turner

Mi pecho sube y baja, mis manos duelen con cada golpe que propino al volante, pero la rabia que hay en mi sigue intacta.

Necesito llegar a casa de Loralaine, mi amiga y mi abogada, para que termine el procedimiento llevando los papeles a notaría y encargándose de lo demás.

Intento encender el auto y no funciona y sé que no lo hará.

«¡No puede ser! Lo que me faltaba».

—¡Demonios!

No puedo quedarme aquí y ni siquiera tengo mi celular para llamar una grúa.

Recojo mis cosas y me bajo del auto. Comienzo a caminar a paso apresurado, intentando buscar un taxi o un autobús, lo primero que pase pero hoy, las calles están desiertas.

Tomo mis llaves y mi cartera con fuerza, ya es muy tarde, veo una figura enfrente pero no distingo quién demonios es y mis sentidos se ponen en alerta.

Sigo mi camino ya que a lo lejos veo una parada de autobuses, pero no dejo de mirar a los lados para ver si algún taxi se acerca, siendo este un intento fallido porque lo único que veo son algunos autos estacionados y nada más.

Paso por el lado del hombre al que había visto y la peste a alcohol inunda mis fosas nasales.

—Pero que buen trasero tienes perra —lo escucho decirme y yo aprieto mis puños.

«Calma Brooke» apresuro el paso, pero lo escucho venir detrás de mí.

—¿Cuánto cobras por una buena mamada, puta de m****a? —me grita mientras me da una nalgada, haciendo que me detenga en seco.

No puedo creerlo, ya he tenido suficiente este día cómo para tener que aguantar estupideces de un maldito borracho.

Dejo mis cosas en el suelo, pero mis llaves las entremeto en mis dedos como arma de defensa, me doy media vuelta y noto que está demasiado cerca de mí.

—¿Cómo me llamaste?

—¿¡Qué!? —habla arrastrando sus palabras— ¿Acaso eres una puta de las caras? Tengo dinero para pagarte por tus servicios perra.

La ira que aún siento por todo lo que ha acontecido hace un momento, vuelve con más fuerza.

Estoy cansada de quedarme callada, de evitar problemas, de dejar que hagan conmigo lo que se les dé la gana.

No lo pienso dos veces y le lanzo un golpe directamente a la cara, el segundo que le propinó a alguien el día de hoy, lo termino dejando tirado en el suelo porque él desgraciado no tiene equilibrio.

Lo pateo, lo hago con fuerza, una y otra vez, descargando toda la rabia que siento en él, pateo su rostro sin importarme las consecuencias, estoy completamente ciega de ira y no es hasta que siento que no tengo más fuerzas que me detengo, quisiera que este fuera Ernesto para drenar toda la rabia que siento hacia él.

Caigo de rodillas, a su lado, mientras él respira lentamente y cubre su rostro.

«¿Qué se supone que acabo de hacer?» mis propias acciones me dejan sorprendida.

Me levanto del suelo aún con las manos temblorosas, mirando hacia todos lados y me voy, es lo mejor que puedo hacer, no puedo seguir aquí un minuto más.

***

Alessandro Ferrara

Definitivamente esto que siento se llama obsesión, no tiene ningún otro nombre. Jamás pensé que estaría siguiendo a una mujer y heme aquí, siguiendo cada uno de sus pasos cada vez que tengo tiempo, porque me parece completamente absurdo tenerla tan cerca y no poder hacer nada.

Desde que salió de su casa no se encuentra bien y eso me tiene irritado, no sé qué pasó cuando estaba allí dentro pero pretendo averiguarlo, claro, con el fin de saber más de ella y conocer sus puntos débiles.

Le ordeno a mi chófer que siga su auto a una distancia prudencial y cuando veo que ella se estaciona en medio de la nada, le pido que aparque cerca, para poder verla desde aquí.

Pasa así unos minutos, el sol ya está cayendo y cuando veo que va a encender su auto, las luces parpadean.

«¡Demonios! Algo ha pasado».

No quiero que ella se de cuenta de que la he seguido, pero estoy apunto de mandar a uno de mis hombres para ofrecerle ayuda. Tomo el celular para hacer la llamada cuando veo que ella se baja y comienza a caminar por las calles desoladas.

«¡Maldición! ¿Ahora qué va a hacer esta mujer? ¿Acaso no sabe que puede correr peligro?» resoplo frustrado con ganas de arrastrarla hasta aquí y llevarla a donde tenga que ir para asegurarme de que llegue a salvo. Pero no, no puedo hacerlo aún.

Mis sentidos se ponen el alerta cuando veo que un maldito comienza a seguirla, aparentemente está ebrio porque se tambalea en su andar.

Presiono un botón de mi teléfono y solo digo una frase.

—Estén alerta para actuar a mi señal.

—Entendido señor —me responden al otro lado pero no cuelgo, mantengo la llamada para dar la orden de ser necesario.

El maldito se atreve a tocarla y yo aprieto el celular en mi mano, hago un amago para salir del auto y deshacerme yo mismo de él pero su actitud me hace quedarme quieto.

Ella se detiene y mi pulso también lo hace por un segundo, no entiendo qué pretende hacer pero desde mi posición veo que no está asustada, por la postura de sus hombros, o si lo está, no lo demuestra.

Le dice algo al hombre que no escucho, pero se que habla porque veo el movimiento de sus labios y lo siguiente que sucede me deja anonadado.

Le lanza un puño que lo tira en el suelo y comienza a patearlo, llena de una ira profunda.

—¿Señor, qué hacemos? —me preguntan al otro lado de la línea pero yo estoy anonadado a la par que encantado, al ver esta faceta de ella.

—Esperen.

No hago nada, el maldito quedó indefenso ante su alcoholismo y la rabia de esta mujer. Ella cae al suelo, toma un respiro y mira al tipo con el rostro oculto para protegerse. Veo como se levanta y se marcha del lugar, afortunadamente pasa un taxi al que se sube y dejo de seguirla, porque tengo algo mejor que hacer en este momento.

Me bajo y camino hacia la piltrafa humana que me hizo perder la cordura hace un momento, durante mi andar se unen dos de mis hombres para respaldarme.

Me detengo justo delante de él y lo único que puedo sentir es asco por un ser como este, me agacho y lo miro directamente a los ojos.

—Hiciste algo que no debiste hacer, tocaste lo prohibido —le suelto mientras él nos mira nervioso.

Me levanto del suelo y me alejo del olor tan repulsivo que emana de él, le hago seña a uno de mis hombres porque este desgraciado no merece ni un mínimo de mi esfuerzo.

—Encarguense de él —ordeno y él asiente.

A mis espaldas oigo cómo lo arrastran y sus alaridos insoportables llegan hasta mis oídos.

Saco de mi bolsillo un puro y me detengo al ver algo brillante en el suelo.

Me agacho para recogerlo y me doy cuenta que es un arete, recuerdo que lo llevaba cuando estaba en el supermercado y lo guardo para mí. Un pequeño regalo de la persona que me tiene obsesionado y que espero ver muy pronto para poder encararla al fin, por ahora me siento satisfecho de saber que estuvimos tan cerca y que este pequeño objeto que tengo en mi mano es lo primero de lo mucho que voy a quitarle a partir de hoy.

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