—¿Estás loco? — preguntó Jefferson mientras metía de nuevo la cabeza dentro del capot del auto. Llevaba el overol manchado de grasa y unas gotas de sudor se deslizaban por su cabello. Recuerdo que ese día hacia demasiado calor; a lo lejos de la calle se lograba vislumbrar el reverberar sofocante sobre el pavimento, y dentro del taller no había mucha diferencia. Los trabajadores gastaban litros de agua y los overoles tenían parches de sudor hasta en donde no debería haber sudor.—Lo haré de todas maneras — le dije mientras ponía una llave sobre su mano extendida.—Eso será un suicidio — contestó con la voz amortiguada —y no puedes morir ahora.—¿Por qué? — salió de dentro del auto y me miró a los ojos.—Si llegas a morir, ¿a quién crees que seguirá usando Amelia para sus juegos sucios? —me devolvió la llave.—Alexander — susurré para mí.—Exacto.—Pero tengo que hacer esto, Jefferson, tengo que acabar rápido con todo —le insistí, sabía que lograría convencerlo.—¿Y si mueres? Como Walt
Pude haberle insistido toda la vida, y toda la vida él hubiera dicho que era demasiado arriesgado, que no quería morir, por eso esa tarde al entrar al taller, tenía la firme convicción de salir de él con Jefferson a mi lado.—Espero llegar a un acuerdo con Tigo — le dije mientras le entregaba una llave, ya no trabajaba ahí, pero tenía que convencerlo de alguna forma, así fuera solo pasándole herramientas —la otra semana entro de nuevo a estudiar y tengo que hacer esto antes.—¿Y ahora qué? —contestó con desgana —¿no me digas que las sirenas no te quisieron decir anoche su secreto? —Ni siquiera me hablaron — se rio.—¿Y te vas a rendir así de rápido? —al salir de debajo del auto se golpeó la frente con el metal. —No tengo mucho tiempo — le contesté mientras él se acariciaba la piel enrojecida—supongamos que me hubieran hablado, tendría primero que ganarme su confianza y luego escudriñar de apoco — se rascó la cabeza con desesperación. —tengo menos de dos semanas, Jefferson.—Riley, l
Después de los diez o quince minutos más largo de mi vida, la lancha al fin se detuvo igual que mi corazón. Pasé saliva más que visiblemente nervioso, y al ver a Jefferson no tuve que detenerme a observarlo para intuir que se encontraba igual.—Todo va a estar bien — dijo él en un susurro.—Ya me he dicho eso millones de veces, y Créeme, nada quiere mejorar —hablábamos en medio de susurros.—Si este plan funciona y conseguimos la pista, te prometo que sí.—No hagas promesas que no puedas cumplir — lo miré ahora a los ojos —que ellas no te vean, haré esto solo. Solo necesito que arranques la lancha cuando te lo diga — después, cubriéndose con una manta, se recostó sobre la madera.Me quedé ahí en silencio por un rato, ya ni siquiera tenía miedo, pues una vez que estás decidido a morir el resto de las cosas son demasiado insignificantes, pero te sientes como un zombi, entonces ese mismo miedo se convierte en un bálsamo, una muestra casi tangente de que aún sigues vivo, y de que lucharás
La puerta del cuarto de mi abuelo parecía más grande de lo normal, se veía tétrica angustiante y se me antojaba terriblemente frágil, como si en cualquier momento la sirena al abalanzarse sobre ella pudiera romperla; sin embargo, Jhon parecía demasiado relajado, casi luciendo con orgullo el aruñón que sobresalía de su pómulo izquierdo.—las mujeres son así — dijo cuando le pregunté si la sirena se lo había hecho —ya me empiezo a acostumbrar.—Uno nunca se acostumbra — le contestó Jefferson. Estiré la mano y tomé la perilla de la puerta.—¿Estás seguro que quieres ir solo? — preguntó Jhon, y yo asentí.—De lo único que estoy seguro es que no le agradará mucho que yo entre escoltado por un chino de dos metros y cien kilos.—No soy chino — dijo cruzándose de manos.—Fascinante — fue lo único que logré decir antes de abrir la puerta.—Estaré aquí afuera. Por si algo — dijo Jefferson y yo cerré la puerta tras de mí.Pensé que sería tal vez como una película: entraría y tardaría unos segund
La hora del encuentro se acercaba peligrosamente. Estaba metido entre la maleza cerca de la playa igual que siempre . El viento azotaba con más brusquedad de lo normal, las plantas que se agitaban en ondas diferentes me golpeaban en el rostro mientras observaba detenidamente la medalla de la lechuza. Era una lechuza común, según me había dicho Jefferson. Miré en el reloj de pulso que brillaba tenuemente. Faltaban tres minutos.El océano estaba un poco revoltoso esa noche, las olas inquietas desaparecían en la playa galopando con frenesí unas sobre otras. Me puse de pie con decisión apretando la medalla en la palma de la mano, di un par de pasos entre la maleza hasta que llegue a la playa ¿quién podía asegurar que ella traería la pista? lo más seguro era que ni siquiera se apareciera por allí esa noche. Me devolví un par de pasos hasta la frontera entre el pasto alto y la arena y caí de rodillas, hice un pequeño agujero y enterré la medalla junto con mi celular, luego clavé una rama pa
Tiempo después me di cuenta que esa noche la sirena entró por la escotilla del internado que se dirigía hacia el mar y caminó por los pacillos solitarios. El internado era grande, tenía decenas de habitaciones a los lados de un inmenso y ancho pacillo. Cada habitación tenía unos dos camarotes, para cuatro chicas, aunque en la realidad había tan pocas sirenas que ocupaban la mitad del espacio. El pacillo finalizaba en una bifurcación, al lado derecho estaba la cocina y la oficina principal, del lado izquierdo estaban los salones de clase, el baño y en el fondo, la escotilla que dirigía al océano.Se había secado un poco antes de entrar, pero caminaba por el pacillo dejando un rastro de gotas de agua. Mientras rogaba que el agua salada no le tocara las piernas y le hicieran salir la cola, escuchó la puerta de la oficina principal abrirse en el fondo. Un hombre alto cerró la puerta con llave y antes de girarse la escondió bajo el tapete. Lo primero que logró hacer fue abrir una de las pu
Jhon Lee lo pudo haber negado mil veces, pero yo estaba seguro que disfrutaba empujarme en la silla de ruedas por todo el hospital. Al ser el hijo del dueño tenía libertad de merodear por todo el recinto y tener acceso ilimitado. Después de buscarme en la playa me llevó al hospital y él mismo me remendó cual muñeco de felpa descosido, luego, un especialista me hizo un par de estudios y dijo con que lo único que tenía era cansancio acumulado, así que Lee trajo una silla de ruedas y me obligó a sentarme, y antes de darme un tour por todo el complejo, compró ropa seca en una tienda de enfrente y me la lanzó a la cara diciendo algo como: ”hueles a sardina enlatada”Luego visitamos los niños con cáncer, y Lee resultó tener bastante empatía con ellos, les leyó un cuento y tocó un instrumento que se parecía mucho a una flauta volteada hacia un lado en miniatura. Yo permanecí sentado observándolo, viendo en carne propia como una persona podía nacer para los demás, vivir para los demás. Luego
El parque de las mariposas era un lugar demasiado visitado, un turismo que aumentaba cuando las mariposas cruzaban en su afán por migrar. Como siempre, muchas de las personas de la región aprovechaban las masas para hacer dinero. Alrededor del parque había hoteles, piscinas, restaurantes, gente tomando fotos por aquí y por allá y cobrando por ello un ojo de la cara, y también una nariz y un diente si quedaba bien enfocada; Ni hablar de los restaurantes, caros, con velas y manteles de ceda. Pero había también baratos, si se puede llamar así.El Corrientazo era pequeño, atestado de gente y con un fuerte olor a carne frita y cebolla.Me quedé de pie junto al cartel del menú, que estaba pintado en una cartulina sucia con un marcador rosa intenso que fallaba a ratos, viendo los precios. Saqué mi billetera y conté los billetes. Por obvias razones, el dinero que traía la noche anterior se había arruinado con el agua, así que tuve que pedirle prestado a Jhon Lee.—¿Sabes? — dijo ella mirando