91.- Jonás.

Las siguientes dos horas son una mierda, me siento como un despojo humano. Tiemblo, vomito y me retuerzo del dolor, cada vez es peor. Leila lo toma muy bien, pero habría dado lo que fuera porque no hubiese venido, porque no me viera así. Mi padre se hizo presente en la habitación cada veinte minutos por las siguientes ocho horas de la madrugada, me tomó cuatro soluciones, dos sedantes y un montón de arcadas bastante productivas, temblores y espasmos, dolores, quejidos y delirio seguido de alucinaciones y ofuscación, pero cada vez que me podía tranquilizar ahí estaba ella, Leila… mi Leila. 

Se ha quedado conmigo hasta que me he dormido – no se en que momento ocurrió – y ahora es ella la que duerme, se le nota cansada y que no lo ha hecho en días, las ojeras bajo sus ojos marcando su precioso rostro me lo corroboran. Y todo por mi culpa. Acaricio con la punta de la nariz

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