Al día siguiente Samantha llegó al bar con una visible depresión. McGraw quiso animarla mostrándole más fotografías que había encontrado entre sus cosas del tiempo en que trabajaba con Eleonora, para incluirlas en la pared de recuerdos que pensaban diseñar, pero ella no se mostraba receptiva.Él pronto comprendió su estado y la dejó sola. Samantha se había encerrado en su oficina a pensar, con la mirada fija en el trozo de cielo que se apreciaba por la ventana.—Amiga, ¿qué te pasa? Me dicen que estás triste, pero yo vengo a alterar tus nervios de nuevo —comunicó Jenny al entrar.Como Samantha se encontraba de espaldas a la puerta, la mujer tuvo que rodear el escritorio para poder estar frente a ella. Al ver los ojos hinchados por el llanto de su amiga se angustió.—¿Qué pasó? —dijo arrodillándose frente a ella.—Comprobé que soy una miserable que nunca debió de haber nacido.Sus palabras angustiaron a Jenny.—¡¿Por qué dices eso?!—Soy un error que lo único que hace es dejar problema
Samantha llegó a la mansión agotada, tanto física como mentalmente. Quiso irse a la cama a descansar, pero al llegar Morrigan le informó que Robert se encontraba en el salón, esperándola.Fue a ese lugar y lo descubrió bebiendo sentado en un sillón, junto a la ventana. Miraba con rabia y melancolía el cielo lleno de estrellas.—Hola —saludó ella al ubicarse a su lado.—Volviste a alargar la jornada de trabajo a pesar de que acordamos que por el embarazo la harías más corta —dijo a modo de reproche.—Se presentó una situación complicada en el bar.Robert la observó con fiereza.—¿Fue de nuevo el Chino?—No, pero Johan se enteró de esa visita e incluso sabía de algunos detalles de lo que sucedió allí. Abordó a Jenny antes de ir al bar.Él sonrió con poca gracia.—Te dije que había un soplón y que Johan está desesperado. Quizás tu amiga esté en peligro si las cosas se siguen complicando para ellos, que es lo que sucederá pronto.Ella apretó el ceño, preocupada.—Tendré que hablar con Jen
Robert y Samantha bajaron a desayunar juntos al día siguiente, tomados de las manos. Ambos sentían que sus realidades habían cambiado, al menos, los sentimientos que experimentaban el uno por él otro.Percibían entre ellos más unión y un mayor entendimiento que los motivaba a estar cerca, para así disfrutar del calor del otro.Él ya no llevaba la cadena con el dije de anillo colgando de su cuello, la había dejado en la habitación, en la misma mesita de noche donde la colocó el día anterior.Y ella se notaba más animada, sonreía, olvidando la aplastante sensación depresiva que la había atacado luego de la discusión con Robert por Norman Breidert.Se sentaron a la mesa sin poder dejar de verse ni de tocarse. En ocasiones Robert tomaba su mano para llevarla a su rostro y apoyarse en ella. Su calor lo ayudaba a enfocarse.—Debo ir ya a la obra y es posible que regrese muy tarde —informó a Samantha—. Hemos tenido problemas con algunos trabajadores y hay máquinas que no están trabajando bie
Samantha no sabía qué hacer. La información que le había dado Deborah hacía que se debatiera entre dos tipos de perspectivas: desconfiaba de Fletcher o desconfiaba de la rubia.Ambas eran personal protegido por los Lennox. Intocables. Eleonora las había dejado a buen resguardo con sueldos considerables y trabajo de por vida. ¿Podría enfrentarse a alguna de ellas?Se encerró en su oficina y se irguió, controlando sus ansiedades.Ella también era una Lennox, la esposa oficial del dueño actual, eso la convertía en la Eleonora de ese tiempo. Es decir, tenía toda la potestad para echar a la calle a quien se le viniera en gana si descubría que hacían algo en contra de la empresa o de su persona.No tenía que seguir dudando, pero antes de actuar debía hacer algo importante: conseguir pruebas.No sabía si Deborah decía la verdad o era una treta más para fastidiarla, aunque… ¿lo haría utilizando a Fletcher, quien era de su confianza?¿Por qué esa rubia odiosa preferiría delatar a su amiga para
Al día siguiente, Robert acompañó a Samantha al bar, aunque fueron un par de horas antes de que iniciaran las labores en el negocio. El local estaba vacío y a oscuras. La tensión del encierro se respiraba en cada rincón.Citaron a Fletcher y a McGraw con la excusa de organizar unos cambios. Ambos acudieron puntuales, sin sospechar lo que sucedería.Los guardaespaldas los dejaron entrar y los dirigieron a la oficina. Allí se encontraba el León sentado en la butaca del escritorio principal con postura relajada.Samantha se hallaba a su lado, de pie. Estaba tan nerviosa que le costaba estar sentada y tranquila. No se apartaba de Robert manteniendo una mano en su hombro, como si de esa manera se sostuviera de una base segura.Él se había inclinado un poco hacia ella, acariciando en ocasiones su vientre con una mano, aunque sin poder ocultar su expresión furiosa.—¡Hola! —saludó McGraw con gracia al verlos, pero el hombre pronto perdió la sonrisa al descubrir el rostro acontecido de la muj
A pesar de que no mencionaron nada de lo sucedido en el bar, esa noche se sentía un ambiente pesado. Hasta el músico que había ido colaboraba a que se mantuviese una atmósfera melancólica con ayuda de su saxofón y sus baladas tristes.Robert se había llevado a Fletcher a otro lugar para que Comanche la interrogara, sin que los empleados se enteraran. Samantha no podía dejar de angustiarse por aquella situación, aunque su esposo le había asegurado que ella estaría bien y luego la llevarían a su casa.McGraw intentaba mostrarse alegre, pero la frustración que sentía no se lo permitía. Nunca imaginó que aquella mujer, a quien conocía desde hacía muchísimos años, fuese capaz de hacer una cosa semejante contra los Lennox, quienes los habían ayudado a seguir adelante cuando nadie más había confiado en ellos.Robert y Samantha decidieron incluirlo en aquella conversación, en parte, para que Fletcher no sospechara y alertara a Luter, además, para que él comprendiera bien lo que ocurría y cola
A Robert le costaba salir de su asombro, no solo por la repentina interpelación que Samantha le había hecho, sino por la furia que mostraba en su rostro y con su postura.—¿A qué viene esa pregunta? —preguntó confundido.—Sabes perfectamente por qué la estoy haciendo. ¿Me llevaste al bar para restregarme en la cara a tu amante? ¿Es parte de tu plan para humillarme?Aquella acusación le molestó.—¿Qué maldita cosa dices?—Pensé que Deborah solo estaba encaprichada contigo, pero no, resultó ser tu amante. Una a la que debo soportar me guste o no, porque es la protegida de los Lennox. Me obligaste a trabajar con ella para luego restregármela en la cara, eres exactamente igual a Fernand. Si este fue tu plan desde el principio para humillarme por ser la hija de tu peor enemigo lo lograste. ¡Felicidades!Eso último lo gritó antes de dar media vuelta para marcharse de la habitación, con el corazón hecho pedazos, pero Robert corrió y se interpuso entre ella y la puerta.—¡¿De qué mierda habla
Robert tuvo que detener la conversación por esa noche a pesar de que Samantha le rogaba que le explicara todo. Pidió a Morrigan que le preparara un té que la ayudó a dormir, así lograría recuperar las fuerzas.Era mucho lo que se habían enterado ese día y aún faltaban detalles por conocer, pero él no podía abusar de sus emociones en su estado. No quería que enfermara y perdiera al niño.Se acostó a su lado abrazándola por detrás de manera posesiva. La mujer le había declarado su amor, eso era algo que no podía olvidar.Él sentía lo mismo por ella, pero se limitaba porque no quería forzar nada. Ya lo había hecho con Marisa y la estrategia no le resultó.Cuando conoció a su primera esposa tan solo eran jóvenes universitarios que vivían con las hormonas aceleradas. Sus cuerpos mandaron en esa relación, porque sus caracteres eran algo incompatibles.Robert era un tipo de negocios y emprendimientos, que por su oficio debía moverse por el mundo y estar en constante relación con la sociedad.