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Dime tu nombre y te diré quién eres

Salimos del restaurante y continuamos caminando sin una dirección fija, yo solo seguía sus pasos y sentía que él estaba siguiendo los míos.

—¿Crees que me apresuré? — cuestionó él riéndose un poco.

—Creo que te saltaste las citas, el noviazgo, las peleas, los regalos, las decepciones y un montón de otras cosas más — respondí enumerando con mis dedos.

—Tienes razón, quizás, solo quizás... lo hice — contestó él de manera irónica — Lo lamento, nunca había visto a alguien como tú.

—¿Nunca habías visto a una mesera? — repliqué inmediatamente riéndome de mí misma.

—No a una como tú — respondió él riéndose — he pasado toda mi vida en medio de personas que creen que son maravillosas, personas importantes, personas ricas, personas que creen que lo son todo pero que yo siento que no son nada, y entonces vengo hasta acá, y te juro que jamás pensé que aquí, en Monte Video, realmente conseguiría todo, todo en lo que el resto consideraría nada.

—¿Estás hablando de mí? — pregunté de manera ingenua, ambos nos reímos al mismo tiempo, mirando hacia el suelo.

Y entonces pude notar que ambos estábamos igual de nerviosos. Las manos sudadas, las sonrisas espontáneas, las miradas que se escondian mirando hacía otro lado.

—Quiero que te cases conmigo, Stella. No sé qué ofrecerte, sinceramente no encuentro cómo convencerte ¿qué quieres? ¿dinero? ¿propiedades? ¿acciones? — él hablaba muy enserio pero a mí me seguía causando gracia.

—Siento que quieres comprarme — repliqué entre risas.

—Creo que es una manera válida de verlo pero no es precisamente lo que quiero — contestó él deteniéndose para sentarse en una banca a un lado del camino — esto es lo que yo quiero, no sé cómo conseguirlo así que hago lo que me enseñaron a hacer desde pequeño: Negocios. Creo que ambos podríamos beneficiarnos.

—No puedo darte una respuesta en este momento — contesté con sinceridad — solo estaría mintiendo si lo hago y no me gustan las mentiras, realmente detesto las mentiras, aunque tengo que admitir que a veces las digo.

—A veces nos toca ir en contra de nosotros mismos — respondió él de inmediato — pero está bien, dejaré que lo pienses — dijo acostándose en una banca que se encontraba a un lado del camino — me quedaré acá esperando, tú dime a qué hora pasas por mí, después de todo no dijiste que no inmediatamente, eso me da una esperanza — añadió cerrando sus ojos.

—Dime que realmente no vas a quedarte aquí — exclamé un poco alarmada.

Luego de verlo pasar todo el día sentado en el restaurante realmente lo sentía y creía capaz de cualquier cosa. Era muy insistente, supongo que eso era algo bueno.

—No, no voy a hacerlo no te preocupes, aunque si realmente te importa quizás lo haga, así puedo llamar tu atención — contestó sonriente y de manera juguetona.

—¡Estás loco! — respondí de manera inmediata — llamaré a la policía si no vas a tu casa, hotel o donde sea que te estés quedando.

—Déjame llevarte a tu casa primero, luego regresaré a mi querido y aburrido hotel, lo prometo — dijo él alzando sus manos para demostrar que estaba siendo sincero.

—No hables tan mal de tu pobre hotel, podrías hacerlo sentir mal, además ni si quiera es tuyo, no tienes el derecho de hablarle así — siempre me causaba gracia cuando las personas hablaban de ciertos lugares de esa manera.

—Tienes razón, no es mío, es de papá pero en términos simples también es mío, soy su único hijo — él lo decía de manera tan normal y seria que por un momento creí que era cierto pero era imposible, realmente no podía ser dueño de todo un hotel.

Caminamos juntos a casa, el camino no era muy largo, pero me daba el tiempo suficiente para conocerlo un poco. Hablar con él me distraía, me hacía pensar en cosas en las cuales normalmente no pensaba y que de alguna manera me hacían sentir bien.

—¿Cuál es tu color favorito? — preguntó caminando de espaldas con las manos en sus bolsillos.

—Hace mucho tiempo que nadie me pregunta algo así — contesté riéndome — pero creo que es el azúl, además no camines de espaldas, puedes caerte y no tengo muchos ánimos de ir al hospital en este momento.

Él volvió a caminar con normalidad a mi lado, mirando mis pasos fijamente.

—Dicen que el azul es el color que más suele gustarle a los psicópatas, ¿acaso estoy arriesgando mi vida sin darme cuenta? — comentó mirando aún hacia el piso — nuestros pasos están sincronizados, dicen que cuando eso sucede es porque también estás sincronizado con esa persona, quizás estamos en la misma sintonía — añadió mirándome al rostro.

—Tú me esperaste diez horas sentado en el restaurante en el que trabajo ¿y tú crees que yo soy la psicópata? — respondí riendo levemente.

—Bueno, dicen que el culpable siempre es la persona que menos esperas.

—¿En eso te pasas el tiempo? ¿aprendiendo datos aleatorios? — cuestioné de manera un tanto sarcástica.

—Sí, cada mañana desayuno con un jugo de datos inútiles — contestó él a modo de broma.

—Bien, aquí estamos — dije deteniéndome en la puerta de "mi casa" — vuelve con cuidado — acoté con una leve sonrisa.

—Tienes una linda casa — comentó él mirándola.

—Si, supongo que al dueño debe gustarle mucho — respondí con una sonrisa incómoda.

—Lo lamento mucho, ni siquiera te pregunté si tenías novio, no deseaba ser imprudente — comenzó él a disculparse, mostrándose realmente avergonzado.

—¡No tengo novio! — exclamé soltando una pequeña carcajada — vivo aquí alquilada con mi madre y mi hermana, el dueño es un señor que vive en la casa de al lado.

—¿Entonces estás soltera por ahora? — cuestionó acercándose hacia mí.

—No te hagas ilusiones, Romeo — repliqué a modo de broma — espero volver a verte — añadí mientras abría la puerta.

—Volveremos a vernos — aseguró él al instante.

Entré a la casa y me lancé sobre el sofá, realmente estaba agotada, probablemente no por el trabajo que había hecho hoy sino por el trabajo que había estado haciendo durante dos años. Me levanté nuevamente para buscar a mamá, se encontraba en la habitación viendo una película con mi hermana, se veía algo tensa aunque llevaba una sonrisa dibujada en sus labios.

—Buenas noches — dije mientras tocaba la puerta y me adentraba a la habitación.

—Dios te bendiga, mi amor. Llegas un poco más temprano de lo usual — comentó mamá sin despegar la vista del televisor.

—Por suerte la señora Alicia me dijo que saliera unas horas antes — dije para luego lanzarme a la cama junto a ellas.

—Dios bendiga a Alicia que siempre ha sido tan buena contigo — contestó mamá inmediatamente.

—Estoy agotada — comenté dejando salir un suspiro y luego cerrando los ojos.

—La comida está en el horno, no es mucho pero servirá para amortiguar hasta mañana que salga temprano a ver qué consigo — comentó mamá aún sin mirarme «Siempre estamos amortiguando» pensé tratando de no prestarle mucha atención a eso para que no me comenzara a doler la cabeza.

De repente comenzaron a tocar la puerta con algo de fuerza, mamá se levantó de la cama para ir a abrir, miré hacia la puerta de afuera por si acaso, siempre estaba alerta por si algo malo llegaba a suceder.

—¿Quién es? — preguntó Sofía, mi hermana de once años.

—No lo sé — respondí en un susurro sin apartar la mirada de afuera.

Mamá se asomó por el ojo de pez para luego abrir y allí se encontraba a quién menos quería ver en este momento.

—Ya tienen una semana de retraso — dijo el señor Pablo adentrándose a la casa.

«¿No hay un buenas noches?» pensé poniendo mis ojos en blanco.

—Lo sé, señor Pablo. Sólo déme un poco de tiempo, le prometo que en el transcurso de esta semana le tendré el dinero — respondió mamá avergonzada — es que tuve algunos gastos, la situación no es fácil para mí y…

—¿Cree que para mí lo es? — intervino él sin permitir que mamá terminara — no alquilo la casa para hacer obra de caridad, de ser así entonces la regalaría pero no me sirve de nada alquilarla a personas que nunca pagan.

—Yo le pago cada mes aunque tenga complicaciones, es solo que… — trataba mamá de defenderse con la voz temblorosa.

—¡Si, paga tarde! — replicó el hombre en la sala con su voz estruendosa.

—Le ruego que me entienda — suplicó mamá.

—Usted y yo podríamos llegar a un acuerdo — sugirió él tomándola por la cintura.

Estaba pasado de copas, era lo mismo de cada mes, buscaba una excusa para venir hasta acá y tratar de aprovecharse, aún peor, nosotras le poníamos la excusa en bandeja de plata, sin embargo eso no le daba el derecho. Me levanté de la cama, salí de la habitación y cerré la puerta de la misma para que Sofía se centrara en su película (si es que podía).

—Le pido que salga, señor Pablo. Vamos a pagarle se lo aseguro, ahora suelte a mi mamá — intervine tratando de quitar su mano de la cintura de ella.

—¡A mí no me va a sacar de mi propia casa! — exclamó él propinando un golpe en mi mejilla con el dorso de su mano.

—Mañana le pagamos, señor Pablo. ¡Por favor! — imploró mamá convenciendo al hombre para que saliera de allí.

Realmente estaba cansada de esto.

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