Alberto. Llegó a la oficina de Samanta, luego de escucharla lanzar semejante grito, al ver al desgraciado de Gabriel besándola y está llorando de manera desesperada, me lanzó a él, lo apartó de un empujón y le doy una patada en el estómago, este se pone de pie y le doy un puñetazo en la cara, seguido de más puño mientras el trata de cubrirse el rostro. En una de esas Camila trata de apartarme de él, solo veo su cara ensangrentada, pero no me importa. Entre Camila y Tatia me aparta de ese desgraciado y yo solo quiero estrangularlo con mis propias manos, este se pone de pie para irse, pero antes de este dar un pasó, Tatia le lanza un jarrón dejando al hombre inmóvil en el suelo. Luego de eso llama a la policía, Tatia manejo todo el suceso en silencio. Samanta. Luego de lo sucedido, perdí por completo el control de mí, estaba despierta, pero no era yo, no me dí cuenta cuando llegue a casa, solo en el momento que Alberto me dijo que bajara del coche. —Necesito bañarme.
Samanta. Antes de llegar a casa, paso a una farmacia, necesito algo que me ayude a dormir la noche completa y un poco más. Al llegar Alberto está en el jardín, corre de manera rápida para alcanzar me, al bajar del auto me abre la puerta. —¿Necesitas ayuda en algo? —Me pregunta con una cara que si realmente mis padres no me dicen lo que hace, le creo por completo. —Solo quiero dormir—Le respondo de manera seca y me marcho a la habitación. Al llegar me pongo una bata para dormir y antes de llegar a la cama, reviso un mensaje de mi madre, me manda unos análisis donde dice que mi padre está teniendo problemas cardíacos, algo así entendí. Me tomo la pastilla y poco a poco mis ojos se van cerrando. Alberto. Me levanto temprano para estar al pendiente de Samanta, no se que se hace en estos casos, pero no pienso dejarla sola. Termino de arreglarme y le hablo a Tatia para que me informe que ha pasado con el degenerado. La cual me informa que va a tener una reunión con ellos, per
Samanta. Me despierto sin necesidad de alarma, a pesar de que la tengo programa a las 6:30, me desperté una hora antes, me baño, maquillo y me hago unas ondas. Mi alarma suena, lo que indica que ahora sí, son las 6:30, busco algo cómodo y a la vez elegante, la impresión es lo primero que las personas ven, y los Loan no la tendrán tan fácil. Al vestirme duro media hora, desayuno con un plato de fruta, y estoy pendiente por si Alberto aparece a desayunar. Voy al estacionamiento y veo que el auto de Alberto no está, me dirijo a la cocina, dónde están las tres empleadas. —Disculpen. Algunas de ustedes me dice ¿A qué hora salió el señor Monroe? —Le pregunto mirando a todas al mismo tiempo. Todas me miran. —Señora, el señor Monroe, ahh. Él no. —Hace una pausa. —El no durmió aquí, señora. —Termina de decir otra de las empleadas. —Esta bien, gracias. —Le sonrió y continuo mi camino. Llegó a la empresa, y ningunos de los altos mando han llegado, algo que es evidente, t
—Llamando a Samanta desde la tierra. Heyyy—Dice Tatia al mismo tiempo que me empuja de manera suave. —Perdon, ¿Que decías? —Tu cuerpo está aquí, pero tu mente no. ¿En qué piensas? Suelto un suspiro. —Pensaba en Alberto, no lo eh visto desde el día que discutimos, y ya va una semana. —Pero, yo lo veo a diario. —Responde Tatia un poco confusa. —Sii, creo que me evita. Pero me alegra saber que es un hombre inmaduro, que no enfrenta sus problemas. Tatia me mira con cara de pena, y no hay nada que me moleste más que dar pena. El teléfono suena y lo contesto de inmediato. —Diga. —Samanta, la reunión casi va a comenzar.—Responde Dagne del otro lado de la línea. —Gracias, voy en un momento Alberto. Escuchó la voz de mi padre un poco lejos, Muevo un poco la cabeza, como si está acción hiciera que mis pensamientos desaparezcan. —¿Que decías padres? disculpa, no escuché. —Te decía, que no puedes seguir así. Te ves, —se queda pensando, como si no quisieras
Samanta. Luego de lo que dijo mi padre, llegó a la oficina y sin descanso alguno, continuo trabajando, está campaña será un boom. Tatia entra a la oficina muy contenta. —Aunque no quise que firmadas ese contrato, me alegra ver los frutos. —Me dice mientras toma asiento frente a mí. —Creo que ese contrato fue lo mejor que pudo pasar. —Le contesto con una sonrisa de oreja a oreja. —¿No lo dices solo por él dinero? verdad. —No, estuve hablando con mi padre, y hoy lo noté más cariñoso conmigo. Tatia. Escuchar a Samanta hablar así de su padre, me da tristeza, ese viejo miserable solo le da amor, porque ella es su minita de oro. —Me alegra escuchar eso. —Le digo fingiendo una sonrisa, no pienso arruinar este momento de ella. Recibo una llamada y no logro reconocer el número. Escuchar la voz en la otra línea, me deja un poco confusa, aún así, hago lo que me pide y hablo con. normalidad. —Claro, le mando todo en un segundo. —Camino rápido al baño, dejando a Sam
Camila. —Papá, necesito que me ayudes con algo. —Le digo a mi padre un poco nerviosa. —Que bueno, porque necesito que también tú, me ayudes con algo. —Me responde él con una sonrisa, algo que agrega confianza en mí. —Haré lo que me pidas. Pero antes, necesito que me ayudes a comprar aunque sea un dos porciento de las acciones de la empresa Love. —Luego de decir esto, la reacción de mi padre cambia por completo. —Camila, de eso se trata lo que quiero que hagas, necesito que salgas de esa empresa. —¿Pero por qué? —Porque necesito tú ayuda en las empresas que vas a heredar, sabes bien que estudiaste para eso, para administrarla y necesito orientarte desde ahora para poder retirarme pronto. —No quiero trabajar en la empresa familiar aún, no sé de arquitectura, y no me gusta tener ver con eso. —Es tu legado hija. Por favor. —Hagamos algo, sii. —Le digo a mi padre tratando que el plan que tengo en mente funcione y así me lo quito de encima. —Danielaaa. —Digo a g
Alberto. Termino de acomodar algunas cosas luego de la visita de Camila, espero una media hora y Samanta baja las escaleras con un enterizo corto blanco que le queda de infarto, sus zapatillas altas plateadas le dan un toque exquisito. Le sonrió de manera tierna, sin que se note el deseo que tengo que estar con ella, no quiero generarle miedo. —Estas hermosas. —Le digo al ver que ella termina de bajar. —Gracias. —Responde ella con una sonrisa igual de hermosa que ella. Nos dirigimos al comedor, cenamos de lo más tranquilo, charlamos muy poco, quería que ella disfrutará bien su lasaña. Al terminar nos vamos al cuarto de juegos, pongo la película, pero antes de iniciar, ella me dice. —¿Que tal si nos conocemos bien? Mi corazón da un giro de ciento ochenta grados, me senté al lado de ella, pero, no tan cerca claro está. —Por mi, excelente. —Le contesto. —¿Quien empieza? Agarro su mano, y le digo. —Mi nombre es Alberto Monroe, tengo veintiocho años de edad, y estoy
Samanta. Acabo de llegar a mi oficina. Las lágrimas nublan mi visión mientras mi respiración se vuelve caótica, incontrolable. Mis piernas ceden, y termino en el suelo, de rodillas, llorando como si todo mi dolor hubiera encontrado su escape. Me llevo las manos al pecho, tratando de calmar los latidos frenéticos de mi corazón, pero parecen imparables, como un tambor desbocado dentro de mí.Un dolor de cabeza punzante me atraviesa, indescriptible, casi como si mi mente se partiera en dos. Me obligo a levantarme, tambaleándome, intentando recuperar el control. Respiro profundo, pero el aire se niega a llenar mis pulmones. Mis manos tiemblan sin cesar, un temblor que me hace sentir aún más vulnerable.Mis pensamientos, como cuchillos, se clavan uno tras otro, trayendo consigo cada palabra, cada acción de mi padre. Los recuerdos me arrastran a su crueldad, a esos momentos que me han perseguido desde que tengo memoria.No sé en qué momento sucedió, pero de repente, ahí estaba Alberto, fre