Chantal.—Sí, estoy bien —afirmó sonriente—. No te preocupes. Ya respondí todos los comentarios que me quedaban, Sam —él asintió, acercándose más a ella.—No es eso, me preocupas tú. Tenía ganas de verte, de hablar contigo —se colocó justo al lado de su escritorio. Chantal pasó sus dedos por los enredados rizos, no sabía qué responder a eso.—Bien, pues ya me ves —sonrió nerviosa.Él se sentó en una esquina del buró, quedando al lado de ella, observándola.—Creo que me pasé un poco en nuestra última charla. No quería asustarte.—No lo hiciste —respondió tajante—. No mucho —ambos sonrieron ante tan sincero comentario, y Sam no pudo evitar detallar todo en ella.—Tienes una risa hermosa, Chantal, todo en ti es bello.Ella desvió sus ojos de él y se encogió de hombros. La honestidad de Sam y lo brutal de sus sentimientos le hacían mella en los pensamientos ¿Por qué Dixon no podía ser así de abierto con ella? ¿Por qué le costaba tanto?—Gracias, Sam, eres muy amable —fue lo único que atin
Dixon.... La veía andar a paso calculado. Moviendo sus caderas de una manera sexy e inconsciente, destilando firmeza en esas, no tan llamativas piernas, pero sí hermosas, o así lo veía él. En Chantal Robinson, toda esa sencillez que emanaba, toda esa dulzura ligada al miedo, todo ese sufrimiento con atisbo de alegría se le hacía hermoso ¿Cómo había llegado a este punto? No tenía idea, pero tenerla a pasos de distancia, con su aroma aún revoloteando dentro de ese coche, le daban ganas de tomarla de los rizos y arrancarle ese tortuoso beso que ella le había negado de ese par de labios que lo traían loco. Era prácticamente un deseo incontrolable, unas ganas de poseerla, tan profundas, que le nublaban los sentidos, al punto, de hacer enormes esfuerzos por no lanzársele encima. Es que Chantal no era como otras chicas, era especial en todo lo que hacía, en cada palabra que emitía, en cada acción o gesto intencionado de su parte. Cosa que estaba demostrando con ese andar lento que mecía an
Dixon.La tomó de los rizos con fuerza para luego estampar su boca sobre la de ella con toda la necesidad que tenía prisionera en su pecho. Le tomó los labios, succionó fuertemente sobre ellos mientras Chantal se resistía y lo intentaba empujar. Actuó rápido, la pegó más a la fría pared de acero, tomó ambas muñecas de la rizada con una sola mano y las subió sobre su cabeza, la tenía a su merced.Volvió a besarla, esta vez sintiendo cada toque eléctrico que le provocaban aquellas exquisiteces rojas. Aspirando su aroma semidulce que se fundía con el suyo. Acariciando la roja y ardiente mejilla con su mano libre. Sintiendo como ella cedía ante el deseo, como se dejaba llevar por él, como delataba lo mucho que le gustaba. Le prendió algo dentro, algo abrazador que solo sentía con ella, algo que lo hacía necesitado de cada sección de su piel, de su esencia. Profundizó el beso introduciendo su lengua, entrelazándola con la de ella que lo esperaba gustosa. Marcó un ritmo profundo, necesitad
Chantal.Caminaba por la calle sintiendo como el frío aire le batía los rizos. Traía una sonrisa a labios cerrados, de esas que te ilumina el rostro sin saberlo. Con cada paso al andar, recordaba los sucesos de hace unos minutos, cosa que hacía, irremediablemente, que su corazón se le acelerara. Es que así mismo, como se puede pasar de una felicidad sólida, a una ahogante tristeza, a ella le había ocurrido justo lo contrario. Sentía la alegría esparcirse por todo su ser, derramando dentro de su cuerpo las ansias y el deseo que él le había provocado. Juraba que aún podía sentir su tacto en ella, el simple recuerdo de aquel delicioso roce le enviaba choques eléctricos a determinadas partes del cuerpo. Llevaba su aroma sobre su piel, como esencia erótica que marcaba territorio. Traía su embriagador sabor en los labios, era señal vívida de que aquellos sucesos no fueron parte de un sueño que se mezcló con su realidad ¡Había sucedido! ¡Él había estado allí! Robándole suspiros, haciéndola
Chantal.Chantal leyó reiteradamente aquel trozo de cartón rosa con tinta negra que yacía sobre sus dedos. No lo podía creer. Era uno de esos momentos en los que se hubiese pellizcado solo para saber si lo que veía era real. Su corazón se aceleró, se movía dentro de su pecho de esa atroz manera de la que solo Dixon podía ser culpable. Sonreía nerviosa, una energía totalmente nueva se instalaba dentro de su pecho. Caminó de un lado al otro delante del mueble. Dixon, precisamente él, le había hecho tal invitación, gesto que le encantaba, y se le hacía hermoso a la vez. Nunca pensó que todo lo que estaba ocurriendo dentro de ella, en esos precisos momentos, se debía a una simple cena. Es decir, otros chicos la habían convidado a salir antes, pero nunca se le había instalado en el pecho esa sensación tan excitante, que ligada a los nervios, simulaba ser una bomba de tiempo que amenazaba a explotar con cada latido de su corazón. Hundió su rostro en el ramo, inhalando su deliciosa esenc
Chantal asintió, esperaba más, pero después de todo, a eso era a lo que habían venido. Dixon la llevó a su puesto y la ayudó a sentarse como todo un caballero. Él tomó su asiento, e inmediatamente dos chicos de traje negro se aparecieron con la humeante comida que expedía un delicioso aroma y una botella de vino tinto.—¡Oh, comida Italiana, mi preferida! —exclamó con asombro cuando le sirvieron su plato y la bebida—. ¿Cómo lo sabías? —preguntó alegre, mientras Dixon tragaba en seco.—No lo sabía —le dijo apartando su vista de ella—. Es decir, es lo más común y la mayoría de las personas gustan de esa comida.—Ah, tienes razón —sonrió inocentemente, mientras se disponía a comer los espaguetis que tenía frente a ella—. ¡Muero de hambre! —exclamó después de una rasilla.—Sí, yo también —puntualizó él, observándola con un brillo felino en sus ojos. Se llevó su copa a su boca, tomó un sorbo.—¡Está delicioso! —dijo, engullendo gustosa. Él se lamió los labios.—Sí que lo está —aún la mirab
Chantal.Su mundo se había desvanecido de una forma abrupta, para dejar a su alrededor un remolino de sensaciones embriagadoras que eran más fuertes que sus dudas. Solo lo percibía a él, y lo que hacía con ella. En esos momentos, había decidido darse el lujo de olvidar todo, de ceder y disfrutar del inminente suceso. Se encontraba sumergida en una marea de exquisitos besos a ritmo lento y profundo, sentía como era transportada por aquellos fuertes brazos, que la sostenían en el aire como si ella no pesase nada. Le rodeaba la cintura con sus piernas, lo percibía fuerte contra ella, haciendo que ese delicioso calor que le recorría el cuerpo se tornara, cada vez, más abrasador. Sintió a ojos cerrados como se detuvo, y el sonido de una puerta al abrirse le dejó saber que ya habían llegado a su habitación. Dixon caminó dentro, dejó de besarla aún con ella entre sus brazos.—¿Estás segura, Chantal? —le dijo con voz ronca—. No creo poder aguantar más, te deseo demasiado —las respiraciones a
Chantal.Sus intimidades rozaban entre sí. Dixon comenzó a moverla agarrándola de las caderas, creando una fricción a ritmo lento que ambos se le hacía exquisita. Entre gemidos, besos y con la respiración agitada, la fue dirigiendo hacia su cama. Ella se dejó llevar, la tendió gentilmente sobre las sabanas grises, y se le colocó encima, metiéndose entre sus piernas. Dejó sus labios para besarle el cuello y dirigirse hacia ese par de pechos que lo habían cautivado. Atacó sobre estos haciendo que ella ahogara un gemido. Con su mano recorrió fina cintura y fue bajando, lentamente, hasta llegar a su entrepierna.—Dios, Chantal —bufó ronco—. Estás tan mojada —le susurró en su oído. Comenzó a transitar su intimidad con los dedos, de arriba a abajo, tentando el botón de placer de la rizada, que se retorcía ante la energía deliciosa que se le expandía por todo el cuerpo. Un calor abrasador ardía en su interior y pedía a gritos ser aplacado. Se intensificó cuando Dixon tocó su punto palpitan