Chantal.Caminaba por la calle sintiendo como el frío aire le batía los rizos. Traía una sonrisa a labios cerrados, de esas que te ilumina el rostro sin saberlo. Con cada paso al andar, recordaba los sucesos de hace unos minutos, cosa que hacía, irremediablemente, que su corazón se le acelerara. Es que así mismo, como se puede pasar de una felicidad sólida, a una ahogante tristeza, a ella le había ocurrido justo lo contrario. Sentía la alegría esparcirse por todo su ser, derramando dentro de su cuerpo las ansias y el deseo que él le había provocado. Juraba que aún podía sentir su tacto en ella, el simple recuerdo de aquel delicioso roce le enviaba choques eléctricos a determinadas partes del cuerpo. Llevaba su aroma sobre su piel, como esencia erótica que marcaba territorio. Traía su embriagador sabor en los labios, era señal vívida de que aquellos sucesos no fueron parte de un sueño que se mezcló con su realidad ¡Había sucedido! ¡Él había estado allí! Robándole suspiros, haciéndola
Chantal.Chantal leyó reiteradamente aquel trozo de cartón rosa con tinta negra que yacía sobre sus dedos. No lo podía creer. Era uno de esos momentos en los que se hubiese pellizcado solo para saber si lo que veía era real. Su corazón se aceleró, se movía dentro de su pecho de esa atroz manera de la que solo Dixon podía ser culpable. Sonreía nerviosa, una energía totalmente nueva se instalaba dentro de su pecho. Caminó de un lado al otro delante del mueble. Dixon, precisamente él, le había hecho tal invitación, gesto que le encantaba, y se le hacía hermoso a la vez. Nunca pensó que todo lo que estaba ocurriendo dentro de ella, en esos precisos momentos, se debía a una simple cena. Es decir, otros chicos la habían convidado a salir antes, pero nunca se le había instalado en el pecho esa sensación tan excitante, que ligada a los nervios, simulaba ser una bomba de tiempo que amenazaba a explotar con cada latido de su corazón. Hundió su rostro en el ramo, inhalando su deliciosa esenc
Chantal asintió, esperaba más, pero después de todo, a eso era a lo que habían venido. Dixon la llevó a su puesto y la ayudó a sentarse como todo un caballero. Él tomó su asiento, e inmediatamente dos chicos de traje negro se aparecieron con la humeante comida que expedía un delicioso aroma y una botella de vino tinto.—¡Oh, comida Italiana, mi preferida! —exclamó con asombro cuando le sirvieron su plato y la bebida—. ¿Cómo lo sabías? —preguntó alegre, mientras Dixon tragaba en seco.—No lo sabía —le dijo apartando su vista de ella—. Es decir, es lo más común y la mayoría de las personas gustan de esa comida.—Ah, tienes razón —sonrió inocentemente, mientras se disponía a comer los espaguetis que tenía frente a ella—. ¡Muero de hambre! —exclamó después de una rasilla.—Sí, yo también —puntualizó él, observándola con un brillo felino en sus ojos. Se llevó su copa a su boca, tomó un sorbo.—¡Está delicioso! —dijo, engullendo gustosa. Él se lamió los labios.—Sí que lo está —aún la mirab
Chantal.Su mundo se había desvanecido de una forma abrupta, para dejar a su alrededor un remolino de sensaciones embriagadoras que eran más fuertes que sus dudas. Solo lo percibía a él, y lo que hacía con ella. En esos momentos, había decidido darse el lujo de olvidar todo, de ceder y disfrutar del inminente suceso. Se encontraba sumergida en una marea de exquisitos besos a ritmo lento y profundo, sentía como era transportada por aquellos fuertes brazos, que la sostenían en el aire como si ella no pesase nada. Le rodeaba la cintura con sus piernas, lo percibía fuerte contra ella, haciendo que ese delicioso calor que le recorría el cuerpo se tornara, cada vez, más abrasador. Sintió a ojos cerrados como se detuvo, y el sonido de una puerta al abrirse le dejó saber que ya habían llegado a su habitación. Dixon caminó dentro, dejó de besarla aún con ella entre sus brazos.—¿Estás segura, Chantal? —le dijo con voz ronca—. No creo poder aguantar más, te deseo demasiado —las respiraciones a
Chantal.Sus intimidades rozaban entre sí. Dixon comenzó a moverla agarrándola de las caderas, creando una fricción a ritmo lento que ambos se le hacía exquisita. Entre gemidos, besos y con la respiración agitada, la fue dirigiendo hacia su cama. Ella se dejó llevar, la tendió gentilmente sobre las sabanas grises, y se le colocó encima, metiéndose entre sus piernas. Dejó sus labios para besarle el cuello y dirigirse hacia ese par de pechos que lo habían cautivado. Atacó sobre estos haciendo que ella ahogara un gemido. Con su mano recorrió fina cintura y fue bajando, lentamente, hasta llegar a su entrepierna.—Dios, Chantal —bufó ronco—. Estás tan mojada —le susurró en su oído. Comenzó a transitar su intimidad con los dedos, de arriba a abajo, tentando el botón de placer de la rizada, que se retorcía ante la energía deliciosa que se le expandía por todo el cuerpo. Un calor abrasador ardía en su interior y pedía a gritos ser aplacado. Se intensificó cuando Dixon tocó su punto palpitan
Chantal.A pesar de haber sido su primera vez, para él no lo era. Fue solo un momento especial para ella y uno reiterado para él. No se arrepentía, ¿cómo iba a hacerlo?, si la había pasado de maravilla. Pero a pesar de haber llenado la satisfacción entre pieles, aún le quedaba un vacío en su pecho que pedía más de él.¿Qué más le podría dar? Eso no lo entendía, habían cenado, bailado y tenido sexo. Todo lo que se suponía que hacían dos personas que se querían divertir juntos. O al menos, lo que hacían los hombres como Dixon Derricks con las mujeres. Y la verdad era, que después de los buenos orgasmos, él no se había dedicado a hacerla sentir diferente a las demás.No sabía si había sido correcto darle "las gracias" o que debería decir después de salir de ese baño. Estaba en una encrucijada de pensamientos, que solo la llevaban a la expresión de Anne, donde recalcaba que los hombres como él, después de "follar" no quieren nada más. Era algo que lo tenía por seguro. Se colocó el vestid
DixonEl agua tibia le recorría todo el cuerpo, se le escurría resbaladiza llevándose consigo todo el aroma semidulce de Chantal, pero nada más. La tenía impregnada, pegada en su mente, debajo de la piel. Y lo peor era que no quería sacarla. Le estaba martillando las sienes tortuosamente, le preocupaba demasiado y sentía que no podía hacer nada al respecto. Aunque quisiera deshacerse de todo, ya era demasiado tarde. Las cosas con la rizada habían ido en espiral: en ascendencia con giros inesperados, y por alguna razón sentía que le faltaba mucho por llegar a la cima. Había sido un devenir de emociones encontradas que no podía detener, las cuales catalogaba como un simple capricho. Cosa que justo ahora se daba cuenta, de que no era así. Estaba totalmente convencido de ello, Chantal Robinson, el huracán de rizos azabaches, se lo había llevado al fondo del abismo, y lo peor era que él no quería salir de allí. Mucho menos, después de la noche que pasaron juntos. Había estado esperando t
Dixon.—No me digas que viniste a buscarme o algo así —le dio una gran sonrisa—. ¿Es que me extrañabas, hermano? —colocó las manos sobre su pecho haciendo un puchero.—No seas tonto, Derek —rodó los ojos—. Vine a hablar con Chantal—aquellos dos lo miraron sorprendidos, dispuestos a dedicarle todas las reprimendas que tenían en la punta de la lengua...Ese par de ojos negros que tanto le gustaban, lo miraban con recelo. Chantal no había emitido palabra alguna, solo estaba de pie delante de él, con los rizos revueltos y usando unas pijamas demasiado cortas y que no iban a juego. Dixon le detallaba cada aspecto, intentando descifrar que pasaba por la mente de ella, a la vez que solucionaba como decirle todo lo que ya no se podía aguantar.—¿Qué te pasó en las manos? —preguntó la rizada rompiendo el hielo y señalándole su pijama, ya que las mantenía ocultas.—No es nada de lo que tengas que preocuparte —espetó sin ánimos.—¿Ah, no? —alzó ambas cejas y se acercó hacia él—. ¿De qué me debo