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Capítulo 1. Visitas familiares

Isabella

Export Ashgar, Toronto, -Canadá.

Mi mirada estaba fija en la pantalla de mi monitor mientras finalizaba los detalles para el evento del fin de semana. Sentía una mezcla de emoción e inquietud. Zaid se había obsesionado con la idea de revelar nuestro nuevo estatus en la empresa: que yo, Isabella Sánchez, la asistente de presidencia, era su esposa. Aunque prefería mantener mi anonimato por unos meses más, esta mañana discutimos sobre el momento preciso, y él insistió en hacer el anuncio durante el evento.

—Aquí tiene, señora —apareció la señora Bruce y me entregó una pequeña caja con un lazo rojo. Nuestros ojos se encontraron brevemente, fruncí el ceño y tomé la caja con una mano.

—Gracias, señora Bruce —respondí cortésmente mientras ella se dirigía a su escritorio. Desde que supo que su jefe era mi esposo, había mantenido la relación laboral en total armonía. Aunque Zaid le había asegurado en repetidas ocasiones que no haría distinciones, a veces parecía incitarla a acercarse y descubrir que no era la mujer malvada que había imaginado en su mente, grabada en piedra y barro.

—¿Qué hay en esa caja…? —murmuré, pero me detuve al ver el contenido: una nota escrita a mano que decía: «Quiero que todo el mundo sepa que eres mi esposa». Sonreí y negué divertida. Este hombre me estaba volviendo loca. Cerré la caja de nuevo y solté un suspiro mientras negaba lentamente. ¿Por qué no quería que nadie se enterara aún? Estaba a punto de cumplir tres meses en la empresa y nos casaríamos en Dubái en diez semanas. Todo era abrumador, pero, por supuesto, no lo mostraba para no preocuparlo. Me puse de pie, alisé mi falda y rodeé el escritorio para recoger mi tableta y dirigirme a la oficina de Zaid, ignorando la discreta mirada de la señora Bruce. Al llegar, toqué la puerta dos veces y escuché su voz ronca y masculina al otro lado, lo cual hizo que los vellos de mis brazos se erizaran. Giré el picaporte de acero y entré. Sin embargo, no lo encontré en su majestuoso e imponente escritorio. Lo descubrí en un rincón apartado de la oficina, hablando por teléfono. Cuando se volvió hacia mí, su rostro se iluminó y traté de reprimir mi sonrisa, pero no pude evitarlo.

—Sí, madre, iré personalmente a recogerlos al aeropuerto —hizo una pausa—No tenías que hacerlo, pero gracias. Nos vemos mañana… —su árabe sonaba tan sexy al hablar. Inhalé discretamente y luego traté de reprimir el deseo que sentía por él. No sabía qué me pasaba, pero parecíamos, como dirían en mi tierra, “conejos” en cada rincón de la habitación, deseando perdernos en otros rincones. Sin embargo, eso era imposible, ya que no teníamos privacidad total. Había cámaras de seguridad en varios puntos del lugar por razones de protección, por el hecho de que el personal de seguridad y los empleados de la casa entraban y salían constantemente. Zaid guardó su teléfono en el bolsillo de su pantalón de vestir, que le quedaba increíblemente bien, alargando sus piernas. Luego, ajustó su camisa de vestir y remangó las mangas hasta los codos, dejando al descubierto su costoso reloj. Cruzó los brazos al detenerse frente a mí y eso, solo eso, me hizo levantar la mirada para encontrarme con su rostro. Aclaré mi garganta e intenté desviar mi atención. Aún no podía creer que estuviera casada con un hombre como él.

—¿Te gusta lo que ves, señora Ashgar? —escuchar su pregunta me hizo sonreír.

—Todo me encanta, señor Ashgar, y usted lo sabe. —él suspiró y se acercó a mí, deteniéndose frente a mí antes de inclinarse y dejarme un beso en la frente. Inhaló mi aroma y luego rozó de manera juguetona su nariz con la mía, provocando pequeñas cosquillas que me hicieron reír suavemente.

—Eso me gusta —susurró. Levanté la mirada hacia él y noté que sus ojos se habían oscurecido considerablemente.

—Estamos en la empresa, en tu oficina para ser más precisos —señalé. Él hizo una mueca.

—Lo sé, muero por irnos a casa —dijo con decepción, luego se volvió hacia su escritorio—. Mi madre llamó. Está emocionada por los detalles de la boda en Dubái. Traerá las invitaciones y las telas de los vestidos que usarás durante los días de celebración, así como las maquilladoras —se dejó caer en el asiento giratorio frente a su escritorio y se inclinó hacia atrás, mirándome fijamente—. Aún estás a tiempo de cancelar el evento. Sabes que no necesitamos una boda en Dubái —tanteó el terreno, pero en realidad, sabía que él era quien no quería una boda al otro lado del mundo.

—Bien, háblame —dije mientras me sentaba en una de las sillas frente a su escritorio. Coloqué la tableta en mi regazo y lo miré directamente—. Si no quieres una boda, dímelo. Lo entenderé —él negó rápidamente.

—Quiero una boda para nosotros, pero en mi religión es agotador. Serán varios días de celebración, muchos invitados, cambios de ropa y gente que no conoces. Además, tendrás que convivir con mi familia —al mencionar esto último, sonrió divertido.

—No importa, pero si realmente no quieres, lo entenderé. Además, me preocupa el aspecto financiero —dije con sinceridad. Habíamos tenido varios gastos recientemente, incluyendo la compra de nuestra nueva casa y las remodelaciones que Zaid quería hacer. Quería ampliarla y agregar más habitaciones para futuros invitados, así como un área exclusiva para mí con vistas al jardín, donde podría disfrutar del té con mis nuevas amigas, algo que nunca pensé que tendría en el futuro.

—Habibati —susurró mientras se incorporaba del respaldo del sillón, frunciendo el ceño. Sabía que mis palabras lo habían afectado—. No tienes que preocuparte por el dinero, ¿entendido? —preguntó. Eso me recordó algo que había estado posponiendo desde que nuestro matrimonio se hizo oficial. —Isabella —asentí automáticamente, aclaré mi garganta y mantuve mi mirada en la suya

—Necesitamos hablar —dije sin filtros. Quería esperar a llegar a casa para abordar un tema que me preocupaba. También quería colaborar y aportar en el aspecto financiero. Necesitaba tomar un poco de control en eso. Cada gasto que hacía, lo pagaba de mi propio bolsillo, pero con él, aún tenía mis ahorros en dólares canadienses intactos en mi cuenta bancaria.

—¿De qué quieres hablar? —preguntó intrigado.

—Cuando lleguemos a casa, hay algo que me gustaría compartir contigo —al mencionar esto, noté un ligero alivio en su mirada. Había dicho eso a propósito para no hacerlo sentir ansioso con el «necesitamos hablar» durante el resto del día—. Por ahora, y de manera profesional, ya que es horario laboral, revisemos los últimos detalles del evento anual de Export Ashgar este fin de semana.

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