5

No sé cuántas veces al día me pregunté si me estaba volviendo loca.

Pero esta semana ya perdí la cuenta.

Desde que llegué a Greystone Hollow, mi vida se deshilacha como una tela vieja tironeada desde todos los extremos.

Y yo soy el hilo del medio. A punto de romperme.

Dormir se volvió un acto violento.

Cada vez que cerraba los ojos, algo me empujaba hacia lugares que no conocía, pero que mi cuerpo recordaba.

Soñaba con rituales, con luna llena, con sangre.

Soñaba con mi madre… pero no era ella.

Era una versión joven. Encapuchada. De pie en medio del bosque, con los brazos marcados por símbolos brillantes.

Y yo despertaba empapada en sudor. Con el corazón latiendo fuera de compás.

A veces llorando. A veces gritando.

No entendía qué me estaba pasando.

Pero el pueblo sí.

Lo presentían.

—Te estás desmoronando —me dijo Maggie, la dueña del café donde pasaba las tardes intentando encontrar algo de normalidad.

Yo solo la miré.

A veces, me preguntaba si en su mirada amable se escondía un saber antiguo, como el de esas ancianas de cuentos que sabían más de lo que aparentaban.

—Estoy bien —mentí, revolviendo el café frío que ya no pensaba tomar.

—No, no lo estás. Pero vas a estarlo. Porque así es como empieza para todas.

—¿Todas quiénes?

Ella solo sonrió.

Y yo volví a casa con un nudo en la garganta.

Las cosas con Ronan, peor que nunca.

Después del incidente en el bosque, me evitaba como si tuviera la peste.

Ni una mirada. Ni una palabra.

Como si no me hubiera salvado la vida. Como si no me hubiera tocado el alma con la suya por un segundo eterno.

Pero Kael… Kael se estaba convirtiendo en otra cosa.

Una constante. Una sombra que me seguía… y me ofrecía calor cuando el mundo se volvía helado.

Esa noche, me encontró sentada en la vieja banca junto al lago, con el diario de mi madre entre las manos y el corazón en ruinas.

—¿Sabes? No deberías leer eso sola —dijo, sentándose a mi lado sin pedir permiso.

—Tú siempre apareces cuando no te llamo.

—Y tú siempre estás sola cuando no deberías.

No le respondí. Él bajó la mirada al diario.

—¿Has llegado a la parte de la Alianza?

—¿La conoces?

Él asintió lentamente.

—Eran un círculo. Un pacto entre mujeres de sangre antigua. Las únicas capaces de vincularse con las manadas sin perderse en ellas. Tu madre fue una de las últimas. Lo dejó todo para salvarte a ti. Para sacarte de ese mundo.

—¿Qué mundo?

—El nuestro.

Me giré hacia él.

—¿Y tú en qué parte de ese mundo estás, Kael?

Él me sostuvo la mirada, como si me pesara.

—En la parte en la que me estás empezando a importar demasiado.

Sus palabras me cortaron la respiración.

Había algo en su voz que no era seducción, ni misterio. Era dolor. Como si confesara un crimen.

—Tú y yo… —dijo, inclinándose apenas, tan cerca que su aliento rozaba mi cuello—. Esto no debería estar pasando.

—¿Entonces por qué pasa?

Nuestros labios estaban a milímetros.

El aire entre nosotros vibraba.

La noche parecía contener el aliento.

Y justo cuando sus dedos tocaron mi mejilla, algo lo hizo detenerse.

Un rugido. Lejano. Grave. Doloroso.

Kael se tensó. Se alejó como si algo lo quemara.

—No puedo —murmuró—. No ahora.

—¿Qué fue eso?

—Ronan.

Mi corazón se sacudió.

—¿Está bien?

—No si sigue ignorando lo que siente por ti.

Sus palabras me dejaron paralizada.

Y antes de que pudiera decirle algo más, Kael ya estaba de pie, caminando hacia el bosque con los puños apretados.

Como si también él luchara contra algo imposible.

Esa noche volví al lago.

El mismo lugar donde casi nos besamos.

Todo en mí temblaba. Mi piel, mis pensamientos, mi pulso.

Como si algo estuviera empujando desde dentro, tratando de salir.

Me arrodillé en la orilla. Respiré profundo. Y miré mi reflejo.

Al principio, solo era yo.

Cansada. Confundida. Rota.

Pero entonces cambió.

Mis ojos.

Brillaban.

Un tono plateado líquido, como si la luna se hubiera escondido en mis pupilas.

Retrocedí, ahogada por el miedo.

Tocándome el rostro, los ojos, el pecho.

Y entonces lo supe.

No estaba loca.

No estaba soñando.

Algo dentro de mí estaba despertando.

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