Greystone Hollow no tenía muchas casas con historia.
Y después de la advertencia de la anciana, no pude dejar de pensar en mi madre. En lo que había huido. En lo que me había negado saber durante toda mi vida.
Así que comencé a buscar.
Entre fotos viejas, documentos amarillentos y cajas olvidadas en el altillo de la cabaña donde vivíamos. No tenía mucho. Apenas unas cartas sin firmar, una medalla oxidada con una luna grabada… y un cuaderno de cuero raído que encontré escondido en el falso fondo de un baúl.
El diario de mi madre.
Las primeras páginas hablaban de su llegada al pueblo cuando era joven. Frases cortas, escritas a mano con una caligrafía dulce, casi tímida. Nostálgica.
Pero a medida que avanzaba, las palabras se volvían urgentes. A veces caóticas.
"He visto sus ojos cambiar bajo la luna."
"No somos como ellos."
"La Luna Negra se acerca."
"El Juramento de Sangre no se rompe. Ni con el tiempo."
"Yo lo amé… y fue mi maldición."
No entendía del todo, pero mi pulso se aceleraba con cada línea.
Guardé el diario bajo mi almohada como si fuera un amuleto. Y esa noche no pude dormir.
Salí al bosque. No era una decisión racional.
Llevaba una linterna, pero la luna bastaba. Estaba gorda y brillante, asomándose por entre las ramas como una testigo silenciosa.
Me adentré más de lo que debía.
Caí de golpe por una pendiente cubierta de hojas y rocas. El dolor fue inmediato. Un corte en la pierna, y el tobillo torcido. La linterna se perdió entre los matorrales.
—¡¿Hola?! —grité, el eco de mi voz rebotando entre los árboles.
Silencio.
Pensé que era un animal. Tal vez un ciervo. Pero entonces lo vi.
Ronan.
Emergiendo entre las sombras, el rostro endurecido por la preocupación, la camiseta desgarrada en un costado. Parecía… salvaje. Más que de costumbre.
—¿Estás loca? —murmuró, arrodillándose junto a mí.
—Eso parece. ¿Qué haces aquí?
—Te sentí.
Eso no tenía sentido. Pero sus ojos… estaban distintos. Dorados. Brillaban como los del lobo de mi sueño.
—Estás herida —dijo, su voz más profunda de lo normal.
Cuando me tocó el tobillo, su mano ardía. Como si algo bajo su piel estuviera vibrando.
—No deberías estar aquí, Ayla. No esta noche.
—¿Por qué? ¿Por qué siempre actúas como si supieras algo que yo no?
Él tragó saliva. Su mandíbula se tensó.
Sus dedos… cambiaron.
—Ronan…
—¡No mires! —gritó, alejándose de mí, cayendo de rodillas.
Una fracción de segundo.
—¿Qué eres? —pregunté en voz baja.
Pero él no respondió. Se giró y huyó entre los árboles, como si su propia existencia lo quemara desde dentro.
Yo lo seguí. Cojeando. Ignorando el dolor. Porque necesitaba respuestas. Porque lo que acababa de ver no podía ser real… y al mismo tiempo lo era.
Y entonces, entre los árboles, Kael apareció.
—¿Te hizo daño? —preguntó, caminando hacia mí.
—No. Me salvó. Me estaba ayudando… y luego…
—…Y luego casi se transforma frente a ti —completó, cruzándose de brazos.
—¿Qué fue eso, Kael?
Él me miró. Por primera vez, sin su sonrisa. Sin sarcasmo.
—Tienes que mantenerte alejada de él.
—No hasta que alguien me explique qué diablos está pasando.
Kael dio un paso más. Su cercanía era cálida. Aterradora.
—Ronan no puede controlarse. No esta noche. No contigo cerca. Tú lo alteras.
—¿Por qué?
—Porque no eres como los demás. Porque tú también estás cambiando.
Mi corazón se detuvo.
—¿Qué… qué soy yo?
—Aún no estás lista para saberlo.
Me reí sin humor.
—¿Y tú quién eres para decidir eso?
Kael no respondió. En su lugar, alzó una mano y la colocó cerca de mi mejilla, sin tocarme.
—Tú sientes esta conexión, ¿verdad? —susurró—. Esta fuerza entre nosotros. No es casualidad. Es sangre. Es linaje. Es destino.
Sus ojos brillaban. No como los de Ronan.
—¿Me estás diciendo que yo…?
—No estoy diciendo nada —interrumpió—. Solo te pido que no vuelvas a seguir a Ronan. Él está… marcado.
—¿Y tú no lo estás?
—Yo elegí mi marca.
No entendía completamente. Pero lo sentía. Una red invisible envolviéndome. Dos caminos abriéndose bajo la luna. Uno salvaje y dolido. Otro seductor y oscuro.
—Dime la verdad, Kael —murmuré—. ¿Qué soy yo?
Él bajó la mirada, como si el decirlo fuera más peligroso que el silencio.
—Eres la sangre dormida —susurró—. La promesa de lo que fue… y de lo que vendrá.
Antes de que pudiera preguntar más, él se alejó, dejando tras de sí el aroma de madera y lluvia. Un dejo de lo primitivo.
Y en mi bolsillo, el diario de mi madre parecía pesar más.
Esa noche, no soñé con lobos.
Soñé con un altar bajo la luna.
La misma que ardía ahora…
Una señal.
Algo dentro de mí había despertado.
No sé cuántas veces al día me pregunté si me estaba volviendo loca.Pero esta semana ya perdí la cuenta.Desde que llegué a Greystone Hollow, mi vida se deshilacha como una tela vieja tironeada desde todos los extremos.Y yo soy el hilo del medio. A punto de romperme.Dormir se volvió un acto violento.Cada vez que cerraba los ojos, algo me empujaba hacia lugares que no conocía, pero que mi cuerpo recordaba.Soñaba con rituales, con luna llena, con sangre.Soñaba con mi madre… pero no era ella.Era una versión joven. Encapuchada. De pie en medio del bosque, con los brazos marcados por símbolos brillantes.Y yo despertaba empapada en sudor. Con el corazón latiendo fuera de compás.A veces llorando. A veces gritando.No entendía qué me estaba pasando.Pero el pueblo sí.Lo presentían.—Te estás desmoronando —me dijo Maggie, la dueña del café donde pasaba las tardes intentando encontrar algo de normalidad.Yo solo la miré.A veces, me preguntaba si en su mirada amable se escondía un sabe
El sueño era distinto esta vez.No había sombras acechándome ni lobos corriendo a lo lejos. Solo uno. Un lobo blanco, herido, con una mirada antigua y sabia, acostado bajo la luna llena. Su pelaje estaba manchado de sangre en un costado y su respiración era irregular, como si acabara de sobrevivir a una batalla. Me miró directamente a los ojos.—Ayla… —susurró con una voz que no era humana. Ni masculina ni femenina. Solo… eterna.Desperté sobresaltada, con el corazón latiendo como un tambor frenético en mi pecho. La sábana pegada a mi piel, el cabello revuelto, las uñas marcando las palmas de mis manos de tanto apretarlas. Otra pesadilla. Otro aviso.Pero esta vez no era solo un mal sueño. Esta vez… lo sentía en el cuerpo.Me levanté a tientas, buscando el interruptor de la lámpara, pero ni siquiera lo necesité. La habitación estaba en penumbras, y aun así podía ver con claridad. Las sombras no eran tan densas. Podía distinguir los contornos, los objetos, incluso leer el título del li
No quería estar aquí. No quería ver los árboles hundidos en la niebla, ni las casas de madera que crujían con el viento como si susurraran secretos entre ellas. No quería sentir el aire húmedo de Greystone Hollow pegándose a mi piel como un recordatorio constante de que ya no tenía salida.Pero aquí estaba. Obligada a mudarme a este pueblo que parecía detenido en el tiempo, por una razón que ni siquiera tenía que ver conmigo. Todo era por mi madre. Su salud, dijeron. Su equilibrio emocional. Su necesidad de volver a sus raíces. Como si eso fuera una cura para la tristeza que la perseguía desde hacía años, como un espectro que nunca la soltaba.Yo solo era el daño colateral.—Llegamos —dijo mi madre desde el asiento del conductor, con los dedos temblorosos sobre el volante.Su voz era suave, como si hablara desde otro lugar, otro tiempo. Desde que habíamos salido de la ciudad, no había dicho más que dos o tres frases. Sus ojos, sin embargo, no dejaban de observar el paisaje, reconoci
Había tenido muchas primeras veces incómodas, pero ninguna como esta. Despertarme con el recuerdo de un aullido tan cerca de mi ventana que me dejó el corazón acelerado por horas no era precisamente el mejor inicio para mi segundo día en Greystone Hollow.El bosque estaba quieto. Demasiado quieto. Como si se burlara de mí.No le dije nada a mamá. Últimamente hablaba poco, y cuando lo hacía, lo hacía como si estuviera midiendo cada palabra. Como si ciertas verdades tuvieran filo. Me limité a observarla mientras me servía café sin azúcar y me evitaba con la mirada. Lo hacía cada vez que me notaba inquieta. Cada vez que sentía que estaba a punto de hacerle una pregunta que no quería responder.—Dormiste bien —dijo más como una afirmación que una pregunta.—Sí —mentí.Ella solo asintió y volvió a su taza, perdida otra vez.El instituto olía a papel húmedo y desinfectante barato. Era un lugar lleno de rincones oscuros, como si la luz del sol no quisiera colarse demasiado entre sus pared
El primer síntoma fue el oído. Una tarde cualquiera, sentada en clase de biología, escuché el zumbido de una mosca desde el extremo opuesto del laboratorio. Una tontería. Algo insignificante. Pero lo oí como si volara junto a mi oído.El segundo fue el olfato. Greystone Hollow siempre olía a bosque húmedo, pero esa mañana, distinguí entre el pino y la tierra mojada una nota dulce, como miel quemada. Provenía del pasillo. De alguien. Y sin querer, la seguí.El tercero fue peor. Estaba sola en mi habitación, intentando leer un libro, cuando sentí el latido de mi corazón en las yemas de los dedos. Luego en los oídos. Luego… en todo el cuerpo. Como si no fuera mío. Como si algo en mí reclamara ser escuchado.Dormí mal. Otra vez. Pero esta vez los sueños no eran niebla confusa. Eran imágenes nítidas. Claras. Atormentadoras. Lobos. Corriendo bajo una luna plateada.Sus patas golpeaban la tierra húmeda con furia, pero no era violencia. Era libertad. Era instinto. Era un llamado salvaje