El primer síntoma fue el oído.
El segundo fue el olfato.
El tercero fue peor.
Dormí mal. Otra vez.
Sus patas golpeaban la tierra húmeda con furia, pero no era violencia. Era libertad. Era instinto. Era un llamado salvaje al que no podía resistirme.
Hasta que los ojos de uno de los lobos se volvieron hacia mí. No eran de animal. Eran ojos humanos.
Me desperté jadeando. Temblando.
No podía seguir ignorándolo.
Intenté distraerme. Salí a caminar después de clases, dejando que el bosque cercano al pueblo me tragara. El silencio allí no era silencio. Era susurro. Murmullo de hojas, vida oculta, raíces respirando bajo tierra.
Fue entonces cuando lo escuché.
—No deberías estar aquí sola.
Me giré.
Apoyado contra un árbol, las manos en los bolsillos, el rostro endurecido por algo que no entendía.
—No deberías seguirme —le respondí.
—No te sigo. Te cuido —dijo sin pestañear.
Aquello me descolocó. ¿Cuidarme? ¿Por qué?
—¿Por qué me cuidas? Ni siquiera me hablas.
—Ahora lo hago.
Silencio.
—Hay cosas que deberías saber —continuó—. Cosas que ese idiota no te va a contar.
—¿Kael? —pregunté, aunque ya lo sabía.
Asintió con el ceño fruncido.
—No confíes en él, Ayla.
—¿Y por qué debería confiar en ti?
Una sombra pasó por su rostro. Una mezcla de dolor y orgullo herido.
—Porque yo no te quiero para mí —susurró—. Pero él… él sí.
Ese “para mí” sonó como una confesión más profunda de lo que quería aceptar.
Y entonces lo sentí.
Kael emergió de entre los árboles como si ya supiera que estábamos allí. Como si la tensión se le pegara a la piel como una segunda naturaleza.
—¿Interrumpí algo? —preguntó con su sonrisa afilada.
Ronan se irguió. Sus músculos se tensaron bajo la chaqueta, como si algo dentro de él pidiera liberarse.
—Vuelve a tu cueva —espetó Ronan.
—Tu obsesión conmigo es enternecedora —respondió Kael, cruzando los brazos—. Pero te dije que no soy el enemigo.
—¿No? Entonces ¿por qué la estás cortejando? ¿Por qué ahora?
—Porque ella merece saber quién es —dijo Kael, y luego me miró—. Y tú también, Ayla.
No entendía nada. Pero ellos sí. Ellos sabían algo. Algo grande. Algo que me involucraba de una forma que todavía no comprendía.
—¿Qué soy? —pregunté.
Kael iba a responder. Lo vi en su mirada. Pero Ronan se lanzó hacia él.
No como un ataque directo. No con violencia desatada.
Sus brazos chocaron con fuerza, los cuerpos girando, empujándose, sujetándose sin herirse. Pero algo crujió. Algo más que ramas. Algo más que el suelo.
Una energía invisible vibró en el aire, tan densa que la sentí atravesar mi pecho.
Y de pronto, ambos se separaron. Jadeantes. Sudorosos. Mirándome como si yo fuera el origen de todo.
—Esto no es el momento —murmuró Ronan, sin dejar de observarme.
Kael me dedicó una última mirada cargada de promesas.
—Tarde o temprano, vas a recordarlo todo —dijo.
Y desapareció entre los árboles.
Volví al pueblo con el corazón latiendo a mil.
Era imposible.
Tomé un atajo por la plaza central, justo frente a la vieja tienda de antigüedades. Una mujer decrépita, de cabello blanco trenzado, me observaba desde el pórtico. Sus ojos eran azules, pero turbios, como si el tiempo los hubiera cubierto con una capa de presagios.
Me detuve al sentir su mirada.
—¿Pasa algo? —pregunté con una cortesía automática.
Ella sonrió, con los pocos dientes que le quedaban. Y entonces lo dijo.
—La sangre de la luna vuelve a casa —susurró.
Un escalofrío me recorrió entera.
—¿Cómo dijo?
—Tu madre huyó de lo que eras. Pero tú… tú no podrás hacerlo —murmuró, dándose la vuelta como si ya lo hubiera dicho todo.
Quise gritarle. Preguntarle qué sabía. Pero ya había desaparecido dentro de la tienda, como un recuerdo que se desvanece.
Esa noche soñé de nuevo.
Los lobos corrían bajo la luna, pero esta vez, yo no los seguía.
Corría junto a ellos.
Sentía sus cuerpos rozándome. El calor de la manada. La fuerza de sus patas. La furia de la libertad.
Y mi reflejo en el lago… ya no era completamente humano.
Tenía ojos dorados.
Y en la distancia, una voz conocida murmuró:
—Prometo protegerte… incluso de mí.
Era Ronan.
Desperté con un nombre susurrado entre mis labios:
Lunaris.
No sabía qué significaba.
Y por primera vez en mi vida, no me sentí completamente sola.
Greystone Hollow no tenía muchas casas con historia. Tenía historia oculta.Y después de la advertencia de la anciana, no pude dejar de pensar en mi madre. En lo que había huido. En lo que me había negado saber durante toda mi vida.Así que comencé a buscar.Entre fotos viejas, documentos amarillentos y cajas olvidadas en el altillo de la cabaña donde vivíamos. No tenía mucho. Apenas unas cartas sin firmar, una medalla oxidada con una luna grabada… y un cuaderno de cuero raído que encontré escondido en el falso fondo de un baúl.El diario de mi madre.Las primeras páginas hablaban de su llegada al pueblo cuando era joven. Frases cortas, escritas a mano con una caligrafía dulce, casi tímida. Nostálgica.Pero a medida que avanzaba, las palabras se volvían urgentes. A veces caóticas."He visto sus ojos cambiar bajo la luna.""No somos como ellos.""La Luna Negra se acerca.""El Juramento de Sangre no se rompe. Ni con el tiempo.""Yo lo amé… y fue mi maldición."No entendía del todo, per
No sé cuántas veces al día me pregunté si me estaba volviendo loca.Pero esta semana ya perdí la cuenta.Desde que llegué a Greystone Hollow, mi vida se deshilacha como una tela vieja tironeada desde todos los extremos.Y yo soy el hilo del medio. A punto de romperme.Dormir se volvió un acto violento.Cada vez que cerraba los ojos, algo me empujaba hacia lugares que no conocía, pero que mi cuerpo recordaba.Soñaba con rituales, con luna llena, con sangre.Soñaba con mi madre… pero no era ella.Era una versión joven. Encapuchada. De pie en medio del bosque, con los brazos marcados por símbolos brillantes.Y yo despertaba empapada en sudor. Con el corazón latiendo fuera de compás.A veces llorando. A veces gritando.No entendía qué me estaba pasando.Pero el pueblo sí.Lo presentían.—Te estás desmoronando —me dijo Maggie, la dueña del café donde pasaba las tardes intentando encontrar algo de normalidad.Yo solo la miré.A veces, me preguntaba si en su mirada amable se escondía un sabe
El sueño era distinto esta vez.No había sombras acechándome ni lobos corriendo a lo lejos. Solo uno. Un lobo blanco, herido, con una mirada antigua y sabia, acostado bajo la luna llena. Su pelaje estaba manchado de sangre en un costado y su respiración era irregular, como si acabara de sobrevivir a una batalla. Me miró directamente a los ojos.—Ayla… —susurró con una voz que no era humana. Ni masculina ni femenina. Solo… eterna.Desperté sobresaltada, con el corazón latiendo como un tambor frenético en mi pecho. La sábana pegada a mi piel, el cabello revuelto, las uñas marcando las palmas de mis manos de tanto apretarlas. Otra pesadilla. Otro aviso.Pero esta vez no era solo un mal sueño. Esta vez… lo sentía en el cuerpo.Me levanté a tientas, buscando el interruptor de la lámpara, pero ni siquiera lo necesité. La habitación estaba en penumbras, y aun así podía ver con claridad. Las sombras no eran tan densas. Podía distinguir los contornos, los objetos, incluso leer el título del li
No quería estar aquí. No quería ver los árboles hundidos en la niebla, ni las casas de madera que crujían con el viento como si susurraran secretos entre ellas. No quería sentir el aire húmedo de Greystone Hollow pegándose a mi piel como un recordatorio constante de que ya no tenía salida.Pero aquí estaba. Obligada a mudarme a este pueblo que parecía detenido en el tiempo, por una razón que ni siquiera tenía que ver conmigo. Todo era por mi madre. Su salud, dijeron. Su equilibrio emocional. Su necesidad de volver a sus raíces. Como si eso fuera una cura para la tristeza que la perseguía desde hacía años, como un espectro que nunca la soltaba.Yo solo era el daño colateral.—Llegamos —dijo mi madre desde el asiento del conductor, con los dedos temblorosos sobre el volante.Su voz era suave, como si hablara desde otro lugar, otro tiempo. Desde que habíamos salido de la ciudad, no había dicho más que dos o tres frases. Sus ojos, sin embargo, no dejaban de observar el paisaje, reconoci
Había tenido muchas primeras veces incómodas, pero ninguna como esta. Despertarme con el recuerdo de un aullido tan cerca de mi ventana que me dejó el corazón acelerado por horas no era precisamente el mejor inicio para mi segundo día en Greystone Hollow.El bosque estaba quieto. Demasiado quieto. Como si se burlara de mí.No le dije nada a mamá. Últimamente hablaba poco, y cuando lo hacía, lo hacía como si estuviera midiendo cada palabra. Como si ciertas verdades tuvieran filo. Me limité a observarla mientras me servía café sin azúcar y me evitaba con la mirada. Lo hacía cada vez que me notaba inquieta. Cada vez que sentía que estaba a punto de hacerle una pregunta que no quería responder.—Dormiste bien —dijo más como una afirmación que una pregunta.—Sí —mentí.Ella solo asintió y volvió a su taza, perdida otra vez.El instituto olía a papel húmedo y desinfectante barato. Era un lugar lleno de rincones oscuros, como si la luz del sol no quisiera colarse demasiado entre sus pared