Alejandro observó a su madre con sorpresa, la intensidad de sus palabras le hizo recordar por qué Esmeralda Valente era una figura tan imponente en su vida. A pesar de los años, la fiereza con la que defendía a su familia seguía intacta, algo que, por momentos, lo maravillaba y lo aterraba en igual medida.—Mamá, no creo que sea necesario que te involucres de esa manera —trató de disuadirla Alejandro, aunque una parte de él sabía que resistirse a la voluntad de su madre era tan efectivo como intentar detener un huracán con una sombrilla.Esmeralda lo miró con una mezcla de cariño y determinación, esa mirada que lo hacía sentir como si todavía tuviera diez años y hubiera roto uno de sus jarrones favoritos.—Alejandro, no subestimes a esa mujer —respondió con una voz firme, mientras acariciaba el cabello de Anaís que descansaba en su regazo—. Si está decidida a recuperar a su hija, no se detendrá ante nada. Y si alguien va a enfrentarla, seré yo.Alejandro suspiró, ya resignado. Sabía q
Alejandro cerró suavemente la puerta del dormitorio de Anaís, dejando a la niña en los brazos protectores de su abuela. Con pasos pesados, se dirigió hacia su estudio, su mente dando vueltas con las promesas que acababa de hacer. ¿Cómo podría cumplirlas sin poner en riesgo todo lo que había construido?Se sirvió un vaso de whisky y se dejó caer en su sillón de cuero, mirando fijamente el retrato familiar que colgaba sobre la chimenea. Allí estaba él, con sus padres y su abuelo.Encendió la computadora y comenzó a hacer algunas tareas pendientes de la oficina, recordó que debía pedir el expediente del nuevo ingreso al día siguiente, para comprobar la identidad de la nueva empleada del Departamento de Tecnología de la Información, porque tenía una extraña sensación que no podía evitar.Por su parte, la Señora Esmeralda en la cama junto a su nieta, no podía evitar sentirse preocupada, ahora que la había conocido no quería perderla.Además, aunque sabía que su hijo la había adoptado, no p
Amelia se levantó temprano, se vistió con su traje tipo taller, desayunó solo un pan con jamón y una vez lista se dirigió a las instalaciones de Enterprises Valente. Iba antes de la hora, pero es que deseaba comenzar temprano para ver si tenía tiempo de investigar algo sobre Alejandro, necesitaba hacerlo rápido porque no creía que tuviera mucho tiempo, sabía que era un hombre muy inteligente y no tardaba en descubrirla.Con esos pensamientos llegó al vestíbulo del edificio, venía guardando su móvil en la cartera por completo distraída, cuando terminó chocando con un robusto cuerpo, estuvo a punto de caer, pero antes de que pudiera impactar en el suelo, unas fuertes y masculinas manos la sostuvieron con fuerza evitando que cayera.No pudo evitar sentir una especie de corriente eléctrica recorrerla de pies a cabeza, cuando alzó la vista allí estaba Alejandro Valente, quien justo en ese momento había empezado a disculparse.—Lo siento… —comenzó a decir él, pero se quedó en silencio al
Amelia sintió cómo los guardaespaldas la sujetaban con fuerza, arrastrándola hacia la salida. Su corazón latía desbocado mientras luchaba por liberarse, pero era inútil contra la fuerza de aquellos hombres. Sintió sus manos lastimando su carne.—¡Suéltenme! Me están haciendo daño —gritó, su voz quebrándose por la desesperación—. ¡No pueden hacer esto! Pero sus gritos cayeron en oídos sordos. Los pocos empleados presentes observaron la escena con una mezcla de curiosidad y lástima, pero nadie se atrevió a intervenir. Amelia sintió cómo las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos, nublando su visión mientras era arrastrada por el pasillo hacia la entrada. Su mente giraba en un torbellino de emociones: ira, impotencia, y un profundo dolor que le desgarraba el alma.Cuando ya la escoltaron afuera, las puertas principales se cerraron frente a ella, Amelia sintió que su mundo se derrumbaba. Se apoyó de un farol eléctrico, sus hombros temblando con sollozos silenciosos. “¿Cómo había lleg
Martín asintió, pero su mano temblaba levemente mientras recogía sus cosas. La oficina de Alejandro estaba impregnada de una tensión sofocante, como si el aire se hubiera vuelto más denso. Alejandro se levantó de su silla con una lentitud que solo incrementaba la presión en el ambiente. Su imponente figura proyectaba una sombra que parecía oscurecer todo a su alrededor.—Quiero que la localices inmediatamente y que esté aquí en media hora —ordenó Alejandro, su voz afilada como un cuchillo que corta la carne. Sus ojos verdes brillaban con un peligro latente, ocultando algo más que simple enojo.Martín se movió con una urgencia que traicionaba su miedo, caminando hacia la puerta, pero justo cuando estaba a punto de salir, la voz de Alejandro lo detuvo como un disparo.—¡Espera! —El jefe no alzó la voz, pero el tono fue suficiente para hacer que Martín se congelara—. Olvida lo que te dije. Vamos a hacer otra cosa. Después de todo, dicen que al enemigo hay que tenerlo cerca… —La expresión
El trayecto hacia el trabajo le resultó eterno a Amelia, cada latido de su corazón era un recordatorio de la delgada línea que estaba a punto de cruzar. La mezcla de miedo y esperanza le revolvía el estómago, pero era el pensamiento de Anaís lo que la mantenía firme. Su niña era lo único que importaba. Cuando llegó a la imponente sede de la empresa, se detuvo en la entrada, su mano tembló ligeramente al tocar la fría puerta de vidrio. Respiró hondo, como si tratara de inhalar la valentía que tanto necesitaba. Un paso, luego otro, y finalmente, se sentó en su escritorio. Pero aunque intentaba concentrarse, las imágenes de su hija la inundaban como un río desbordado, llevándola a una marea de desesperación.No fue sino hasta que su jefe, Martín, la llamó por su nombre varias veces que volvió a la realidad.—Amelia… Amelia, ¿me estás escuchando? —La voz de Martín era una mezcla de impaciencia y curiosidad.Ella se sobresaltó, el rostro palideciendo ligeramente al percatarse de su distr
Cuando Amelia sintió que su detención era inminente, el mundo se desmoronó a su alrededor, la oscuridad la envolvió, su única esperanza esfumándose ante los ojos despiadados de Alejandro.El aire de la oficina se tornó pesado, sofocante, como si toda la presión del universo se concentrara en esa pequeña sala. Los oficiales siguieron avanzando hacia ella, sus pasos resonando en la habitación como un presagio de su inminente caída. Con la espalda contra la pared, Amelia buscó frenéticamente una salida, pero solo encontró los ojos implacables de Alejandro, cuya frialdad le heló la sangre.—Por favor —suplicó Amelia, su voz, apenas un susurro quebradizo—. No puedes hacer esto.De nuevo los agentes se detuvieron a esperar como avanzaba la discusión. Alejandro avanzó lentamente hacia ella, su figura imponente proyectando una sombra que la envolvía por completo. Sus ojos verdes brillaban con una mezcla de triunfo y desprecio, como un cazador que disfrutaba del sufrimiento de su presa.—¿Qué
El agente pareció notar su confusión y añadió con voz más suave.—Si no tiene un abogado, podemos asignarle uno de oficio.Amelia asintió lentamente, su mente, trabajando a toda velocidad. Necesitaba tiempo para pensar, para planear su próximo movimiento. Cada segundo que pasaba era un segundo más lejos de Anaís.—Gracias —murmuró, siguiendo al agente hacia un teléfono en la pared.Mientras esperaba que le asignaran un abogado, Amelia repasó mentalmente los eventos que la habían llevado a este punto y quién podía ayudarla. Cerró los ojos repasando mentalmente quién podía ser la persona que le diera la ayuda necesaria, y sobre todo tener el suficiente poder para enfrentarse a Alejandro. Allí fue cuando se acordó de Sergio Castillo, el empresario a quien había acompañado a su comida familiar como su prometida días antes.—Oficial, necesito una tarjeta de mi cartera, por favor, para poder hacer mí llamada —el hombre se quedó pensativo y al final terminó accediendo.Un par de minutos des