Caminando hacia un lado y sentándose, Karen no tardó en recordarle: —Elisa, está claro que ese viejo Isidro está agitando la relación del señor Javier con los Milanés.A Elisa le daba igual: —Déjale, es un don nadie. Si el señor Javier no estuviera, ¡le habría dado una bofetada por atrever a hablar así de Diego!Karen miró a Diego disgustada: —Todo es culpa tuya. ¡Por tu culpa, puede que en este momento Elisa le caiga mal al señor Javier!Diego frunció el ceño: —¿Tan importante es gustarle al señor Javier?Karen se burló: —Diego, ¿eres realmente estúpido o solo estás fingiendo? Es el señor Javier, el jefe nominal de Bandon, ¿no ves cuánta gente le espera detrás con regalos valiosos? Mientras el señor Javier diga algo, puede cambiar la vida de uno en esta ciudad.Elisa dijo: —Karen, no digas eso. Mi familia no va a tener una mala relación con el señor Javier solo por unas cuántas palabras de Isidro.Diego espetó: —Ya que quieren quedar bien delante del señor Javier, tengo una idea.—¿Qu
Elisa apludió alegremente: —Doctor Larios, eres increíble, el número 7 ganó de verdad, ¡es genial!Al oír su alegre risa, Héctor, Isidro y los demás se disgustaron un poco.Javier se rio: —No hay que desanimarse, esto es lo bonito de las carreras de caballos, ¡nadie sabrá quién es el caballo negro hasta el último momento!Como el líder dio su discurso, los secuaces naturalmente tenían que apresurarse a apoyar su punto.—¡Bravo! ¡El señor Javier tiene razón!—Qué grande, claro, nadie sabe cuál es el caballo negro hasta que llegue el final, esta frase es tan correcta, ¡me llegó al corazón!—La segunda partida empieza en nada, y ganará el que ría hasta el final. ¡Confío en que el señor Javier nos llevará a la victoria!En esta carrera, el señor Javier eligió al caballo número cinco, con mucha confianza.Elisa dijo: —Doctor Larios, ¿qué número elegimos?Diego dijo: —Al número uno, ¡en verdad podríamos apostar a cualquiera, no hay mucha diferencia!Isidro dijo conspiradoramente: —Diego, ¿es
Elisa, que estaba a un lado, se tapó la boca y se echó a reír, sintiendo de pronto que esa supuesta gente de la clase alta de Bandon no parecía ser diferente de unos tontos.Héctor se enfurruñó: —¡Diego, en nombre del señor Javier, te declaro la guerra!—No te pongas chulo, pudiste ganar antes puramente por suerte. ¡Y la suerte no siempre favorecerá a los tontos en esta!Isidro gruñó: —El señor Iglesias tiene razón, solo fue suerte. Cuando se trata de carreras de caballos, no hay nadie en Bandon que pueda igualar al señor Javier, ¡y mucho menos tú, un médico insignificante!El señor Javier se rio: —Vamos, perder no es para tanto.—Dr. Diego, ¿verdad? ¡Si puedes ganar esta también, entonces realmente me dejarás impresionado!Diego se rio ligeramente: —Si las reglas de juego no cambian, ¡solo puedo decirte que no perderé!—¡Qué arrogante!—Qué joven más arrogante, no sabe con quién habla.—Atreverse a decir esas cosas delante del señor Javier es de risa.Muchos de los presentes arremetie
El número dos, de hecho, iba por delante de todos y a mitad de la carrera tampoco mostraba signos de declive.Y el caballo de carreras número cuatro de Diego, a pesar de seguirlo de cerca, no conseguía alcanzarlo.—¡No tiene sentido seguir mirando, el ganador es obvio!Héctor retiró la mirada y sonrió a Javier.Isidro exclamó: —El señor Javier nos guió a la victoria, ¡es sin duda una muestra de liderazgo!Javier pasó de la derrota a la victoria, y no sintió más que un gran placer.Se volvió hacia Diego y sonrió: —¿Qué te parece esta ronda, jovencito?Diego retrajo su mirada del campo: —¡Así es, el ganador es obvio!Javier se quedó helado y luego se rio: —¡Bueno, sabes rendirte, no eres irremediable!Diego, sin embargo, sacudió la cabeza y dijo: —Señor Javier, ¡creo que hay algún malentendido, me refiero a que el número cuatro va a ganar y el suyo va a perder!Sin esperar a que Javier dijera nada, Isidro se había quedado sin voz: —¿Qué está pasando? ¿Cómo ha llegado tan rápido el caball
—Ya que quiere saber el por qué, ¡se lo explicaré brevemente!Diego se mostró impasible ante el hecho de que alguien poderoso le estaba mostrando un respeto increíble.—Es sencillo, en la primera carrera, el caballo que elegí fue subestimado por ser de raza mixta, un juicio que cualquiera que sepa un poco de carreras de caballos daría, pero a pesar de que ese mestizo tiene poca potencia explosiva, tiene buena resistencia.—Y la pista de este club es cincuenta metros más larga que la de un hipódromo estándard, por eso, su magnífica resistencia acabó imponiéndose al resto de los caballos de raza pura que bien tenían una fuerte potencia explosiva, pero carecían de buena resistencia.Javier lo saboreó y luego preguntó: —Ya veo, ¿y la segunda vez?Diego dijo: —La segunda vez fue aún más fácil, el caballo que usted elegió tenía una herida en su pata y, efectivamente, en cuanto se puso en marcha, se salió de la pista.Héctor se mofó: —¿Y dices que no es trampa? Si ese caballo tenía una lesión
Un jefe con panzón se rio a carcajadas: —Veo que es como los humanos, pues incluso los hombres más poderosos a veces tienen que sucumbir ante una mujer.Otro señor exclamó: —¡Así es, recuerdo que un filósofo decía que entre las piernas de una mujer está el único camino al cielo! ¡Pues resulta que entre los caballos es lo mismo!Las palabras de los dos nuevos ricos hicieron que Leila, Elisa y otras chicas guapas presentes se sonrojaron.El resto de la gente también estaba avergonzada, las palabras de estos dos parecían tener sentido, pero había algo que no estaba del todo bien.Javier guardó silencio un momento y suspiró: —¡La derrota fue convincente!—Doctor Diego del Hospital Santa Lucía, ¿verdad? ¡Me quedé con tu nombre, eres realmente un joven talentoso!La sonrisa de Diego, al oír los elogios del señor Javier, no cambió mucho.Y a Isidro y Héctor se les llenó la cara de descontento.En particular, Héctor, el joven número uno de Bandon, tenía el rostro sombrío.Diego le estaba roban
Miguel se mofó de Diego: —Oye, me pareces un poco sinvergüenza.—Solo ganaste algunas apuestas e impresionaste al señor Javier, ¿qué pasa, quieres inventarte mentiras para que te haga caso y así hacerle un favor?Héctor se rio juguetonamente: —Diego, eso es poco amable por tu parte. Tratar de halagar al señor Javier y dar un salto de clase es, francamente, un poco ingenuo.Diego sacudió la cabeza y dijo con desparpajo: —¡El sabio no disputa con ignorantes!Miguel preguntó a Héctor: —Señor Iglesias, ¿de qué va ese inútil?Héctor se mofó: —Está mal de la cabeza, ¡vamos!Miguel resopló y dijo arrogantemente al pasar junto a Diego: —Puto mantenido, ¡hablar contigo solo me hace perder el tiempo!La cara de Héctor enrojeció y no pudo evitar gritar: —Miguel, vámonos.Tener a semejante inculto como secuaz era vergonzoso para él.Elisa se tapó la boca y se echó a reír: —Doctor Larios, aunque la familia de Miguel es rica, él viene de un entorno inculto, ¡he oído que solo llegó a segundo de prima
—¡Pero si no puedes curarme, te daré una buena lección!Diego asintió y dijo con toda seriedad: —Sí, tengo que tratarte esa enfermedad tuya.—Si no, entre que tienes un temperamento fogoso y trastornos endocrinos que necesitan donde descargar, unido a la falta de una pareja, día tras día, ¡te convertirás inevitablemente en una tigresa que muerde a quien vea!Karen estaba molesta: —¡Hijo de puta, te voy a matar!Una fila de jóvenes elegantemente vestidos, agrupados en torno a un joven delgado, se acercó hacia el trío en este momento.—¡Señorita Milanés, señorita Karen, que placer verlas aquí!Los ojos pequeños del joven delgado recorrieron lascivamente a Elisa y Karen, y saludó educadamente.Karen dijo disgustada: —Mateo, píerdete de mi vista con tus secuaces.El joven delgado, Mateo Silvestre, sonrió desgarbadamente: —Sigue tan encendida como siempre, ¿por qué no dejas que te calme?Karen se puso furiosa y lanzó una bofetada.El joven flaco sonrió lascivamente y la esquivó con facilida