—Está claro que Miguel no luchó en serio contigo, ¡pero aprovechaste de su humildad y le has dejado tan herido! Diego, francamente, es un descaro lo que has hecho. Como has ido contra el espíritu del taekwondo, ¡tengo que darte una lección!Héctor estaba furioso y saltó al escenario.No esperaba que Miguel fuera tan inútil.Pero eso no era importante, lo importante era que hacía tiempo que quería darle una lección personalmente a esa basura ignorante.Karen entró en pánico: —Señor Iglesias, usted es un experto de 8º dan, Diego no es rival para usted, ¡olvidémoslo!Leila intervino: —Héctor, ve primero a ver cómo está Miguel, ¡no es momento de lucha!Héctor miró a Diego con sorna y dijo con voz fría: —No quería enfretarme a él, después de todo, parece que me estoy metiendo con él a propósito. No obstante, a pesar de haber quedado en no llegar a muy lejos, Diego le dio una paliza a Miguel que lo dejó tan herido.—¡Aunque haga enfadar a Leila y Elisa, tendré que darte una lección, para que
—Héctor, no te atrevas a meterte con el doctor Larios, si sale herido, ¡no te dejaré en paz!Era entonces cuando Elisa regresó, temerosa de que Diego sufriera alguna herida.Héctor tomó sus palabras como excusa y dijo con una sonrisa: —Bien, por ti, lo perdonaré esta vez, pero la próxima vez no será así. No soy una persona tan buena que puede perdonar a todos.Soltando un resoplido frío, Héctor se fue con su gente.Leila y Karen lo tomaron como que Héctor perdonó la vida a Diego, pero no sabían que cuando se fue, el brazo de Héctor, que había escondido entre su ropa, ya estaba rojo e hinchado, por no decir que no paraba de temblar.Karen miró a Diego con sorna: —Si Elisa no hubiera llegado a tiempo, ¿crees que habrías acabado bien?Diego dijo con desparpajo: —Eso deberías decírselo a ese señor Iglesias, si no me equivoco, ¡está yendo con prisa a la enfermería para vendarse el brazo!Karen parecía poco convencida y pensó que Diego se estaba haciendo el chulo.Pues era imposible que Héct
Más de diez mil personas estaban contemplando las carreras en el hipódromo del club.En donde fuera, actividades como las carreras de caballos eran un pasatiempo favorito de la clase alta adinerada.Y una de las cosas de las que más se hablaba no era otra que a cuál apostar.Elisa tomó a Diego del brazo, seguida de Karen, y se dirigieron al mirador con la mejor vista.Este era un lugar que solo los socios vitalicios del club tenían derecho a pisar.Y cualquiera que pudiera sentarse aquí a ver las carreras de caballos era rico o famoso.En el centro del lugar estaba el secretario comunal de Bandon, Javier Caballero, con unas cuantas personas agrupadas detrás de él, observaba atentamente las carreras.Era bien sabido que al poderoso de Bandon, entre otras cosas, le encantaban las carreras de caballos.—¡Javier, qué alegría verte aquí! —Elisa saludó.Javier tocó las gafas y se rio: —Hola, Elisa, ¿eh, cómo está de salud el viejo Milanés?—¡Gracias por preguntar, el abuelo sigue gozando de
Caminando hacia un lado y sentándose, Karen no tardó en recordarle: —Elisa, está claro que ese viejo Isidro está agitando la relación del señor Javier con los Milanés.A Elisa le daba igual: —Déjale, es un don nadie. Si el señor Javier no estuviera, ¡le habría dado una bofetada por atrever a hablar así de Diego!Karen miró a Diego disgustada: —Todo es culpa tuya. ¡Por tu culpa, puede que en este momento Elisa le caiga mal al señor Javier!Diego frunció el ceño: —¿Tan importante es gustarle al señor Javier?Karen se burló: —Diego, ¿eres realmente estúpido o solo estás fingiendo? Es el señor Javier, el jefe nominal de Bandon, ¿no ves cuánta gente le espera detrás con regalos valiosos? Mientras el señor Javier diga algo, puede cambiar la vida de uno en esta ciudad.Elisa dijo: —Karen, no digas eso. Mi familia no va a tener una mala relación con el señor Javier solo por unas cuántas palabras de Isidro.Diego espetó: —Ya que quieren quedar bien delante del señor Javier, tengo una idea.—¿Qu
Elisa apludió alegremente: —Doctor Larios, eres increíble, el número 7 ganó de verdad, ¡es genial!Al oír su alegre risa, Héctor, Isidro y los demás se disgustaron un poco.Javier se rio: —No hay que desanimarse, esto es lo bonito de las carreras de caballos, ¡nadie sabrá quién es el caballo negro hasta el último momento!Como el líder dio su discurso, los secuaces naturalmente tenían que apresurarse a apoyar su punto.—¡Bravo! ¡El señor Javier tiene razón!—Qué grande, claro, nadie sabe cuál es el caballo negro hasta que llegue el final, esta frase es tan correcta, ¡me llegó al corazón!—La segunda partida empieza en nada, y ganará el que ría hasta el final. ¡Confío en que el señor Javier nos llevará a la victoria!En esta carrera, el señor Javier eligió al caballo número cinco, con mucha confianza.Elisa dijo: —Doctor Larios, ¿qué número elegimos?Diego dijo: —Al número uno, ¡en verdad podríamos apostar a cualquiera, no hay mucha diferencia!Isidro dijo conspiradoramente: —Diego, ¿es
Elisa, que estaba a un lado, se tapó la boca y se echó a reír, sintiendo de pronto que esa supuesta gente de la clase alta de Bandon no parecía ser diferente de unos tontos.Héctor se enfurruñó: —¡Diego, en nombre del señor Javier, te declaro la guerra!—No te pongas chulo, pudiste ganar antes puramente por suerte. ¡Y la suerte no siempre favorecerá a los tontos en esta!Isidro gruñó: —El señor Iglesias tiene razón, solo fue suerte. Cuando se trata de carreras de caballos, no hay nadie en Bandon que pueda igualar al señor Javier, ¡y mucho menos tú, un médico insignificante!El señor Javier se rio: —Vamos, perder no es para tanto.—Dr. Diego, ¿verdad? ¡Si puedes ganar esta también, entonces realmente me dejarás impresionado!Diego se rio ligeramente: —Si las reglas de juego no cambian, ¡solo puedo decirte que no perderé!—¡Qué arrogante!—Qué joven más arrogante, no sabe con quién habla.—Atreverse a decir esas cosas delante del señor Javier es de risa.Muchos de los presentes arremetie
El número dos, de hecho, iba por delante de todos y a mitad de la carrera tampoco mostraba signos de declive.Y el caballo de carreras número cuatro de Diego, a pesar de seguirlo de cerca, no conseguía alcanzarlo.—¡No tiene sentido seguir mirando, el ganador es obvio!Héctor retiró la mirada y sonrió a Javier.Isidro exclamó: —El señor Javier nos guió a la victoria, ¡es sin duda una muestra de liderazgo!Javier pasó de la derrota a la victoria, y no sintió más que un gran placer.Se volvió hacia Diego y sonrió: —¿Qué te parece esta ronda, jovencito?Diego retrajo su mirada del campo: —¡Así es, el ganador es obvio!Javier se quedó helado y luego se rio: —¡Bueno, sabes rendirte, no eres irremediable!Diego, sin embargo, sacudió la cabeza y dijo: —Señor Javier, ¡creo que hay algún malentendido, me refiero a que el número cuatro va a ganar y el suyo va a perder!Sin esperar a que Javier dijera nada, Isidro se había quedado sin voz: —¿Qué está pasando? ¿Cómo ha llegado tan rápido el caball
—Ya que quiere saber el por qué, ¡se lo explicaré brevemente!Diego se mostró impasible ante el hecho de que alguien poderoso le estaba mostrando un respeto increíble.—Es sencillo, en la primera carrera, el caballo que elegí fue subestimado por ser de raza mixta, un juicio que cualquiera que sepa un poco de carreras de caballos daría, pero a pesar de que ese mestizo tiene poca potencia explosiva, tiene buena resistencia.—Y la pista de este club es cincuenta metros más larga que la de un hipódromo estándard, por eso, su magnífica resistencia acabó imponiéndose al resto de los caballos de raza pura que bien tenían una fuerte potencia explosiva, pero carecían de buena resistencia.Javier lo saboreó y luego preguntó: —Ya veo, ¿y la segunda vez?Diego dijo: —La segunda vez fue aún más fácil, el caballo que usted elegió tenía una herida en su pata y, efectivamente, en cuanto se puso en marcha, se salió de la pista.Héctor se mofó: —¿Y dices que no es trampa? Si ese caballo tenía una lesión