Las llamadas actividades de ricos no eran más que golf, esgrima, escalada en rocódromo y otras actividades de gastarse un dineral.Diego se aburrió un poco al cabo de media hora y quiso marcharse.Miguel, con sus guantes puestos, practicó taekwondo con Héctor, dando un buen espectáculo.Leila y la compañera de Miguel estaban sentadas en la audiencia, y las dos aplaudieron mientras comían sus snacks.Karen también tenía los ojos brillantes; un heredero de grandes familias como Héctor, si bien no la enamoraba perdidamente, sí le parecía un hombre sumamente atractivo.Diego, en cambio, estaba solo como un tronco al un lado.Ella pensó que seguro que nunca había oído hablar de taekwondo, y solo sabía dar golpes y puñetazos sin más.Karen temía que Diego se sintiera avergonzado y se escapara, así que le recordó: —Elisa acaba de salir a ocuparse de algo y volverá pronto. Tienes que esperarla, no tienes permiso para irte, ¿de acuerdo?En ese momento, Héctor y Miguel terminaron su combate, se
Diego tenía una duda: —¿8º grado de cinturón negro es para tanto?Karen apretó los dientes exasperada, qué ignorante era este bastardo.Héctor ya era un gran luchador cuando no se fue al extranjero, pues creció aprendiendo artes marciales.Diego pudo con Leo de Karisen, pero contra Héctor era otra cosa, no tenía ninguna posibilidad.Miguel soltó una risita desde el escenario: —¿Tanto miedo le tienes a la muerte?—No te preocupes, no te dejerá tan mal, como mucho, ¡solo haré que te bajes del escenario a rastras como un perro!Karen se sintió increíblemente humillada: —Por favor, Diego, aunque te peguen, aprieta los dientes como un hombre. De lo contrario, Elisa y yo seremos humilladas. ¿Acaso quieres ver a Elisa sintiéndose inferior a Leila?Diego frunció el ceño, sintiendo que era problemático.Subió perezosamente al escenario y miró a Miguel: —Los puños son incontrolables, así que sugiero no llegar a muy lejos.Miguel se quedó helado un momento, y luego soltó una carcajada: —Jaja, ni
—Está claro que Miguel no luchó en serio contigo, ¡pero aprovechaste de su humildad y le has dejado tan herido! Diego, francamente, es un descaro lo que has hecho. Como has ido contra el espíritu del taekwondo, ¡tengo que darte una lección!Héctor estaba furioso y saltó al escenario.No esperaba que Miguel fuera tan inútil.Pero eso no era importante, lo importante era que hacía tiempo que quería darle una lección personalmente a esa basura ignorante.Karen entró en pánico: —Señor Iglesias, usted es un experto de 8º dan, Diego no es rival para usted, ¡olvidémoslo!Leila intervino: —Héctor, ve primero a ver cómo está Miguel, ¡no es momento de lucha!Héctor miró a Diego con sorna y dijo con voz fría: —No quería enfretarme a él, después de todo, parece que me estoy metiendo con él a propósito. No obstante, a pesar de haber quedado en no llegar a muy lejos, Diego le dio una paliza a Miguel que lo dejó tan herido.—¡Aunque haga enfadar a Leila y Elisa, tendré que darte una lección, para que
—Héctor, no te atrevas a meterte con el doctor Larios, si sale herido, ¡no te dejaré en paz!Era entonces cuando Elisa regresó, temerosa de que Diego sufriera alguna herida.Héctor tomó sus palabras como excusa y dijo con una sonrisa: —Bien, por ti, lo perdonaré esta vez, pero la próxima vez no será así. No soy una persona tan buena que puede perdonar a todos.Soltando un resoplido frío, Héctor se fue con su gente.Leila y Karen lo tomaron como que Héctor perdonó la vida a Diego, pero no sabían que cuando se fue, el brazo de Héctor, que había escondido entre su ropa, ya estaba rojo e hinchado, por no decir que no paraba de temblar.Karen miró a Diego con sorna: —Si Elisa no hubiera llegado a tiempo, ¿crees que habrías acabado bien?Diego dijo con desparpajo: —Eso deberías decírselo a ese señor Iglesias, si no me equivoco, ¡está yendo con prisa a la enfermería para vendarse el brazo!Karen parecía poco convencida y pensó que Diego se estaba haciendo el chulo.Pues era imposible que Héct
Más de diez mil personas estaban contemplando las carreras en el hipódromo del club.En donde fuera, actividades como las carreras de caballos eran un pasatiempo favorito de la clase alta adinerada.Y una de las cosas de las que más se hablaba no era otra que a cuál apostar.Elisa tomó a Diego del brazo, seguida de Karen, y se dirigieron al mirador con la mejor vista.Este era un lugar que solo los socios vitalicios del club tenían derecho a pisar.Y cualquiera que pudiera sentarse aquí a ver las carreras de caballos era rico o famoso.En el centro del lugar estaba el secretario comunal de Bandon, Javier Caballero, con unas cuantas personas agrupadas detrás de él, observaba atentamente las carreras.Era bien sabido que al poderoso de Bandon, entre otras cosas, le encantaban las carreras de caballos.—¡Javier, qué alegría verte aquí! —Elisa saludó.Javier tocó las gafas y se rio: —Hola, Elisa, ¿eh, cómo está de salud el viejo Milanés?—¡Gracias por preguntar, el abuelo sigue gozando de
Caminando hacia un lado y sentándose, Karen no tardó en recordarle: —Elisa, está claro que ese viejo Isidro está agitando la relación del señor Javier con los Milanés.A Elisa le daba igual: —Déjale, es un don nadie. Si el señor Javier no estuviera, ¡le habría dado una bofetada por atrever a hablar así de Diego!Karen miró a Diego disgustada: —Todo es culpa tuya. ¡Por tu culpa, puede que en este momento Elisa le caiga mal al señor Javier!Diego frunció el ceño: —¿Tan importante es gustarle al señor Javier?Karen se burló: —Diego, ¿eres realmente estúpido o solo estás fingiendo? Es el señor Javier, el jefe nominal de Bandon, ¿no ves cuánta gente le espera detrás con regalos valiosos? Mientras el señor Javier diga algo, puede cambiar la vida de uno en esta ciudad.Elisa dijo: —Karen, no digas eso. Mi familia no va a tener una mala relación con el señor Javier solo por unas cuántas palabras de Isidro.Diego espetó: —Ya que quieren quedar bien delante del señor Javier, tengo una idea.—¿Qu
Elisa apludió alegremente: —Doctor Larios, eres increíble, el número 7 ganó de verdad, ¡es genial!Al oír su alegre risa, Héctor, Isidro y los demás se disgustaron un poco.Javier se rio: —No hay que desanimarse, esto es lo bonito de las carreras de caballos, ¡nadie sabrá quién es el caballo negro hasta el último momento!Como el líder dio su discurso, los secuaces naturalmente tenían que apresurarse a apoyar su punto.—¡Bravo! ¡El señor Javier tiene razón!—Qué grande, claro, nadie sabe cuál es el caballo negro hasta que llegue el final, esta frase es tan correcta, ¡me llegó al corazón!—La segunda partida empieza en nada, y ganará el que ría hasta el final. ¡Confío en que el señor Javier nos llevará a la victoria!En esta carrera, el señor Javier eligió al caballo número cinco, con mucha confianza.Elisa dijo: —Doctor Larios, ¿qué número elegimos?Diego dijo: —Al número uno, ¡en verdad podríamos apostar a cualquiera, no hay mucha diferencia!Isidro dijo conspiradoramente: —Diego, ¿es
Elisa, que estaba a un lado, se tapó la boca y se echó a reír, sintiendo de pronto que esa supuesta gente de la clase alta de Bandon no parecía ser diferente de unos tontos.Héctor se enfurruñó: —¡Diego, en nombre del señor Javier, te declaro la guerra!—No te pongas chulo, pudiste ganar antes puramente por suerte. ¡Y la suerte no siempre favorecerá a los tontos en esta!Isidro gruñó: —El señor Iglesias tiene razón, solo fue suerte. Cuando se trata de carreras de caballos, no hay nadie en Bandon que pueda igualar al señor Javier, ¡y mucho menos tú, un médico insignificante!El señor Javier se rio: —Vamos, perder no es para tanto.—Dr. Diego, ¿verdad? ¡Si puedes ganar esta también, entonces realmente me dejarás impresionado!Diego se rio ligeramente: —Si las reglas de juego no cambian, ¡solo puedo decirte que no perderé!—¡Qué arrogante!—Qué joven más arrogante, no sabe con quién habla.—Atreverse a decir esas cosas delante del señor Javier es de risa.Muchos de los presentes arremetie