Karen tenía rabia: —¡Diego, ten cuidado con lo que dices!Diego sonrió satisfecho: —¿Me equivoco? ¿Te atreves a decir que no quieres un hombre?La cara redonda de Karen se sonrojó y apretó los dientes: —Todos los hombres son odiosos, bah, estoy demasiado asqueada para pensar en ellos, solo me dan asco. ¿Cómo voy a querer uno?Diego sonrió y no dijo nada, pero miró a Karen con ojos significativos.En las mejillas de esta última, se notaba que el rubor y calor aumentaban, mientras se mofaba: —Aunque me gusten los hombres, definitivamente destestaría a un mantenido como tú.Diego dijo con indiferencia: —Genial, ¡porque yo opino lo mismo de ti!Karen no tuvo tacto y dijo fríamente: —No podrás ser arrogante por mucho tiempo, ¡dejaré que Elisa vea cómo eres de verdad y te echará a patadas!¡Bum!En ese momento, una furgoneta sin matrícula se precipitó hacia los dos.Karen casi fue atropellada y echó humo: —Imbéciles, ¿cómo conducen?La furgoneta se detuvo, y varios hombres corpulentos, enmas
Diego dijo: —¿Me conoces?El hombre no pudo evitar tragar saliva: —¡Sí! ¡Señor Larios, lo siento, es un malentendido, todo es un malentendido!Con eso, se arrancó la máscara, revelando un rostro lleno de granos.Diego pensó brevemente, inseguro: —¿Eres el tipo que iba con Leo en el Club Monteca el otro día?El hombre con granos se rio amargamente: —Así es, el día que le dio una lección a Leo, yo... me meé encima.Quería morirse en ese momento, no sabía que el objetivo de ese hijo de puta de Alberto era este señor.¡Esto era peor que enviarlo al infierno de una patada!Diego se rio: —¿Qué pasa, hoy vinieron a buscar la remontada?El hombre con granos estaba casi muerto de miedo, negó la cabeza como un cascabel: —¡No, no, para nada!—¡Si hubiéramos sabido que era usted, no nos habríamos atrevido a venir!Los otros hombres también reaccionaron en ese momento, se acercaron a toda prisa, uno tras otro hacia Diego para disculparse.—¡Es un malentendido, un malentendido gigante!—¡Señor Lario
Hubo un momento de silencio al celular.Entonces, el furioso rugido de Luis estalló de golpe en los oídos de Alberto.—¿Devolverte el dinero? Te devolveré una mierda. Alberto, hijo de puta, ¡casi me metes en problemas! Menos mal que no metí la pata. Si yo estuviera acabado, ¡tú, bastardo, tampoco te saldrás con la tuya!¡Luis colgó justo después de insultar!Alberto tenía la cara sombría.—Luis, puedes ser el puto jefe mafioso de Karisen, pero mi familia no te tiene miedo. Joder, te atreves a maldecirme y a timar mi dinero, ¡debes darme una explicación!Alberto no sabía por qué demonios se enfadaba tanto Luis, pero no eliminó a ese chico y tenía el descaro de quedarse con su dinero, eso definitivamente no lo dejaría pasar sin más.Inmediatamente, resopló y volvió a marcar, con la intención de preguntar a Luis por qué demonios se había enojado.Y se enteró de que le había bloqueado.Alberto puso cara de incredulidad, seguida de un gruñido de rabia mientras tiraba con fuerza el celular c
—¿Qué tiene de raro? Si tú puedes venir aquí, ¿por qué yo no? —respondió Diego débilmente.Leila frunció el ceño: —Diego, solo quiero advertirte que no es barato el consumo de este lugar y que tienes que ser recomendado por un socio del club para entrar.En ese momento se acercó Elisa, tomando del brazo a Diego, sonrió: —Doctor Larios, entremos. Por cierto, ya le he arreglado una membresía vitalicia del club, ¡así que puede divertirse todo lo que quiera aquí!Ante eso, Leila dejó de hablar y giró la cabeza hacia otro lado.«Este Diego sigue siendo un inútil mantenido como siempre», dijo en su interior.Héctor sonrió especulativamente: —Oí antes de volver al país que te habías rebajado a estar con un mantenido inútil. Pensé que era un rumor, no esperaba que... Qué pena...Tenía una expresión de lástima en la cara, ¡como si traer a Diego estuviera haciendo que Elisa cayera de nivel!Unos de los amigos ricos de Héctor también habló con sorna: —Elisa, hay un montón de jóvenes herederos en
Las llamadas actividades de ricos no eran más que golf, esgrima, escalada en rocódromo y otras actividades de gastarse un dineral.Diego se aburrió un poco al cabo de media hora y quiso marcharse.Miguel, con sus guantes puestos, practicó taekwondo con Héctor, dando un buen espectáculo.Leila y la compañera de Miguel estaban sentadas en la audiencia, y las dos aplaudieron mientras comían sus snacks.Karen también tenía los ojos brillantes; un heredero de grandes familias como Héctor, si bien no la enamoraba perdidamente, sí le parecía un hombre sumamente atractivo.Diego, en cambio, estaba solo como un tronco al un lado.Ella pensó que seguro que nunca había oído hablar de taekwondo, y solo sabía dar golpes y puñetazos sin más.Karen temía que Diego se sintiera avergonzado y se escapara, así que le recordó: —Elisa acaba de salir a ocuparse de algo y volverá pronto. Tienes que esperarla, no tienes permiso para irte, ¿de acuerdo?En ese momento, Héctor y Miguel terminaron su combate, se
Diego tenía una duda: —¿8º grado de cinturón negro es para tanto?Karen apretó los dientes exasperada, qué ignorante era este bastardo.Héctor ya era un gran luchador cuando no se fue al extranjero, pues creció aprendiendo artes marciales.Diego pudo con Leo de Karisen, pero contra Héctor era otra cosa, no tenía ninguna posibilidad.Miguel soltó una risita desde el escenario: —¿Tanto miedo le tienes a la muerte?—No te preocupes, no te dejerá tan mal, como mucho, ¡solo haré que te bajes del escenario a rastras como un perro!Karen se sintió increíblemente humillada: —Por favor, Diego, aunque te peguen, aprieta los dientes como un hombre. De lo contrario, Elisa y yo seremos humilladas. ¿Acaso quieres ver a Elisa sintiéndose inferior a Leila?Diego frunció el ceño, sintiendo que era problemático.Subió perezosamente al escenario y miró a Miguel: —Los puños son incontrolables, así que sugiero no llegar a muy lejos.Miguel se quedó helado un momento, y luego soltó una carcajada: —Jaja, ni
—Está claro que Miguel no luchó en serio contigo, ¡pero aprovechaste de su humildad y le has dejado tan herido! Diego, francamente, es un descaro lo que has hecho. Como has ido contra el espíritu del taekwondo, ¡tengo que darte una lección!Héctor estaba furioso y saltó al escenario.No esperaba que Miguel fuera tan inútil.Pero eso no era importante, lo importante era que hacía tiempo que quería darle una lección personalmente a esa basura ignorante.Karen entró en pánico: —Señor Iglesias, usted es un experto de 8º dan, Diego no es rival para usted, ¡olvidémoslo!Leila intervino: —Héctor, ve primero a ver cómo está Miguel, ¡no es momento de lucha!Héctor miró a Diego con sorna y dijo con voz fría: —No quería enfretarme a él, después de todo, parece que me estoy metiendo con él a propósito. No obstante, a pesar de haber quedado en no llegar a muy lejos, Diego le dio una paliza a Miguel que lo dejó tan herido.—¡Aunque haga enfadar a Leila y Elisa, tendré que darte una lección, para que
—Héctor, no te atrevas a meterte con el doctor Larios, si sale herido, ¡no te dejaré en paz!Era entonces cuando Elisa regresó, temerosa de que Diego sufriera alguna herida.Héctor tomó sus palabras como excusa y dijo con una sonrisa: —Bien, por ti, lo perdonaré esta vez, pero la próxima vez no será así. No soy una persona tan buena que puede perdonar a todos.Soltando un resoplido frío, Héctor se fue con su gente.Leila y Karen lo tomaron como que Héctor perdonó la vida a Diego, pero no sabían que cuando se fue, el brazo de Héctor, que había escondido entre su ropa, ya estaba rojo e hinchado, por no decir que no paraba de temblar.Karen miró a Diego con sorna: —Si Elisa no hubiera llegado a tiempo, ¿crees que habrías acabado bien?Diego dijo con desparpajo: —Eso deberías decírselo a ese señor Iglesias, si no me equivoco, ¡está yendo con prisa a la enfermería para vendarse el brazo!Karen parecía poco convencida y pensó que Diego se estaba haciendo el chulo.Pues era imposible que Héct