—¡No me interesa! No puedo con esta situación –gritaba Dillas.La saliva salía enfurecida de su boca, mientras una cantidad generosa comenzaba a acumularse en la comisura, haciendo que se viese como un verdadero perro rabioso.—Te va a escuchar, por favor –le dijo su esposa Thaly reafirmando una súplica.—Nunca me dijiste que así serían las cosas, jamás me lo contaste —respondió él tratando de bajar la voz.—No tenía manera de saberlo, ¿crees que no te lo diría? Yo no... –tartamudeaba Thaly sin que pudiera salir de su garganta esa explicación.Pese a eso, Dilas no cedía.—Ya basta con todas esas mentiras y estupideces: ¡Tú me mientes! Tenías que saber en lo que ella se convertiría.—Ella no se ha convertido en nada, puede ser solo…—¿Solo qué? –interrumpió Dilas Séllica con voz casi suplicante.Con esa pregunta reinó el silencio en la habitación. Dilas imploraba una esperanza que lo sacara de la oscuridad donde se encontraba sumergido, pero Thaly no podía darle esa luz que lo rescatar
Samantha estaba acurrucada en una esquina de la habitación, era la más distanciada del cuarto de sus padres y la más cercana a la ventana por donde se filtraban los lejanos ruidos de la noche; algunos carros, los maullidos de los gatos y uno que otro perro, quizás respondiendo la conversación de un ladrido anterior. Su posición era intencional pero por más quisiera evadir lo que sucedía en casa, siempre acababa escuchando los gritos de sus papás, como si la persiguieran hasta las profundidades de su consciencia mientras buscaba protegerse de las palabras hirientes que flotaban hacia ella.La pintura era su refugio y cuando esta no la ayudaba a distraerse soltaba el marcador y tapaba sus oídos con las manos, cerraba con fuerza sus ojos y comenzaba a tararear una canción, cualquiera, sin ritmo alguno. En esa última pelea, pese a todos sus esfuerzos escuchó con claridad cuando Dilas dijo que ella no era su hija y que Thaly debía tomar a Samantha e irse. Ese «tu hija» retumbó en su ser co
Las alegrías reinaban en casa de los Adams, pero no siempre fue así, en especial los primeros días después de la mudanza. Samantha sabía que su mamá estaba abatida aunque todos intentaran negarlo. Las primeras semanas Thaly lloraba a cántaros, salía de la cama y pasaba horas sentada en el pasillo sollozando, comía poco y sólo bajo la insistencia de Elia, pues el día lo ocupaba entre lágrimas y suspiros lastimeros. Cuando caía la noche regresaba al lado de Samantha y su cuerpo resentido hacía vibrar la cama hasta que se dormía. La cara hinchada al día siguiente la delataba delante de todos y las tareas cotidianas como asearse y quitarse el pijama se volvieron titánicas.La cara de Thaly comenzaba a mostrar marcas de pérdida de peso y todo pasaba ante la mirada atenta de su familia, quienes se sentían impotentes e inútiles en la tarea de sacarla de esa depresión donde vivía.Thaly se dedicó exclusivamente al cuidado de Samantha mientras estuvo con Dilas, pero ahora debía buscar un traba
La rutina diaria cambió desde que Thaly comenzó a trabajar, después de la depresión era ella quien se encargaba de Samantha por completo, se esforzaba por recuperar el tiempo perdido y muy lentamente fue permitiendo que Elia y Enrique colaboraran de nuevo con esa responsabilidad.La cena era la única comida donde se podían sentar todos juntos a la mesa y la aprovechaban para contarse el avance de sus días; Thaly comentaba sobre su trabajo y las cosas locas que aparecían en el correo, Samantha narraba sobre lo que estudiaba y las asignaciones que tenía pendientes y los abuelos hacían uno que otro comentario sobre las diligencias o las ultimas noticias de La Asamblea, todas siempre incomprensibles para Samantha.En esa rutina transcurrieron ocho años desde la primera vez que Thaly y Samantha llegaron a la casa Adams a colmarla las risas. Samantha no podía quejarse por el cambio que había dado su vida pues había sido para mejor, no extrañaba a su papá, aunque en ciertas fechas especiales
La autoridad y el tono en la voz de Samantha tomaron a todos por sorpresa, aunado al hecho de que creían que dormía y, en cambio, había escuchado todo. Por un momento quedaron como congelados en el tiempo.Enrique se sujetaba el corazón temiendo que éste se le saliera del pecho. Elia había dejado caer de forma estruendosa una serie de objetos que Samantha alcanzó a identificar como las campanillas de viento que escuchó. Thaly reprimió un grito llevando sus manos a la boca y fuera de esos gestos, ninguno se movió.—¡¿Y bien?! —gritó otra vez mientras se sentaba en la mesa y se arrimaba al borde para bajarse.El piso estaba frío bajo sus pies descalzos, pero le aportó frescura al calor de la rabia que la invadía. Estaba despierta y bien atenta mirando a su alrededor con los ojos como platos. Había velas amontonadas en una esquina que aún humeaban un poco, eran de distintos tamaños, formas y colores. Su abuelo sostenía una caja rectangular de madera desgastada y agrietada en sus manos, t
El día siguiente de la atadura, como era de esperarse, Samantha cayó en cama con cansancio inmenso, fiebre alta y unos delirios agotadores, sin embargo, logró descansar de todas las elucubraciones que su mente producía. Era un tiempo que necesitaba para reponerse de lo que le habían dicho, pues en una sola noche habían destruido todo el mundo que ella había conocido hasta entonces y ahora debía construir uno nuevo con bases desconocidas y, por si fuera poco, debía fingir ser normal en un mundo donde ya sabía que no lo era, además de pretender ser corriente en el otro mundo. Su condición era tan especial como peligrosa en cualquiera de los dos mundos.En medio del caos contaba con algo de suerte; las visitas de André eran cronometradas y más cuando se trataba de la familia Adams, eso le daba tiempo de ventaja para comenzar a preparase.—Bueno, creo que hoy tampoco hemos tenido suerte con este famoso juguete, ¿no? —dijo André tomando de las manos de Samantha aquel aparato.—Creo que no,
—Creo que eso responde algunas de las preguntas –dijo Enrique recogiendo el sensor del piso.—Pero no todas. ¿Que pasó con la atadura? –preguntó Thaly.—No sé –dijo él rascándose la barba que no tenía—, quizás…Todos seguían sus propios pensamientos y Samantha parecía estar inundada aún con la luz blanca que salió del sensor. No procesaba las consecuencias de lo que acababa de pasar. Hasta ese momento ella no había tenido idea de su poder, a pesar de que ya estaba acostumbrada a la naturalidad con la que su familia utilizaba sus poderes ella no los tenía o no los había presenciado. Cuando el sensor se encendió cayó la comprensión sobre ella, en efecto era una Energética.—Pudo ser… —continuó Enrique siguiendo sus propios pensamientos— Sami, ¿aún tienes el anillo que te di?—Si —Samantha mostró su mano.—¿Qué tiene que ver?... —Preguntó Thaly volteándose a mirar con detalle el anillo— ¡Papá, ¿que hiciste?! —dijo casi gritando con la misma mirada reprobatoria que en muchas ocasiones le
La última semana se había ido en un suspiro entre prácticas de concentración para ayudarla a mejorar y a Enrique se le ocurrió la genial idea llenar la casa de distintas piedras. El resultado fue una vajilla nueva, reemplazar todos los bombillos de la casa y un moretón que le salió a Thaly en la espalda cuando Samantha la hizo levitar mientras dormía.Ahora Samantha estaba preparándose frente al closet para enfrentar su primer dia de universidad. El problema para elegir qué ponerse no lo había tenido nunca, así que se levantó una hora antes de la prevista para decidir y ya llevaba cuarenta y cinco minutos decidiendo. En el colegio usaba uniformes reglamentarios pero en la universidad podía ir vestida como quisiera y eso abría un mundo inmenso de posibilidades, destrozando así sus tan preciadas rutinas.—¿Jeans o falda? —se preguntaba mientras pasaba cada uno de los ganchos en el closet— ¿Camisa o sudadera?, ¿Converse o zapatillas?... No, zapatillas no. ¿Negro?... No voy de luto. ¿Rosa