—¡No me interesa! No puedo con esta situación –gritaba Dillas.
La saliva salía enfurecida de su boca, mientras una cantidad generosa comenzaba a acumularse en la comisura, haciendo que se viese como un verdadero perro rabioso.
—Te va a escuchar, por favor –le dijo su esposa Thaly reafirmando una súplica.
—Nunca me dijiste que así serían las cosas, jamás me lo contaste —respondió él tratando de bajar la voz.
—No tenía manera de saberlo, ¿crees que no te lo diría? Yo no... –tartamudeaba Thaly sin que pudiera salir de su garganta esa explicación.
Pese a eso, Dilas no cedía.
—Ya basta con todas esas mentiras y estupideces: ¡Tú me mientes! Tenías que saber en lo que ella se convertiría.
—Ella no se ha convertido en nada, puede ser solo…
—¿Solo qué? –interrumpió Dilas Séllica con voz casi suplicante.
Con esa pregunta reinó el silencio en la habitación. Dilas imploraba una esperanza que lo sacara de la oscuridad donde se encontraba sumergido, pero Thaly no podía darle esa luz que lo rescatara. En el fondo de su corazón ella deseaba decir lo que él quería escuchar, pero pensaba más rápido de lo que hablaba y no era fácil revelarle aquello. Estaba tratando de armar frases para darle paz, o mentirle, pero después de tantas farsas sostenidas por tanto tiempo su consciencia desechaba la posibilidad. Se habían agotado los engaños.
Po eso, cuando vio su cara contraída con desespero, su frente perlada de sudor y sus mejillas húmedas de lágrimas sin poder reconocer si eran de tristeza o de rabia, Thaly respiró profundo y abandonó todas sus creencias de honestidad y verdad una vez más. Intentó contagiarle sus esperanzas, comprar un poco de tiempo tal como lo había hecho antes.
—Tenemos que esperar Dilas, por favor, veamos cómo se desenvuelven las cosas.
Tomó las manos de su esposo pese a la reticencia y subió con deliberada lentitud por sus brazos sintiendo el cosquilleo de sus vellos en la punta de sus dedos; acarició los codos, ásperos de tanto sol; llegó a sus hombros anchos y fornidos, esos que tanto tiempo la hicieron sentir segura, y allí con esa cercanía que no tenían desde hace tanto tiempo le susurró con aliento cálido sobre su rostro:
—Por favor Dilas.
Tras un segundo la duda cruzó la vista de Dilas y sus músculos se relajaron, sus ojos perdieron su destello animal y recobraron la humanidad pero, apenas Thaly pensó que había conseguido su objetivo, su semblante se endureció con rapidez.
—¡Suéltame, no me toques! —dijo sacudiéndose de las manos de Thaly— ¿Crees que no sé lo que haces? Sé muy bien que juegas con mi mente y haces que olvide pero ya basta, esto no puede durar más tiempo, está acabando conmigo.
Thaly podía palpar el dolor que lo embargaba, él estaba perdiendo la cordura justo delante de ella y ya no había nada que hacer.
Con sus brazos caídos y gran pesadez en el estómago, Thaly supo que era tan grande su amor por él que deseó apartarse para no verlo sufrir y así todos los años vividos con Dilas acabaron en ese momento.
Era cierto que ella lo manipulaba pero creía con fervor que lo hacía por su bien y por su felicidad, ahora en su mirada había entendido que estaba alargando la aceptación de una inevitable verdad: Dilas ya no la amaba y sus evasivas solo hicieron que el poco amor que quedaba, se acabara.
—Aléjate de mí y llévate a tu hija contigo —sentenció Dilas con amargura.
Esa frase lastimó a Thaly, la cólera en el «tu» exprimió el rechazo de la paternidad y sus diez años de relación se quebraron dando paso a la soledad.
Desesperada insistió en salvar algo de amor paternal para Samantha diciendo:
—Nos iremos, pero entiende que no es culpa de Samantha, ella es y seguirá siendo tu hija.
—No, ella no es mi hija. Ella… Eso no salió de mí.
—Dilas... —lo llamaba Thaly suplicando mientras él se alejaba.
Se dirigió hacia el estudio donde dormía desde hace más de seis meses y trancó la puerta con tanta fuerza que los cuadros y fotografías de la pared temblaron haciendo caer una de ellas. El cristal se agrietó en múltiples pedazos, distorsionando las caras felices de la pareja con su pequeña niña de cachetes regordetes y rosados, que se empeñaba en agarrar a la persona que tomaba la foto.
Y así, sin una palabra más, cesaron las peleas en el pequeño apartamento de la Calle Saint Raph.
***
Más tarde esa misma noche, iba caminando una mujer alta de piel morena y cabello largo muy negro con sus jeans azules de pull & Bear ajustados a su cintura y una camisa blanca Zara que parecía flotar con cada paso que daba. Arrastraba con una mano una maleta de apariencia muy pesada y con la otra sostenía a una niña con un morral en su espalda.
Samantha tenía ocho años, era pequeña para su edad y siempre lo sería, su cabello negro con suaves rizos estaba recogido en una coleta apresurada en lo alto de su cabeza. Se parecía a su mamá, compartían el mismo cabello negro pero en Samantha resaltaba con un brillo azulado, mientras que en Thaly el brillo era rojizo. El caminar ligero, simple y con cierto contoneo también las asimilaba. Ambas tenían piel blanca solo que Thaly tenía pecas que adornaban su nariz y mejillas y Samantha no. La diferencia entre ellas se notaba en sus ojos, los de Thaly eran negros, profundos e intensos y los de Samantha eran color caramelo, suaves y delicados como los de Dilas, capaces de expresar hasta la más mínima emoción a quien los detallase.
—Sami no llores, nos irá bien —dijo Thaly mientras le apartaba el cabello de la frente.
—Estoy llorando porque tú estás llorando —le respondió Samantha mintiendo.
Samantha había aprendido a fingir, fingía que no escuchaba las discusiones de sus papás o que dormía mientras su madre sollozaba en la sala, fingía que no sentía el desprecio de su papá cuando ella se acercaba y, sobre todo, fingía que no se sentía culpable de que las cosas en casa hubieran empeorado. Era muy buena fingiendo siempre que no le preguntaran pues no sabía mentir y ni se molestaba en intentarlo.
Esa noche, Samantha fingía que no le importaba dejar atrás a su papá y desvió la atención con una pregunta.
—¿Cómo sabes que nos irá bien? –dijo con un hilo de voz temeroso.
Thaly miró al cielo como buscando la respuesta en las estrellas, suspiró con profundidad para llenar cada espacio de sus pulmones y después de soltar el aire con mucha lentitud, le respondió.
—La verdad es que no lo sé Sami, pero espero que nos vaya bien. Hoy nuestras energías dispusieron que debiéramos cambiar de rumbo y eso es lo que haremos. A veces las cosas no salen como se quiere, pero eso está bien.
Thaly también era buena fingiendo que estaba tranquila o que aceptaba el designio que acababa con los mejores años que había vivido. Fingía que no le aterraban los días que estaban por venir, sabiendo con una seguridad pavorosa que no tendría la fuerza para sobrellevarlo.
—¿Nuestras energías? –insistió Samantha incrédula del destino.
Ella no creía que lo sucedido fuera una consecuencia de esa Ley de la Atracción de la que siempre hablaba su mamá y aunque hubiese creído en la energía de atracción, la respuesta vaga e imprecisa que le dio Thaly no era lo que esperaba y eso comenzaba a inquietarla.
Thaly seguía tan absorta en su cadena de pensamientos que ignoró la sutil burla en la pregunta de su hija. Entonces, con la mirada clavada en el piso y el sonido de las ruedas de la pesada maleta de fondo, le respondió.
—Hija, desde que el mundo existe no hay casualidades ni coincidencias, las cosas pasan porque nuestras energías mueven nuestro alrededor sin siquiera notarlo, son ellas las que modifican el rumbo de la humanidad, muchos lo llaman destino, en cualquier caso no podemos luchar contra él porque solo nos quedará el cansancio y la tristeza de saber que la batalla estaba perdida antes de empezar. Lo que hoy ha ocurrido ha sido por la energía que emanamos —afirmó Thaly mientras volteaba a mirar a Samantha—, tú y yo debemos seguir avanzando en un camino distinto al de tu papá, solo deseando que en algún momento nuestras energías puedan atraernos y volvamos a encontrarnos con mejores resultados.
Samantha escuchaba atenta como la adulta prematura que siempre demostraba ser. Era una niña avanzada para su edad en diversos aspectos y niveles, salvo en su tamaño físico. Entendía a la perfección todo lo que su madre decía, incluso lo que escondía debajo de esas palabras: la resignación cuando no hay más nada que hacer. Sin embargo, no lo aceptaba y por esta razón preguntó:
— ¿Y dejaremos todo atrás?
Esta vez Thaly no respondió de inmediato, se tomó una pausa cuando comenzó a sentir la agonía de dejar atrás al amor de su vida por quien cambió todo lo que conocía. Thaly adoraba a Samantha, pero más amaba lo que ella provocaba en Dilas, cómo a él le brillaban los ojos de tan solo con escuchar su respiración y cómo se desbordaba de amor en cada gesto que le ofrecía, así que cuando ese amor se convirtió en miedo Thaly sufrió sabiendo que un corazón roto no se cura y menos cuando es tu propia hija quien lo rompe.
—Si —le respondió por fin a Samantha—, aunque nos duela debemos dejarlo todo atrás y entender cuando la lucha está perdida porque seguir allí o regresar podría ser peor. También se gana rindiéndose, mientras no se pierda el propósito y mi propósito eres tú, por eso no te perderé y no me rendiré contigo nunca.
Thaly se aferró a esas palabras de fortaleza que acababa de decirle a su niña. Quería que se acrecentaran en su interior y le inyectaran la energía necesaria, pero con cada paso que daba en la oscura y fría noche sus fuerzas flaqueaban así como sus cansadas piernas. Luchaba por no caer de rodillas y llorar y lo estaba logrando gracias a la pequeña rompedora de corazones que sujetaba su mano con firmeza. Mientras tanto en su mente se atravesaban como flechas los recuerdos del padre amoroso, cariñoso y ejemplar que fue Dilas en algún momento, notando que fueron esas memorias las que la hicieron seguir luchando por mantener su quebradiza familia y que Samantha siguiera llamando a Dilas «papá» en las pocas ocasiones en que él permitía que ella se le acercara.
Habían llegado a una pequeña plaza después de caminar en silencio, unos cuantos minutos más. A Samantha los banquitos verdes le hacían recordar los días cuando caminaba con su padre de regreso del Colegio con su mano sostenida a la de él e intercambiaban sus tiernas miradas. Apartó rápido ese pensamiento de su cabeza, algún día lloraría por su padre pero no sería esa noche, sabía que su mamá necesitaba ver su fuerza.
—¿Y cuál es mi propósito? —preguntó Samantha para mantener distraerse de sus recuerdos.
Thaly colocó la pesada maleta con un sonido bastante estruendoso en el piso, se sentó con pesadez en el banquito y dando palmaditas a su lado le indicó a Samantha que la acompañara. En cuanto ésta se sentó, se arrimó a su lado y le brindó su calor envolviéndola con su abrazo.
—Algún día lo descubrirás, para eso tenemos un par de años. Pero hasta que eso pase descansa un poco mientras los abuelos llegan.
Thaly pasó su mano sobre el rostro de su hija y comenzó a acariciarle el cabello, tomando un mechón y enredándolo con suavidad en sus dedos. A Samantha le pareció curioso que su mamá dijese «un par de años», lo consideró muy específico y le dejo cierta intriga rondando su cabeza pero sus párpados comenzaron a pesarle demasiado, las caricias de su madre le dejaron ver cuán cansada estaba, aunque a fin de cuentas no se sorprendía pues no había dormido mientras escuchaba la pelea que ponía fin a la historia de sus padres.
Samantha estaba acurrucada en una esquina de la habitación, era la más distanciada del cuarto de sus padres y la más cercana a la ventana por donde se filtraban los lejanos ruidos de la noche; algunos carros, los maullidos de los gatos y uno que otro perro, quizás respondiendo la conversación de un ladrido anterior. Su posición era intencional pero por más quisiera evadir lo que sucedía en casa, siempre acababa escuchando los gritos de sus papás, como si la persiguieran hasta las profundidades de su consciencia mientras buscaba protegerse de las palabras hirientes que flotaban hacia ella.La pintura era su refugio y cuando esta no la ayudaba a distraerse soltaba el marcador y tapaba sus oídos con las manos, cerraba con fuerza sus ojos y comenzaba a tararear una canción, cualquiera, sin ritmo alguno. En esa última pelea, pese a todos sus esfuerzos escuchó con claridad cuando Dilas dijo que ella no era su hija y que Thaly debía tomar a Samantha e irse. Ese «tu hija» retumbó en su ser co
Las alegrías reinaban en casa de los Adams, pero no siempre fue así, en especial los primeros días después de la mudanza. Samantha sabía que su mamá estaba abatida aunque todos intentaran negarlo. Las primeras semanas Thaly lloraba a cántaros, salía de la cama y pasaba horas sentada en el pasillo sollozando, comía poco y sólo bajo la insistencia de Elia, pues el día lo ocupaba entre lágrimas y suspiros lastimeros. Cuando caía la noche regresaba al lado de Samantha y su cuerpo resentido hacía vibrar la cama hasta que se dormía. La cara hinchada al día siguiente la delataba delante de todos y las tareas cotidianas como asearse y quitarse el pijama se volvieron titánicas.La cara de Thaly comenzaba a mostrar marcas de pérdida de peso y todo pasaba ante la mirada atenta de su familia, quienes se sentían impotentes e inútiles en la tarea de sacarla de esa depresión donde vivía.Thaly se dedicó exclusivamente al cuidado de Samantha mientras estuvo con Dilas, pero ahora debía buscar un traba
La rutina diaria cambió desde que Thaly comenzó a trabajar, después de la depresión era ella quien se encargaba de Samantha por completo, se esforzaba por recuperar el tiempo perdido y muy lentamente fue permitiendo que Elia y Enrique colaboraran de nuevo con esa responsabilidad.La cena era la única comida donde se podían sentar todos juntos a la mesa y la aprovechaban para contarse el avance de sus días; Thaly comentaba sobre su trabajo y las cosas locas que aparecían en el correo, Samantha narraba sobre lo que estudiaba y las asignaciones que tenía pendientes y los abuelos hacían uno que otro comentario sobre las diligencias o las ultimas noticias de La Asamblea, todas siempre incomprensibles para Samantha.En esa rutina transcurrieron ocho años desde la primera vez que Thaly y Samantha llegaron a la casa Adams a colmarla las risas. Samantha no podía quejarse por el cambio que había dado su vida pues había sido para mejor, no extrañaba a su papá, aunque en ciertas fechas especiales
La autoridad y el tono en la voz de Samantha tomaron a todos por sorpresa, aunado al hecho de que creían que dormía y, en cambio, había escuchado todo. Por un momento quedaron como congelados en el tiempo.Enrique se sujetaba el corazón temiendo que éste se le saliera del pecho. Elia había dejado caer de forma estruendosa una serie de objetos que Samantha alcanzó a identificar como las campanillas de viento que escuchó. Thaly reprimió un grito llevando sus manos a la boca y fuera de esos gestos, ninguno se movió.—¡¿Y bien?! —gritó otra vez mientras se sentaba en la mesa y se arrimaba al borde para bajarse.El piso estaba frío bajo sus pies descalzos, pero le aportó frescura al calor de la rabia que la invadía. Estaba despierta y bien atenta mirando a su alrededor con los ojos como platos. Había velas amontonadas en una esquina que aún humeaban un poco, eran de distintos tamaños, formas y colores. Su abuelo sostenía una caja rectangular de madera desgastada y agrietada en sus manos, t
El día siguiente de la atadura, como era de esperarse, Samantha cayó en cama con cansancio inmenso, fiebre alta y unos delirios agotadores, sin embargo, logró descansar de todas las elucubraciones que su mente producía. Era un tiempo que necesitaba para reponerse de lo que le habían dicho, pues en una sola noche habían destruido todo el mundo que ella había conocido hasta entonces y ahora debía construir uno nuevo con bases desconocidas y, por si fuera poco, debía fingir ser normal en un mundo donde ya sabía que no lo era, además de pretender ser corriente en el otro mundo. Su condición era tan especial como peligrosa en cualquiera de los dos mundos.En medio del caos contaba con algo de suerte; las visitas de André eran cronometradas y más cuando se trataba de la familia Adams, eso le daba tiempo de ventaja para comenzar a preparase.—Bueno, creo que hoy tampoco hemos tenido suerte con este famoso juguete, ¿no? —dijo André tomando de las manos de Samantha aquel aparato.—Creo que no,
—Creo que eso responde algunas de las preguntas –dijo Enrique recogiendo el sensor del piso.—Pero no todas. ¿Que pasó con la atadura? –preguntó Thaly.—No sé –dijo él rascándose la barba que no tenía—, quizás…Todos seguían sus propios pensamientos y Samantha parecía estar inundada aún con la luz blanca que salió del sensor. No procesaba las consecuencias de lo que acababa de pasar. Hasta ese momento ella no había tenido idea de su poder, a pesar de que ya estaba acostumbrada a la naturalidad con la que su familia utilizaba sus poderes ella no los tenía o no los había presenciado. Cuando el sensor se encendió cayó la comprensión sobre ella, en efecto era una Energética.—Pudo ser… —continuó Enrique siguiendo sus propios pensamientos— Sami, ¿aún tienes el anillo que te di?—Si —Samantha mostró su mano.—¿Qué tiene que ver?... —Preguntó Thaly volteándose a mirar con detalle el anillo— ¡Papá, ¿que hiciste?! —dijo casi gritando con la misma mirada reprobatoria que en muchas ocasiones le
La última semana se había ido en un suspiro entre prácticas de concentración para ayudarla a mejorar y a Enrique se le ocurrió la genial idea llenar la casa de distintas piedras. El resultado fue una vajilla nueva, reemplazar todos los bombillos de la casa y un moretón que le salió a Thaly en la espalda cuando Samantha la hizo levitar mientras dormía.Ahora Samantha estaba preparándose frente al closet para enfrentar su primer dia de universidad. El problema para elegir qué ponerse no lo había tenido nunca, así que se levantó una hora antes de la prevista para decidir y ya llevaba cuarenta y cinco minutos decidiendo. En el colegio usaba uniformes reglamentarios pero en la universidad podía ir vestida como quisiera y eso abría un mundo inmenso de posibilidades, destrozando así sus tan preciadas rutinas.—¿Jeans o falda? —se preguntaba mientras pasaba cada uno de los ganchos en el closet— ¿Camisa o sudadera?, ¿Converse o zapatillas?... No, zapatillas no. ¿Negro?... No voy de luto. ¿Rosa
Al día siguiente Samantha solo buscaba a Ythan. Había decidido que tendría que hablar con él. Cuando llegara el momento de decirle a su familia que alguien la había descubierto, quería darles la buena noticia: que ese alguien quería ayudarla y que juró con sangre que no diría nada. Bueno, eso era lo que Samantha esperaba. Ythan resultaba tan misterioso que bien podría tratarse de un asesino en serie y nadie saberlo.Cuando estaba por entrar a la segunda clase lo vio caminando rumbo al Campus, «¿tendrá alguna hora libre?» se preguntó. No dejó de mirarlo hasta que él volteó, la miró por unos segundos a los ojos con el rostro inexpresivo y fingió no verla, bajó la cabeza y siguió su camino.Apenas el profesor despidió la clase, Samantha corrió por los pasillos buscando a Ythan sin tener ningún tipo de suerte. El hecho de que él la evitara a propósito incrementaba su angustia. Como si fuera poco, Samantha debía buscar a Ythan mientras evitaba a Markus y los Bullkens, la situación era dema