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Capítulo 4: Escondite (Alana)

Una vez más Alana no había podido conciliar el sueño en todo el día y cuando anunciaron que tendrían que salir en diez minutos para volver a jugarse la vida y probablemente ser responsable de más muertes estaba agotada y además hambrienta, pues apenas tuvo el estomago para comer algo de toda la maravillosa comida que pusieron a su disposición después de haberla obligado a ver como quince personas eran degolladas.

No debió de haber reaccionado así, no era ninguna novedad que tendría que ver gente morir para poder conseguir lo que quería, pero la primera ronda fue brutal, había tenido que tomar la responsabilidad directa de la muerte de quince personas apenas empezar el torneo. No sabía como podrían ponerse más tétricas las cosas, pero sospechaba que lo averiguaría pronto.

Se obligó a apartar la mirada de  las camas vacías en su dormitorio, que le estuvieron gritando todo el día para impedir que conciliara el sueño, y se apresuró a alistarse a tropezones para no lucir como un caso perdido al salir al pasillo.

En silencio y perfecto orden se integró en la fila que seguía al hombre vestido de negro, esta vez fueron conducidos directamente al patio.

Al llegar los formaron a todos en juntos, al menos de momento estaban en el mismo grupo y no estaba segura de si eso le gustaba o no.

— ¡Bienvenidos a la segunda ronda! Esta vez nos remontaremos a nuestra niñez con un juego clásico, vamos a jugar al escondite. Presten atención a las reglas: Vamos a seleccionar al azar a 3 personas que van a contar hasta cien en voz alta mientras el resto se esconde, y en cuanto terminen van a tomar uno de estos — La vampiresa rubia tomó un rifle para mostrarlo tanto a los jugadores como a la audiencia— y van a empezar a buscar, van a dispararle a quién encuentren después de decir “1, 2, 3 por ti”. Tienen un tiempo limite de una hora para encontrar a las doce personas escondidas, si lo logran pasarán a la siguiente ronda, de lo contrario serán ejecutados y aquellos a quienes no hayan encontrado serán quieres se vayan a disfrutar tranquilos de su cena ¿Están claras las reglas? 

Le dio la impresión de que esperaba una especie de respuesta a esa pregunta, justo como un profesor que se dirige a su clase, pero estaba demasiado helada como para hablar. 

Odiaba ese maldito juego, incluso de niña, y ahora tendría que pasar una hora encogida en algún rincón temblando en silencio y  rezando por que no la encontraran para coserla a tiros.

Nadie más se atrevió a abrir la boca, así que continuó.

— Muy bien, entonces voy a seleccionar al azar a tres personas que según su expediente han utilizado armas de fuego alguna vez… Héctor, Alicia y Raúl, vengan conmigo por favor.

Dijo tras sacar tres nombres de una bolsa de terciopelo negro.

Los nombrados se acercaron al podio, dos de ellos agobiados, otro visiblemente complacido de ser él quién llevaba el rifle en la mano.

Les vendaron los ojos a los tres.

— Pueden empezar a contar, el resto ya sabe lo que tiene que hacer ¡Vayan! Todo el campus es su patio de juegos.

Ordenó.

— 1, 2, 3, 4…

Empezaron a contar al unisono.

Todos salieron corriendo y se dispersaron, mientras ella se quedó de pie con la mente en blanco.

Tenía que largarse de ahí también, pero ¿A dónde carajos debía irse? Ni siquiera conocía completamente la escuela en ruinas en la que los habían metido.

Era el peor momento para quedarse paralizada por el miedo, así que se obligó a echar a correr, confiando en que su mente fuera más rápida que sus piernas y descubriera a donde iba en algún punto.

Lo primero que pensó fue en buscar un lugar lo más lejos posible del patio, así que siguió corriendo tan rápido como le era posible hasta llegar al ultimo piso del edificio donde estaban sus dormitorios y abrió la puerta de la habitación al final del pasillo.

Lo hizo inicialmente por mero instinto, alejarse del peligro tanto como era posible, pero pensándolo bien pudo haber sido una buena idea considerando que lo más lógico era que empezaran a buscar en los sitios que quedaban más cerca del punto de partida y si eran lo suficientemente meticulosos y ella afortunada, tal vez no tuvieran tiempo de llegar hasta allá.

Al parecer la habitación había sido usada anteriormente como dormitorio y no se habían tomado la molestia de renovarla, estaba prácticamente en ruinas.

No tenía mucho tiempo para buscar dónde esconderse, así que de nuevo dejó que el instinto tomara el control y terminó metiéndose en el pequeño baúl que estaba a los pies de la cama del fondo.

Esta era probablemente la primera vez en su vida que se alegraba de su estatura y su complexión escuálida, alguien más cercano al promedio probablemente no cabría en ese espacio tan reducido, incluso ella sentía que apenas tenía espacio para respirar y que cada músculo de su cuerpo estaría dolorido después de una hora ahí, pero eso era preferible a que le dispararan y confiaba en que no se tomarían la molestia de buscar ahí.

Cerró los ojos para tranquilizarse, la habitación estaba tan obscura que apenas se alcanzaban a distinguir las siluetas de las cosas de todas formas.

Intentó tomar una respiración profunda para calmar sus nervios, pero se arrepintió de inmediato. El olor a madera podrida y todo el polvo que acababa de inhalar iban a terminar haciéndola estornudar y sería muy estúpido morir porque sus alergias la delataron.

Cubrió su nariz y su boca con la manga de su uniforme y trató de pensar en otra cosa, tenía que distraerse o iba a terminar volviéndose loca antes de que transcurriera una hora.

Gracias a Dios no era claustrofóbica, de hecho le gustaban los lugares reducidos, donde sólo cabía ella y no podían verla.

Cuando era niña tenía la costumbre de meterse en el pequeño cajón de su closet, en el que  se suponía que guardara sus zapatos, cada que hacía enojar a su mamá o notaba que estaba molesta por algo. A veces llegaba a quedarse dormida ahí hasta que su padre volvía del trabajo y la sacaba.

Ojala pudiera simplemente quedarse dormida y soñar algo agradable hasta que esa pesadilla terminara, pero apenas se acomodó ahí resonó el primer disparo y por poco suelta un grito.

Al poco rato sonaron dos disparos más.

Estaba luchando por no soltarse a llorar en ese momento tan inoportuno, cuando escuchó a alguien acercarse corriendo por el pasillo.

No esforzarse por quedarse en silencio, involuntariamente contuvo el aliento y le pareció que su corazón se detuvo por un par de segundos a causa del pánico.

Nunca había sido muy devota y de hecho el que hubiera visto vampiros con sus propios ojos y nunca hubiera percibido una señal de la existencia de Dios en su vida ponía en tela de juicio todo lo que habían intentado enseñarle en el catecismo, pero en ese momento surgió desde el fondo mismo de su alma una plegaria para que esos pasos se alejaran.

Estuvo a punto de orinarse encima cuando escuchó el rechinido de la puerta que casi se caía en pedazos al abrirse.

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