Capítulo XXII: Hundido

El cuerpo enteró de Adair se tensó. Apretando fuertemente la almohada. Las venas de sus manos se abultaron; mientras el cincho impactaba en su piel, dejando marcas al rojo vivo en toda la espalda. Apretó los dientes sin emitir un sólo quejido hasta que el señor se detuvo. Adair levantó la vista, encontrándose con los ojos fríos del hombre. El desprecio se podía ver a través de ellos; mientras enrollaba el cinturón en su mano. No le dedicó ni una sola palabra ni regaño, simplemente, se giró y salió, cerrando la puerta tras él.

Los sentimientos de Adair estaban dormidos. Así los mantuvo desde un tiempo atrás. No guardaba rencor ni algún sentimiento cálido hacia nadie; pero, sin querer una persona abrió una brecha agitando sus sentidos, lo que  lo frustraba. No quería y debía hundir esa sensación. Con rabia, apretó tanto la almohada que incluso amenazó con romperse. S

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