Fuego y Sangre: Trono de cenizas
Fuego y Sangre: Trono de cenizas
Por: M. ISABEL
Prologo: Mitos y Leyendas.

Oscuridad, eso era todo lo que existía al inicio.

Una oscuridad palpable que rodeaba al mundo, y lo cubría como la niebla cubre los valles, envolviendo todo en un manto impenetrable y lleno de terrores.

Bajo el resguardo de sus sombras acechaban horrores destinados a manipular, que propagaban semillas de miedo y ambición en sus corazones, anhelando llevar a los humanos a un mar de desesperación y ruina.

La oscuridad era el único horizonte conocido, un manto denso y opresivo que parecía no tener fin, pero pronto, como un destello de esperanza, los mortales descubrirían la existencia de una luz más allá de los límites del reino mortal.

Inaccesible para las almas fugaces que habitaban la tierra, se alzaba un reino donde la oscuridad era desconocida, un lugar donde seres de esencia divina habían encontrado su hogar, y con su llegada, la luz y la oscuridad se entrelazaron en una danza sangrienta que se prolongó durante siglos.

[…]

En la actualidad, centraremos nuestra atención en el Reino de Laurentia, hogar del joven príncipe Cassel. El reino de Laurentia era solo uno de los ocho que se erguían en el reino mortal, siglos después del final de la Gran Guerra.

A primera vista, un reino sin peculiaridades; no era el hogar de una tierra de magia como Aetherea, o el lugar de descenso de Deidades como lo habían sido Stonehaven o Solarea, donde los Dioses habían pisado por primera vez suelo mortal.

Tampoco era el hogar de luchas prolongadas como los conflictivos reinos Eldore y Aetherea.

De los ocho reinos, Laurentia era quizás el más pacífico, cuya armonía había prevalecido desde su fundación.

Laurentia era, simplemente, un reino ordinario, pero el destino de Laurentia estaba escrito en las estrellas, y llegaría un momento en el que la paz sería un recuerdo lejano.

Y el fuego y la sangre forjarían un nuevo futuro.

[…]

Hace milenios, muchas vidas antes del nacimiento del pequeño Cassel, un cataclismo conocido como la Gran Guerra habría cambiado el destino del reino mortal, marcando el comienzo de una nueva era: la magia.

La tierra se nutriría de vestigios de poder, sembrando ecos de luz y oscuridad en un equilibrio propicio. Y así, gracias a la poderosa luz que cubrió la tierra, los demonios se vieron despojados de su antiguo dominio y fueron exiliados a un páramo lúgubre y desolado al cual los mortales llamaron Infierno.

Así nacería el reino de las Sombras.

Y los dioses, por otro lado, seres de esencia divina, regresaron al reino celestial en un espectáculo de luces danzantes, dejando atrás un mundo cambiado irremediablemente.

Lejos de la mirada vigilante de los Dioses y de la opresión de las sombras que una vez cubrieron el mundo, el tiempo se deslizó como un rio sinuoso, y pronto los años y las décadas se acumularon como hojas secas en otoño, los recuerdos se convirtieron en relatos transmitidos a alrededor del fuego, y los mitos y leyendas nacieron al alero de reinos y asentamientos que se alzaban y se derrumbaban en un ciclo eterno.

Y así, siglos habían pasado desde que los dioses tocaron la tierra.

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