Oscuridad, eso era todo lo que existía al inicio.
Una oscuridad palpable que rodeaba al mundo, y lo cubría como la niebla cubre los valles, envolviendo todo en un manto impenetrable y lleno de terrores.
Bajo el resguardo de sus sombras acechaban horrores destinados a manipular, que propagaban semillas de miedo y ambición en sus corazones, anhelando llevar a los humanos a un mar de desesperación y ruina.
La oscuridad era el único horizonte conocido, un manto denso y opresivo que parecía no tener fin, pero pronto, como un destello de esperanza, los mortales descubrirían la existencia de una luz más allá de los límites del reino mortal.
Inaccesible para las almas fugaces que habitaban la tierra, se alzaba un reino donde la oscuridad era desconocida, un lugar donde seres de esencia divina habían encontrado su hogar, y con su llegada, la luz y la oscuridad se entrelazaron en una danza sangrienta que se prolongó durante siglos.
[…]
En la actualidad, centraremos nuestra atención en el Reino de Laurentia, hogar del joven príncipe Cassel. El reino de Laurentia era solo uno de los ocho que se erguían en el reino mortal, siglos después del final de la Gran Guerra.
A primera vista, un reino sin peculiaridades; no era el hogar de una tierra de magia como Aetherea, o el lugar de descenso de Deidades como lo habían sido Stonehaven o Solarea, donde los Dioses habían pisado por primera vez suelo mortal.
Tampoco era el hogar de luchas prolongadas como los conflictivos reinos Eldore y Aetherea.
De los ocho reinos, Laurentia era quizás el más pacífico, cuya armonía había prevalecido desde su fundación.
Laurentia era, simplemente, un reino ordinario, pero el destino de Laurentia estaba escrito en las estrellas, y llegaría un momento en el que la paz sería un recuerdo lejano.
Y el fuego y la sangre forjarían un nuevo futuro.
[…]
Hace milenios, muchas vidas antes del nacimiento del pequeño Cassel, un cataclismo conocido como la Gran Guerra habría cambiado el destino del reino mortal, marcando el comienzo de una nueva era: la magia.
La tierra se nutriría de vestigios de poder, sembrando ecos de luz y oscuridad en un equilibrio propicio. Y así, gracias a la poderosa luz que cubrió la tierra, los demonios se vieron despojados de su antiguo dominio y fueron exiliados a un páramo lúgubre y desolado al cual los mortales llamaron Infierno.
Así nacería el reino de las Sombras.
Y los dioses, por otro lado, seres de esencia divina, regresaron al reino celestial en un espectáculo de luces danzantes, dejando atrás un mundo cambiado irremediablemente.
Lejos de la mirada vigilante de los Dioses y de la opresión de las sombras que una vez cubrieron el mundo, el tiempo se deslizó como un rio sinuoso, y pronto los años y las décadas se acumularon como hojas secas en otoño, los recuerdos se convirtieron en relatos transmitidos a alrededor del fuego, y los mitos y leyendas nacieron al alero de reinos y asentamientos que se alzaban y se derrumbaban en un ciclo eterno.
Y así, siglos habían pasado desde que los dioses tocaron la tierra.
El pequeño príncipe de Laurentia, aun no lo suficientemente mayor para querer dejar los brazos amorosos de su madre, escuchaba atentamente las leyendas que esta señalaba sobre su reino natal, Stonehaven. —... la leyenda dice que Stonehaven fue el primer lugar de los ocho reinos que la Diosa pisó al descender del cielo —susurró la reina Alysa mientras acariciaba el cabello rizado del pequeño niño en sus brazos. Cassel miró hacia la luna, sus labios se fruncieron en un pequeño puchero. —¿Y su amigo? —preguntó—. Abuela siempre dice que llegaron juntos al mundo. —Oh —Alysa sonrió—. Se dice que el Dios del Sol llegó a Solarea primero, el hogar de los dragones, y que su poder sigue manteniendo cálido al reino, pero ¿qué crees tú, cariño? ¿Quién llego primero, la Luna o el Sol? —¡Emberion! —gritó, acercando su pequeño dragón de madera al rostro de su madre, casi golpeándola con el entusiasmo. —Los dragones no son Dioses, amor. —Alysa rio mientras trataba de alejar la mano de
La pacifica madrugada en la que Cassel cumplía diez años acabó solo segundos después de comenzar, mientras tiernos rayos de luz daban la bienvenida a un nuevo día, y mientras el sol daba sus primeros avistamientos tímidos durante esa mañana, una enorme figura se elevaba en la lejanía. Fue solo un instante, un parpadeó casi imperceptible, y la calma se rompió mientras un ruido ensordecedor sacudió la tierra, haciendo temblar el suelo bajo los pies de los guardias que vigilantes, resguardaban las murallas, en el horizonte, una forma enorme emergía entre los rayos del sol, acercándose a ellos a una velocidad vertiginosa. Gritos se dejaron escuchar. —¡Un dragón! —exclamó uno de los soldados, corriendo hacia la torre de vigía para tocar la alarma—. ¡Dragón en el horizonte! ¡Estamos bajo ataque! Pronto, un calor abrasador rodeó la ciudadela, como si el propio infierno se hubiera desatado sobre Laurentia. Bocanadas de fuego iluminando la ciudadela mientras el aire se llenaba de hu
Kael observó con ojos cansados mientras Cassel se perdía entre los árboles, sus ojos estaban entrecerrados aún mientras se obligó a continuar mirando, sus ojos fijos en la silueta que se hacía cada vez más borrosa. Él simplemente necesitaba estar seguro, sin poder hacer nada más que mirar impotente, sus ojos continuaron abiertos. Kael debía estar seguro de que su hijo logró salir. Una nueva bocanada ardiente se estrelló en alguna parte del castillo, pero Kael ni siquiera podía prestarle atención, su respiración se volvía cada vez más lenta y dificultosa con cada segundo que pasaba, pero su mirada fija en su hijo. Nada más importaba. Sus ojos se rindieron, perdiendo la batalla contra el vacío que comenzaba a envolver todo a su alrededor, y de repente, fue como si pudiese escuchar las olas rompiendo contra la arena, más allá de las murallas derrumbadas del ala este, por donde los árboles comenzaban a abrirse y la playa comenzaba a nacer, y en un último segundo de conciencia, Kael agr
Era un día gris.La mañana se había convertido en tarde, y la noche pronto estaría haciendo acto de presencia, pero el cielo no se estaba despejando. El sol, escondido detrás de humos y cenizas, se despedía del día con porte indiferente y estoica, como si ningún mal hubiese aterrizado en el mundo.Cassel continuó caminando, pese a que sus pies descalzos dolían como nunca había sentido antes, mientras un solo objetivo plagaba su mente.Poner tanta distancia como fuese posible entre él y el fuego que había arrasado con su hogar.El calor ya no se sentía a sus espaldas, pero su cuerpo se sentía acalorado del continuo arrastre de sus pies, al tiempo en que el cansancio se apoderaba de su cuerpo agotado, pero él debía continuar.Su cuerpo, pequeño y delgado, se encontraba agotado del viaje que recién comenzaba, la suciedad había impregnado su piel, y su cabello castaño rojizo se había oscurecido en una mezcla de sudor y ceniza.Sus suaves rizos se pegaban a su cabeza de forma incomoda, pero
El pequeño príncipe abrió sus ojos esa mañana —o tal vez era tarde, él realmente no lo sabía—, y lo primero que notó fue que todo en él dolía. Su cuerpo protestaba por cada pequeño movimiento, sus piernas y brazos se sentían pesados, y sus pies palpitaban y ardían como si hubiese bailado sobre brasas ardiendo. Se sentía casi como si su cuerpo se hubiese agotado a sí mismo. Cassel pestañó, sus ojos recorrieron la desconocida habitación en la que se encontraba, pero ningún sentimiento de familiaridad le llegó, sin importar cuantos minutos mirase a su alrededor. Su primer intento por levantarse terminó antes incluso de poder comenzar, Cassel levantó su torso, tratando de despegarse de la cama en la que se encontraba, pero el dolor lo recorrió al instante y su aliento se cortó unos segundos, casi como si hubiera olvidado respirar. Sus extremidades protestaron, su espalda nuevamente contra la dura cama, y sus ojos se llenaron de lagrimas que él no dejó caer. Todo dolía, y se sentía
Una inexplicable calma se había apoderado de ella.Una pequeña semilla gestándose y comenzando a crecer en su corazón, sus raíces extendiéndose por su cuerpo y llegando a sus extremidades con calidez.La calma, ahora, era una parte de ella.Sus ojos avellana se extendieron por el bosque, y ella se sintió finalmente en casa.Aquel frondoso bosque le daba la bienvenida con los brazos abiertos, como si de un viejo amigo se tratase, y mientras la ligera brisa acariciaba sus pálidas pero sonrojadas mejillas, las preocupaciones que la habían atormentado se alejaron como si nunca hubiesen existido.Con cada paso que daba, sus pies acariciaban la hierba que crecía a las faldas de los grandes arboles a su alrededor, la luz que se filtraba por las hojas en lo alto del bosque iluminaba sus suaves rizos castaños y resaltaban sus destellos color miel como si de oro líquido se tratase.La mirada de Alysa se fijó nuevamente en aquella ninfa que le hacía compañía, a solo unos pasos frente a ella, y pe