51 - Ella era perfecta.

La ira bullía en el pecho de Leandro mientras salía del lujoso hotel donde había tenido una breve reunión con su sobrino. Sus pasos resonaban en el vestíbulo, cada uno cargado de una rabia contundente que amenazaba con desbordarse en cualquier momento. La conversación con Roberto había sido el colmo, una muestra más de la mezquindad y la arrogancia que parecían haberse arraigado en su joven sobrino.

Patrañas.

A ese mocoso lo tenía en el suelo, bajo sus pies, como era debido; pero, aun así, la ira estaba allí. Había intentado mantener la compostura durante un tiempo, recordándose a sí mismo que debía ser paciente y diplomático, pero la arrogancia de su sobrino había logrado erosionar su paciencia hasta el límite. No debió tocar a su esposa. No tenía el derecho de hacerlo.

— ¿Quién se cree este mocoso para tocar a mi esposa? — pensó Leandro con amargura y en voz alta —. Debí haberlo matado. No sabe nada sobre el mundo real, sobre el trabajo duro y la integridad. Mucho menos el respeto.

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