El tiempo corría implacablemente mientras Leandro y su equipo continuaban con su desesperada búsqueda de Jazmín. Cada calle, cada edificio, cada rincón de la ciudad fue escudriñado en busca de cualquier indicio que pudiera llevarlos hasta ella. Sin embargo, la angustia crecía con cada minuto que pasaba sin noticias de su paradero. En medio de la tensión y la incertidumbre, su mejor amigo se acercó a él con una mirada sombría en el rostro. — Lo siento, amigo — comenzó, su voz cargada de pesar —. El celular que usó Roberto era desechable. No pudimos rastrearlo. Leandro apretó los puños con frustración, sintiendo cómo la impotencia lo envolvía. Había apostado todas sus esperanzas en la posibilidad de rastrear el teléfono y encontrar a Jazmín, pero ahora esa esperanza se desvanecía ante sus ojos. Mientras intentaba procesar la noticia, el hombre volvió a enfocar su atención en la foto que le habían enviado. La imagen de su esposa junto a Roberto parecía arder en su mente, alimentando s
CAPÍTULO 58Finalmente, llegó a la puerta y la abrió de golpe, su corazón se detuvo en su pecho ante la visión que se le presentó. Jazmín yacía en la cama, pálida como la luna, con los ojos cerrados y la respiración débil. Un líquido carmesí manchaba las sábanas, indicando un aborto, y los labios de Jazmín estaban sellados con una cinta.Un grito de angustia se escapó de los labios de Leandro mientras corría hacia ella, cayendo de rodillas junto a la cama. Tomó la mano de Jazmín entre las suyas, sintiendo cómo temblaba de miedo y desesperación. Lágrimas llenaron sus ojos mientras miraba el rostro pálido de su amada, rezando en silencio para que no fuera demasiado tarde.— Jazmín, por favor, despierta — suplicó Leandro con voz entrecortada por la emoción —. No puedes dejarme, amor. Todo estará bien, te lo prometo.Pero Jazmín permanecía inmóvil, su rostro pálido y sereno como una muñeca de porcelana. El corazón de Leandro se rompía ante la idea de perderla, de enfrentarse al vacío de s
El silencio de la noche envolvía las afueras del hospital, donde un vehículo oscuro se encontraba estacionado en la penumbra. Desde el interior del automóvil, una mujer observaba con una sonrisa en el rostro el edificio iluminado, donde sabía que Jazmín, la esposa de Leandro, se encontraba hospitalizada en estado crítico. La mujer, con una expresión fría y determinada, aguardaba una respuesta de uno de sus infiltrados.Era evidente que la mujer tenía un plan, un objetivo claro en mente. Había ordenado la explosión que había llevado a Jazmín al hospital, como una forma de darle una lección a Leandro. Pero ahora, al ver que alguien más le ha estado asechando, se daba cuenta de que había más personas involucradas en la situación de lo que había anticipado. Murmuraba frases de aliento para sí misma, reafirmando su determinación y asegurándose de que nada se interpusiera en su camino.Mientras tanto, en el interior del hospital, Leandro se encontraba en una sala de espera, hablando con el
Leandro la miró con tristeza, comprendiendo su angustia. Él también se encontraba en ese estado, a punto de derribar la puerta, para obtener información.— Tu bebé está bien, belleza. Nuestro hijo está a salvo. No lo has perdido — respondió.Un torrente de alivio inundó el corazón de la joven al escuchar las palabras de su esposo. Cerró los ojos brevemente, dejando que la sensación de alivio la envolviera mientras las lágrimas de gratitud y felicidad se acumulaban en sus ojos.Lloró. Lloró sonoramente, sabiendo que estuvo a un diminutivo paso de perder nuevamente, y estaba segura que esta vez, no lo resistiría.— Gracias — susurró Jazmín, sintiendo el peso de la preocupación desvanecerse lentamente — Gracias por cuidarnos. Gracias por llegar a tiempo.— No fue suficiente. Estás débil porque no supe cuidarte — respondió, intentando sonar fuerte, aunque por dentro, estaba desgarrado.— Pero para mí eres un héroe. Para nosotros.Leandro le dedicó una sonrisa suave y amorosa, inclinándose
Con el pie en el acelerador, la mujer se movía en el tráfico a una velocidad inhumana, hasta que por fin logró perderlos. Volvió a respirar en paz, una vez se había estacionado en un rincón, para posterior a eso, bajar del coche y simplemente salir caminando de él, abandonándolo. Por otra parte, Leandro sentía que la sangre estaba en un punto de ebullición por la asombrosa respuesta que le habían dado sus hombres. Actualmente, estaba parado en frente de ellos, con ganas de darles con una silla en sus cabezas a cada uno. — Los mejores vehículos, los mejores hombres, y lo perdieron. ¿Qué se supone que debo pensar? — Los susodichos, bajaron sus cabezas avergonzados —. Me hacen ver como un completo imbécil, despilfarrando dinero, sin obtener resultados. Quiero resultados. — Era una mujer — dijo uno de los hombres. Al parecer el más joven de todos. — ¿Perdón? — Leandro vio cómo su superior lo fulminó con la mirada, para que guarde silencio —. No lo mires así, deja que hable. El joven s
Jazmín sentía el corazón oprimido, pero sabía con certeza que debía mantenerse fuerte; sin embargo, no creía que Leandro actuara igual de paciente que ella, con lo que estaba escrito en la otra carpeta, y no tenía el derecho de ocultárselo. — Mis padres eran todo para mí, y me lo arrebataron — susurró, con los ojos hinchados y llorosos —. ¿Qué tan oscuro debe ser el corazón de una persona para atreverse a hacer eso? ¡No éramos ricos! — Lo sé, pero aun así ellos actuaron por envidia. Ellos estaban bien con conseguir el dinero de tu familia, y tarde o temprano serías tú, porque también querían a su hija con Roberto — manifestó Leandro —. Lo hicieron, de forma temporal, pero no imaginaron que ahora serías dueña de todo. Ese pequeño dinero que te pertenece por derecho, solo los ayudaría a mantenerse en una posición estable hasta que consiguieran atar a su hijo con él. — Posiblemente ahora eres tú, a quienes apuntan — susurró Jazmín —. Por eso ella quiso acercarse. — Posiblemente. Lean
El tiempo avanzaba sin pausa, llevando consigo los cambios inevitables que traía consigo. Jazmín, con su vientre abultado, ya llevaba varios meses de embarazo, y cada día que pasaba parecía que su barriga crecía un poco más. Leandro, su esposo, se había vuelto increíblemente sobreprotector con ella, mimándola y cuidándola como si fuera la cosa más preciada en el mundo. Y en cierto sentido, lo era. Aquella tarde, Jazmín se encontraba frente a su armario, observando con frustración los vestidos que tenía colgados. Ninguno parecía ajustarse correctamente a su figura cambiante, y su estado de ánimo no estaba ayudando en absoluto. Se quejaba con Leandro, quien la miraba con una sonrisa en los labios, completamente encantado por la situación. — ¿Qué pasa, belleza? — preguntó Leandro con ternura, acercándose a ella y rodeándola con sus brazos protectores —. ¿Todavía no encuentras nada que te guste? Jazmín suspiró, apartando la mirada del armario y encontrándose con los ojos amorosos de su
Leandro y Jazmín finalmente llegaron a su hogar después de una larga mañana en el centro comercial. Mientras caminaban hacia la entrada, Jazmín notó la silueta familiar de una figura esperándolos en la puerta. Cuando se acercaron, la figura se reveló como Jessica, la mejor amiga de Jazmín. — ¡Jazmín! — exclamó Jessica emocionada, corriendo hacia su amiga y envolviéndola en un cálido abrazo —. ¡Qué alegría verte! Y mira ese vientre — agregó, acariciando suavemente el abultado vientre de Jazmín —. Estás radiante. Jazmín sonrió, sintiéndose feliz de ver a su amiga. — Gracias, Jess — respondió con gratitud —. Es bueno verte también. Leandro saludó a Jessica con cortesía antes de retirarse hacia su despacho, dándole espacio a las dos amigas para ponerse al día. Se sentó frente a su escritorio y marcó el número de su mejor amigo y abogado, Daniel. — Daniel, necesito hablar contigo —dijo Leandro cuando Daniel respondió. — Buenos días para ti también — bromeó. — No estoy para tus bromas