Al menos Fabio lo tomó mejor que Leandro... JAJAJA ¿Desean que finalice esta parte de la historia?
Daniel estaba nervioso mientras caminaba hacia el hospital. El ramo de flores en su mano parecía fuera de lugar en medio del bullicio de la ciudad, pero no le importaba. Hoy era el día que había decidido dar el primer paso para hablar con Luna. Aún no sabía mucho sobre ella, pero su dulzura y dedicación lo habían cautivado.— Hoy lo haré — murmuró para sí mismo, ajustándose el cuello de su camisa mientras cruzaba la calle.Al llegar a las puertas del hospital, la vio. Estaba a lo lejos, de pie junto a un hombre alto y robusto, que parecía enfadado. Una niña pequeña, que no debía tener más de cinco años, se aferraba al vestido de Luna. Daniel se detuvo en seco, su corazón comenzó a latir más rápido. > pensó, sintiendo una punzada de decepción.El ramo de flores en su mano de repente se sintió como una carga ridícula. Se quedó parado, observando, sin saber qué hacer.El rostro de Luna parecía tenso, su boca formaba una fina línea mientras hablaba co
El camino hacia el encuentro con Jazmín y su esposo transcurría en un silencio tenso. Fabio manejaba el auto con los labios apretados y los ojos clavados en la carretera desierta. Guisselle miraba por la ventana, sus pensamientos un torbellino. Aunque había tratado de prepararse mentalmente para lo que estaba por suceder, no podía evitar sentir el peso de la incertidumbre aplastándola. Su vida había tomado giros que ni siquiera en sus peores pesadillas habría imaginado, y ahora se encontraba viajando hacia una reunión que no prometía respuestas claras, sino más misterios.— ¿Realmente crees que ese hombre va a poder ayudarte? — preguntó Fabio de repente, rompiendo el silencio con una mezcla de escepticismo y preocupación.Guisselle giró la cabeza lentamente para mirarlo. La luz del atardecer iluminaba su rostro, dándole un aspecto casi fantasmal. Sus ojos oscuros, siempre llenos de vida y determinación, parecían ahora agotados, cargados con el peso de lo inexplicable.— No lo sé —
El ambiente en la habitación se tornaba más denso con cada segundo que pasaba. El fuego de la chimenea lanzaba sombras danzantes en las paredes, pero no lograba disipar el frío que Fabio sentía en lo más profundo de su ser. Había algo oscuro, profundo y peligroso en todo aquello, y él lo sabía. Sin embargo, al ver la determinación en los ojos de Guisselle, supo que no podía detenerla. Tenía que dejarla seguir adelante, aunque no entendiera ni creyera en lo que estaba ocurriendo.Jazmín, quien hasta ese momento había permanecido en silencio junto a su esposo, se acercó lentamente a Guisselle. La observó con una mezcla de compasión y solemnidad, como si entendiera el dolor que la joven estaba cargando. Con suavidad, colocó una mano en su hombro y le susurró:— Esperaré afuera.Guisselle asintió levemente, su rostro inexpresivo, como si ya estuviera comenzando a adentrarse en otro lugar, un espacio entre lo real y lo desconocido. Jazmín salió de la habitación con pasos silenciosos, de
Lorenzo observaba desde las sombras, su mirada oscura fija en la casa que estaba a unos cuantos metros. La brisa fría de la noche se colaba entre los árboles, pero su mente estaba demasiado concentrada para sentir el frío. Desde aquella distancia prudente, él podía ver la entrada principal, donde el fuego de una chimenea apenas iluminaba el exterior, creando un contraste lúgubre con la oscuridad de la noche.La frustración en su pecho se mezclaba con la obsesión que lo consumía por dentro. Había perdido el control. Después de años, décadas, incluso siglos de tenerla bajo su control, Guisselle había logrado escaparse de sus garras. En esta vida, ella había sido más inteligente, más cautelosa. Pero Lorenzo sabía la verdad. Sabía que ellos dos estaban entrelazados de una forma que ni ella podía comprender. Sus destinos estaban conectados desde el principio de los tiempos, y esa conexión era inquebrantable, no importaba cuántas vidas vivieran.Lorenzo sonrió con amargura, sus labios tor
Lorenzo sentía cómo la adrenalina corría por su cuerpo mientras se escondía en las sombras, observando la casa donde su obsesión, Guisselle, se encontraba. Su respiración era rápida, y la rabia en su interior se intensificaba con cada segundo que pasaba. Las palabras de su mano derecha resonaban en su mente, pidiéndole que mantuviera la calma, que no hiciera nada impulsivo. Pero Lorenzo no podía controlar el fuego que ardía en su interior. La idea de ver a Guisselle con Fabio, de ver cómo él la protegía, lo estaba consumiendo.Lorenzo apretó los dientes, incapaz de resistir más. Su mano temblaba mientras sostenía la pistola, el metal frío y familiar le recordaba que tenía el poder en sus manos. No importaba lo que su mano derecha dijera, no importaba cuántas veces le advirtiera que no cometiera una locura. Lorenzo no iba a dejar que Fabio se saliera con la suya. No iba a permitir que Guisselle escapara de su control una vez más.— Es divertido... — murmuró Lorenzo, su voz baja y lle
El frío ambiente del hospital era sofocante para Leandro, que paseaba de un lado a otro en la sala de espera, esperando cualquier noticia sobre su esposa. El disparo, el dolor, y la sangre en el hombro de Jazmín aún se repetían en su mente como un bucle infernal. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad. No podía sacarse de la cabeza la imagen de su esposa tendida en el suelo, con los ojos llenos de dolor y confusión, mientras él luchaba desesperadamente por mantenerla despierta.Había entregado a Jazmín a los doctores hacía más de una hora, y desde entonces no había tenido noticias. La impotencia lo consumía. Se sentía como un león enjaulado, incapaz de proteger a la persona que más amaba en el mundo. Sabía que el enemigo, Lorenzo, estaba aún afuera, libre y respirando. Cada pensamiento volvía a ese hombre, a ese maldito proxeneta que había arruinado tantas vidas y que ahora había intentado destruir la suya.— ¡Maldito sea! — gruñó Leandro, golpeando la pared con su puñ
La sala de espera del hospital se sentía extrañamente tranquila, como si el tiempo se hubiese detenido tras la operación de Jazmín. El silencio era espeso, roto solo por el ocasional sonido de pasos apresurados de las enfermeras y el suave pitido de los monitores que mantenían la vida de los pacientes. Fabio, sentado en una de las incómodas sillas de plástico, observaba a Leandro con una mezcla de curiosidad y asombro.— ¿Cómo es que te tomas todo esto tan fácil? — preguntó finalmente Fabio, rompiendo el silencio que había caído entre ellos. Sus ojos oscuros se clavaron en los de Leandro, buscando algún indicio de vulnerabilidad, algún rastro de la misma confusión que él sentía —. ¿Cuánto te ha costado aceptar que la vida de tu esposa es como un cuento de magia? Yo… Yo aún no puedo asimilarlo. No sé cómo lo haces.Leandro, que había estado observando la puerta de la habitación de Jazmín, apartó lentamente la mirada para encontrarse con la de Fabio. La seriedad en sus ojos era eviden
La noche era fría, y la brisa nocturna acariciaba el rostro de Guisselle mientras era arrastrada fuera del hospital por Lorenzo. Su mente estaba nublada por el miedo, sus pensamientos se atropellaban unos con otros mientras intentaba comprender cómo había llegado a estar en esta situación. Sus piernas temblaban, pero sus instintos la empujaban a resistirse, a luchar, aunque cada tirón de Lorenzo la debilitaba más.Las luces del hospital pronto quedaron atrás mientras Lorenzo la arrastraba hasta un oscuro callejón. La respiración agitada de Guisselle se mezclaba con el sonido de sus propios sollozos, sofocados por la cinta adhesiva que cubría su boca. El corazón le martilleaba en el pecho, y aunque intentaba luchar contra el pánico, no podía dejar de imaginar el horror que la esperaba. Lorenzo siempre había sido un lunático, pero esta vez, parecía estar enloquecido por completo.— Hay cosas que nunca cambian, pequeña mariposa traviesa… — murmuró Lorenzo en su oído, disfrutando del mi