El frío ambiente del hospital era sofocante para Leandro, que paseaba de un lado a otro en la sala de espera, esperando cualquier noticia sobre su esposa. El disparo, el dolor, y la sangre en el hombro de Jazmín aún se repetían en su mente como un bucle infernal. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad. No podía sacarse de la cabeza la imagen de su esposa tendida en el suelo, con los ojos llenos de dolor y confusión, mientras él luchaba desesperadamente por mantenerla despierta.Había entregado a Jazmín a los doctores hacía más de una hora, y desde entonces no había tenido noticias. La impotencia lo consumía. Se sentía como un león enjaulado, incapaz de proteger a la persona que más amaba en el mundo. Sabía que el enemigo, Lorenzo, estaba aún afuera, libre y respirando. Cada pensamiento volvía a ese hombre, a ese maldito proxeneta que había arruinado tantas vidas y que ahora había intentado destruir la suya.— ¡Maldito sea! — gruñó Leandro, golpeando la pared con su puñ
La sala de espera del hospital se sentía extrañamente tranquila, como si el tiempo se hubiese detenido tras la operación de Jazmín. El silencio era espeso, roto solo por el ocasional sonido de pasos apresurados de las enfermeras y el suave pitido de los monitores que mantenían la vida de los pacientes. Fabio, sentado en una de las incómodas sillas de plástico, observaba a Leandro con una mezcla de curiosidad y asombro.— ¿Cómo es que te tomas todo esto tan fácil? — preguntó finalmente Fabio, rompiendo el silencio que había caído entre ellos. Sus ojos oscuros se clavaron en los de Leandro, buscando algún indicio de vulnerabilidad, algún rastro de la misma confusión que él sentía —. ¿Cuánto te ha costado aceptar que la vida de tu esposa es como un cuento de magia? Yo… Yo aún no puedo asimilarlo. No sé cómo lo haces.Leandro, que había estado observando la puerta de la habitación de Jazmín, apartó lentamente la mirada para encontrarse con la de Fabio. La seriedad en sus ojos era eviden
La noche era fría, y la brisa nocturna acariciaba el rostro de Guisselle mientras era arrastrada fuera del hospital por Lorenzo. Su mente estaba nublada por el miedo, sus pensamientos se atropellaban unos con otros mientras intentaba comprender cómo había llegado a estar en esta situación. Sus piernas temblaban, pero sus instintos la empujaban a resistirse, a luchar, aunque cada tirón de Lorenzo la debilitaba más.Las luces del hospital pronto quedaron atrás mientras Lorenzo la arrastraba hasta un oscuro callejón. La respiración agitada de Guisselle se mezclaba con el sonido de sus propios sollozos, sofocados por la cinta adhesiva que cubría su boca. El corazón le martilleaba en el pecho, y aunque intentaba luchar contra el pánico, no podía dejar de imaginar el horror que la esperaba. Lorenzo siempre había sido un lunático, pero esta vez, parecía estar enloquecido por completo.— Hay cosas que nunca cambian, pequeña mariposa traviesa… — murmuró Lorenzo en su oído, disfrutando del mi
El ambiente en el club era sofocante, impregnado de tensión mientras los hombres de Lorenzo observaban a padre e hijo enfrentarse. La respiración de Guisselle se aceleraba a medida que sus manos intentaban sin éxito liberarse de las ataduras que la mantenían cautiva. Su corazón latía frenéticamente, y sus ojos se humedecían de nuevo, esta vez no solo por el miedo, sino por la desesperación. Aunque Lorenzo era un loco, Loretto, su padre, aunque cruel, era la única esperanza que tenía de ser devuelta a Fabio.— ¡Fabio vendrá por nosotros, maldito estúpido! — rugió Loretto, su rostro completamente enrojecido por la ira. Su voz era áspera, una mezcla de furia y miedo. Golpeaba el suelo con el bastón que sostenía, y cada golpe resonaba en el club como un eco amenazante —. ¿Acaso no pudiste esperar? ¿No podías haber planeado esto mejor?Lorenzo, parado frente a su padre, mantenía una sonrisa arrogante en los labios, completamente indiferente a los gritos del anciano. Sus ojos brillaban co
Fabio estaba sentado en la sala de espera del hospital, su mandíbula tensa mientras miraba el reloj. Las luces fluorescentes parpadeaban intermitentemente, y el olor a desinfectante se mezclaba con el aire estéril del lugar. Su mente no estaba allí, no podía concentrarse en nada más que en Guisselle. El pensamiento de ella desaparecida lo atormentaba, y cada segundo que pasaba sin saber de su paradero lo consumía más. Luchaba por no perder el control, pero en su interior, la furia se acumulaba, como un volcán listo para estallar.De repente, su teléfono vibró en su bolsillo. Lo sacó rápidamente, reconociendo el número de su mano derecha.— ¿Qué tienes? — gruñó, sin paciencia para las formalidades.La voz del otro lado del teléfono estaba tensa, llena de urgencia.— Señor, acabo de recibir información. El señor Loretto está muerto. El nuevo jefe es su hijo, Lorenzo.Fabio se quedó en silencio por un momento, procesando la noticia. El nombre de Lorenzo provocó una chispa de rabia q
De repente, uno de los hombres de Fabio disparó , apuntando a la pierna de Lorenzo. El impacto fue certero; Lorenzo soltó un grito de dolor y cayó al suelo, soltando a Guisselle en el proceso. Ella rodó hacia un costado, jadeando a través de la mordaza que le impedía hablar, su mirada llena de terror mientras intentaba liberarse de las ataduras.Fabio corrió hacia ellos, con el corazón en la garganta. No le importaba nada más en ese momento que sacarla de ahí. Los disparos resonaban alrededor, el caos absoluto dominaba la pista mientras sus hombres luchaban contra los guardias de Lorenzo. Fabio llegó al cuerpo de Guisselle y se agachó rápidamente para quitarle la mordaza y las cuerdas.— ¡Guisselle! — dijo con urgencia mientras la ayudaba a sentarse —. ¿Estás bien?Ella lo miró con los ojos vidriosos, temblando, pero asintió. Fabio la sostuvo con fuerza, casi como si temiera que pudiera desaparecer de sus brazos. Su respiración era rápida, agitada, pero estaba viva. Estaba a salvo.
Guisselle la sostuvo con fuerza, sus propias lágrimas brotando de sus ojos mientras acariciaba el cabello de la chica.— Nunca las abandonaría — dijo Guisselle con suavidad, su voz quebrándose —. Nunca.Fabio observó la escena con el corazón apretado. Aunque estaba acostumbrado a la violencia y a las situaciones límite, ver la desesperación en los ojos de esas chicas le hizo hervir la sangre de nuevo. Lorenzo había estado metido en algo mucho más grande y oscuro de lo que había imaginado.— Vámonos — ordenó Fabio a sus hombres —. Carguen a las chicas en los vehículos y asegúrense de que estén seguras.Los hombres se pusieron en marcha rápidamente, ayudando a las chicas a salir del contenedor y escoltándolas hacia los coches. Fabio y Guisselle se mantuvieron cerca, asegurándose de que todas estuvieran bien, aunque sabían que los traumas que habían sufrido no desaparecerían tan fácilmente.Guisselle se acercó a Fabio, su rostro marcado por la tensión y el dolor de lo que había pres
Jazmín tragó saliva, tratando de digerir lo que Leandro le estaba diciendo. El terror que había sentido por esas chicas ahora se transformaba en un temor más profundo por su propia seguridad y la de aquellos que amaba. — No puedo creer que esto esté pasando… — murmuró, su voz quebrada por la incertidumbre —. ¿Qué podemos hacer? Leandro la miró con gravedad, su expresión severa. — Vamos a protegernos — dijo firmemente —. Voy a hacer todo lo posible para asegurarnos de que estemos a salvo. Ya he hablado con Fabio. Estamos tomando medidas para reforzar la seguridad, tanto aquí como en la empresa. No vamos a dejar que nos atrapen desprevenidos. Jazmín asintió lentamente, aunque el miedo seguía anidando en su pecho. Aun así, confiaba en Leandro. Sabía que él haría todo lo que estuviera en su poder para protegerlos. Pero no podía evitar sentirse abrumada por el peso de todo lo que estaba sucediendo. Leandro, al ver la preocupación en los ojos de Jazmín, se inclinó hacia adelante y