El ambiente en la habitación se tornaba más denso con cada segundo que pasaba. El fuego de la chimenea lanzaba sombras danzantes en las paredes, pero no lograba disipar el frío que Fabio sentía en lo más profundo de su ser. Había algo oscuro, profundo y peligroso en todo aquello, y él lo sabía. Sin embargo, al ver la determinación en los ojos de Guisselle, supo que no podía detenerla. Tenía que dejarla seguir adelante, aunque no entendiera ni creyera en lo que estaba ocurriendo.Jazmín, quien hasta ese momento había permanecido en silencio junto a su esposo, se acercó lentamente a Guisselle. La observó con una mezcla de compasión y solemnidad, como si entendiera el dolor que la joven estaba cargando. Con suavidad, colocó una mano en su hombro y le susurró:— Esperaré afuera.Guisselle asintió levemente, su rostro inexpresivo, como si ya estuviera comenzando a adentrarse en otro lugar, un espacio entre lo real y lo desconocido. Jazmín salió de la habitación con pasos silenciosos, de
Lorenzo observaba desde las sombras, su mirada oscura fija en la casa que estaba a unos cuantos metros. La brisa fría de la noche se colaba entre los árboles, pero su mente estaba demasiado concentrada para sentir el frío. Desde aquella distancia prudente, él podía ver la entrada principal, donde el fuego de una chimenea apenas iluminaba el exterior, creando un contraste lúgubre con la oscuridad de la noche.La frustración en su pecho se mezclaba con la obsesión que lo consumía por dentro. Había perdido el control. Después de años, décadas, incluso siglos de tenerla bajo su control, Guisselle había logrado escaparse de sus garras. En esta vida, ella había sido más inteligente, más cautelosa. Pero Lorenzo sabía la verdad. Sabía que ellos dos estaban entrelazados de una forma que ni ella podía comprender. Sus destinos estaban conectados desde el principio de los tiempos, y esa conexión era inquebrantable, no importaba cuántas vidas vivieran.Lorenzo sonrió con amargura, sus labios tor
Lorenzo sentía cómo la adrenalina corría por su cuerpo mientras se escondía en las sombras, observando la casa donde su obsesión, Guisselle, se encontraba. Su respiración era rápida, y la rabia en su interior se intensificaba con cada segundo que pasaba. Las palabras de su mano derecha resonaban en su mente, pidiéndole que mantuviera la calma, que no hiciera nada impulsivo. Pero Lorenzo no podía controlar el fuego que ardía en su interior. La idea de ver a Guisselle con Fabio, de ver cómo él la protegía, lo estaba consumiendo.Lorenzo apretó los dientes, incapaz de resistir más. Su mano temblaba mientras sostenía la pistola, el metal frío y familiar le recordaba que tenía el poder en sus manos. No importaba lo que su mano derecha dijera, no importaba cuántas veces le advirtiera que no cometiera una locura. Lorenzo no iba a dejar que Fabio se saliera con la suya. No iba a permitir que Guisselle escapara de su control una vez más.— Es divertido... — murmuró Lorenzo, su voz baja y lle
El frío ambiente del hospital era sofocante para Leandro, que paseaba de un lado a otro en la sala de espera, esperando cualquier noticia sobre su esposa. El disparo, el dolor, y la sangre en el hombro de Jazmín aún se repetían en su mente como un bucle infernal. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad. No podía sacarse de la cabeza la imagen de su esposa tendida en el suelo, con los ojos llenos de dolor y confusión, mientras él luchaba desesperadamente por mantenerla despierta.Había entregado a Jazmín a los doctores hacía más de una hora, y desde entonces no había tenido noticias. La impotencia lo consumía. Se sentía como un león enjaulado, incapaz de proteger a la persona que más amaba en el mundo. Sabía que el enemigo, Lorenzo, estaba aún afuera, libre y respirando. Cada pensamiento volvía a ese hombre, a ese maldito proxeneta que había arruinado tantas vidas y que ahora había intentado destruir la suya.— ¡Maldito sea! — gruñó Leandro, golpeando la pared con su puñ
La sala de espera del hospital se sentía extrañamente tranquila, como si el tiempo se hubiese detenido tras la operación de Jazmín. El silencio era espeso, roto solo por el ocasional sonido de pasos apresurados de las enfermeras y el suave pitido de los monitores que mantenían la vida de los pacientes. Fabio, sentado en una de las incómodas sillas de plástico, observaba a Leandro con una mezcla de curiosidad y asombro.— ¿Cómo es que te tomas todo esto tan fácil? — preguntó finalmente Fabio, rompiendo el silencio que había caído entre ellos. Sus ojos oscuros se clavaron en los de Leandro, buscando algún indicio de vulnerabilidad, algún rastro de la misma confusión que él sentía —. ¿Cuánto te ha costado aceptar que la vida de tu esposa es como un cuento de magia? Yo… Yo aún no puedo asimilarlo. No sé cómo lo haces.Leandro, que había estado observando la puerta de la habitación de Jazmín, apartó lentamente la mirada para encontrarse con la de Fabio. La seriedad en sus ojos era eviden
La noche era fría, y la brisa nocturna acariciaba el rostro de Guisselle mientras era arrastrada fuera del hospital por Lorenzo. Su mente estaba nublada por el miedo, sus pensamientos se atropellaban unos con otros mientras intentaba comprender cómo había llegado a estar en esta situación. Sus piernas temblaban, pero sus instintos la empujaban a resistirse, a luchar, aunque cada tirón de Lorenzo la debilitaba más.Las luces del hospital pronto quedaron atrás mientras Lorenzo la arrastraba hasta un oscuro callejón. La respiración agitada de Guisselle se mezclaba con el sonido de sus propios sollozos, sofocados por la cinta adhesiva que cubría su boca. El corazón le martilleaba en el pecho, y aunque intentaba luchar contra el pánico, no podía dejar de imaginar el horror que la esperaba. Lorenzo siempre había sido un lunático, pero esta vez, parecía estar enloquecido por completo.— Hay cosas que nunca cambian, pequeña mariposa traviesa… — murmuró Lorenzo en su oído, disfrutando del mi
El ambiente en el club era sofocante, impregnado de tensión mientras los hombres de Lorenzo observaban a padre e hijo enfrentarse. La respiración de Guisselle se aceleraba a medida que sus manos intentaban sin éxito liberarse de las ataduras que la mantenían cautiva. Su corazón latía frenéticamente, y sus ojos se humedecían de nuevo, esta vez no solo por el miedo, sino por la desesperación. Aunque Lorenzo era un loco, Loretto, su padre, aunque cruel, era la única esperanza que tenía de ser devuelta a Fabio.— ¡Fabio vendrá por nosotros, maldito estúpido! — rugió Loretto, su rostro completamente enrojecido por la ira. Su voz era áspera, una mezcla de furia y miedo. Golpeaba el suelo con el bastón que sostenía, y cada golpe resonaba en el club como un eco amenazante —. ¿Acaso no pudiste esperar? ¿No podías haber planeado esto mejor?Lorenzo, parado frente a su padre, mantenía una sonrisa arrogante en los labios, completamente indiferente a los gritos del anciano. Sus ojos brillaban co
Fabio estaba sentado en la sala de espera del hospital, su mandíbula tensa mientras miraba el reloj. Las luces fluorescentes parpadeaban intermitentemente, y el olor a desinfectante se mezclaba con el aire estéril del lugar. Su mente no estaba allí, no podía concentrarse en nada más que en Guisselle. El pensamiento de ella desaparecida lo atormentaba, y cada segundo que pasaba sin saber de su paradero lo consumía más. Luchaba por no perder el control, pero en su interior, la furia se acumulaba, como un volcán listo para estallar.De repente, su teléfono vibró en su bolsillo. Lo sacó rápidamente, reconociendo el número de su mano derecha.— ¿Qué tienes? — gruñó, sin paciencia para las formalidades.La voz del otro lado del teléfono estaba tensa, llena de urgencia.— Señor, acabo de recibir información. El señor Loretto está muerto. El nuevo jefe es su hijo, Lorenzo.Fabio se quedó en silencio por un momento, procesando la noticia. El nombre de Lorenzo provocó una chispa de rabia q