— Voy a sacarte de aquí — prometió, su voz firme a pesar de la tormenta de emociones que lo atravesaba —. No dejaré que te hagan daño otra vez.Pero mientras Fabio intentaba ayudar a Guisselle a ponerse de pie, el sonido de un motor rugiendo a lo lejos los alertó. Lorenzo regresaba, y no estaba solo. Fabio vio los faros de otro vehículo acercándose rápidamente. Su mente trabajaba a mil por hora, buscando una salida, una forma de escapar.— Tenemos que irnos — dijo Fabio, tirando suavemente de Guisselle hacia su auto, pero ella se resistió, sus piernas apenas capaces de sostenerla.— Fabio, no puedes... No puedes hacer esto — susurró Guisselle, su voz llena de miedo y resignación —. No quiero que te hagan daño por mi culpa.— ¡No digas tonterías! — respondió Fabio con determinación, mientras la ayudaba a subir al auto —. No te dejaré aquí, no esta vez.Encendió el motor y dio un volantazo para girar en dirección opuesta, acelerando por el camino polvoriento. Los autos de Lorenzo y su a
Fabio se desplomó en la silla de lujoso pero sombrío hospital. El dolor en su cuerpo era como un fuego que no podía apagar, pero había cosas más importantes que el dolor. La herida de bala en su brazo, apenas vendada apresuradamente por uno de sus hombres, supuraba con cada movimiento. Aun así, Fabio no quería detenerse. Había demasiadas cosas en juego, y el tiempo no estaba de su lado.— Señor, debe dejar que lo atiendan — insistió uno de sus hombres de confianza, un hombre robusto y de rostro imperturbable llamado Marco —. No va a poder seguir así mucho tiempo.Fabio lo miró con un destello de fastidio en sus ojos.— Estoy bien, Marco. Hay cosas más importantes en este momento. ¿Por qué no sale nadie a darnos información de Guisselle?— No, no lo está — replicó Marco, con una firmeza inusual —. Si sigue ignorando esa herida, lo único que logrará es debilitarse más, y entonces no podrá hacer nada de lo que necesita, especialmente si desea salvar de esas personas a la señorita.Fabio
Guisselle abrió los ojos lentamente, y lo primero que percibió fue un blanco deslumbrante. Un zumbido persistente acompañaba el sonido rítmico de los monitores, golpeando en su mente como un martillo constante. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar su vista y ubicarse, pero todo lo que la rodeaba era desconocido. Se sintió perdida, atrapada en un lugar que no reconocía. Intentó moverse, pero una presión en su mano la detuvo. Instintivamente, su cuerpo se tensó, y su corazón comenzó a latir con una velocidad que provocó que las alarmas del monitor se dispararan.El pánico se apoderó de ella. La última vez que había estado amarrada, su vida había sido un infierno. Su mente volvió a ese lugar oscuro, a ese pasado donde no era más que una prisionera de su propio cuerpo. El miedo la invadió como una ola que la arrastraba hacia el abismo, y el impulso de escapar era tan fuerte que apenas pudo contener el grito que amenazaba con salir de su garganta.— Estás bien. Estás a salvo — una vo
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas del hospital, llenando la habitación con una luz suave y cálida. Guisselle, con su cabello suelto y una expresión de cansancio, observaba por la ventana mientras esperaba que Fabio terminara de hablar con el médico. Aunque había insistido en que estaba bien para caminar por su cuenta, Fabio no quería escuchar razones.La puerta se abrió, y él entró, luciendo tan impecable como siempre, pero con un destello de preocupación en sus ojos. Se acercó a la cama y la miró con una mezcla de alivio y seriedad.— ¿Estás lista para irte? — preguntó, aunque su tono indicaba que no aceptaría un "no" por respuesta.Guisselle asintió, y antes de que pudiera decir algo más, Fabio la levantó con cuidado, como si fuera de cristal. La forma en que la sostenía, con esa mezcla de fuerza y ternura, hizo que su corazón diera un vuelco.— Fabio, de verdad, puedo caminar sola… — protestó débilmente, pero él solo negó con la cabeza, sin dejar de sostenerla
Fabio salió de la mansión con pasos firmes, pero su mente estaba en un torbellino de pensamientos. No podía dejar de pensar en Guisselle y en la conversación que habían tenido momentos antes. Necesitaba asegurarse de que la mujer con la que Guisselle quería hablar no representaba ningún peligro para ella, aunque sus investigaciones previas no hubieran revelado nada preocupante. Fabio era un hombre de control, y la incertidumbre lo carcomía.Llegó a la empresa de Jazmín Belmont cuando el sol ya se había ocultado, y el edificio parecía casi desierto. Apenas unos pocos empleados seguían trabajando, y la atmósfera tranquila del lugar contrastaba con la inquietud que se apoderaba de él. Un hombre pálido y delgado, que parecía más una sombra que una persona, se le acercó con una expresión de sorpresa al reconocerlo.— Señor, el edificio está cerrado y… señor Rymer — dijo el hombre, su tono cambiando de inmediato al darse cuenta de con quién estaba hablando —. Sígueme — continuó, sin esperar
El aire nocturno estaba cargado de una tranquilidad inusual en la oficina de Jazmín Belmont. Sentada detrás de su amplio escritorio, su presencia irradiaba una mezcla de autoridad y serenidad. Leandro, su esposo, estaba a su lado, revisando unos documentos, mientras que Daniel, su abogado y amigo de confianza, se recostaba en un sillón cercano. A pesar de la hora, ninguno parecía apurado por regresar a casa.Jazmín sacó su teléfono y, con una sonrisa suave, marcó el número de la niñera.— ¿Cómo está nuestro pequeño? — preguntó con ternura. Tras escuchar las noticias, se relajó un poco más —. Gracias, Sophie. Avísame si hay alguna novedad, pero creo que será una noche tranquila.Colgó el teléfono y volvió a concentrarse en los documentos que tenía delante. Igual, Leandro había colocado cámaras en toda la casa, y cada cierto tiempo lo revisaba para asegurarse que todo estuviera bien.El silencio se rompió cuando Daniel, observando las expresiones de ambos, decidió hablar.— Si realment
El sol matutino bañaba la clínica con una luz suave y cálida, reflejándose en los ventanales del edificio moderno. Daniel llegó al estacionamiento sintiendo una mezcla de ansiedad y curiosidad. Había pasado toda la noche inquieto, pensando en la conversación con Jazmín y Leandro, y en lo que podía estar tramándose en la sombra. Aun así, la perspectiva de ver a su ahijado lo llenaba de una extraña calma.Cuando entró al vestíbulo de la clínica, sus ojos recorrieron el espacio hasta encontrar a Jazmín y Leandro, quienes ya estaban allí, esperándolo. Jazmín lo vio primero, y una amplia sonrisa iluminó su rostro.— ¡Viniste! — exclamó, visiblemente emocionada mientras se acercaba a él con los brazos abiertos.Daniel se sintió reconfortado por la calidez de su bienvenida y devolvió el abrazo con afecto. Leandro, siempre más contenido, asintió con una sonrisa que, aunque discreta, denotaba su aprecio.— Por supuesto, no me perdería esto por nada — respondió Daniel.Los tres se dirigieron ju
La mansión Rymer, rodeada de jardines perfectamente cuidados y un aire de majestuosidad, parecía envolver todo en un aura de tranquilidad. Pero dentro de la sala principal, el ambiente era tenso, cargado de expectación. Guisselle, sentada en uno de los sofás de cuero oscuro, no podía evitar tamborilear nerviosamente los dedos sobre sus rodillas mientras esperaba. La inquietud no solo provenía de la grandiosidad del lugar, sino de la conversación que estaba a punto de tener. Las paredes adornadas con retratos antiguos parecían vigilarla mientras miraba a su alrededor.El sonido del timbre resonó en la distancia, y Guisselle se puso de pie de inmediato, acomodándose el vestido como si con ello pudiera apaciguar el remolino de emociones que la invadía. Escuchó los pasos de una mujer acercándose lentamente por el pasillo, y su corazón latió más rápido. Pero no solo fue ese ruido el que rompió el silencio; el chasquido de una puerta del despacho cerrándose también llegó a sus oídos, indicá