La mañana se adentraba lentamente en la gran mansión Rymer, bañando con una luz dorada los lujosos interiores. Guisselle se encontraba en su habitación, mirando por la ventana mientras la cálida brisa jugaba con las cortinas. El silencio de la mansión le resultaba asfixiante, una jaula dorada donde se sentía cada vez más atrapada. Fabio ya se había marchado al trabajo, como solía hacerlo, y la había dejado sola una vez más. Desde que la trajo a vivir aquí, no habían salido juntos ni una sola vez. Esa soledad, combinada con el tedio de estar siempre vigilada, estaba empezando a afectarla.Se levantó de la cama, decidida a romper la monotonía. Abrió su armario, seleccionando un vestido sencillo, y se preparó rápidamente. Necesitaba salir, sentir el aire fresco en su rostro y perderse por un rato en sus propios pensamientos, lejos de la opresión de las paredes de la mansión.Mientras bajaba las escaleras, sintió la mirada de los guardias que siempre estaban presentes, aunque intentaban s
Guisselle caminaba en silencio, sus pensamientos atrapados en una maraña de confusión y desesperanza mientras la mansión de Rymer se acercaba en el horizonte. Sabía que su vida estaba en peligro, pero no tenía alternativas. Huir no era una opción; el control que ejercían sobre ella era total. Cuando el celular en su bolso comenzó a sonar, su primer instinto fue ignorarlo. Sabía quién estaba llamando, y lo último que quería era hablar con él. Sin embargo, cuando el teléfono dejó de sonar, un mal presentimiento se apoderó de ella.Apenas unos segundos después, un auto negro se estacionó bruscamente a su lado. El vidrio polarizado del asiento del conductor bajó lentamente, revelando el rostro serio y frío de Lorenzo, el hijo de Loretto, quien sería el heredero del imperio criminal.— Sube — ordenó Lorenzo con voz glacial.Guisselle se quedó congelada, su corazón martillando en su pecho. Sabía que no podía desobedecer, pero el simple hecho de estar cerca de Lorenzo la llenaba de pánico. N
— Voy a sacarte de aquí — prometió, su voz firme a pesar de la tormenta de emociones que lo atravesaba —. No dejaré que te hagan daño otra vez.Pero mientras Fabio intentaba ayudar a Guisselle a ponerse de pie, el sonido de un motor rugiendo a lo lejos los alertó. Lorenzo regresaba, y no estaba solo. Fabio vio los faros de otro vehículo acercándose rápidamente. Su mente trabajaba a mil por hora, buscando una salida, una forma de escapar.— Tenemos que irnos — dijo Fabio, tirando suavemente de Guisselle hacia su auto, pero ella se resistió, sus piernas apenas capaces de sostenerla.— Fabio, no puedes... No puedes hacer esto — susurró Guisselle, su voz llena de miedo y resignación —. No quiero que te hagan daño por mi culpa.— ¡No digas tonterías! — respondió Fabio con determinación, mientras la ayudaba a subir al auto —. No te dejaré aquí, no esta vez.Encendió el motor y dio un volantazo para girar en dirección opuesta, acelerando por el camino polvoriento. Los autos de Lorenzo y su a
Fabio se desplomó en la silla de lujoso pero sombrío hospital. El dolor en su cuerpo era como un fuego que no podía apagar, pero había cosas más importantes que el dolor. La herida de bala en su brazo, apenas vendada apresuradamente por uno de sus hombres, supuraba con cada movimiento. Aun así, Fabio no quería detenerse. Había demasiadas cosas en juego, y el tiempo no estaba de su lado.— Señor, debe dejar que lo atiendan — insistió uno de sus hombres de confianza, un hombre robusto y de rostro imperturbable llamado Marco —. No va a poder seguir así mucho tiempo.Fabio lo miró con un destello de fastidio en sus ojos.— Estoy bien, Marco. Hay cosas más importantes en este momento. ¿Por qué no sale nadie a darnos información de Guisselle?— No, no lo está — replicó Marco, con una firmeza inusual —. Si sigue ignorando esa herida, lo único que logrará es debilitarse más, y entonces no podrá hacer nada de lo que necesita, especialmente si desea salvar de esas personas a la señorita.Fabio
Guisselle abrió los ojos lentamente, y lo primero que percibió fue un blanco deslumbrante. Un zumbido persistente acompañaba el sonido rítmico de los monitores, golpeando en su mente como un martillo constante. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar su vista y ubicarse, pero todo lo que la rodeaba era desconocido. Se sintió perdida, atrapada en un lugar que no reconocía. Intentó moverse, pero una presión en su mano la detuvo. Instintivamente, su cuerpo se tensó, y su corazón comenzó a latir con una velocidad que provocó que las alarmas del monitor se dispararan.El pánico se apoderó de ella. La última vez que había estado amarrada, su vida había sido un infierno. Su mente volvió a ese lugar oscuro, a ese pasado donde no era más que una prisionera de su propio cuerpo. El miedo la invadió como una ola que la arrastraba hacia el abismo, y el impulso de escapar era tan fuerte que apenas pudo contener el grito que amenazaba con salir de su garganta.— Estás bien. Estás a salvo — una vo
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas del hospital, llenando la habitación con una luz suave y cálida. Guisselle, con su cabello suelto y una expresión de cansancio, observaba por la ventana mientras esperaba que Fabio terminara de hablar con el médico. Aunque había insistido en que estaba bien para caminar por su cuenta, Fabio no quería escuchar razones.La puerta se abrió, y él entró, luciendo tan impecable como siempre, pero con un destello de preocupación en sus ojos. Se acercó a la cama y la miró con una mezcla de alivio y seriedad.— ¿Estás lista para irte? — preguntó, aunque su tono indicaba que no aceptaría un "no" por respuesta.Guisselle asintió, y antes de que pudiera decir algo más, Fabio la levantó con cuidado, como si fuera de cristal. La forma en que la sostenía, con esa mezcla de fuerza y ternura, hizo que su corazón diera un vuelco.— Fabio, de verdad, puedo caminar sola… — protestó débilmente, pero él solo negó con la cabeza, sin dejar de sostenerla
Fabio salió de la mansión con pasos firmes, pero su mente estaba en un torbellino de pensamientos. No podía dejar de pensar en Guisselle y en la conversación que habían tenido momentos antes. Necesitaba asegurarse de que la mujer con la que Guisselle quería hablar no representaba ningún peligro para ella, aunque sus investigaciones previas no hubieran revelado nada preocupante. Fabio era un hombre de control, y la incertidumbre lo carcomía.Llegó a la empresa de Jazmín Belmont cuando el sol ya se había ocultado, y el edificio parecía casi desierto. Apenas unos pocos empleados seguían trabajando, y la atmósfera tranquila del lugar contrastaba con la inquietud que se apoderaba de él. Un hombre pálido y delgado, que parecía más una sombra que una persona, se le acercó con una expresión de sorpresa al reconocerlo.— Señor, el edificio está cerrado y… señor Rymer — dijo el hombre, su tono cambiando de inmediato al darse cuenta de con quién estaba hablando —. Sígueme — continuó, sin esperar
El aire nocturno estaba cargado de una tranquilidad inusual en la oficina de Jazmín Belmont. Sentada detrás de su amplio escritorio, su presencia irradiaba una mezcla de autoridad y serenidad. Leandro, su esposo, estaba a su lado, revisando unos documentos, mientras que Daniel, su abogado y amigo de confianza, se recostaba en un sillón cercano. A pesar de la hora, ninguno parecía apurado por regresar a casa.Jazmín sacó su teléfono y, con una sonrisa suave, marcó el número de la niñera.— ¿Cómo está nuestro pequeño? — preguntó con ternura. Tras escuchar las noticias, se relajó un poco más —. Gracias, Sophie. Avísame si hay alguna novedad, pero creo que será una noche tranquila.Colgó el teléfono y volvió a concentrarse en los documentos que tenía delante. Igual, Leandro había colocado cámaras en toda la casa, y cada cierto tiempo lo revisaba para asegurarse que todo estuviera bien.El silencio se rompió cuando Daniel, observando las expresiones de ambos, decidió hablar.— Si realment