52 Desesperanzas.

Se hizo muy tarde por la noche, la casa de Perla estaba muy silenciosa, tan silenciosa como ella que estaba devastada, con su cuerpo tumbado sobre la cama y su rostro lo tenía hinchado de tanto llorar. A medianoche Fabiola le llevó té.

—Bebe aunque sea un poco.

—No quiero.

—Necesitas estar calmada por tu bebé. —Perla volteó a mirarla, tenía los ojos enrojecidos por el llanto.

—¿Cómo podré calmarme cuando su padre está muerto?

—Lo sé, sé cuánto sufres, también pasé por ese dolor cuando murió el padre de Josef.

—Todo ha sido tan injusto, Arturo jugó con Jeremith, se burló de él, me utilizó e hizo que Jeremith me odiara; ahora él está muerto, murió creyendo que yo lo había engañado, jamás pude decirle la verdad.

—Desde el cielo él debe conocer todo lo que sucedió realmente.

—En este momento no tengo la certeza de que los muertos puedan vernos desde donde están, todo es oscuro, turbio y triste.

—No puedes perder la fe.

—He perdido muchas cosas, hasta hace algunos meses estaba conforme co
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